Por Mercedes CARO NODARSE Fotos: DORADO
Yo tenía clavadas las pupilas en el rostro cuyos ojos tiernos y húmedos no dejaban de hurgar en el pasado. Sus manos andaban entre papeles arrugados y amarillos, recortes de periódicos, donde alguna vez se le mencionaba, las fotos de sus hijos reales y adoptivos, o de los múltiples encuentros con autoridades locales y nacionales, las décimas escritas por los hombres y mujeres del poblado donde vive, quienes deseaban resaltar su desempeño.
Sentada en un sillón frente a mí —en la sala
de su casa marcada con el 26, en la calle Juan González, de Guaos, en Cienfuegos—, va
frotándose los dedos y me observa, indaga acerca del porqué estoy allí. Le
cuesta mucho hablar de sí misma. “¡Pero mira tú las cosas; ahí está todo!”,
acota Zoraida de la Cruz López González, una mujer de imponentes quilates.
Como el viento cuando arrastra los rumores
comenzó a contarme historias. De vez en vez una sonrisa inundaba su boca o una
lágrima curiosa afloraba, mientras la mirada se perdía en lontananza. Con
murmullos casi misteriosos decía: “Lo que soy, lo hecho y lo por hacer es el
resultado de mi labor como trabajadora social voluntaria, dentro de la
Federación de Mujeres Cubanas (FMC), siempre en la búsqueda de prevenir, educar
y ayudar”.
“La
prevención social cubre uno de los perfiles más sensibles, importantes y
humanos de la organización, porque atiende a la mujer, a la familia en la
comunidad. Nos interesan los conflictos, la custodia y el cuidado de
los menores, aquello relacionado con la violencia de género o infantil, y el
más sano desarrollo de los niños y niñas. Es una tarea impregnada de mucho
amor y pasión, de entrega; se impone escuchar sin interesar el tiempo, las
horas, los minutos”, aclara.
Trascienden las evocaciones cuando rastrea en la
memoria. Al triunfar la Revolución tenía 13 años de edad. “Me apasionaba pintar.
Un día uno de mis dibujos fue enviado a Varsovia, Polonia. Entonces, trajeron
un sobre a la casa, ¡me habían otorgado una beca para estudiar en San
Alejandro! Mi madre no me dejó ir, debía ayudarla en la casa, éramos siete
hermanos, y yo, la mayor. (…) Ella tenía los dedos llenos de pinchazos por la
aguja de coser, fue cuando quise aprender y así la aliviaría un poco. Había una
academia de costura en el pueblo, la de Rosa López; no teníamos dinero para
pagar las clases; en pago, mi mamá le planchaba y lavaba la ropa”.
Luego vino
la Campaña de Alfabetización, allá por el año 1961, y con sus 15 años se hizo
maestra popular. “Tuve seis alumnos, personas mayores todas. Recuerdo el
llamado de Fidel, me entusiasmé mucho, no sabía si iban a dejarme. Escondida
tras el escaparate lloré y lloré… No aceptaba otra negativa. Reclamé,
¡recuerden…, no me dejaron ir a La Habana con las ‘Ana Betancourt’ ni a San
Alejandro! Por fin, accedieron, con la condición de hacerlo cerca del pueblo,
(…) estuve en una zona conocida como Dolores y después en la escuelita de Guaos”.
Las cosas
cambiaron un poco al casarse en 1967 con Bárbaro Morejón Herrera (jubilado del
MININT), su novio desde los 14 años: “¡oiga, de cuando rompíamos sillones y
teníamos que enamorar por lo menos cuatro años!” (sonríe y le mira, pues él ha
estado atento a la entrevista, incluso rectifica algunos acontecimientos,
fechas…) La delegación dos Manana Toro, del bloque 83, supo de sus sudores y
andares. Con el pequeño Daniel, de apenas 18 meses, recorría las zonas más
intrincadas de la comunidad. En esa etapa ocupaba la responsabilidad de Educación
y Salud.
