Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

martes, 19 de mayo de 2015

José Martí: El sol vino a deshora



A propósito del 120 aniversario de la muerte de José Martí, el Héroe Nacional de Cuba

   La muerte no varía. En vida, todo parece susceptible al cambio. Pero llegado el momento de fallecer, no existe nada más. La única posibilidad que se abre es el recuerdo. Por eso el hombre teme tanto a la muerte, porque no la entiende, se rehúsa a comprender tal vacío, suyo y ajeno a la vez, que lo obliga a dormir sin remedio. Entonces,  pregunta así mismo sobre el hecho, ¿cómo será?; interroga a otros, lo anuncia… Y en las horas de entusiasmo, de necesidad, de fértil creación, viene el sol y lo apaga.

  Para José Martí la muerte figuraba un misterio. Digámoslo sin pena. Era para el héroe, que fue primero hombre, una preocupación constante, un motivo engarzado a su literatura. Basta asomarnos a la obra legada, para descubrir la dimensión de cuánto lo embargaba, al punto casi de la obsesión.

 Varios de sus versos sencillos traslucen la agonía del poeta, nos hacen partícipes de un debate intimista que no teme a esconder el hijo de Leonor y Mariano. Él lo ha dicho: “Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos.  
  A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores”.



Yo quiero salir del mundo

Por la puerta natural:

En un carro de hojas verdes

A morir me han de llevar



No me pongan en lo oscuro

A morir como un traidor:

¡Yo soy bueno, y como bueno

Moriré de cara al sol!



  Por supuesto, dicha visión, un tanto romántica, no solo guarda lazos afectivos con la búsqueda de la independencia de Cuba. Tiene mucho de sufrimiento personal. Recoge las nostalgias de un joven preso y desterrado, distanciado de su familia por una razón que él reconoció superior, la Patria, aun cuando el tono de ese compromiso fuera algo melancólico.

  En carta a la madre, el 15 de mayo de 1894, apuntaba: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas. (…) La muerte o el aislamiento serán mi premio único: —y si vivo, la autoridad de mi conciencia, en los rincones de la gente buena y el trabajo, de que podré sacar un migajón para mi hermana Carmen”.

  Puede ser difícil asimilar a un Martí ajeno a la felicidad, pero otra percepción sería injusta. Incluso, en cuestiones de amor, la perspectiva se vislumbra lúgubre, condición ligada, probablemente, a la frustración de sus relaciones de pareja. Ni siquiera el matrimonio con la camagüeyana Carmen Zayas Bazán prosperó, dado la prioridad que el esposo le otorgaba a la causa común de nuestra emancipación. No obstante, el matiz más sombrío surge en el poema La niña de Guatemala, dedicado a su alumna María García Granados, tras conocer la desaparición física de la muchacha.



Quiero, a la sombra de un ala,

Contar este cuento en flor:

La niña de Guatemala,

La que se murió de amor



Eran de lirios los ramos

Y la orlas de reseda

Y de jazmín: la enterramos

En una caja de seda.



  El enfoque martiano sobre la muerte signa también buena parte de los contenidos de la revista La Edad de Oro. Los dos príncipes, Dos milagros, El camarón encantado…, nos permiten alcanzar una idea sobre cómo el autor concibe este tema para los niños. De manera especial, destaca el relato Nené traviesa, desprovisto de un matiz luctuoso.

  “Y dime papá, le preguntó Nené: ¿por qué ponen las casas de los muertos tan tristes? Si yo muero, yo no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen la música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul”.

  Similar cauce recorren las epístolas enviadas por el Apóstol a su ahijada María Mantilla. En misiva fechada  el 9 de abril de 1895, de lleno en los avatares de la Guerra Necesaria, señalaba: “Deja atrás el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, el libro que te pido —sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres”.

  En el contexto de la nueva campaña por la liberación de la Isla, era natural que las dudas de Martí respecto a la muerte tomaran protagonismo en su proyección, al existir una posibilidad real y cercana. De ahí deriva la famosa carta al amigo Manuel Mercado, redactada un día antes de caer en combate.

  “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.

  Al día siguiente, el 19 de mayo de 1895, en una pequeña sabana entre los ríos Cauto y Contramaestre, en Dos Ríos, resulta derribado por una columna española. Las balas del enemigo le atravesaron el pecho, corrompieron el rostro. Lo hicieron en el momento más inoportuno, cuando la Revolución no aguantaba su ausencia.

  Quizás para algunos el punto de vista argumentado quebrante un poco el paradigma construido en torno a nuestro Héroe Nacional, sin considerar cuánto de humanismo, de carne y hueso, nos confirman esos sentimientos de desasosiego y angustia advertidos en su aproximación como intelectual a la muerte. Con las piedras no tiene el sol la oportunidad de llegar a deshora. (Roberto Alfonso Lara, periodista del semanario CINCO de Septiembre, Cienfuegos)  

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