Por Mercedes Caro Nodarse
Nada más y nada menos que 10.000 años no
separan de estos antiguos pobladores quienes ya miraban al cielo intentando
explicar qué era esa pelota blanca que aparecía sobre sus cabezas y cómo medir
el tiempo y las estaciones de la manera más acertada.
Hasta ahora se creía que los primeros
calendarios databan de hace unos 5.000 años y se encontraban en la zona de
Mesopotamia. Ahora, gracias al descubrimiento de Vince Gaffney, profesor de
arqueología de la Universidad de Birmingham, y su equipo, esta fecha se
remontaría 5.000 años atrás. Según el propio Gaffney, “este hallazgo significa
que los cazadores recolectores que vivían en Escocia tenían tanto la necesidad
como la sofisticación necesarias para medir el tiempo a través de los años”.
El sitio arqueológico, situado en Warren
Field, Crathes, al norte de Escocia, marca también la alineación en la salida
del sol del solsticio de invierno, lo que proporciona una corrección
astronómica anual de cara a mantener el vínculo entre el año solar, la luna y
las correspondientes estaciones.
Según Richard Bates, de la Universidad de St
Andrews, “este es el primer ejemplo de una estructura de este tipo y no hay
ningún sitio comparable conocido en Gran Bretaña y Europa”. Y es que, según
este mismo investigador, el hallazgo “demuestra la sofisticación de estas
primeras sociedades de cazadores recolectores que ya 10.000 años atrás
construían monumentos que les ayudaban a controlar el tiempo”.
El control del tiempo y de las estaciones era
crucial para la supervivencia de este tipo de sociedades tempranas, pues les
permitía conocer de qué alimentos dispondrían en los meses siguientes. Como
explica el propio Gaffney, estos antiguos pobladores “necesitaban tener en
cuenta las distintas temporadas para estar preparados para cuando ese recurso
alimenticio estuviera a mano, lo que da sentido a nuestra interpretación de este
sitio arqueológico como calendario estacional”.
Historia de los calendarios
Un calendario es un sistema de medida del
tiempo, establecido por la sociedad para las necesidades de la vida civil, con
la división por conveniencia del lapso en ciertos intervalos como son los días,
meses y años. Las divisiones de los calendarios se basan en los movimientos de
la Tierra y su consecuencia, que son las apariciones regulares del Sol y la
Luna.
La vida de la sociedad se ve influida
enormemente por la rotación de la Tierra, la cual provoca la sucesión de los
días y las noches, siendo ambas, en principio, de diferente duración. Ya en la
antigüedad, el hombre se dio cuenta de como a pesar de que los intervalos de
luz y de oscuridad eran de diferente duración (según las estaciones del año),
la suma de dos pausas consecutivas de luz y oscuridad daba prácticamente una
constante (hoy sabemos que no es estrictamente así debido a los fenómenos
astronómicos contemplados en la ecuación de tiempo). Así surgió la división básica
en todos los calendarios: el día, entendido éste como la agrupación de un
intervalo de oscuridad y otro de luz contiguos.
Según Aquilino Morcillo, la primera
referencia literaria al día, noche, mes y año, proviene del poema Gilgamesh,
escrita en caracteres cuneiformes y que narra las míticas aventuras de este
príncipe de la ciudad sumeria de Uruk, quien vivió sobre el año 2750 a. de C.
La escritura la habían inventado los sumerios sobre el 3300 a. de C.
Posteriormente, en la Biblia hay además referencias a la semana y a la hora, y
conocemos que los babilonios ya dividían el arco en grados y minutos.
La observación astronómica, en la cual los
primitivos poblados agrícolas eran maestros, tuvo una gran importancia, tal y
como nos muestran las reliquias megalíticas supervivientes de esos pueblos,
como las de Stonehenge en Inglaterra, empezado a construir hace 5000 años, las
pirámides egipcias, mayas y aztecas o el intihuatana inca de Machu Pichu.
En primer lugar, debe destacarse la razón de
ser de estas construcciones en su aplicación de calendarios, ya que un pueblo
agrícola sin escritura necesitó conocer con exactitud la duración del año y de
las estaciones, al objeto de prever labores tan vitales como la siembra y la
recolección, lo cual no es difícil: al observar el Sol en los equinoccios el
día tiene una duración igual a la noche en toda la Tierra (del 20 al 21 de
marzo y del 22 al 23 de septiembre), mientras que en los solsticios, las
duraciones del día son máximas respecto a las de la noche (21 al 22 de junio
para el hemisferio norte), o mínimas (21 al 22 de diciembre). La duración
exacta del día y la noche podía apreciarse por la posición de las estrellas en
el firmamento, pues existe un momento en el día en el cual las estrellas ocupan
cierta posición, al transcurrir exactamente un día sidéreo volverán a estar en
el mismo lugar; y para conocer la duración del día, los sumerios empleaban ya
en el 2025 a. de C. la sombra del gnomon, o barra clavada en el suelo.
Al contemplar la Luna, resulta fácil
comprobar que cada 29 días y medio (en números redondos, cada 30 días), existe
luna llena. A este período lo llamaron mes. Un año comprendía 12 períodos de
lunas llenas o meses, por lo que su duración era de 360 días. Aunque en
realidad era de algo más de 365 días, había cuatro días al año en los que debían
reajustar el calendario, por lo que el error estaba siempre bajo control. El
hecho de que los calendarios megalíticos prevean hasta la determinación exacta
de la fecha de los eclipses, mucho más de lo necesario para determinar los
ciclos estacionales agrícolas, es debido a que, al ligar la religión y los
dioses a los astros, los sacerdotes debían conocer cuándo se ocultaban o
manifestaban a los mortales, y cuál era el superior.
El periodo de tiempo que tarda la Tierra en
girar 360º sobre sí misma es lo que se conoce como día sidéreo, es el tiempo
que se tarda en volver a ver una estrella atravesando el meridiano del lugar.
Pero lo anterior no es aplicable al Sol, pues a lo largo de ese intervalo de
tiempo, la Tierra se ha movido apreciablemente en su trayectoria alrededor del
mismo, y éste tarda unos pocos minutos más que la duración del día sidéreo en
volver a atravesar de nuevo el meridiano del lugar. Las estrellas están
situadas a distancias enormemente mayores que el tamaño de la órbita de la
Tierra, lo que hace que aparezcan prácticamente en la misma dirección desde
cualquier punto de la órbita de ésta.
