Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

jueves, 11 de agosto de 2011

De roble y aureola


Fidel, de Oswaldo Guayasamín/1995.
Este sábado, 13 de agosto, el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, cumplirá 85 años. Toda la Isla de Cuba estará celebrando el acontecimiento, pues mucho tenemos que agradecerle a quien dedicó toda su vida por el bien de todos y cada uno de los cubanos. ¡Felicidades, Comandante en Jefe! (Lea en este trabajo el poema Canto a Fidel, de Carilda Oliver Labra)

Y yo juré. Fue tal mi juramento, 
que si el fervor patriótico muriera, 
(…) nuevo surgiera.
Tal fue que si el honor y la venganza 
y la indomable furia 
pudieran su poder y su pujanza
(…) De mi fiera promesa surgirían, 
y con nuevo poder se levantara, 
e indómita pujanza cobrarían.

José Martí

  Mira bien sus manos. Con toda la pasión que tengas, y más, después, mucho más… con la paciencia que no se encuentra ni en el límite de las palabras, con el vacío en el alma provocado por mañanas sin libertad y sin sol para las cunas de niños mestizos… Mira despacio: los pliegues, la forma de las uñas, la danza de los nudillos contra el viento; mira, mira las manos de alguien que no es de este tiempo; y comprenderás de cuánto tiene que despojarse un hombre para cambiar los destinos de siempre, para volcar las desgracias en cumbres de luz.
  Pudo ser una mañana cualquiera, la de su nacimiento. Una mañana anónima, perdida en algún camino oculto que llevara hasta Birán. Pudo ser una mañana que empujó el eje de la Tierra, y nunca nadie lo supo. Nadie. Por eso lo dejaron florecer, porque los mandriles que subyugaban a la Isla eran incapaces de imaginar cómo de las entrañas de una madre podía emerger la salvación de una era. Ellos no lo supieron; y aquella mañana, secreta quizás, que ahora también se resiste al paso turbio de las horas, está detenida, para siempre, desde el instante del llanto de un niño.
  Pudo tener una niñez normal, olvidada del tiempo, despojada de los pesares y de los tantos héroes que ya habían muerto. Pero no fue así. Los sentimientos de los gigantes retumban en las paredes y en los cimientos desde bien temprano. Así, de a poco, con pasos de siete leguas, padeció del mismo odio que sentía Martí por los tiranos; y fue grande, muy grande cuando apenas levantaba unos pocos centímetros del suelo.
  Las épocas están pintadas con sus palabras, y tienen como molde el sudor clandestino que salía sereno de su frente, el olor a pólvora, a fusil, a talante de un revolucionario que lo abandona todo por la suerte de la patria. Y arremetió con esa fuerza contra las paredes del Moncada, paredes que debieron sostenerse bien fuerte para no caer, y a pesar de eso: cayeron. Embistió, con su bigote a medio formar, contra los nombres herejes de los gobernantes de turno, y soportó la marea en el Granma, y sobrevivió a los combates, porque abandonar a Nubia no fue nunca una opción.
  Siempre estuvo ahí, con esas mismas manos, las manos de hoy, y de mañana. Estuvo para hacer libre la bandera, el himno, los hombres…; estuvo de pie, porque no permitió siquiera una duda en las rodillas, estuvo con los ojos abiertos, porque hasta enero de 1959 no pudo dormir en paz.
  Entonces uno lo ve reír, y le parece que la sonrisa misma es el amparo eterno. Uno lo ve levantar las manos, saludarte, mientras te hace cómplice de cuanto forjó para salvarte. Uno lo ve cargar el futuro con tanta seguridad, con tanto ímpetu, con tanto rigor, que ya nada peligra. Uno lo ve arrancarse el dolor del pecho, y uno también llora, pero en silencio, para que él no lo sepa. Uno lo ve hombre, lo ve amigo, lo ve ¡tan común!, que se resiste a comprender cómo esas simples manos pudieron ser las redentoras.
  Los 85 años que lo separan de la niñez, los tiene recogidos en su empuñadura. Y son admirables, únicos… Por eso decir su nombre no puede ser un acto común. Decir Fidel es tanto, que no cabe en estas letras, ni en las de después. 

Canto a Fidel

(Carilda Oliver Labra)

No voy a nombrar a Oriente,
no voy a nombrar la Sierra,
no voy a nombrar la guerra
-penosa luz diferente-,
no voy a nombrar la frente,
la frente sin un cordel,
la frente para el laurel,
la frente de plomo y uvas,
voy a nombrar toda Cuba,
voy a nombrar a Fidel.
Ese que para en la tierra
aunque la Luna le hinca,
ése de sangre que brinca
y esperanza que se aferra;
ése clavel en la guerra,
ése que en valor se baña,
ése que allá en la montaña
es un tigre repetido
y dondequiera ha crecido
como si fuese de caña.
Ese Fidel insurrecto
respetado por las piñas,
novio de todas las niñas
que tienen el sueño recto.
Ese Fidel –sol directo
sobre el café y las palmeras–;
ese Fidel con ojeras,
vigilante en el Turquino
como un ciclón repentino,
como un montón de banderas.
Por su insomnio y sus pesares,
por su puño que no veis,
por su amor al veintiséis,
por todos sus malestares,
por su paso entre espinares
de tarde y de madrugada,
por la sangre del Moncada
y por la lágrima aquella
que habrá dejado una estrella
en su pupila guardada.
Por el botón sin coser
que le falta sobre el pecho,
por su barba, por su lecho
sin sábana ni mujer
y hasta por su amanecer
con gallos tibios de horror,
yo empuño también mi honor
y le sigo a la batalla
con este verso que estalla
como granada de amor.
Gracias por ser de verdad,
gracias por hacemos hombres,
gracias por cuidar los nombres
que tiene la libertad...
Gracias por tu dignidad,
gracias por tu rifle fiel,
por tu pluma y tu papel,
por tu ingle de varón.
Gracias por tu corazón,
¡Gracias por todo, Fidel!
                                  1957


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