“Caminábamos
largos trechos para entregar el caramelo vacuna antipolio a los niños,
visitábamos las casas, con vistas a apreciar la situación de las familias y la
incorporación de los muchachos a las escuelas, que no faltaran a clases (…)
También formé parte de las Patrullas Campesinas; algunas mujeres éramos
milicianas y junto a los hombres cuidábamos los cultivos, los animales, las
maquinarias y todo el poblado. (…) Ayudé en la construcción de la fábrica de
cemento; en innumerables movilizaciones agrícolas, limpia de caña, recogida de
papas, tomates y otras. En la construcción de las aceras de este poblado, de
consultorios del médico de la familia (…)”.
El intenso
calor de agosto nos “obligó” a trasladarnos hacia la terraza, un verdadero
jardín donde el verde se apodera del entorno. “Soy amante incansable de la
naturaleza, las plantas, las flores, aquí tengo mi pequeño tesoro”, comenta.
Recostada en
la hamaca narra sobre las labores en la Embajada de Cuba en Yugoslavia, a donde
fue de misión junto a su esposo e hijos. “Eso fue desde 1979 y hasta el 81. Había
nacido Dennis 3 años antes, y Daniel tenía 12. Imagínate en la sede diplomática
existía una delegación de la FMC, ¡enseguida formé parte de ella! Era algo así
como una guía, asistente de protocolo. Cuando llegaban cubanos los acompañaba
en los recorridos por la ciudad. Un día, salí con unos compatriotas acabados de
llegar a Belgrado, entre ellos viajaba Juan Hernández, el de la TV nacional. En
uno de los mercados me percaté que nos estaban siguiendo, mucha coincidencia,
la misma persona en todas partes e intentando acercarse; ¡siempre andaban
asediándonos!. Enseguida, y sin decirles nada, sugerí regresar. Paré un taxi y
nos fuimos. ¡Era cierto!, un auto negro permanecía detrás de nosotros”.
MI HIJO ANTONIO
“En ese ir y venir por las escuelas
llegué a la ‘Octavio García’. Un pequeño de unos 7 años se aferraba a mí. Vivía
en Guaos, allá frente a los almacenes de Acopio. Muchas veces lo encontraron
durmiendo sobre las pilas de caña. Tenía otros seis hermanos. Un día llamó un
vecino y comentó: ‘Hace dos meses el muchachito de la entrada no va a la
escuela’. También llamó una de las auxiliares pedagógicas. Decidí ir a su casa.
Cómo contarte lo que vi, fue muy duro apreciar tales condiciones. Me acerqué y
le pregunté: ¿No te gusta ir a la escuela? (otra vez las palabras
entrecortadas, un nudo en la garganta impide fluyan con facilidad. Decido
esperar unos minutos, sé cuánto la conmueve narrar la historia de Antonio
Valladares Cuéllar)
-¡Sí, me gusta, pero no tengo zapatos ni ropa
ni dinero para la guagua!
“Me miré en ese espejo; entonces me dije: ¡yo
tengo que hacer algo por él! Solo tenía 9 años. No era lo mismo educar que
reeducar, él andaba por ahí, con otros muchachos. Le propongo: “Mira, si tú
quieres de verdad ir a la escuela, ven mañana tempranito. Te voy a buscar
uniforme, libros (…). A las 6 y 30 a.m. unos toques en la puerta nos anunciaban
la vista de alguien. Era él, sucio, descalzo…
“Calenté agua, lo bañé, le di desayuno, lo
vestí con uno de los uniformes de Dennis, lo calcé; lo tomé por una de sus
manos; en la otra llevaba a mi hijo. Las personas miraban y opinaban: ¿Se volvió loca? En la
escuelita primaria del pueblo hablé con la maestra Gladys y lo recibió. Estaba
bastante atrasado en cuanto a los contenidos, pero todo el mundo hizo un
esfuerzo para sacarlo adelante. Desde ese día vive conmigo, es mi hijo
adoptivo. Nunca vinieron a preguntar por él ni lo reclamaron. Hoy, con 37 años,
es oficial operativo de las Tropas Guardafronteras en Sancti Spíritus, se casó
y tiene una niña.