Se ha dividido (quizás de manera algo
arbitraria) el día medio en 24 intervalos idénticos llamados horas. Estas a su
vez se han dividido en 60 intervalos llamados minutos. A su vez éstos se
dividen en 60 segundos. Esta división, que probablemente no es la mejor desde
el punto de vista racional, se debe a la tradición histórica, y a pesar de los
grandes esfuerzos realizados por la Revolución Francesa para implantar el
sistema decimal y sustituir el sistema sexagesimal, actualmente todavía
persiste éste último, utilizándose aun en todas las ramas de la ciencia.
La cuestión es el por qué los sumerios, que
partían de un año de 360 días y un círculo de 360 grados, dividieron los días
en 12 horas dobles (24), la hora en 60 minutos, y muchos siglos después, el
minuto se dividió en 60 segundos, la respuesta exige remontarse a una época
ágrafa en la que se contaba con los dedos, de la que surgen no sólo los
sistemas decimales, sino los de base duodecimal y los de base sexagesimal.
Hoy en día, existen artículos que en
occidente se compran por docenas, tales como los huevos o las ostras. Georges
Ifrah, al observar a pueblos actuales que aún cuentan con las falanges de los
dedos de una mano en Egipto, Siria, Irak, Afganistán, Pakistán y algunas
regiones de la India, mantiene la siguiente tesis: Si extendemos la palma de la
mano derecha y contamos con el dedo pulgar cada una de las tres falanges de los
dedos meñique anular corazón e índice, al acabar la cuenta tendremos 12
unidades, en lugar de las cinco obtenidas de contar exclusivamente los dedos.
Si a cada 12 unidades asignamos un dedo de la mano izquierda, habremos obtenido
60 unidades al acabar la cuenta, con lo cual únicamente con 10 dedos tenemos la
posibilidad de designar biunívocamente hasta 60 objetos con sólo señalar los
dedos correspondientes de la mano izquierda, y la falange determinada de un
dedo de la mano derecha. La base duodecimal y la sexagesimal quedan
establecidas.
Esta explicación es de todos modos bastante
discutible. También puede argumentarse que se dividió el círculo que representa
el reloj de Sol en 12 horas dobles a causa de la armonía geométrica de los
ángulos de 30º, ángulo cuyo seno es igual a 1/2 exactamente. De todos modos
esta división en el reloj de Sol llevaría a horas de diferente duración. Para
que las horas resulten iguales en un reloj de Sol, es preciso que las líneas
que las indican sean ajustadas en función de la latitud del lugar.
Los sumerios se encontraron con un mes de 30
días y 12 meses en cada año de 360 días. Obviamente, el círculo de 360 grados
lo dividieron en 12 sectores de 30 grados cada uno (signos del Zodiaco), pues
la posición de los astros eran parte de su mística y sistema de medir el
tiempo. Era normal que el día lo dividieran en 12 horas, y posteriormente, en
24 (12 para el día y doce para la noche). Cuando hubo que subdividir la hora o
el grado, la segunda base prestó su apoyo, por lo que se estableció en 60
minutos, mensurables desde el año 2000 a. de C. gracias a la existencia de los
relojes de arena y de agua.
La necesidad de medir segundos fue muy
posterior, pues la trigonometría no se inicia hasta el año 140 a. de C. con
Hiparco, y hasta el siglo XI no se construye en China un reloj astronómico con
un error de 100 segundos por día. En
definitiva, los relojes europeos de pesas del S. XIII sólo anuncian las horas,
y hasta 1656 Huygens no inventa el reloj de péndulo en el que se marca el
segundo. No obstante, el reloj naútico de precisión para determinar la posición
del buque no es operativo hasta 1680. Se supone que para los sumerios,
obsesionados con las coincidencias numéricas, el hecho de que la división
sexagesimal del minuto casi coincida con la frecuencia del latido del corazón
humano, les confirmaría en la validez de un sistema en el que las apariciones
en el firmamento de sus dioses cósmicos (Sol, Luna, Estrellas, Constelaciones),
estaba en directa relación con el destino de la humanidad (astrología del
zodíaco), con la vida del individuo y con las épocas de recolección y cultivo,
a partir de las manos.
La duración del día sidéreo es 3 minutos y 56
segundos inferior a la duración del día medio. Es decir, la Tierra emplea 23
horas, 56 minutos, y 4 segundos en dar una vuelta completa sobre sí misma. Pero
transcurrido este tiempo no volveremos a encontrar al Sol en la misma posición
que se encontraba antes de empezar la vuelta de La Tierra sobre sí misma,
debemos esperar 3m:56s adicionales (como promedio a lo largo del año) para
volver a encontrar al Sol realmente. Los 3m:56s adicionales es el intervalo de
tiempo necesario para encontrar al Sol Medio, que es un ente matemático no muy alejado
del Sol real. Este intervalo adicional que hay que esperar para volver a
encontrar al Sol después de que La Tierra haya dado la vuelta se debe a que la
posición relativa entre la Tierra y el Sol ha cambiado mientras se producía
dicha vuelta, debido al movimiento de traslación.
Como consecuencia de lo anterior, y teniendo
en cuenta que a la sociedad lo que le interesa es ajustarse a los periodos de
luz y de oscuridad, en la práctica se usa el día medio en vez del sidéreo cuyo
uso queda relegado a la astronomía.
Por otra parte, la vida de la sociedad se ve
influenciada por las estaciones del año, que se suceden periódicamente al
recorrer la Tierra su órbita alrededor del Sol. Las estaciones están originadas
a causa de la inclinación del eje de rotación de la Tierra sobre el plano de su
órbita (llamado plano de la eclíptica).
También muchas culturas se han preocupado por
la periodicidad de los movimientos de la Luna.
El gran problema inherente a todos los
calendarios es que los periodos de los movimientos anteriormente descritos no
presentan ninguna relación entre sí.
Teniendo en cuenta que la influencia de la Luna sobre la vida diaria es
bastante menor (aunque es posible que no todo el mundo esté de acuerdo) que la
de los días y las noches y las estaciones, se comprenderá que el prescindir de
ella simplifica notablemente el problema. Muchas civilizaciones plantearon
calendarios lunisolares, pero poco a poco se fue demostrando la superioridad de
los calendarios estrictamente solares, al menos desde el punto de vista
práctico. La explicación es que resulta más sencillo acomodar solamente el
calendario a los días, las noches y a las estaciones del año, sin considerar la
Luna, astro de movimiento bastante complejo.
De todas maneras, prescindiendo de la luna,
sigue existiendo el problema originado por el hecho de que la periodicidad de
las estaciones (duración del año trópico) no es un número exacto de días
medios.
