Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

domingo, 20 de octubre de 2013

Kristell Almazán Miranda: "Somos una gran familia..."



Por  Yuris Nórido / Cubasí 

El protagonista de Tierras de fuego cree que la serie gusta porque defiende una idea de unidad y amor a la tierra. "Somos una gran familia, de eso habla esta telenovela. Ese cariño es más fuerte que las desavenencias” —dice en entrevista con Cubasí. 

  Kristell Almazán se ve por la televisión cubana, estudia sus escenas en la telenovela de turno, y a veces se gusta y a veces no tanto. "Eso siempre pasa, uno suele ser muy crítico con uno mismo. Hay momentos en que me siento satisfecho con mi actuación, en otras me digo: debí haberlo hecho de otra manera. Pero ya no hay caso, supongo que lo más importante es que me esforcé y trabajé en serio".
  Kristell es un actor joven, ya había protagonizado un serial de aventuras (Los tres Villalobos) y había formado parte del elenco de algunas teleseries y teleplays. Pero Tierras de fuego (Cubavisión; lunes, miércoles y viernes, 9:00 p.m.) es su debut como personaje principal de una telenovela. “Imagínate la responsabilidad que asumí. Estoy en la mira de todo el mundo, no dejo de sentirme un poco presionado, nervioso”.
Si se siente nervioso lo disimula bastante bien, porque en su apartamento en el centro de La Habana nos recibe con una naturalidad y una seguridad que preludian un buen diálogo. No posa de galán seductor ni de actor emcumbrado. Sentado cómodamente en su butaca (“¿puedo poner los pies sobre la mesita?”), Kristell Almazán parece un hombre común y corriente, amable y conversador.

