Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Con el perdón de Darwin


Por Mercedes Caro Nodarse

 
Ilustración: Arí.
En este mundo capaz de desvalorizarse en el día a día, plagado de violencia, indisciplinas sociales y mucho irrespeto hacia el prójimo, ya no sabemos definir si estamos en la época de las cavernas o si se produjo la evolución inversa del hombre a mono, con el perdón de Darwin y su teoría.

  La “¿amistad?” —así entre comillas e interrogantes, porque se convierte en una distorsión social de sus esencias— no puede trastocar la pureza de su inocencia y de sus formas, para subvertir los valores éticos y de sensibilidad comunitarios. Quizá esa es la razón por la cual las personas sientan pavor de hacer valer sus derechos ante aquellos que creen poder hacer “lo que se les da la gana”.

  Un pánico amparado en el desprecio a las formas —de la cual alardean aquellos infractores, y eso constituye lo peor—, a la falta de respeto a la figura de la autoridad en cada una de sus variantes, a los principios constitucionales, a la legalidad; signo inequívoco, una vez más, de una educación y una moral individual (aunque como diría mi abuela Aurora, ¡gracias a Dios! no colectiva), que andan por los suelos.

Involución eso es lo que ocurre. Muchas expresiones como por favor, gracias, perdón, disculpe… han caído en saco roto. ¿Olvidadas? ¡No!, más bien depreciadas.   En el ¿mejor-peor? de los casos, sustituidas por otras frases soeces, gestos obscenos y ¿malas costumbres?

  Entre las protervas prácticas —más bien contravenciones convertidas en hábito— está el “poner” música a todo volumen, con amplificadores de sonido en la acera y micrófonos abiertos para el karaoke familiar, sin importar la anciana enferma, el esposo agonizante de la vecina, el chico que no puede dormir y tiene que ir temprano a la escuela, o aquel, que desea ver el noticiero, la novela o lo que se le antoje… Todos invitados a un convite indeseado.

  La Policía Nacional Revolucionaria (PNR), en cumplimiento de la Instrucción No. 1 de 2010, de la Dirección Nacional del órgano, otorga los permisos para las ¡¡¡fiestas particulares en el domicilio!!! y no para invadir la vía pública ni la tranquilidad ciudadana. Con esta disposición, tratan de colocarle el punto a las íes, por lo molesto e irritante de ciertas prácticas en dichas celebraciones, muchas de las cuales sin motivo alguno, y casi siempre con un conocido final: el de la fiesta del Guatao.

  El Decreto 141, de 24 de marzo de 1998, sobre Contravenciones del Orden Interior, en su artículo 1, inciso h, establece que quien, y cito: “celebre fiestas en su domicilio después de la una de la madrugada perturbando la tranquilidad de los vecinos, sin permiso de la autoridad competente, será multado e incluso podrían aplicársele las medidas señaladas para cada caso, como el decomiso de los equipos electrónicos”.

  En varios artículos publicados en este mismo semanario hemos abordado acerca de las disposiciones legales establecidas en el país, con el propósito de sancionar a los infractores. Sin embargo, la gritería vecinal, la música trastornada y trastornadora desde horas tempranas del día y hasta la madrugada, tanto en viviendas como en establecimientos gastronómicos, turísticos o pseudoculturales, pulula a la vera de todos aquellos encargados de velar por el irrestricto cumplimiento de las normas legisladas.

  Nadie puede negar cómo este enemigo omnipresente de la sociedad, continúa creciendo. Los mil sonidos escapados al ambiente conforman una sinfonía diabólica para los oídos, y muy particularmente a la paz mental. Tal fenómeno merece catalogarse de contravención; por ello debe actuarse como lo establece la ley y aplicarse las sanciones previstas, con el fin de salvaguardar el medioambiente, la convivencia y la salud.
  La humanidad carece hoy de una cultura del silencio, quizás, porque las últimas generaciones nacieron y desde la cuna fueron arrullados con el ruido de su entorno.   Por tanto, si no se toma conciencia sobre el asunto y no existe voluntad de hacerle frente con medidas efectivas, el agente perturbador, indeseable, molesto y hasta mortal, nos doblegará.

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