El objetivo de este programa es precisamente
comparar los calendarios solares surgidos en la civilización occidental desde
este punto de vista. Se demostrará la superioridad del Calendario Gregoriano
sobre el Juliano, y la del Calendario Revolucionario sobre los otros dos.
Calendario Egipcio:
Los egipcios elaboraron el calendario más
exacto y complejo de la antigüedad. El año egipcio constaba de 12 meses de 30
días y 5 días adicionales (coincidiendo en esto con el Calendario
Revolucionario). Este ya existía antes del año 4000 AC. Estaba basado en la
observación de la salida "heliaca" de la estrella Sirio (la más
brillante del firmamento). Se produce la salida "heliaca" de una
estrella cuando ésta vuelve a ser visible sobre el horizonte poco antes del
amanecer, después del intervalo de tiempo en el que la luz solar impedía su visibilidad.
El intervalo de tiempo entre dos salidas
"heliacas" consecutivas de una estrella es el año sidéreo, que no
coincide exactamente con el verdadero año solar o trópico, el cual es el que
determina la periodicidad de las estaciones. La causa de que no coincidan año
sidéreo y año trópico es el movimiento de presesión de los equinoccios que
sufre nuestro planeta. De todas maneras la diferencia entre ambos es
relativamente pequeña.
Calendario Babilónico:
El primitivo calendario babilónico fue del tipo
lunar. Al principio, el año babilónico estaba constituido por 12 meses de 30
días, es decir, que tenía casi 5 días y 1/4 menos. Al cabo de algunos años, el
“mes de arar”, por ejemplo, no se ajustaba a tal faena agrícola.
Posteriormente se acortaron algunos meses
para acomodar más exactamente el calendario a la aparición regular de la Luna
nueva. Esta medida desajustó aún más el calendario con las estaciones. Los
babilonios resolvieron posteriormente esta dificultad intercalando un nuevo mes
de acuerdo con un ciclo determinado.
Calendario Griego:
El calendario griego, del tipo lunisolar,
copiado de los babilonios, constaba de 12 meses de 29 y 30 días
alternativamente. A este año de 354 días se le añadía un nuevo mes cada
tercero, sexto y octavo año. Los griegos intentaron frecuentemente encontrar un
intervalo o ciclo que contuviera un número exacto de años solares y lunisolares
(es lunación el promedio de tiempo entre dos lunas nuevas consecutivas). Tal
ciclo, el “gran año” de 19 años solares descubierto por el astrónomo griego
Metón en el siglo V a. de C., no sirvió nunca de base para un calendario
práctico.
Pero este Ciclo de Metón (o Cielo Áureo)
tiene todavía importancia en el cómputo de fechas de las festividades
religiosas, ya que solamente es unas pocas horas más largo que 235 lunaciones y
por tanto las fases de la luna nueva caen los mismos días del año en los ciclos
sucesivos.
Calendario Romano Primitivo:
El original calendario romano, introducido
hacia el siglo VII a.C., tenía 10 meses con 304 días en un año que comenzaba en
marzo. Al tener el año en este calendario una duración tan diferente de la del
año trópico (365,24219 días) las estaciones no se repetían en las mismas fechas
de un año para otro.
Las
estaciones se repetían con periodicidad de un lustro, cinco años estacionales o
trópicos se correspondían muy aproximadamente con seis años de 304 días, ya que
el intervalo de tiempo transcurrido era de 1824 días, lo que dividiendo la
duración del año trópico resulta 4,9939 (aproximadamente 5).
Dos meses más, enero y febrero, fueron
añadidos posteriormente también en el siglo VII a.C., durante el reinado del
rey Numa Pompilio (715 -673 a.C.), quien fuera el segundo rey de Roma, pues
reinó después de Rómulo.
El calendario utilizado por los romanos en
los primeros tiempos, era un calendario lunisolar, parecido al empleado por los
griegos. A partir de la modificación efectuada durante el reinado de Numa
Pompilio, el año romano estaba compuesto de 12 meses lunares, algunos de cuyos
nombres se emplean todavía: Martius, Aprilis, Maius, Iunius, Quintilis,
Sextilis, September, October, November, December, Ianuarius y Februarius.
No obstante, los antiguos romanos no tenían
un sistema exacto para la inserción de meses intercalares. Los pontífices o
sacerdotes proclamaban el primer día de cada mes las Calendas, (voz de la que
deriva calendario) e intercalaban un mes cuando el calendario lo exigía por
haberse retrasado. En muchas ocasiones se hacía esta corrección sin ningún
cuidado y a veces ocurría que los funcionarios romanos acomodaban el calendario
al capricho de los gobernantes, quienes añadían y restaban no sólo días, sino
también meses para alargar o abreviar los periodos de las magistraturas.
Como consecuencia de estas irregularidades,
el calendario llegó a desajustarse a tal punto que el comienzo del invierno
señalaba el de la primavera.
Calendario Juliano:
El Calendario Juliano sirvió para corregir
los errores del calendario romano primitivo, y proporcionar a todo el Imperio
las ventajas de un calendario uniforme. Julio César estableció este nuevo
calendario, el cual entró en vigor el 1 de enero del año 45 a. de C., un año
antes de morir asesinado. Éste fue el Calendario Juliano, que lleva el nombre
de su innovador, para cuya redacción contó César con la colaboración técnica de
Sosígenes, astrónomo de Alejandría.
Para ajustar el calendario a las estaciones
se ampliaron a 15 los meses del año 46 a. de J.C., con una duración de 445
días. Esta adición fue necesaria para corregir el retraso de tres meses que se
había acumulado con relación al año trópico. El año 46 a. de J.C. fue llamado
el «año de la confusión» a causa de su longitud; sin embargo, contribuyó de
manera definitiva a acabar con el confusionismo hasta entonces vigente.
El Calendario Juliano se basaba en el año
egipcio de 365 1/4 días. Cada cuatro años se intercalaba un día (éste es el
origen de los años bisiestos) y el año se dividió en 12 meses de desigual
duración, puesto que 365 no es divisible por 12. En honor de César se dio el
nombre de Julius al mes Quintilis.
Después del asesinato de César, una falsa
interpretación del sistema hizo que el día intercalar de febrero se añadiera
cada tres años en lugar de cada cuatro. El sucesor de César, Augusto, corrigió
el error acumulado omitiendo el día intercalar durante tres años bisiestos
consecutivos y restableciéndolo en el año 8 de nuestra era, el cual marca el
inicio del sistema actual de años bisiestos. El Senado romano cambió el nombre
del mes Sextilis por el de Augustus. Se estableció que el primer mes del año
sería Enero.
