Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Las esquinas y el latir de la cotidianidad



Por Mercedes CARO NODARSE

  Son las esquinas espacios donde convergen calles y avenidas de cualquier sitio de la ciudad; resultan preferidas por muchos, ya sea para debatir sobre un juego de pelota o fútbol, jugar dominó bajo la lámpara del poste eléctrico…, constituyen, en fin, lugares bulliciosos y de significativa concurrencia, en las cuales tramitan las más insólitas cuestiones de la vida real y hasta “del más allá”.
  Pero las de hoy apenas nos sirven. Ya los niños del barrio no juegan en ellas “a la rueda, rueda de pan y canela”; ni a "cuántos panes hay en el horno…”, ni a la gallinita ciega, alrededor del poste. Han sido invadidas por abundantes aguas negras, pestilentes, desbordantes; llenas de basuras —dejadas allí por indolentes—, cubiertas de escombros, o con los canales repletos de cuanta cosa inservible existe y es lanzada a la calle sin la menor “piedad”, obstruyendo la salida de las aguas pluviales.
  Sin embargo, existen voluntades que se unen, a veces, con el fin de rescatarlas. Planteamientos históricos, en decenas de asambleas de rendición de cuentas del delegado a sus electores, logran “resolverse”, aunque sea a medias.

  Eso hicieron mis vecinos Pedro y Marcos, una de estas tardes, cansados ya de tanta impericia, sobre todo de aquellos destinados a destupir y limpiar tragantes. Ellos, utilizando palas sacaron de la intersección de 33 y 66 en Cienfuegos, cerca de un metro de “arenas” oscuras, pomos plásticos, palanganas desfondadas, jabas de nailon, en fin, desechos de todo tipo, y en menos de un chasquido de dedos, quedó evacuada la acumulación de tan abominable líquido apestoso.
  También las esquinas están oscuras desde hace muchos años, por la falta de un foco, bombilla o como prefiera llamarles; o están ocupadas hasta altas horas de la madrugada —incluso amanecen ahí— por borrachos, indecentes y desocupados en su gran mayoría, quienes gritan a “diestra y siniestra”, cualquier tipo de palabrotas, no aptas para ninguna edad ni sexo; o la “pu….” de la zona decidió “anclar” en el quicio de “alguien” con “alguien”, mostrando la mayor impudicia.
  Una verdadera desfachatez y falta de respeto a sus congéneres. En la noche las voces se escuchan más altas, dado por el propio silencio de la ciudad y sus habitantes, aquellos que descansan porque al otro día deben partir a laborar o atender las faenas domésticas.
  Hace unos días mi vecina Laisa le pidió a uno de estos “personajillos” —admiradores del alcohol barato, vendido ilegalmente en domicilios cercanos a sus “campamentos” nocturnos— que se callara o hablara más bajo, y raudo contestó: “¡son las 6 de la mañana!”. ¡Sí era cierto!, pero allí, en ese mismo lugar, apoyado en la ventana donde conversaba sin parar con un semejante, descansan dos ancianos enfermos, de 88 años.
  Continuar pasivos, permisivos, paternalistas ante quienes así actúan nos convierte en cómplices de tales manifestaciones, por ello los vecinos afectados suelen pedir “ayuda” y acciones concretas de los organismos e instituciones existentes —entiéndase recorridos nocturnos de las patrullas de la PNR por los barrios. Sólo así decidirán cooperar, pues como exponen “con la oscuridad de las calles resulta imposible hacerlo sin respaldo”, a la vez que condicionan la realización de la guardia cederista a estos aspectos.
  Esta ciudad siempre se distinguió por su higiene y el porte de la gente, no por gusto nos han tildado de “orgullosos”. Rescatar las buenas costumbres, el respeto a los demás; hacer más placentera la convivencia vecinal, velar por que nadie nos empañe el esplendor, así como evitar la indolencia de aquellos decididos a quebrantar lo dispuesto en legislaciones, decretos, resoluciones…
  Recuperar las esquinas deberá constituir desde ya, el reto de los pobladores de esta ciudad, para que las mismas vuelvan a convertirse en verbos de las “tribunas” de la calle, donde los amantes alcancen a robarse un beso, los conferencistas de todo y conocedores de casi nada tertulien con comedimiento. Entonces lograremos atrapar ese latir de lo cotidiano, porque ellas son grandes ajiacos humanos, en las cuales, con cierta exactitud, se puede palpar la vida.

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