Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

miércoles, 20 de junio de 2012

Centenario de la Emperatriz del danzonete


  Paulina Álvarez resulta una de las mujeres más olvidadas en el mundo musical de Cuba. A punto de cumplirse el centenario de su natalicio -en la bella ciudad de Cienfuegos-, es un momento oportuno para enaltecer a quien se impuso en el difícil camino de la música popular.
   Conocida como la Emperatriz del danzonete, Paulina nació un 29 de junio de 1912, y muy joven se fue a vivir a la capital cubana, donde realizó los primeros estudios de solfeo, teoría, piano, guitarra y canto en el entonces Conservatorio Municipal de Música de La Habana. Ya adolescente, daba a conocer en la radio una versión muy personal del popular tema “El manisero”, de Moisés Simons.
  Antes de los 20 años, ya su voz se escuchaba en el éter, y al tiempo cantaba en la orquesta Elegante, en la cual pudo interpretar varios géneros.
   La carismática muchacha hizo buenas versiones de “Lágrimas negras”, de Miguel Matamoros, y “Mujer divina”, de Agustín Lara, que devinieron en gran aceptación del público.
   Pero lo que marcó a Paulina fue incorporar a su repertorio una obra del matancero Aniceto Díaz: el danzonete “Rompiendo la rutina”, que cantó por casi 30 años, junto a otros, coronándose como la Emperatriz del danzonete.
   El musicólogo Raúl Martínez Rodríguez señala cómo curiosamente “Rompiendo la rutina” fue  instrumentada y se le  hicieron arreglos especialmente para la tesitura de Paulina. ¿Resultado? Fue tan sonado el éxito que desde entonces el género y el mismo tema sirvieron de identidad para la joven cantora.
  Era además sonado el mérito porque en época en que primaban los cantantes masculinos en las grandes orquestas cubanas, una mujer como Paulina sentaba cátedra, a la vera de agrupaciones como la de Castillito, Ernesto Muñoz, Cheo Belén Puig, Hermanos Martínez y la de Neno González.   
Paulina Álvarez junto a Barbarito Diez.
  Sin embargo, esta inquieta mujer aspiraba a más, y la aspiración se concretó con la fundación  de su propia orquesta en 1938, y convertirse así en la primera fémina que realizaba tal hazaña al constituir un colectivo íntegramente de hombres, músicos excelentes que le seguían y respetaban, además por sus conocimientos musicales, obtenidos en sus  estudios de  teoría y solfeo, piano, guitarra y canto, en la Academia Municipal de La Habana.
  Resultó la suya, también, la primera orquesta de música popular bailable que dio un concierto en el exclusivo Teatro Auditórium, hoy Amadeo Roldán. Y llegó a tener un programa en la emisora CMQ en 1943.
  Su popularidad fue enorme. Grabó discos con las principales firmas mundiales. Llenaba los escenarios más importantes en el ámbito nacional. Su voz se radia diariamente. Hoy es posible disfrutarla gracias a la magia de las grabaciones.
  Es indudable su magnífica afinación, el timbre hermoso y su amplia extensión. Los críticos hablan de que su “excelente cuadratura le permitían un gran dominio de la expresión y el fraseo”.
  No era raro que tuviera que demostrar sus cualidades, cuando cantaba al aire libre y sin micrófono, en muchas verbenas.
  ¿Por qué repentinamente Paulina Álvarez decidió a mediados de los años 50 retirarse  de manera temporal? Se dice que por “algunas decepciones”. ¿Cuáles serían? No importa. Lo cierto es que en 1956 volvía a los escenarios, a las orquestas, a las actuaciones solistas, a la radio y la televisión, como si nunca hubiera faltado.
  Volvía a ser temas famosos y nacían otros nuevos. Queda en la memoria de los años una lista representativa: “La violetera”, “Mimosa”, “Campanitas de cristal”, “El verdulero”, “Obsesión”, “Aprietas más”, “Vagando”, “Échale solfeando”, “No vale la pena” y “Ritmo pa'mí”.
  Su último momento en público ocurrió en el programa de televisión Música y Estrellas. Allí cantó y bailó con otra estrella de la música cubana, el gran Barbarito Diez y con una de las orquestas emblemáticas de nuestro país, La Orquesta Aragón.
  Sin dudas, ganó el corazón del pueblo al subir a todas las pistas y a los más exigentes escenarios para cosechar aplausos.
  La Emperatriz del danzonete falleció el 22 de julio de 1965, a la edad de 53 años.

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