A continuación se expone cual es el origen de
los nombres de los meses en el calendario Juliano, los cuales proceden del
antiguo calendario romano y se mantienen en el calendario Gregoriano
actualmente vigente:
ENERO (Ianuarius) El nombre procede de Jano,
el dios romano de las puertas y los comienzos. Enero era el undécimo mes del
año en el antiguo calendario romano; aunque en el siglo I a.C., con la reforma
de Julio César que estableció el Calendario Juliano, pasó a ser considerado
como el primer mes. El 1 de enero, los romanos ofrecían sacrificios a Jano para
que bendijera el nuevo año. Su símbolo era una cabeza de dos caras, mirando al
Este y al Oeste, por donde sale y se pone el Sol.
FEBRERO (Februarius) El nombre procede de la
palabra latina februa, que se refería a los festivales de la purificación
celebrados en la antigua Roma durante este mes.
MARZO (Martius): Para los romanos, que
nombraron este mes en honor del dios de la guerra, Marte, era el primero del
año.
ABRIL (Aprilis): Los romanos dieron a este
mes el nombre de abril, derivado de aperire ("abrir"), probablemente
porque es la estación en la que empiezan a abrirse las flores.
MAYO (Maius): Era el tercer mes en el antiguo
calendario romano y tradicionalmente se acepta que debe su nombre a Maia, la
diosa romana de la primavera y los cultivos. Las celebraciones en honor de
Flora, la diosa de las flores, alcanzaban su punto culminante en la antigua
Roma el 1 de mayo. En Europa se levantaban mayos (palos de mayo) en las aldeas
adornados con espinos en flor el 1 de mayo.
JUNIO (Iunius): La etimología del nombre es
dudosa. Diferentes autoridades derivan el nombre de la diosa romana Juno, la
diosa del matrimonio, o del nombre de un clan romano, Junius. Otra teoría
localiza el origen del nombre en el latín iuniores (jóvenes) en oposición a
maiores (mayores) para mayo, que son los dos meses dedicados a la juventud y a
la vejez respectivamente. Junio era el cuarto mes en el antiguo calendario
romano.
JULIO (Quíntilis): Era el quinto mes del año
en el calendario romano primitivo y por eso fue llamado Quintilis, o quinto
mes, por los romanos. Fue el mes en el que nació Julio César, y en el 44 a.C.,
año de su asesinato, el mes recibió el nombre de julio en su honor.
AGOSTO (Sextilis): Dado que era el sexto mes
del calendario romano, que comienza en marzo, fue originalmente llamado
Sextilis (en latín, sextus, 'sexto'). Se le dio el nombre actual en honor del
primero de los emperadores romanos, César Octavio Augusto, por algunos de los
más afortunados acontecimientos de su vida ocurridos durante este mes.
SEPTIEMBRE (September): Era el séptimo mes
del calendario romano y toma su nombre de la palabra latina septem, siete.
OCTUBRE (October): Octubre era el octavo mes
del antiguo calendario romano, tal como su nombre, octubre (en latín octo,
ocho), pone de manifiesto.
NOVIEMBRE (November): Entre los romanos era
el noveno mes del año (en latín, novem).
DICIEMBRE (December): Diciembre era el décimo
mes (en latín, decem, 'diez') en el calendario romano.
Parece ser que Julio César deseaba que el año
nuevo comenzara con el equinoccio de primavera, o con el solsticio de invierno,
pero el Senado Romano, que tradicionalmente utilizaba el 1 de Enero como
comienzo de su año oficial, se opuso a César, con lo cual éste se vio en un
compromiso y tuvo que ceder. Esta es la razón por la que aún hoy en día nuestro
año nuevo comienza en un punto arbitrario de la órbita de la Tierra.
También debe mencionarse el hecho de que
originalmente el mes de Febrero tenía 29 días los años normales, y 30 los
bisiestos. Pero al haber sido los meses del antiguo calendario Quíntilis y
Séxtilis renombrados como Julio y Agosto, en honor de Julio César y César
Augusto respectivamente, se decidió que el mes de Agosto tuviera 31 días en vez
de los 30 que originalmente tenía Séxtilis. Para ello se le quitó un día a
Febrero. La razón política para ello, fue evitar que César Augusto pudiera
considerarse como inferior a Julio César.
Originalmente los romanos numeraban los años
ab urbe condita, esto es a partir de la fundación de Roma. Si este calendario
hubiera seguido utilizándose, entonces el día viernes 14 de enero de 2000
(Gregoriano) hubiera sido viernes 1 de enero de 2753 a.u.c.
Para obtener la fecha ab urbe condita no hay
más que sumar 753 años al año correspondiente en el Calendario Juliano. El
sistema de numerar los años a partir del nacimiento de Jesucristo, de la
indicación A. D. (Anno Domini, año del Señor), se debe a Dionisio el Exiguo en
el siglo VI.
Calendario Cristiano:
Concretamente fue en el año 525 de nuestra
era, cuando el monje Dionisio el Exiguo introdujo el Calendario Cristiano, al
afirmar que Jesús había nacido el sábado 25 de diciembre del año 753 a.u.c. El
clero cristiano se apresuró a difundirlo entre la población y situaron el
principio de la nueva era, el AD 1 (Anno Domini 1) comenzando el sábado 1 de enero
del año 754 a.u.c. que era el comienzo del primer año tras el nacimiento del
Mesías.
Sin embargo, Dionisio cometió varios errores.
El primero de ellos fue no incluir el año cero que debería situarse entre el
año 1 a.C. y el año 1 d.C. Realmente no es muy justo atribuir este error a
Dionisio, pues el cero era un concepto matemático desconocido en aquella época
en su entorno. Pero también cometió el error de olvidar los cuatro años en los
que el Emperador Augusto gobernó bajo su propio nombre: Octavio. De este modo
el error sería de 5 años en total.
Tanto Lucas como Mateo dicen en sus
Evangelios que Jesús nació siendo rey de Judea Herodes. César Augusto gobernó
desde el año 27 a.C. hasta el año 14 d.C. Según el historiador Flavio Josefo,
Herodes fue rey entre el 37 y el 4 ó el 1 a.C. Esta indeterminación tiene su
origen en que Flavio cuenta que Herodes murió antes de un eclipse de Luna.
