Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Guillerma, ¡te vamos a extrañar!



El pasado 14 de marzo de 2017, Guillermina Jiménez Ventura recibía el Premio Provincial de Periodismo por la Obra de la Vida Antonio Hurtado del Valle

Por Mercedes Caro Nodarse


  Solo tú Guillerma (Guillermina Jiménez Ventura), porque eres (nunca serás eras) única podías lograr que el cementerio Tomás Acea no cerrara a su hora habitual. Para quienes te acompañamos en tu último adiós, dejar que la noche se adueñara de ti y de tu cuerpo, y de todas tus cosas, resultó una experiencia inolvidable, nunca antes habíamos estado en un sepelio nocturno; pero es que tú eres así, tan preocupada como siempre, no quisiste que pasáramos "una mala noche" y nos hiciste mover "cielo y tierra", pedir permisos y lograrlos, porque se tratada de ti.

 Hace apenas una hora (6:30 p.m. del 19 de diciembre de 2017) te dejamos en el campo santo. Y ya extrañamos tus llamadas; esas que nunca faltaron cuando alguien estaba enfermo, un familiar nuestro o nosotros mismos. Ahora, quién se interesará por mí, o por mi mami, o por mi hijo, o por mis nietas... cuando solo nos duela una muela, o simplemente una uña del pie...; sí, así mismo, porque tan solo teníamos que sentirnos una leve molestia para que tú nos llamaras, aconsejaras, ofrecieras tus servicios, tu ayuda...

  Miro hoy a tu estación de trabajo y te busco. No puedo comprender que nunca más estarás ahí sentada, leyéndonos algunos de los mensajes que recibías en Facebook, o la noticia de última hora; el parte meteorológico cuando nos amenazaban los huracanes, el terremoto de Ecuador o el de otro sitio, que si un tiroteo en una escuela, que hay muertos, que el mundo está patas pa'rriba..., o buscando los resúmenes de la Mesa redonda.

   Ay, Guillerma, no cabe duda alguna, te vamos a extrañar.


Crónica para que la Guille la corrija



Por Francisco G. Navarro



  Un día perdido en el calendario lejano de 1984 ella subió los 33 peldaños marmóreos que conducían a la vieja redacción del “5” en la calle Gacel y firmó un contrato de trabajo.

  Pensó que aquello de correctora sería una estación de tránsito en su expediente laboral, donde ya habitaban cítricos sembrados en Isla de Pinos, cañas de los Diez Millones pesadas en el antiguo central Cunagua, y magisterios diseminados en las rojas tierras de Yaguaramas.

  Pero pasarían tantos años como escalones trepados aquella primera vez, cuando el olor de la tinta fresca debió enamorarla, y allá quien se atreva a calcular aunque sea por arribita las miles de cuartillas, mecanografiadas a porrazos de Robotron o a puro Word, que sus pupilas llenas de tanta campiña, escrutaron mañana, tarde, noche y madrugada.

  La guajirita de Melones, allá por donde Ciego Montero intercambiaba viandas y canturías con el central Hormiguero, supo hacerse a sí misma, /woman by herself/ dirían los pragmáticos americanos del norte, en medio de los golpes y las palmadas al hombro, de las trampas y las rampas que la universidad de la vida reparte a troche y moche antes de colocar su birrete sobre la testa de los elegidos.

Al salir a explorar los misterios de la existencia mundana ya cargaba en el jolongo aquellos valores antiguos que con rigor tributaba la crianza en un bohío cubano. En esos rudos cimientos cognoscitivos debió florecer su manera de interesarse perennemente por el prójimo, de alentar, aconsejar, y si fuera necesario criticar con la blandura de un flan de caramelo.

  Muchos comentábamos que se iba a morir en la Redacción, como soldado al pie de su pieza artillera. Y la profecía estuvo próxima a los linderos del cumplimiento.

  Cuando el manto de la joven noche del martes amparaba tanto espíritu congregado en la majestuosidad del “Tomás Acea”, y entre una amalgama de lámparas recargables, perfume de pétalos y humedades oculares, depositamos lo que tras un cuatrienio de cruenta lucha el cáncer había dejado de su cuerpo en el sepulcro. El mismo hasta donde siete diciembres antes ella acompañó a Enrique.

  Unas palabras improvisadas le dieron el adiós solicitado en un acto de última voluntad, para el cual no necesitó de notario ni legajos calzados con sellos del timbre.

  Quien las dijo quizá temió que la Guille le cazara su último gazapo.


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