—¿Tienes que ver algo con tu personaje? ¿Has vivido alguna vez en el campo?
—La verdad es que desde el punto de vista vivencial tengo que ver muy poco, para no decir que nada. Yo crecí en Camagüey, en la ciudad misma. Delante de mi casa lo que había era calle, nunca vi ni una mata. Lo más cercano al campo que yo conocí en mi infancia fueron los carretones halados por caballos. Mi contacto más directo con el campo eran mis viajes a las presas cercanas a la ciudad, nada más. Así que mi personaje y yo hemos tenido caminos muy distintos.
—¿Significa entonces que no te pareces en nada a Ignacio?
—No he dicho eso. Puntos de contacto sí tengo con él. Todos los personajes que uno intepreta tienen algo que ver con uno, aunque hay quién dice lo contrario. Para hacer un personaje tienes que acercarlo a tu experiencia personal, o buscar afinidades... Siempre las hay. Con Ignacio comparto esa sensación de desarraigo, eso que siente la persona que se va de su lugar "natural". Yo lo he sentido algunas veces en mi vida.
—¿Tratas de que tu personaje se parezca a ti?
—Más bien trato de parecerme a mi personaje. Pero el personaje termina pareciéndose a mí, porque yo soy el que lo intepreta. El personaje primero es una idea, yo soy una persona concreta, con características definidas, con maneras. Hay que buscar el equilibrio. Es un proceso que se las trae...
—¿Cómo llegaste a la telenovela?
—A través del director, Miguel Sosa. Yo estimo mucho a Miguel Sosa. Como todo el mundo, es un hombre con virtudes y defectos, pero establecimos una buena comunicación. Yo estaba en el extranjero y él me contactó y me propuso trabajar en la telenovela, nos comunicábamos por correo electrónico. Cuando regresé la cosa fue tomando cuerpo.
—¿Sabías que ibas a ser el protagonista?
—Al principio no. Ese es un asunto del que prefiero no hablar mucho...
—¿Por qué? ¿Hubo problemas, conflictos?
—Yo solo te digo que la decisión de un reparto debe venir del director, él siempre debe tener la voz cantante. Francamente, no me queda claro si yo estaba preparado para el papel. Yo me lancé, de atrevido. Pensé que iba a comer pan de piquitos. Pero me di cuenta de que nada es tan sencillo. Hacer un personaje importante tiene sus demandas. El arte requiere de mucho sacrificio.
—Por lo que veo, no te resultó fácil asumir el rol.
—Va más allá de la capacidad, son circunstancias. En algunos momentos experimenté un choque. Te metes dentro del personaje, empiezas a sentir sus conflictos. Viví momentos extremos, que me cargaron mucho. No te lo voy a negar: fue difícil.
—¿Y estás satisfecho con los resultados?
—Ya te digo: más o menos. A veces me veo bien, a veces no me gusto. Pero ya no es para estar evaluando, ¿para qué?
—¿Y cómo te ha acogido el público? ¿Qué te dicen en la calle cuando te reconocen?
—Habría que ver, pero mi experiencia es muy positiva. Todo el que me para en la calle me habla bien, parece que les gusto. Algunos incluso bromean conmigo: “¿Con cuál de las dos te vas a quedar?”.
—¿Les dices?
—Claro que no, que sigan viendo la telenovela. Claro, es una telenovela, la gente más o menos sabe por dónde irán los tiros.
—Voy a ser ahora “abogado del diablo”. Algunos dicen que los campesinos (los guajiros) de la telenovela no se parecen a los de verdad...
—Bueno, yo no soy campesino, no podría tener la última palabra en ese debate. Yo nunca he trabajado la tierra, no he arado con bueyes. Para decir eso con absoluto convencimiento tendría que haber sentido alguna vez ese amor por la tierra, esa comunión con el aire limpio, con los sonidos del campo... Yo, francamente, no tengo una idea definitiva de cómo son los campesinos cubanos. No obstante, a mí me parece que la telenovela está bien balanceada, como corresponde a un producto como ese. Ni muy acá ni muy allá, esta es una propuesta de ficción, que sigue determinadas pautas. De todas formas, ese debate me parece bastante superficial. En este país ya hay un “hibridaje” bastante consolidado. Vas por la calle y es difícil decir quién es habanero y quién es del campo. Las modas, las maneras de vestirse y comportarse ya son bastante uniformes. Hay quién dice: los guajiros no viven tan bien como los de la telenovela. Yo les digo: algunos no, pero otros viven mejor que nuestros personajes y mucha gente de la ciudad... y en medio del monte.
—Según los estudios de teleaudiencia, la telenovela gusta, ¿a qué lo atribuyes?
—Primero a que es una telenovela típica. Pero hay algo más: aquí hablamos de una idea de unidad que la gente necesita. Somos una gran familia, de eso habla la telenovela. Ese cariño es mucho más fuerte que las desavenencias puntuales. Los hermanos se fajan, pero siguen queriéndose. Hay una familiaridad que incluso pudiera parecer excesiva, pero es la nuestra. La gente se siente identificada.
—Hay quien ha afirmado que con esta novela se quiere dar un mensaje: “guajiro, regresa a tu tierra”.
—La gente siempre está buscando mensajes implícitos, la quinta pata del gato. La telenovela está dirigida al gran público. Siempre habrá un “espectador crítico” que buscará —y encontrará— muchos “mensajes”. Bueno, de eso se trata también el arte. Pero yo creo que el centro de esta propuesta está fundamentalmente en la preservación de eso que llamamos “cubana”, en la fuerza de la familia, en el cariño a la tierra...
—¿Hablaste con campesinos a la hora de preparar el personaje?
—La verdad es que no. Pero hablé con gente capaz y que me quiere. Me dieron pautas que aproveché. Me interesaba recrear un personaje verosímil, que no fuera una caricatura...
—¿Y has hablado con campesinos después de grabar la telenovela?
—Sí, y lucen satisfechos con mi trabajo.
—Después de estar tanto tiempo trabajando en un proyecto como este, ¿qué crees que necesita la telenovela cubana para consolidarse?
—Oh, esa pregunta es demasiado grande para mí. Yo supongo que haya muchas personas más calificadas que yo para dar una respuesta. Yo tengo una idea, pero no estoy seguro de cuán acertada sea. Yo pienso que hay serios problemas de producción, que tienen que ver directamente con el delicado asunto de la inversión y las “ganancias”. Creo que hay que asumir la telenovela como lo que es, como un producto. Y para eso hay que crear espacios alternativos de producción, esquemas un poco más abiertos. También es necesario potenciar espacios de confrontación con los públicos, asumir que cada telenovela es una obra que tiene que “vender”. Hacer telenovelas es toda una industria, hay un dinero que se está invirtiendo, hay que asegurarse de que se invierta bien porque le está costando al país. La burocracia y la inmovilidad de algunas estructuras hacen mucho daño... Pero te repito: ¿quién soy yo para dar consejos?
—Una última pregunta, la de rigor: ¿cuáles son tus planes futuros?
—Yo ahora me estoy tomando un tiempo. Es un tiempo de reconocimiento, de reflexión. Más adelante quisiera hacer teatro, pero tengo que estudiar muy bien el panorama. Te lo confieso: me da un poco de miedo, es un mundo que me atrae, pero también me atemoriza. Vamos a ver si algún director de teatro quiere contratarme.   


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