Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Soy cubano, me llamo Daiquirí

  A usted, quien trae la buena voluntad de leer mi autobiografía, le parecerá petulante el primer párrafo. Pero, asimismo, sabrá cómo especulan muchos por ahí, y pescan en río revuelto para traficar al estilo de los falsos monederos. Además, por las lecturas anteriores conocerá acerca de la ciudad de Esmirna, a la cual le disputaron la ciudadanía de su hijo Homero, el poeta de la IIíada y Odisea, cuando aún el orbe occidental –Grecia y todo el mar Mediterráneo- cabían en un puño. Pero las aguas se abrieron en océano y las proas de la flota de Colón ensancharon el mapamundi. Entonces, le fue negado también a Génova, el ser la cuna del gran Almirante.
  Dispensando mis paralelos tan insignes, por el gusto que se paladea en mi cuerpo líquido, he circulado el planeta de manera victoriosa, girando cual trompo rumbero, combustionado con alcohol dulce de caña de azúcar. Ese triunfo de mi país me ha costado que pretendan confundir la buena calidad internacional, intentando borrar mi identidad nacional. Aquí protesto, porque me llamo Daiquiri en todos los puntos del globo, pero soy nativo de Cuba. Y no olvide usted ni cuando disipen los traviesos espíritus de muchas copas alegres, que mi patria chica me estampó su nombre, y que mi patria grande añadió el digno gentilicio de cubano.
 Mi patria chica, mi solera, radica en el barrio Daiquiri de la viejísima comarca de El Caney, donde todavía hay caneyenses que muestran en sus rostros las pintas cobrizas de los indígenas. Es tierra de mango bizcochuelo, pero también de hierro profundo. Caney de Cuba que cantara en un pregón de frutas el inolvidable Félix B. Caignet.

  Con fecha exacta -1899-, un capitán del Ejército Libertador visitaba al gerente, en las minas ferrosas de Daiquiri. Luego de las caminatas y charlas, coincidieron en la urgencia de un trago frío, revolviendo y agitando lo que tenían cerca: ron, azúcar, limón y hielo abundante. Batieron en una coctelera. Allí mismo bautizaron el novato, el novísimo coctel: me llamaron Daiquiri, en honor a mi suelo natal. Esa palabra, de origen taíno, me abanderó y la he paseado entre los estandartes de la humanidad.
  Desde El Caney llevaron hasta Santiago de Cuba mi inscripción de nacimiento, y el primer santiaguero que embarcó en un tren hacia la capital, trajo a La Habana la primicia de mi receta. Primero me hice moda, luego y siempre, hábito en los cafés y en las fiestas. Recuerdo con especial memoria a Maragato, el famoso cantinero del hotel Plaza, quien me impuso en su barra como estrella de su repertorio, frente a la competencia extranjera de coñac, vermúes, ginebras y wiskys. Fue precisamente ahí donde conquisté mi título nacional.
  Pero estaba reservado a más altos destinos, y a dos esquinas del templo pagano de Maragato, me fui creciendo en edad y prestigio, ahora en las manos del mago Constante, amo total del Floridita. Aquello fue para mí una escuela y, al final, una graduación con gotas de Cointreau para algunos que así me paladeaban, me empinaron a la fama. En el “Floridita”, servido por Constante Ribalaigua o por Antonio Meilán, su discípulo estelar, conquisté el título internacional.
  Por acá y por allá me reportaban que estaba en los labios de gente importante: reyes y príncipes, duques y archiduques, condes y vizcondes, barones y lores, landgraves y margraves, fendis y efendis, bajás y mandarines, rajás y maharajás, excelentísimos y eminencias, magníficos e ilustrísimos, obispos y cardenales, y el Papa Hemingway con un coro de curas vascos republicanos.
  La liturgia de Constante se hizo universal, y por La Habana desfilaron los técnicos y sabios en bebidas, los autores de textos para barman y los reporteros más brillantes. Sonaron las horas, los días, los meses y los años, el epinicio del Daiquiri. Las palabras éxito, conquista, premio –o palma, tan íntima para los insulares-, eran sinónimos de mi triunfo; mejor, del triunfo profesional de los señores que mezclan, de los “psiquiatras del bar” que elogiaba nuestro Félix Soloni. Algunos se permitieron licencias de artistas en la ligazón de los ingredientes, y me repuntaron de versátil. En fin, hasta me sacaron de la copa clásica de 6 onzas, y me bebieron en un copón frozzen como Hemingway Special. Pero, respetaron y respetan mi sitio entre los diez grandes: Old-Fashioned, Wiskey Sour, Jack Rose, Maniatan, Stinger, Martín, Champagne Cocktail, Sherry Flip, Scotch-on-the-rocks, y yo, el caneyense, el oriental, el cubanísimo Daiquiri. (Tomado del libro Coctelería cubana. 100 recetas con ron, de Fernando Campoamor)
  
Cómo hacerlo:

Ingredientes:

½ cucharadita de azúcar
Jugo de ½ limón
Marrasquino
1 ½ onza de ron Havana Club Añejo Blanco
Hielo frappé.

Modo de preparación:

Mezcle en la batidora: ½ cucharadita de azúcar, jugo de ½ limón, Gotas de Marrasquino, 1 ½ onza de ron Havana Club Añejo Blanco, una buena cantidad de hielo frappé. Batir bien y servir en copa de champán.

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