Tradicionalmente se ha admitido que el eclipse mencionado por Flavio debió ser
el ocurrido la noche del 12 al 13 de marzo del año 4 a.C. Se trata de un
eclipse parcial de Luna ocurrido entre las 1:48 y las 4:06 de dicha noche. Sin
embargo la noche del 9 al 10 de enero del año 1 a.C. también se dio un eclipse
de Luna, esta vez total, entre las 23:38 y las 3:12 de esa noche, siendo
perfectamente visible desde Jerusalén. ¿Cual fue el eclipse descrito por Flavio
Josefo? Ello resulta aún materia de discusión, pero Jesús debió nacer como muy
tarde antes de enero del año 1 a.C.
Según el Evangelio de Lucas se sabe que
Augusto ordenó la realización de un censo. Para Roma, el censo significaba el
registro de los ciudadanos y sus propiedades para el pago de los tributos. Un
proyecto de tal magnitud tuvo que realizarse en varios años. Primero se tenía
que hacer un registro de todos los ciudadanos y sus pertenencias para,
posteriormente, pasar a cobrar la tributación. Con el añadido de que, por lo
menos en Israel, el pago de los tributos debía hacerse en la ciudad de origen,
y no en la de residencia, por lo que José y María tuvieron que viajar de
Nazaret a Belén. Una inscripción desenterrada en Ankara (Turquía) revela los
años en que estos censos fueron llevados a cabo. De entre ellos, el más
plausible es el del 8 a.C.
Sin embargo, Lucas comete un importante
error. "Por aquellos días salió un edicto de César Augusto para que se
empadronara todo el mundo. Este es el primer censo hecho siendo Cirenio
(Quirinius) gobernador de Siria". (Lc. 2,1)
Pero Cirenio no fue gobernador de Siria hasta
el 6 d.C. cuando Jesús tendría algo más de diez años. Según Tertuliano, fue
Santius Saturninus quien gobernó Siria del 6 al 9 a.C. Cirenio fue cónsul en el
12 a.C. y el error pudo estar motivado porque entre el 6 y 5 a.C. fue Cirenio
el delegado del Emperador en Siria.
Con todos estos datos puede estimarse el año
del nacimiento de Jesús entre el 8 y el 4 a.C.
Y, ¿qué hay del 25 de Diciembre? Esta fecha
empezó a usarse como día del nacimiento a partir del año 336 d.C. Esto se hizo
para convertir en fiesta cristiana la pagana que hasta entonces se celebraba,
ligada al antiguo culto al Sol: la fiesta del Dies Solis Invictis Natalis,
fiesta del Sol que renace todos los años y que en siglo II d.C. se fijó el 25
de Diciembre, considerando que era entonces el día en que el Sol entraba en el
solsticio de invierno.
Epifanio (315-403 d.C.) da el 6 de Enero del
752 a.u.c. (2 a.C.) como fecha de nacimiento, que es como se celebra en el
oriente cristiano. Esta fiesta también tiene un origen pagano ligada a la gran
fiesta del Templo de Core. Clemente de Alejandría propone el 18 de Noviembre
del 3 a.C. todos ellos obedeciendo a una tradición que asegura que Jesús nació
a mediados del invierno.
Si se continua leyendo a Lucas se ve que:
"Había unos pastores acampados al raso y velando sobre sus rebaños"
(Lc. 2,8)
Las condiciones climatológicas en Palestina
eran tales que durante Diciembre y Enero llovía bastante y en Belén eran
comunes las heladas en los meses de Diciembre, Enero y Febrero. No podía haber
entonces ovejas en los campos. Los rebaños eran llevados a pastar los meses de
Marzo a Noviembre y los pastores estaban con ellos en la primavera, de Marzo a
Abril. Luego, si se tiene ésto en cuenta, probablemente no pudo ser durante un
invierno el nacimiento de Jesús.
Volviendo al "olvido" de Dionisio
el Exiguo de contar el año cero, las consecuencias aún continúan produciéndose.
Tampoco existió el siglo cero, de manera que el intervalo de tiempo de 100 años
de duración, comprendido entre el día 1 de Enero del año 1 y el 31 de Diciembre
del año 100, recibió el nombre de Siglo I. Así pues, el Siglo II comenzó el 1 de
Enero de 101, y acabó el 31 de Diciembre de 200.
Aplicando sucesivamente esta regla, tenemos
que el siglo XX comenzó el 1 de Enero de 1901 y terminará el 31 de Diciembre de
2000. Por lo tanto, el Siglo XXI empezó el 1 de Enero de 2001 y terminará el 31
de Diciembre de 2100.
Todos los años del Siglo XX, salvo el año
2000, comienzan con los dígitos 19... Todos los años del Siglo XIX, excepto el
año 1900, comienzan con los dígitos 18... Sería preferible que comenzaran por
20... y 19... respectivamente, pero todo esto se deriva de la inexistencia del
año cero y del siglo cero.
En cambio si se hubiera considerado la
existencia del año cero y del siglo cero, este hubiera comprendido desde el 1
de Enero del año 0 hasta el 31 de Diciembre del año 99. Por lo tanto, el 31 de
Diciembre de 1999 terminaría el Siglo 19 y el 1 de Enero de 2000 comenzaría el
Siglo 20 (obsérvese que no se utilizarían números romanos para los siglos, de
haberse hecho así), el siglo 20 terminaría el 31 de Enero de 2099, comenzando el
Siglo 21 al día siguiente, el 1 de Enero de 2100.
Calendario Gregoriano:
Al durar el año juliano aproximadamente 11 m
y 14 s más que el año trópico, acumula un error de un día cada 128 años. En
1477 el equinoccio de primavera se había adelantado al 11 de marzo. A la
Iglesia preocupó este error que afectaba a la celebración de la Pascua de
Resurrección y otras fiestas movibles que dependen de ella.
Actualmente se define el Domingo de
Resurrección por la Iglesia Católica de la siguiente manera (desde que se
estableció el Calendario Gregoriano): es aquel en que la Iglesia celebra la
Pascua de Resurrección del Señor, que es el Domingo inmediato al primer
plenilunio después del 20 de marzo. Pero a lo largo de la historia ha existido
gran controversia a este respecto.
Según el Nuevo Testamento, Jesús fue
crucificado en la víspera de la Pascua judía y tres días después resucitó. Por
consiguiente, la fiesta de Pascua conmemoraba la resurrección de Jesucristo.
Con el tiempo, surgió entre los cristianos una seria diferencia sobre la fecha
de la fiesta de Pascua de Resurrección. Los de origen judío celebraban la
resurrección a continuación de la Pascua, que según su calendario lunar
babilónico caía en la noche de la luna llena (el decimocuarto día del mes de
Nisan, primer mes del año); para su ajuste, la Pascua de Resurrección cae en
diferentes días de la semana de un año a otro.
