La primera vez que lo visité, así, sin
conocerme se preparó para darme una función. Desde hacía años no disfrutaba
tanto de un espectáculo de títeres, y mucho menos uno especialmente para mí.
No le importó que su única espectadora fuera
a penas una joven de más de 20 años. De sus manos arrugadas me llevó a ese
pedacito del guiñol que conserva con celo en el segundo piso de su casa. Allí
juntos, jugamos a recordar, yo a mis años de infancia y él a sus primeros días
como titiritero.
Bastaron unos segundos para descubrir en
aquel cuarto ranas, payasos, negritos rumberos y por su puesto varias versiones
de Pelusín del Monte.
Aquella entrevista ha sido una de las mejores
de mi vida. No hubo una pregunta que no respondiera entre voces agudas o
graves, siempre con un muñeco entre las manos.
Para empezar Manuel de Jesús Ávila Núñez, para
todos Manolito, buscó a su títere más especial, ese que le ha acompañado por
más de medio siglo, desde que vio su plantilla en una revista mexicana. No sabe
por qué, ni como sucedió, pero aquel día se enamoró de la Vaca Queta, y con un
cuidado casi mágico, tal muñeco de papier maché se mantiene como entonces.
“Mis primeros muñecos fueron un perro de
fieltro y esta vaca, cuyos moldes encontré en la publicación “La Familia” editada en
México. Los hice en marzo de 1962 y mi tía María Delia me los ayudó a
confeccionar, pero el perro se perdió, solo queda Queta”.
Meses más tarde, en octubre, junto a las
artistas Yolanda Arce, María Figueroa, Ana María Pérez y Teresa Ávila, su
prima, que fungía como costurera y utilera, fundó el Teatro Guiñol de
Cienfuegos.
“El
primer escenario que tuvimos fue la sala de mi casa y la escenografía era la
caja de un refrigerador. Así montamos las obras La tiza mágica, Los dos
leñadores, Lolita vence al diablo y la Caperucita Roja”.
Con una facilidad impresionante deja a Queta
y en cada brazo pone dos nuevos títeres, así me cuenta la historia de otros dos
personajes con los que adora trabajar.
“Los hermanos Camejo me regalaron uno de los
primeros muñecos de Pelusín del Monte que tuve. Ese títere tradicional me gusta
usarlo mucho. En las funciones lo trabajo, junto a su abuela (que
lo consiente cantidad) y aprovecho y también incluyo a “Queta”.
Sin embargo, otros 67 muñecos integran la
colección de Manolito, lo mismo títeres de mano, de varilla y marionetas; y
aunque algunos animales están repetidos, cada uno tiene su propia historia.
Guardados en un estuche de nylon para que no
se empolven, Manolito tiene como costumbre examinarlos regularmente e incluso
hablarles.
“Cuando
se acerca una función les digo: Hoy van a trabajar tú y tú, así que prepárense,
y al terminar con ellos los reviso y los retoco si es necesario, porque con el
paso del tiempo se debilitan, sobre todo las marionetas”.
Para continuar su función me presenta al
chinito “Cham Pu” y a su mamá Juana “Quin Qué”. Desde el fondo, aún sin poder
descubrir el truco de cómo lo hizo, lo llama insistentemente la cotorra
chismosa.
“Además de mis muñecos, tengo mi
escenografía, un telón desarmable que es muy fácil de transportar, mi equipo de
audio y varios instrumentos para jugar con los niños”.
“Siempre
hago trabajos unipersonales y utilizo dos muñecos en cada obra. Sólo necesito
un asistente que me ayude a colocarme el guante. Y para el final siempre llevo
una marioneta”.
La nostalgia por aquellos días de trabajo en
el Guiñol de Cienfuegos es evidente en los ojos de Manolito. Sin embargo, no ha
dejado de trabajar a pesar de ya no actuar allí.
Siempre que alguna institución reclama sus
funciones, él, dispuesto, acude a hacer lo que mejor sabe: divertir a los
pequeños.
“Casi siempre me ayudan los instructores de
arte, quienes hacen de interlocutores entre el niño y el títere. Me gusta que
los infantes no sean simples espectadores, sino que canten, reciten, respondan
o hagan adivinanzas y por supuesto que le hablen al muñeco y lo vean como un
ser vivo”.
“Aunque
hace tiempo que no actúo en un teatro, prefiero el trabajo comunitario. Allí lo
mismo te encuentras a un niño de dos años que a uno de ochenta. Al final la
vida es un ciclo no?, y al final de esta volvemos a la infancia”.
Han pasado varios años y tal vez Manolito se
pregunte si aquellos estudios inconclusos en la especialidad de escenografía y
atrezzo, fue una “mala” jugada del destino. Aprendió entonces a hacer muñecos,
esos que aún continúa incrementando a su colección.
El más nuevo resalta tras el nylon por los
colores vivos de su vestuario. Ahora lo toma y desenreda los hilos: es una
hermosa marioneta.
“La realicé en septiembre de 2011 inspirado
en la actriz, cantante y bailarina Zenia Marabal. Esa marioneta es un homenaje
a ella y me gusta utilizarla mucho porque me recuerda a los artistas que en el
pasado siglo tenían que hacer de todo para buscarse cuatro pesos, además a los
niños les encanta”.
Tiene otros tres muñecos que aún no concluye,
porque quiere alcanzar la misma cifra de estos que de cumpleaños, algo así como
proporción mágica entre títeres y años de vida.
“Construí a Romerillo, que es la candela”,
-algo así como criado en ese barrio de La Habana-, pero aún le falta su vestuario que
normalmente hacía Delia. Y es que su tía con casi 90 años lo acompaña en sus
incursiones teatrales e historias de fantasía, pero a un paso más pausado.
Manolito tiene en su casa además un Centro de
documentación con numerosa información sobre la historia de los titiriteros en
Cuba; la trayectoria teatral de los Hermanos Camejo; libros, revistas cubanas y
extranjeras que abordan esos temas, así como también su carrera artística que
alcanza ya más de medio siglo.
“Cuando
veo cualquier dato interesante inmediatamente lo guardo, siempre estoy detrás
de nuevas informaciones o libros que se publican. Muchas personas han
encontrado acá bibliografía para tesis, o trabajos investigativos. Mis puertas
están abiertas a todo el que lo necesite”.
“A pesar de mis 74 años estoy como nunca”,-me
dice con el mismo ímpetu con que lo canta Eliades Ochoa. Me siento muy bien.
Tengo tres proyectos culturales en peñas habituales y recorridos por
comunidades”.
Mientras canta y hace sonidos de instrumentos
con su voz, mueve los brazos, las piernas y la cabeza de la marioneta que
manipula con sus manos. Hace una pequeña reverencia y se despide entonces de su
público que es apenas esta periodista. La entrevista ha terminado, pero aún no
acaba la función…. (Glenda Boza Ibarra)
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