Por
Mercedes CARO NODARSE
La sensación que parece caracterizar al “casi” recién estrenado
siglo XXI es la de la duda o peor aún la de la incertidumbre. Los medios de
comunicación difunden día a día los horrores de las guerras en diferentes
sitios del planeta; la red de redes aumenta sus hipervínculos y tentáculos
haciendo la vida cotidiana rápida y
truculenta; los artistas de la plástica plasman en sus lienzos la teoría del
caos y los escritores de mejor pluma nos impulsan a pensar en una Alicia que no
requiere introducirse en el espejo para ver el mundo al revés (Eduardo Galeano).
Y dentro de ese mundo capaz de desvalorizarse
en el día a día, plagado de violencia e indisciplinas sociales, le damos la
razón a Darwin, quien se empeñó en demostrar cómo los improperios se encuentran
a medio camino entre el gruñido de los simios y el lenguaje humano y están
comprobadamente localizados en la parte más primitiva del cerebro. Entonces,
¿constituyen el síndrome del siglo actual? Tal vez, la herencia del anterior,
porque el problema no es nuevo.