Zoraida guarda cada recorte de periódicos
donde refieren acerca de él, los reconocimientos alcanzados. Con orgullo habla de sus
tres hijos: Daniel, Dennis y Antonio.
Y QUÉ ES MI VIDA SIN ELLA…
Resulta plausible escucharla cuando comenta: “La FMC es mi vida. Formé parte del Comité Provincial de la organización desde el año 1984 y hasta el 2013. He sido muchos años secretaria general del bloque 83 (1981- 2002). Electa mejor trabajadora social voluntaria de la provincia (1988-89-90); participé, en 1993, en el VI Encuentro Internacional de Trabajo Social, Derechos Humanos, Integridad y Desarrollo, y asistí al V y VIII congresos de la Federación… En el V pude estrecharle la mano al Comandante en Jefe; no existen palabras capaces de reflejar la emoción sentida. Para mí, ser federada lo significa todo, junto a mis hijos y nietas, mi esposo, con el cual llevo toda una vida, 47 años, de trabajo con y para la Revolución”.
Atesora
distinciones como la 23 de Agosto, de la FMC y la 28 de Septiembre, de los CDR;
las medallas de la Alfabetización, y la Jesús Menéndez, de la CTC; los sellos conmemorativos por el 40 Aniversario de las
FAR y 20 años de Vigilancia Revolucionaria, y los de 5, 10, 15 y 20 años de
dirigente de la organización femenina; así como las monedas XXXV
aniversario del Poder Popular y la 40 Aniversario del 5 de
Septiembre.
Zory, como le llaman los más
cercanos, vive la dicha de disfrutar lo realizado y sus
palabras así lo reflejan. “Quiero volver atrás un momento y explicarte
una cosa. La mayoría de los casos tramitados eran jóvenes, abandonaban las
escuelas, sus padres venían a hablar conmigo y planteaban: ‘ay, Madre de las
Casas (por eso del Padre de…) necesito converses con el muchacho, se me va a
perder (…)’. Cuando me dicen en una guagua, un coche, un carro ¡¿te acuerdas
de…!? Son muchos, hoy hombres y mujeres de bien, profesionales, buenos padres,
ejemplos en el trabajo. Esa es mi recompensa por la faena realizada”.
Jubilada en
el 2000, de la Empresa Provincial de Acopio, supo destacarse y merecer
estímulos. “Allí fui la secretaria general del Buró Sindical primario”. También
administró justicia por espacio de 20 años, al intercambiar funciones como juez
lego.
Entre los planteamientos sometidos a debate durante
el IX Congreso de la FMC, destaca la necesidad de aumentar la incorporación
femenina en proyectos de prevención familiar y de enseñanza de valores éticos y
patrióticos. Por eso, ella no ceja en el empeño: “La prevención constituye una de las tareas que
expresa el humanismo del proyecto social cubano; no podemos cansarnos nunca”.
No sé cuánto
de cierto existe en la astrología. Esta extraordinaria mujer, o “caso
excepcional”, como la llamaría su esposo, nació un 24 de noviembre de 1946 bajo
la égida de Júpiter, regente de los sagitarios, quienes destacan por su
generosidad, optimismo y confianza. Así es Zoraida “¡mucha Zoraida!”, según los
habitantes de Guaos. Por eso la eligieron delegada de la circunscripción 58,
durante tres mandatos consecutivos (2002, 2005, y 2007) y presidenta del
Consejo Popular en el 2006. “Pensé que no lo haría bien; no obstante, lo
logré”.
Quise averiguar más, ese nombre suyo le viene
como anillo al dedo. Metafóricamente es interpretado como "la mujer que da
apoyo y sujeción, ofrece confianza y ayuda; a la vez, manifiesta comprensión
para los demás. Ama resolver los problemas ajenos y brindar su amistad”. ¿Lo
sabían acaso sus padres al bautizarla? ¿Previeron sus dotes de
humildad y respeto hacia los demás? Quizás…
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