Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Improperios: entre el gruñido de los simios y el lenguaje humano



Por Mercedes CARO NODARSE

  La sensación que parece caracterizar al “casi” recién estrenado siglo XXI es la de la duda o peor aún la de la incertidumbre. Los medios de comunicación difunden día a día los horrores de las guerras en diferentes sitios del planeta; la red de redes aumenta sus hipervínculos y tentáculos haciendo la vida cotidiana  rápida y truculenta; los artistas de la plástica plasman en sus lienzos la teoría del caos y los escritores de mejor pluma nos impulsan a pensar en una Alicia que no requiere introducirse en el espejo para ver el mundo al revés (Eduardo Galeano).
  Y dentro de ese mundo capaz de desvalorizarse en el día a día, plagado de violencia e indisciplinas sociales, le damos la razón a Darwin, quien se empeñó en demostrar cómo los improperios se encuentran a medio camino entre el gruñido de los simios y el lenguaje humano y están comprobadamente localizados en la parte más primitiva del cerebro. Entonces, ¿constituyen el síndrome del siglo actual? Tal vez, la herencia del anterior, porque el problema no es nuevo.

  Si bien es cierto que después de un martillazo, golpe, caída… resulta prácticamente imposible quedarse en silencio —lo más común lo constituye proferir ‘’una palabrota’’ de mayor o menor calibre (o al menos, pensarla)—, en la actualidad se expresan ante cualquier situación y escenario: escuela, centro laboral, hospitales, comercios, ómnibus, domicilio..., sin importar quiénes “deben-tienen” que escucharlas y hasta “tragárselas” de golpe y porrazo en aras de evitar un ring de boxeo con aquellos indolentes e irrespetuosos seres, con los cuales no nos queda otro remedio que “con (mal) vivir”.
  No pocas personas sienten pavor de hacer valer sus derechos ante esos hablantes del tú y del tío(a), puro(a)... Un pánico amparado en el desprecio a las formas de la cual alardean, en la falta de respeto a la figura de la autoridad en cada una de sus variantes, a los principios constitucionales, signo inequívoco una vez más de una educación y una moral individual que está por los suelos.
  El periodista, columnista y escritor español Alfonso Ussía, en su Tratado de las buenas maneras sentenciaba: “la peor plaga que padece hoy la humanidad es la grosería” y es porque todo vale y erróneamente para muchos es signo de ser guay, moderno… Sin duda alguna, el nivel de instrucción ayuda a que las personas tengan una mejor educación formal, pero eso no se ubica en una relación lineal, pues el comportamiento cívico, el uso del lenguaje adecuado, el respeto a las normas de convivencia, muestran el nivel de educación de los ciudadanos y no su nivel de instrucción.
  Profesionales, obreros; estudiantes, maestros, jefes, subordinados, padres, hijos, han establecido el empleo desproporcionado de las palabras soeces como un código de entendimiento, canalizando inquietudes, dolores, frustraciones o rabias. Incluso, existen individuos que en un mismo sintagma son capaces de sustituir sustantivos, adjetivos o adverbios por tales “palabritas”.
  ¿Qué hacer? Debatir, discutir, pero de manera permanente en todos los ámbitos de la sociedad, sin los cuales es imposible crear conciencia de la realidad y sus consecuencias presentes y futuras; buscar las mejores soluciones acerca de este asunto y señalar para mirarnos nosotros mismos. Pero no se puede esperar por las calendas griegas, el tema ya no aguanta más. Aquí no caben consignas ni metas, sino obras; elevarnos como personas de bien y por el bien.
  No es solo “cogiendo al toro por los cuernos”, tal cual se plantea en una expresión muy castiza, como lo resolveremos todo, pues la crisis en la educación formal y el inadecuado comportamiento social, no es un problema exclusivo de la generación actual. En el proceso de organización de la vida cotidiana, surgen normas de coexistencia social las cuales pasan de una a otra, por ello la “mala formación” adquirió un tamaño insospechado. ¿Oculto tras las puertas? No. Ahí, palpable, público…, sin que a nadie le asombrara o le causara preocupación.
  ¿Cuántos comentarios o artículos han sido escritos acerca de tal problemática? Incontables. Esta misma reportera recuerda haber publicado algunos. ¿Quién se dolió con ello? Todavía espero respuesta.
  Las personas de mayor edad recuerdan una asignatura impartida en los centros docentes: Cívica, algo relegada en los programas educacionales (creo se imparte solo en la primaria). Quizá sea ya la hora de comenzar a enseñar civismo, no solo en el ámbito patriótico, sino con un marcado interés de urbanidad para convertirnos en mejores ciudadanos del mañana.



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