Por Mercedes CARO
NODARSE
Son las esquinas espacios donde convergen
calles y avenidas de cualquier sitio de la ciudad; resultan preferidas por
muchos, ya sea para debatir sobre un juego de pelota o fútbol, jugar dominó
bajo la lámpara del poste eléctrico…, constituyen, en fin, lugares bulliciosos
y de significativa concurrencia, en las cuales tramitan las más insólitas
cuestiones de la vida real y hasta “del más allá”.
Pero las de hoy apenas nos sirven. Ya los niños
del barrio no juegan en ellas “a la rueda, rueda de pan y canela”; ni a
"cuántos panes hay en el horno…”, ni a la gallinita ciega, alrededor del poste. Han
sido invadidas por abundantes aguas negras, pestilentes, desbordantes; llenas
de basuras —dejadas allí por indolentes—, cubiertas de escombros, o con los
canales repletos de cuanta cosa inservible existe y es lanzada a la calle sin
la menor “piedad”, obstruyendo la salida de las aguas pluviales.
Sin embargo, existen voluntades que se unen,
a veces, con el fin de rescatarlas. Planteamientos históricos, en decenas de
asambleas de rendición de cuentas del delegado a sus electores, logran
“resolverse”, aunque sea a medias.
Eso hicieron mis vecinos Pedro y Marcos, una
de estas tardes, cansados ya de tanta impericia, sobre todo de aquellos
destinados a destupir y limpiar tragantes. Ellos, utilizando palas sacaron de
la intersección de 33 y 66 en Cienfuegos, cerca de un metro de “arenas” oscuras, pomos
plásticos, palanganas desfondadas, jabas de nailon, en fin, desechos de todo
tipo, y en menos de un chasquido de dedos, quedó evacuada la acumulación de tan
abominable líquido apestoso.
También las esquinas están oscuras desde hace
muchos años, por la falta de un foco, bombilla o como prefiera llamarles; o
están ocupadas hasta altas horas de la madrugada —incluso amanecen ahí— por
borrachos, indecentes y desocupados en su gran mayoría, quienes gritan a
“diestra y siniestra”, cualquier tipo de palabrotas, no aptas para ninguna edad
ni sexo; o la “pu….” de la zona decidió “anclar” en el quicio de “alguien” con
“alguien”, mostrando la mayor impudicia.
Una verdadera desfachatez y falta de respeto a
sus congéneres. En la noche las voces se escuchan más altas, dado por el propio
silencio de la ciudad y sus habitantes, aquellos que descansan porque al otro
día deben partir a laborar o atender las faenas domésticas.
Hace unos días mi vecina Laisa le pidió a uno
de estos “personajillos” —admiradores del alcohol barato, vendido ilegalmente
en domicilios cercanos a sus “campamentos” nocturnos— que se callara o hablara
más bajo, y raudo contestó: “¡son las 6 de la mañana!”. ¡Sí era cierto!, pero
allí, en ese mismo lugar, apoyado en la ventana donde conversaba sin parar con
un semejante, descansan dos ancianos enfermos, de 88 años.
Continuar pasivos, permisivos, paternalistas
ante quienes así actúan nos convierte en cómplices de tales manifestaciones,
por ello los vecinos afectados suelen pedir “ayuda” y acciones concretas de los
organismos e instituciones existentes —entiéndase recorridos nocturnos de las
patrullas de la PNR por los barrios. Sólo así decidirán cooperar, pues como
exponen “con la oscuridad de las calles resulta imposible hacerlo sin
respaldo”, a la vez que condicionan la realización de la guardia cederista a estos
aspectos.
Esta ciudad siempre se distinguió por su
higiene y el porte de la gente, no por gusto nos han tildado de “orgullosos”. Rescatar
las buenas costumbres, el respeto a los demás; hacer más placentera la
convivencia vecinal, velar por que nadie nos empañe el esplendor, así como
evitar la indolencia de aquellos decididos a quebrantar lo dispuesto en
legislaciones, decretos, resoluciones…
Recuperar las esquinas deberá constituir
desde ya, el reto de los pobladores de esta ciudad, para que las mismas vuelvan
a convertirse en verbos de las “tribunas” de la calle, donde los amantes alcancen
a robarse un beso, los conferencistas de todo y conocedores de casi nada
tertulien con comedimiento. Entonces lograremos atrapar ese latir de lo
cotidiano, porque ellas son grandes ajiacos humanos, en las cuales, con cierta
exactitud, se puede palpar la vida.
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