Desde hace un
buen tiempo alertamos sobre la propagación campal del irrespeto ciudadano, el
destierro de virtudes o los perjuicios que le está provocando a la sociedad
cubana -y el daño irreversible capaz de ocasionarle- la entronización/validación
del punto de vista de ese sujeto quien, de antaño elemento satelital colectivamente
censurado, mutó (como consecuencia de la recidiva o coletazos dejados en los
modos de actuación ciudadanos por esa etapa ingrata de la historia reciente
llamada período especial) a actor común con peso e influencia dentro de los
escenarios endógenos. Capaz incluso de imponer -al amplificar y extender sin contención
ni entre sus semejantes ni por parte de las autoridades- sus directrices
conductuales antiéticas. Determinadas estas, obvio es, por su ausencia de
educación, cultura o valores cívicos.
El periodista y
narrador Leonardo Padura -cuyos comentarios para IPS ningún colega debería
soslayar-, primeramente da un “cuadro de color” de aristas del fenómeno aludido,
antes de ubicar génesis en su texto Urbanidad,
publicado por dicha agencia el 16 de abril de este año, el cual debemos leer y
agradecer.
Focaliza el
autor de El viaje más largo una barriada
habanera -por extensión, cualquiera cubana- donde los “vecinos, cada día, a cualquier
hora encienden el reproductor y disfrutan ostensiblemente de la música (…)
del reguetón de moda. Los fines de semana comienzan la audición bien temprano
en la mañana y la terminan ya avanzada la noche. Colocan el audio de su equipo
en el máximo volumen que es capaz de emitir, pues así ellos disfrutan
mejor del reguetón. Y lo hacen sin conciencia de lo que genera su acto.
Los vecinos del reguetón permanente ya se han acostumbrado a escuchar la música
a toda hora y siempre al mayor volumen, y también se han adaptado a vivir
respirando el hedor que, dos casas más allá de la suya, expele la cochiquera
que otros vecinos construyeron en su patio (...) desde su próspero chiquero
esos vecinos regalan a la cuadra la fetidez generada por sus cerdos (…).
“La cadena de desmanes pudiera ser seguida
hasta el final de la cuadra, porque otros vecinos barren su casa y lanzan a la
acera una basura que incluye deposiciones de sus perros; otro vecino parquea su
moto en la misma acera (…) donde, cuando llega el agua, la friega, para tenerla
reluciente, como a él le gusta, sin preocuparse por interrumpirle el paso a los
transeúntes, menos por hacer correr la mugre y muchísimo menos por haber tirado
a la calle la lata de cerveza que, exultante, ha bebido mientras pule su propiedad.
Pero todavía hay otro (…), aunque la basura y los cerdos apesten y la
música del reguetón casi perfore tímpanos, capaz de colocar en plena acera un
sillón de hierro para, en short y sin camisa, tomar la brisa y ver pasar
a la gente. La cadena de desmanes, en realidad, no termina allí: cruza la
calle lateral, también la frontal, y continúa, con similares o nuevas
manifestaciones y se propaga por el barrio, el municipio, la ciudad, el país.
Se mueve como una plaga, una pandemia, o peor aún, porque su origen no es un
virus o una bacteria, sino algo mucho más intangible pero peligroso: es un
estado de ánimo”.
Añade el creador de Mario Conde en retrato no
detectivesco, sino documental, habida cuenta de su fidedignidad: “Lo que sí
creo y pienso es que ese estado de ánimo caracterizado por la indolencia, la
falta de conciencia en las consecuencias para los otros de los actos propios,
la prevalencia de nuestros problemas (…) y el desprecio por los conflictos y
derechos de los otros, se ha entronizado en la vida cubana de un modo que ya ni
siquiera calificaría de alarmante. Porque ha pasado a ser natural”.
Define causas el rastreador de Heredia, Hemingway o Trostsky: “La crisis de los años 1990, durante los cuales la gente en la isla se jugó la supervivencia; el fraccionamiento de los estratos sociales que a partir de entonces comenzó a producirse y no ha dejado de crecer; los consabidos problemas en la educación con el éxodo de viejos y mejor formados maestros; las necesidades económicas permanentes en una ciudadanía que por el resultado de su trabajo obtiene un salario insuficiente para vivir; el quiebre de valores morales antes arraigados, entre otras, son las causas que han permitido, primero, el crecimiento de la marginalidad y, de manera mucho más abarcadora, la indolencia de las actitudes sociales, cotidianas y de convivencia de un porciento creciente de la población. (…) Las crisis no solo alteran las estructuras de una sociedad. También afectan su salud. Y la sociedad cubana de hoy está enferma de indolencia, pérdida de valores, falta de respeto por el otro y ausencia creciente de urbanidad. Y los desmanes que genera esa insuficiencia siguen creciendo, diría que, lamentablemente, casi indetenibles”. (Por Julio Martínez Molina)
Define causas el rastreador de Heredia, Hemingway o Trostsky: “La crisis de los años 1990, durante los cuales la gente en la isla se jugó la supervivencia; el fraccionamiento de los estratos sociales que a partir de entonces comenzó a producirse y no ha dejado de crecer; los consabidos problemas en la educación con el éxodo de viejos y mejor formados maestros; las necesidades económicas permanentes en una ciudadanía que por el resultado de su trabajo obtiene un salario insuficiente para vivir; el quiebre de valores morales antes arraigados, entre otras, son las causas que han permitido, primero, el crecimiento de la marginalidad y, de manera mucho más abarcadora, la indolencia de las actitudes sociales, cotidianas y de convivencia de un porciento creciente de la población. (…) Las crisis no solo alteran las estructuras de una sociedad. También afectan su salud. Y la sociedad cubana de hoy está enferma de indolencia, pérdida de valores, falta de respeto por el otro y ausencia creciente de urbanidad. Y los desmanes que genera esa insuficiencia siguen creciendo, diría que, lamentablemente, casi indetenibles”. (Por Julio Martínez Molina)
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