Sin embargo, los cristianos de origen no
judío querían conmemorar la resurrección el primer día de la semana litúrgica:
el domingo; según su método, la Pascua tendría lugar el mismo día de la semana,
aunque de un año a otro caiga en diferentes fechas.
La consecuencia de la diferencia en el ajuste
de esta fecha fue que las iglesias cristianas de Oriente, que estaban más
próximas al lugar de nacimiento de la nueva religión y tenían unas tradiciones
más consolidadas, celebraban la Pascua de Resurrección según la fecha de la
fiesta de la Pascua judía. Las iglesias de Occidente, descendientes de la
civilización greco-romana, en cambio celebraban la Pascua de Resurrección en
domingo.
Constantino I, emperador romano, convocó el
Concilio de Nicea en el año 325. El Concilio decretó por unanimidad que la
fiesta de Pascua de Resurrección se celebrara en todo el mundo cristiano el
primer domingo después de la luna llena siguiente al equinoccio de primavera, y
si la luna llena fuera en un domingo y coincidiera con la fiesta de Pascua
judía, la Pascua de Resurrección tendría que conmemorarse el domingo siguiente.
Así se evitaba la coincidencia de las fiestas de Pascua de Resurrección y de la
Pascua judía.
También decidió que la fecha en el calendario
de la Pascua de Resurrección fuera calculada en Alejandría, entonces principal
centro astronómico del mundo. Sin embargo, la determinación exacta de la fecha
resultó una labor casi imposible a la vista de los limitados conocimientos
astronómicos en el siglo IV.
La complicación más grande se debió a la
diferencia entre el verdadero año astronómico y el calendario juliano entonces
en uso. Esto produjo que al cabo de los siglos, el error acumulado fuera
importante. También significó un problema serio la diferencia de días, llamada
epacta, entre el año solar y el año lunar de doce lunaciones.
El Papa Gregorio XIII nombró una comisión
para revisar el Calendario Juliano, de forma que la Pascua continuara
coincidiendo con el principio de la primavera. Luigi Lilio Ghiraldi (o Aloysius
Lilius), médico de Verona, ideó el nuevo sistema; Cristóbal Clavius
(1537-1612), astrónomo y matemático jesuita, fue quien hizo los cómputos que le
sirvieron de base. En marzo de 1582, el papa Gregorio XIII abolió el Calendario
Juliano, estableció el 1 de enero como principio del nuevo año y le restó 10
días en forma que el viernes 15 de octubre siguiera al jueves 4 de octubre.
Este ajuste devolvió en el año 1583 el equinoccio vernal al 21 de marzo, fecha
en que tal equinoccio se produjo en el año 325 del Señor, en que se reunió el
Concilio de Nícea, que tomó el acuerdo de celebrar la Pascua el primer domingo
siguiente a la Luna llena ocurrida el 21 de marzo o después de este día.
En el Calendario Gregoriano el sistema
bisextil difiere del seguido por el Calendario Juliano en el sentido de que los
años que terminan un siglo no son bisiestos a menos que el número de centenas
sea divisible exactamente por 400; así, por ejemplo, los años 2000 y 2400 serán
años bisiestos, pero los años 2100 y 2200 no lo serán. En 400 años se producen,
por tanto, 97 años bisiestos en lugar de 100.
Extrapolando el calendario Gregoriano hacia
el pasado, antes de su adopción, y convirtiendo las fechas del Juliano, se
obtiene el Calendario Gregoriano Proléptico. Debe tenerse en cuenta que no
existe el año cero, con lo que la fecha siguiente al Lunes 1 de Enero del Año 1
fue el Domingo 31 de Diciembre del año 1 a. C. (Fechas Gregorianas prolépticas
que se corresponden respectivamente con el Lunes 3 de Enero del año 1 y Domingo
2 de Enero del año 1 en el Calendario Juliano). En astronomía sí que se
considera el año cero, siendo éste coincidente con el año 1 a. C. en el
Calendario Gregoriano proléptico. A partir de aquí, y más hacia el pasado, en
astronomía se emplean años negativos, de manera que coinciden el año 2 a. C.
con el año astronómico -1, y así sucesivamente.
El Calendario Gregoriano, que acumula un
error de sólo un día en más de 3000 años, fue adoptado inmediatamente por todos
los países católicos y la mayoría de los protestantes, aunque algunos de éstos
difirieron su adopción bastantes años. Inglaterra, por ejemplo, no remplazó el Calendario
Juliano por el Gregoriano hasta el año 1752 (al Miércoles 2 de Septiembre de
1752 según el calendario Juliano, siguió el Jueves 14 de Septiembre de ese
mismo año 1752, según el Calendario Gregoriano) y la confusión de fechas,
imperante en esa época en la Gran Bretaña y sus colonias por la utilización
simultánea de ambos calendarios, constituye todavía una dificultad para los
historiadores. Como consecuencia de esto, resulta que aunque tanto Cervantes
como Shakespeare murieron el Martes 23 de Abril de 1616 en España e Inglaterra
respectivamente, en el primer caso se aplicaba ya el Calendario Gregoriano,
mientras que en el segundo la fecha corresponde al Calendario Juliano. Así
pues, Shakespeare murió el Martes 3 de Mayo de 1616 según el calendario Gregoriano,
no coincidiendo con Cervantes.
Todos los países occidentales (y virtualmente
el mundo entero civilizado) utilizan hoy el Calendario Gregoriano.
La Iglesia Ortodoxa propuso un calendario
parecido al Gregoriano, pero en el que la regla para establecer los años
bisiestos es ligeramente diferente. En este calendario Ortodoxo, los años
múltiplos de 100, no son bisiestos a menos que al dividir entre 9 se obtenga un
resto igual a 2 ó a 6. De esta manera, el periodo completo de corrección es de 900
años, entre los cuales hay 218 bisiestos, ya que aplicando la regla, cada 900
años se eliminan 7 bisiestos y 900/4=225, de dónde 225-7=218. La duración media
del año aplicando este calendario Ortodoxo sería de (365 X 900 +218)/900 =
365,2422222 días medios, con lo que se ajusta mejor que el Gregoriano a la
duración del año trópico que es de 365,24219 días medios. En el Gregoriano el
desajuste es de un día cada 3226 años, mientras que en el Ortodoxo es de un día
cada 31034 años.
