El 6 de octubre de 1976, un avión de Cubana de Aviación estallaba en pleno vuelo;
le arrebataban la vida a 73 personas, entre ellas el equipo juvenil de esgrima de Cuba, ganadores del Campeonato Centroamericano de la especialidad. Mi entrevistado,
Camilo Rojo Álvarez, es uno de aquellos 25 niños que quedaron huérfanos por el vil crimen.
La pequeña Camila mira hacia el horizonte en busca de lo perdido; recuerda el perenne dolor en el rostro del ser amado. Él, de rodillas en la arena la contempla. De súbito, sale a su encuentro: “Papi, ¿tú dijiste que de mi abuelo estaba en el mar?”; sorprendido la estrecha fuerte sobre el pecho. “No llores, papito, abuelo está aquí con nosotros, abrazándonos".
Y las diminutas manos le acarician hasta enjugar las lágrimas del recio hombre, quien lleva como patronímico el de un valeroso comandante, el Héroe de Yaguajay.
Y las diminutas manos le acarician hasta enjugar las lágrimas del recio hombre, quien lleva como patronímico el de un valeroso comandante, el Héroe de Yaguajay.
Camilo Rojo Álvarez, quien encabeza el Comité de Familiares de las Víctimas de Barbados fue uno de los 25 niños que quedaron huérfanos aquel siniestro día de octubre. El horrendo crimen aún vibra en el corazón de los cubanos.
Aquel 6 de octubre de 1976 un pueblo viril gimió por la injusticia. El CU-455 de Cubana de Aviación, estallaba en pleno vuelo, dejando atónitos a los bañistas que disfrutaban las apacibles playas de Barbados. Cuatro individuos de la peor calaña concibieron y ejecutaron el monstruoso acto sobre los 73 pasajeros civiles: Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Freddy Lugo y Hernán Ricardo, todos bajo el conocimiento y la protección de la CIA norteamericana y la Casa Blanca.
“Tenía sólo cinco años, y estaba en la escuela jugando con unas figuras geométricas cuando mi hermana entró al aula con un periódico en la mano, entonces le dijo a mi maestra: ‘vengo a llevarme a Camilo, han matado a nuestro padre’. Ella estaba en sexto grado y tenía 10 años, mi otro hermano, Jesús, sólo seis”.
El pequeño infante nada sabía de la muerte, ni del significado de las palabras crimen o atentado. “En el camino hacia la casa, acompañado por mi mamá, hermanos y los compañeros de papi, advertía la tristeza. Sin embargo, me aferré a la idea de que él estaba vivo. Por varios años lo esperé. Al cumplir los 12, leí el libro acerca del macabro acontecimiento. No pude evitarlo más, el manto se descubrió ante mis ojos develándome la cruel verdad: mi papá estaba muerto, lo habían asesinado por órdenes de la CIA, a él y otras 72 personas, muchas de ellas jóvenes, pues venía todo el equipo juvenil de esgrima, orgullosos, con sus medallas de oro en el pecho”.
Así rememora Camilo el impacto del crimen cometido contra los inocentes viajeros de la aeronave cubana, donde pereció Jesús Rojo Quintana, funcionario de Cubana de Aviación, quien viajaba a bordo de la nave.
“Confieso que no lloré cuando me lo dijeron, pasaron unos días y mi madre nos llevó a la Plaza, donde estaban expuestos los cadáveres. Ese instante marcó mi vida: el llanto de las personas, las largas filas de hombres y mujeres en hermético silencio, la consternación en los rostros de muchos, la solidaridad de todo un pueblo.
“Mi madre, Asela Álvarez Díaz, jugó un papel primordial en nuestra educación. Siempre he dicho que si alguien tiene méritos es ella, por el rol desempeñado. Era una mujer joven con tres hijos. Valoro mucho la manera como logró guiarnos, encaminar nuestras vidas, integrarnos a la sociedad.
“Siempre estuve necesitado de la presencia de mi papá. Me privaron de su cariño y aún me duele su ausencia. Ahora lo comprendo bien, porque tengo hijos”, acota.
Hoy al joven abogado sólo le quedan vagos recuerdos de la imagen de su progenitor, aunque trata de atesorarlos dentro de su mente. “El terrorismo nos afecta a todos, nos despoja de lo más hermoso. Yo lucho porque no se cometan más actos violentos, para que una madre no pierda a su hijo, ni un hijo a su padre, o una mujer a su esposo o un esposo a su mujer.
“Por eso admiro a nuestros Cinco Héroes, presos en las cárceles norteamericanas; ellos han sacrificado sus vidas por proteger las nuestras. Si hombres como ellos, en el año 1976, hubieran estado cercanos a estos asesinos, mi padre estaría vivo”.
Vuelve Camila a la mar; el agua baña sus pies pequeños, voltea la cabeza y lo ve atento a cada detalle. Él reconoce cuán breve es el espacio en que su viejo no está, pues junto a los demás mártires de Barbados, han crecido en el corazón de los cubanos, clamando por la justicia.
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