Por
Mercedes CARO NODARSE
La sensación que parece caracterizar al “casi” recién estrenado
siglo XXI es la de la duda o peor aún la de la incertidumbre. Los medios de
comunicación difunden día a día los horrores de las guerras en diferentes
sitios del planeta; la red de redes aumenta sus hipervínculos y tentáculos
haciendo la vida cotidiana rápida y
truculenta; los artistas de la plástica plasman en sus lienzos la teoría del
caos y los escritores de mejor pluma nos impulsan a pensar en una Alicia que no
requiere introducirse en el espejo para ver el mundo al revés (Eduardo Galeano).
Y dentro de ese mundo capaz de desvalorizarse
en el día a día, plagado de violencia e indisciplinas sociales, le damos la
razón a Darwin, quien se empeñó en demostrar cómo los improperios se encuentran
a medio camino entre el gruñido de los simios y el lenguaje humano y están
comprobadamente localizados en la parte más primitiva del cerebro. Entonces,
¿constituyen el síndrome del siglo actual? Tal vez, la herencia del anterior,
porque el problema no es nuevo.
Si bien es cierto que después de un
martillazo, golpe, caída… resulta prácticamente imposible quedarse en silencio
—lo más común lo constituye proferir ‘’una palabrota’’ de mayor o menor calibre
(o al menos, pensarla)—, en la actualidad se expresan ante cualquier situación
y escenario: escuela, centro laboral, hospitales, comercios, ómnibus,
domicilio..., sin importar quiénes “deben-tienen” que escucharlas y hasta
“tragárselas” de golpe y porrazo en aras de evitar un ring de boxeo con
aquellos indolentes e irrespetuosos seres, con los cuales no nos queda otro
remedio que “con (mal) vivir”.
No pocas personas sienten pavor de hacer
valer sus derechos ante esos hablantes del tú y del tío(a), puro(a)... Un
pánico amparado en el desprecio a las formas de la cual alardean, en la falta
de respeto a la figura de la autoridad en cada una de sus variantes, a los
principios constitucionales, signo inequívoco una vez más de una educación y
una moral individual que está por los suelos.
El periodista, columnista y escritor español
Alfonso Ussía, en su Tratado de las buenas maneras sentenciaba: “la peor plaga
que padece hoy la humanidad es la grosería” y es porque todo vale y
erróneamente para muchos es signo de ser guay, moderno… Sin duda alguna, el
nivel de instrucción ayuda a que las personas tengan una mejor educación
formal, pero eso no se ubica en una relación lineal, pues el comportamiento
cívico, el uso del lenguaje adecuado, el respeto a las normas de convivencia,
muestran el nivel de educación de los ciudadanos y no su nivel de instrucción.
Profesionales, obreros; estudiantes,
maestros, jefes, subordinados, padres, hijos, han establecido el empleo desproporcionado
de las palabras soeces como un código de entendimiento, canalizando
inquietudes, dolores, frustraciones o rabias. Incluso, existen individuos que
en un mismo sintagma son capaces de sustituir sustantivos, adjetivos o
adverbios por tales “palabritas”.
¿Qué hacer? Debatir, discutir, pero de manera
permanente en todos los ámbitos de la sociedad, sin los cuales es imposible
crear conciencia de la realidad y sus consecuencias presentes y futuras; buscar
las mejores soluciones acerca de este asunto y señalar para mirarnos nosotros
mismos. Pero no se puede esperar por las calendas griegas, el tema ya no aguanta
más. Aquí no caben consignas ni metas, sino obras; elevarnos como personas de
bien y por el bien.
No es solo “cogiendo al toro por los
cuernos”, tal cual se plantea en una expresión muy castiza, como lo
resolveremos todo, pues la crisis en la educación formal y el inadecuado
comportamiento social, no es un problema exclusivo de la generación actual. En
el proceso de organización de la vida cotidiana, surgen normas de coexistencia
social las cuales pasan de una a otra, por ello la “mala formación” adquirió un
tamaño insospechado. ¿Oculto tras las puertas? No. Ahí, palpable, público…, sin
que a nadie le asombrara o le causara preocupación.
¿Cuántos comentarios o artículos han sido
escritos acerca de tal problemática? Incontables. Esta misma reportera recuerda
haber publicado algunos. ¿Quién se dolió con ello? Todavía espero respuesta.
Las personas de mayor edad recuerdan una
asignatura impartida en los centros docentes: Cívica, algo relegada en los
programas educacionales (creo se imparte solo en la primaria). Quizá sea ya la hora
de comenzar a enseñar civismo, no solo en el ámbito patriótico, sino con un
marcado interés de urbanidad para convertirnos en mejores ciudadanos del
mañana.
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