Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

miércoles, 4 de julio de 2012

¿Diosa? o ¿florecilla? en el jardín de la Calzada de Tirry 81

Carilda Oliver Labra cumplirá 90 años el próximo 6 de julio

  La autora de Me desordeno, amor, me desordeno… es la encarnación del amor para muchas generaciones de cubanos. La única vez que la vi, fue en ocasión de la Feria del Libro y la Literatura del 2004, año en que el evento estuvo dedicado a su persona.
  Ya muchos lo sabíamos, Carilda vendría para ofrecernos un concierto. Llené mi bolso con sus libros y a las 4 de la tarde enrumbé los pasos hacia el coliseo de Cienfuegos; una multitud esperaba, más bien la esperaban, y a las 5 en punto las cortinas se descorrieron. Sentada en medio de aquel escenario, con modestísima escenografía, estaba ella, radiante como suele serlo; y me sorprendió el magnetismo que irradiaba.  
  Resultó un concierto de poesía inolvidable; me senté en un palco muy cerca del escenario y allí escuché cada una de sus palabras..., su voz me eclipsaba (qué me haré sin tí mi poetisa... era en lo único que pensaba). Aún conservo en cassette aquella actuación memorable. 
  El improvisado coro de oyentes pedía "Me desordeno, Carilda, me desordeno..."; mientras aparecían el Discurso de Eva, sus Madrigales, aquel Muchacho loco, o el reclamo por la pérdida de un hombre...; una a una salían sin prisa las rimas hasta que, casi una hora después y con cierto halo de picardía miró a ambos lados, pronunció los primeros versos... 

 Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada,
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

  No sé si tembló la tierra en ese instante o si los ángeles se posaron en nuestros hombros, sólo sé que la euforia inundó el Teatro Tomás Terry...; de pie todos los presentes..., algunos hasta con lágrimas en sus ojos, otros simulando una leve sonrisa; los amantes estrechándose las manos; un beso escapado ¿o no?  y el abrazo fuerte... fueron testigos silenciosos de la tarde. Una multitud la bañaba de flores e intentaba rozarla, quizás para impregnarse un poco de esa magia que la rodeaba y aún la rodea.
  Y es que Carilda es una especie de cronopio, al estilo cortazariano. En ella la poesía y la femineidad forman una simbiosis definitiva, que le permite reordenar el mundo de una manera en la que se es reina, diosa o simple florecilla en el jardín de la Calzada de Tirry 81. (Por Mercedes Caro Nodarse)

El inextinguible fuego de la vida 

 

  A solo unos días de llegar a sus 90 años, la escritora cubana Carilda Oliver Labra cree que el tiempo siempre es breve, se escurre inevitablemente entre las manos, nunca es mucho, nunca alcanza.   
  “A los 20 años pensaba que había vivido muy poco: Eran pensamientos inocentes, porque el deseo de vida es un fuego inextinguible”, dice desde su hogar en la Calzada de Tirry, en la ciudad de Matanzas.   
  “Qué linda es la vida, esa yo no me la pierdo. Pero estamos tan acostumbrados a ella... Algunos llegan a aburrirse de la existencia, y otros la despilfarran. No hay nada más importante que el tiempo de nuestras vidas, donde suceden la belleza, la caridad y la fuerza que emana del amor”.   
  Está en la sala, en un sillón. Luce bien. Se ha maquillado con minuciosidad. Al sentirse examinada cruza las piernas, sonríe y remueve el pelo, húmedo, recién lavado.   
Según Carilda, esta preocupación por su apariencia, junto con otros mitos en torno a su figura, y a la propia naturaleza de parte de su poesía, ha traído una confusión o, más que eso, un verdadero cliché sobre su forma de ser y de pensar.   
  “Aunque proyecte ese aire de rubia descuidada que ha confundido a tantos, soy una persona extremadamente responsable. Y esto es válido desde cualquier óptica que   se quiera contemplar.   
  “Este esquematismo afecta de modo particular la percepción de mi poesía, estereotipada como erótica.   
  “Además de ayudarme a destruir la soledad, de darme alegría y fuerzas, el escritor Raidel Hernández, mi esposo, se está ocupando de ayudar a cambiar esta visión errónea, y profundiza en el carácter social de mi obra poética. En la pasada Feria del Libro realizó una intervención en un coloquio que me dedicaron, y también lo hace en el ensayo introductorio de una antología que prepara Ediciones Matanzas.   
  “Siempre tuve la certeza de   que la palabra escrita posee una finalidad social. Incluso cuando   lo que se pretende transmitir se origine en lo más íntimo, su naturaleza es el encuentro con el otro. Ningún escritor está a salvo de eso que pudiéramos definir como un instinto legítimo de la palabra, esta lleva implícito el acto de la comunicación. Mi poesía no se encuentra exenta de esa función, no   posee el privilegio de la soledad”.   
  Por cierto, hay una zona de la poesía de Carilda, netamente social, a la que no se menciona con toda la frecuencia que se debiera. La Décima a Martí, escrita a mediados del siglo XX, es uno de sus puntos de arranque.   
  También puede citarse el libro Los huesos alumbrados, en cuyos  versos aparecen referencias a la última etapa de lucha revolucionaria  cubana, y dedica algunos textos a héroes como Abel Santamaría, Frank País, Camilo Cienfuegos, el Che, Julián Alemán y Reynold García, entre otros.   
  Pero sin duda es el Canto a Fidel uno de los textos más emblemáticos de esta perspectiva de la producción literaria de Carilda. Escrito en 1957, se considera entre las composiciones de mayor lirismo consagradas al líder cubano.   
  “Hoy el contenido del Canto a Fidel sería otro, no podría escribirlo igual. El poema fue fruto de un momento, tuvo sus razones, que no son las mismas de ahora, esas razones se han multiplicado para cantarle a él.   
  “Fidel y yo no somos los mismos ahora que entonces. Yo era joven, plena de romanticismo, fruto de la poesía que cultivaba en aquel momento, cuando tenía un gran afán de luchar contra la tiranía, contra la dictadura que asesinaba y mantenía presos a amigos, parientes, conocidos. Aquel poema fue una diana llamando a la guerra.   
  “También Fidel ha cambiado, aquel era el líder apasionado que llevaba las riendas de la epopeya nacional-liberadora, ahora es el humanista, el visionario. Su actitud hacia Cuba y el mundo ha crecido, dejó de ser libertador de su país   para serlo de una inmensidad de pueblos. Es un espíritu universal”.   
  Carilda no para de hablar. Es una conversadora excelente. Se le puede escuchar durante horas. Pasa de un tema a otro con facilidad. En ocasiones parece que se extravía entre los tantos detalles que conserva y evoca uno tras otro. Pero cuando menos uno se lo piensa ella vuelve al punto central del diálogo.   
  Junto a ella el tiempo siempre es breve, se escurre inevitablemente entre las manos, nunca es mucho, nunca alcanza. Llegamos al atardecer y ya ha anochecido.   
  A sus 90 años Carilda asegura ser feliz. “Escribo, leo… Y hasta me sacude alguna que otra incertidumbre, porque sin las dudas sería demasiado pobre, ya no tendría preguntas que responder ni conocimientos que alcanzar. Sin embargo, mi futuro es también mi presente, es este ahora radiante, esta luz inaplazable, esta delicia del aquí”.  (Por Perdomo Larezada y Norge Céspedes Díaz / Trabajadores)

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