Turquía adoptó el Calendario Gregoriano en
1917; Grecia y la Iglesia Griega Ortodoxa, en 1923. Rusia, después de haberlo
adoptado inicialmente en 1918 y de haber probado durante el periodo 1923-40
diversos otros calendarios, terminó adoptándolo en 1940. Antes de la Revolución
Bolchevique que dio lugar al nacimiento de la Unión Soviética, se utilizaba en
Rusia el Calendario Juliano, por lo que dicha Revolución se llamó la Revolución
de Octubre, ya que tuvo lugar los días Martes 24 y Miércoles 25 de Octubre de
1917 según el Calendario Juliano, que se corresponden con los días Martes 6 y
Miércoles 7 de Noviembre de 1917 en el Calendario Gregoriano. De haber estado
en vigor el Calendario Gregoriano en Rusia en aquella época, se hubiera llamado
la Revolución de Noviembre.
Calendario Revolucionario:
El Calendario Revolucionario, o también
llamado Republicano, entró en vigor en Francia, el día 24 de Octubre de 1793,
algo más de un año después de la proclamación de la primera República Francesa.
Durante la revolución francesa, el pueblo
quiso liberarse de sus opresores, y es en este ambiente precursor de la
abolición de la monarquía y de la nobleza en el que empieza a cuestionarse el
Calendario Gregoriano, utilizado hasta entonces. Los primeros ataques contra el
calendario convencional ya se habían producido en 1785 y 1788. Existía cierta
intención de independizar al calendario de sus implicaciones cristianas.
Después de la toma de la Bastilla en Julio de 1789, las demandas para la
reforma del calendario se hicieron más poderosas, y en un principio el nuevo
calendario iba a empezar con el primer día de libertad (14 de Julio de 1789).
En 1793, la Convención Nacional nombró a
Charles-Gilbert Romme como presidente del Comité de Instrucción Pública, al que
se le encomendó la reforma del calendario. De las cuestiones técnicas se
hicieron cargo los científicos matemáticos Joseph-Lois Lagrange y Gaspard
Monge. Los nombres de los nuevos meses fueron propuestos por Phillipe Fabre
d'Eglantine. Un equipo de científicos, poetas, pintores, etc estuvieron
trabajando durante varios meses en la elaboración del nuevo calendario. El
resultado del trabajo de este equipo fue enviado a la Convención Nacional en
Septiembre de ese mismo año. Este trabajo fue aceptado completamente, y se
estableció como ley el 5 de Octubre. Entró en vigor el 24 de Octubre.
El año quedaba dividido en 12 meses, de 30
días cada uno, y subdivididos en tres periodos de 10 días conocidos como
décadas; el último día de cada década era de descanso. Se consideró oportuno
dividir el tiempo en intervalos de diez días en vez de siete, ya que el diez es
la base del sistema de numeración. Los cinco días que quedaban al final del año
(aproximadamente del 17 al 21 de septiembre en el Calendario Gregoriano) eran
considerados fiesta nacional, en los años bisiestos eran seis días en vez de
cinco. El primer año bajo el nuevo sistema se conoció como An I (año I), el
segundo como An II, y así sucesivamente.
Los días de la década recibían los siguientes
nombres:
Prímidi, Dúodi, Tridi,
Quártidi, Quíntidi, Séxtidi, Séptidi, Octidi, Nónidi y Décadi.
Con esto, los tradicionales días de la
semana: Lunes, Martes, etc, quedaban en el olvido. Tiene una gran importancia
cultural sobre la sociedad la desaparición de la tradicional semana de siete
días (en el mundo judeo-cristiano e islámico).
En lugar de los santos asociados a cada día
en el calendario cristiano, en el almanaque revolucionario aparecían asociados
a cada día los nombres de diversos objetos bucólicos para la contemplación
diaria. Estos consistían en diferentes cultivos, frutas y flores para los días
laborables, para el décimo día se asociaba algún instrumento utilizado en la
agricultura. Para el quinto día un animal, también relacionado con la
agricultura.
También se decidió que el año debía comenzar
cuando la Tierra pasa por algún punto importante de su órbita, no como en el
Gregoriano y Juliano, calendarios en los que el año comienza en un punto
bastante arbitrario (el uno de Enero, que en los últimos siglos, por pura
casualidad, está próximo al paso de la Tierra por el perihelio). Se tomó la
decisión de que el año en el Calendario Revolucionario debería comenzar con el
equinoccio de otoño. Esta decisión es una muestra más de la importancia que
durante la Revolución Francesa, se concedió a la Razón a la hora de organizar
la sociedad humana. De esta manera, el calendario se podría ajustar mucho mejor
a las actividades de la agricultura, también al curso académico, que debe
comenzar después del descanso estival, etc. Casualmente la proclamación de la
primera República Francesa el 22 de Septiembre de 1792 (1 de Vendimiario del
año1) coincide con el equinoccio de otoño de aquel año.
Los nombres de los meses, elegidos por Fabre
d' Eglantine, pretendían estar en armonía con la naturaleza. Estos nombres
hacían referencia a los cambios del tiempo propios de cada época del año, o
evocaban poéticamente al año agrícola.
Se asignaron tres meses a cada estación
(todos de idéntica duración: 30 días); los tres meses del otoño se llamaron:
Vendimiario (mes de la vendimia), Brumario (mes de las nieblas) y Frimario (mes
de los hielos); los meses del invierno, Nivoso (mes de las nieves), Pluvioso
(mes de las lluvias) y Ventoso (mes del viento); los meses de la primavera,
Germinal (mes del brote de las semillas), Floreal (mes de las flores) y Pradial
(mes de los prados), y los meses de verano, Mesidor (mes de las cosechas),
Termidor (mes del calor) y Fructidor (mes de los frutos).
Al final del mes de Fructidor (final del
verano) debían añadirse cinco días adicionales, o seis cuando el año era
bisiesto. Estos días especiales, que eran festivos recibían los siguientes
nombres: Día de la Virtud, Día del Saber, Día del Trabajo, Día de la Razón, Día
de la Gratitud, Día de la Revolución (sólo en años bisiestos).
Cada cuatro años se producía un año bisiesto
(con la excepción que posteriormente veremos), y por tanto existía el Día de la
Revolución una vez cada cuatro años. Este periodo de tiempo se conoció como
Franciada.
El añadir los cinco días especiales o seis
(en bisiestos), al final del verano no se decidió de forma gratuita. Se hizo
así porque de este modo se logra un mejor ajuste con la duración de las
estaciones del año en el hemisferio Norte. La duración de las cuatro estaciones
no es la misma, actualmente (en los últimos y próximos siglos no varia mucho)
la duración de las estaciones es la siguiente: Otoño: 89 días, 19 horas, 55
minutos; Invierno: 89 días, 0 horas, 11 minutos; Primavera: 92 días, 18 horas,
29 minutos; Verano: 93 días, 15 horas, 12 minutos.
