Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

martes, 21 de abril de 2015

Una condesa en La Habana

  El ruido de La Habana no cesa: los autos, la gente; bullicio, movimiento. Vivimos en una ciudad movediza donde todo pasa a un ritmo voraz. Pero justo donde el Vedado se confunde con Centro Habana, donde colindan 27 e Infanta hay un pedazo de ciudad que el tiempo no pudo tocar.
  Allí, pareciera que son dos mundos: La Habana de afuera, la del ajetreo perpetuo, la que vivimos cada día; La Habana de adentro, la de la quietud sosegada, la que creía perdida en el pasado.
  Entro, y la atmósfera me transmite un sentimiento de separación temporal. Unos minutos antes, unos metros atrás, estaba segura de que corría el 2015; pero tras cruzar la puerta, la ampulosidad del ambiente, el estilo, la decoración; todo vetusto, todo en sepia, todo resueltamente alucinatorio, me hace cuestionar si también dentro de esta casa se vive el ahora porque tengo la impresión, la certeza, casi, de que quedó anclada en el pasado siglo.
  Creo reconocer a Portocarrero en uno de los cuadros del salón: el estilo, los colores vibrantes, la temática afrocubana. Una réplica, prejuzgo, pero se ven tan antiguos que dudo. Y me pasa lo mismo con Víctor Manuel, Peláez y Lam. Ella, sagaz y ágil, sin que yo hubiese declarado mi incertidumbre, me corrige: “Todos son originales”.

  De una lámpara Tiffani se escapa una luz discreta, nublada, con una luminosidad amarilla que vuelve todo bajo ella, que ya de por sí antiguo, más opaco, ajado: la cristalería, las colecciones de sellos y monedas, los vitrales, las cerámicas salidas de la mano de Amelia.
  Bajo la luz amarilla del salón transcurre nuestro diálogo. Conocí a Josefina el mismo día que cumplió 100 años. Toda una centuria, y no pierde la elegancia, la distinción, las poses de condesa.
  ¿Quién diría que en La Habana, ruidosa e inestable, marxista y laica, aún vive una mujer católica apostólica cuya familia heredó el título de Condes San Esteban del Cagnon?
  "En esta casa hay mucha historia",  me dice, y para dar fe de lo que cuenta señala textos donde aparece el nombre de su padre y una foto en la que viste como un mambí que combatió bajo las órdenes de Antonio Maceo. Un mambí que fue primer teniente de la gesta de 1895, y  a quien  la Corona Española retiró el título nobiliario por traición, por sumarse a la guerra de independencia, que era entonces la misma cosa.
  También me cuenta sobre su tía, quien sufrió uno de los crímenes más repugnantes de la colonia. “Lola, acuerdate de mí ", escribió Anacleto Bermúdez, uno de los ocho estudiantes de medicina fusilados, en su carta de despedida. Lola, la tía de Josefina, era la novia de Anacleto.
  “Siempre hemos sido muy cubanos. Por eso, nunca aceptamos el dominio español”, me cuenta la centenaria para explicar ese carácter contestatario que llevó a su padre a la manigua y a su tía a protestar contra los asesinatos.
  Mientras me habla, pienso que hubiese sido fabulosa como cronista social. Le regala vida a todo lo que cuenta: El Palacio de los gritos, los bailes de sociedad, el simbolismo sutil de la arquitectura. Nada de lo que cuenta le es ajeno, todo fue guardado por esos ojos  reflexivos que no se han entregado a la fatiga, y aún asombran.
  Ese día que cumplió 100 años, la celebración comenzó con una misa en su propia casa ―su madre fue una de las principales artífices de la iglesia Católica en la Cuba colonial―; Josefina es una creyente fiel, quizás por eso, ese día cubrió los cimientos de su cuello antiguo y surcado con una cadena de eslabón fino que soportaba una imagen de la virgen y un Cristo en la Cruz.
  “Yo creí en la Revolución, incluso antes del Primero de Enero, pero nunca abandoné la iglesia. Hasta ahora he sido revolucionaria y católica. No hay paradoja en ello”.
  Hoy en su casa hay más tránsito que el común. No es poca cosa cumplir diez veces, diez décadas. Hoy hay amigos, familia, pero normalmente solo son Josefina y Severino.
  Ella solo vive con él. Él la cuida, le toma la mano hasta que logra dormirse, una mano de 84 años que descansa cada noche sobre una de 100. Son dos ancianos que han estado siempre juntos, y hasta hoy aun cuidan el uno del otro.
  Severino  es un poco más ágil y vital que ella, quizás por los 16 calendarios de menos. Abre una vitrina e insiste en mostrarme los instantes que han guardado, porque el tiempo también puede guardarse. Creo. Por ejemplo: aunque corra el 2015, ellos conservan unos minutos de 1895, los conservan en una bala que traspasó el cuerpo del padre de   Josefina mientras estaba en la guerra, y junto a la bala un reloj de bolsillo, que producto al impacto, se detuvo justo cuando el proyectil atraviesa el cuerpo y el hombre cae. Mi reloj marca poco más de las 6:00 p.m.; el que sostiene   Severino, se detuvo a las 4:00. La diferencia entre ambos es de dos horas, por supuesto de dos horas y 120 años.
  Además del tiempo también han aprendido a preservar costumbres, gestos, palabras, ademanes, colores incluso.   Todo allí: la casa, ellos, la atmósfera... ya no tengo dudas de que pertenecen a otro siglo, de que se conjugan en pasado, de que encontraron alguna extraña manera, pero lograron no avanzar en el tiempo.
  Y es que todo aquí se presenta con tal textura onírica que sobrepasa mi capacidad de estupefacción.
  Conocí a Josefina el mismo día que cumplió 100 años. Si bien me cautivó el hecho de encontrar a una mujer con ascendencia noble y mambisa, con una formación católica y revolucionaria, de hallar un lugar que nada tiene que ver con la Cuba que conocemos sino con la que dejamos atrás. Josefina, la Condesa de San Esteban del Cagnon, me estaba dando una lección aún más valiosa: dos personas pueden estar 84 años juntas y seguir queriéndose y tomándose de la mano.
  Conocí a Josefina el mismo día que cumplió 100 años. Esa noche recuerdo que Severino le preguntó.
  ― Tía, ¿yo te quiero?
  ―Yo no sé si tú me quieres, pero yo te quiero desde que naciste. (Tomado de CubaSí / Claudia Padrón Cueto, estudiante de Periodismo)


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