De acuerdo con lo anterior, la duración de la
Primavera y el Verano es algo mayor que la del Otoño y el Invierno. Esta es la
razón por la que se eligió el final del Verano para añadir los días
adicionales.
Este calendario acaba con el problema
inherente al Juliano y Gregoriano, de que cada año una fecha determinada cae en
un día diferente de la semana. En el Calendario Revolucionario, una fecha dada
siempre cae en el mismo día de la década (no existen semanas, o si se quiere,
las semanas son de diez días). Por ejemplo, el autor de este documento nació el
día 5 de Pradial de 172, y siempre celebrará su cumpleaños en el día Quíntidi
de la década, independientemente del año que sea. Esto supone una gran ventaja,
ya que el mismo calendario sirve para todos los años.
Por otra parte, con el Calendario Gregoriano
actualmente vigente, el horario de ahorro de luz de verano conlleva el problema
de que se ha de producir el cambio del horario de invierno al de verano y
viceversa, siempre durante un fin de semana para no perjudicar a las
actividades de las empresas, y esto significa que cada año será en un día
diferente del mes. Si se utilizara el Calendario Revolucionario, el problema
quedaría obviado. El horario de verano cambiaría siempre durante la noche del
30 de Ventoso al 1 de Germinal, y el de invierno durante la noche del 30 de
Vendimiario al 1 de Brumario. Todos los años caerían los cambios de horario en
el mismo día de la década.
Se puede acusar al Calendario Revolucionario
de estar concebido directamente para el Hemisferio Norte, y se estará en lo
cierto. De todas maneras, en el Hemisferio Sur también estaría igual de bien
ajustado a las estaciones del año, sólo que cambiando Primavera por Otoño, y
Verano por Invierno. Evidentemente los nombres de los meses están pensados para
el Hemisferio Norte, y habría que asumir que en el Hemisferio Sur tendríamos
calor en Nivoso y frío en Termidor. Actualmente también tenemos en dicho
hemisferio calor en Enero y frío en Agosto.
Los años bisiestos seguían para su
determinación, una regla diferente a la que utiliza el Calendario Gregoriano, y
más perfecta. Cada cuatro años existía un bisiesto, excepto cada 128 años, ya
que al durar el año juliano aproximadamente 11 m y 14 s más que el año trópico,
acumula un error de un día cada 128 años. Así pues, en un intervalo de 128 años
existían 31 bisiestos en vez de 32. De esta manera se logra una mayor
aproximación a la duración del año trópico que la que se alcanza con el
Calendario Gregoriano.
De esta forma se consigue que el periodo de
corrección sea de sólo 128 años, en vez de los 400 del Gregoriano, y además
obtener una mayor precisión.
Evidentemente, como el Calendario
Revolucionario estuvo en vigor durante menos de 15 años, nunca llegó a ponerse
en práctica completamente la norma de los años bisiestos.
También hay otra mejora con respecto al
Gregoriano y Juliano, y es que en estos últimos, los años bisiestos eran el 4,
8, 12... porque se contaba cada periodo de 4 años empezando por 1, 2, 3 y 4. A diferencia
de esto, en el Calendario Revolucionario los años en un periodo de 4 se cuentan
así: 0, 1, 2 y 3. De manera que los años bisiestos son el 3, 7, 11,.. El año
123 también fue bisiesto, pero no el 127, mientras que el año 131 volvió a
serlo. También será saltado el año 255, que no será bisiesto. (Todavía falta
mucho para esto, ya que en el momento de escribir estas líneas estamos todavía
en Vendimiario de 207). Todo esto en aplicación de la norma del periodo de
corrección de 128 años. Además, el día extraordinario que se añade (Día de la
Revolución) es el último día del periodo de 4 años. En cambio en el Gregoriano,
el día extraordinario, que era el 29 de Febrero, está situado en un lugar
completamente arbitrario. Todos estos detalles hacen al Calendario
Revolucionario ser mucho más racional que los otros
En cuanto a exactitud, teniendo en cuenta que
la duración media del año trópico actualmente es de 365,24219 días medios, en
el Calendario Revolucionario la duración media del año es de ((365*128)+31)/128=365,2421875.
Mientras que en el Calendario Gregoriano es de ((365*400)+97)/400=365,2425.
Para que se acumule un día de error en el Calendario Gregoriano deberían
transcurrir 3226 años, mientras que en el Revolucionario: ¡nada menos que
400000 años!. Evidentemente lo anterior sería cierto del todo si la duración
media del año trópico se mantuviese constante con el paso de los siglos, cosa
que no ocurre en la realidad. Pero de todas maneras, la evolución que
presentará en los próximos siglos, hará que el Calendario Revolucionario sea
bastante más exacto que el Gregoriano.
Este calendario estaba dentro de las medidas
encaminadas a la sustitución de los antiguos sistemas tradicionales de medición
y peso, por el sistema métrico decimal, muy superior desde el punto de vista
racional.
También puede considerarse hasta cierto punto
un intento de descristianización de la sociedad, ya que los Calendarios Juliano
y Gregoriano utilizados hasta entonces, tienen importantes implicaciones
cristianas. El concepto de semana de siete días está fuertemente arraigado en
las tres grandes religiones monoteístas, y su sustitución por la mucho más
racional década de diez días, pretende disminuir la influencia sobre la
sociedad de la tradición cultural de tales religiones, especialmente la
cristiana. No debe olvidarse que en la Francia Revolucionaria fue abolido el
cristianismo, e instaurado el culto a la Razón. Utilizando un nuevo calendario
totalmente basado en la Razón, y abandonando el calendario cristiano anterior, muchos
revolucionarios confiaban en que algo que tan importante influencia tiene en la
sociedad en su vida diaria, como es el calendario, ayudaría al hombre a olvidar
la influencia del cristianismo, que no consideraban demasiado positiva. La
posición de la Iglesia de aquel entonces, favorable al mantenimiento del
antiguo régimen, no parecía tener unos ideales demasiado coincidentes con los
de la Revolución: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Durante los años que estuvo en vigor, este
calendario funcionó de una forma muy satisfactoria en Francia, al menos
internamente. Los mayores problemas eran ocasionados por las comunicaciones con
el mundo exterior donde imperaba el calendario Gregoriano.
El Calendario Revolucionario fue abolido en
agosto de 1805 por Napoleón. Varias décadas después, en 1871 fue brevemente
reinstaurado por la Comuna de París, durante varios meses.
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