Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

miércoles, 8 de enero de 2014

Carilda y anoche (+poemas)



No solo escribo acerca de esta mujer cuando se cumplen años de su vida o recibe algún premio. No busco informaciones sobre ella en las mencionadas acciones. ¡No! Lo hago siempre, porque es ella mi poetisa favorita. Les comparto estas valoraciones de Virgilio López Lemus sobre uno de sus poemas "Anoche".
   La poesía emotiva convoca a muchos lectores. Carilda Oliver Labra (1922) la ha sabido escribir con tino y arte. Una cosa es tratar de hacer poesía volcándonos como si el texto fuese una confesión psicoanalítica, y otra comprender que el arte de la palabra, que es el poema, requiere cincel y sabiduría de artista, de poeta consumado. Y esto es lo que resulta ser Carilda, una artista consumada que sabe ser poeta, porque poeta se es por vocación inexplicable, pero también por oficio, sin el cual, por buenos poemas que se logren a veces, se es un aficionado. Métier se le suele llamar en lenguaje analítico. Consiste en dominar las formas todas, desde la métrica tradicional hispánica, cuyo desconocimiento es grave pérdida de poetas no muy responsable con su oficio, hasta el dominio de la palabra expresiva, que implica conocer su significado, sus connotaciones y su cualidad vibratoria dentro del texto. Ese ensamblaje semántico-fonético ofrece al texto su valor de literariedad.  Por supuesto, hay otras razones que el arte poético implica, y que van desde la sabiduría natural, que algunos llaman talento, hasta la tenacidad de labor y el sentido crítico ante la obra escrita. Tener lo que Lezama Lima llamaba “cultura para la poesía”, viene siendo otro elemento constitutivo de la cualidad de poeta.  Más una fe enorme en que la poesía acompaña y salva al ser, al individuo en sus relaciones humanas. Esa fe en que la poesía tiene función en la vida, que va más allá del adorno del alma, completa al artista de la palabra y lo convierte con propiedad en poeta, que puede tener solo un libro publicado o decenas, como también se puede tener docenas de libros publicados en versos, sin que se sea en verdad un completo poeta, más allá del donativo de las aficiones.
  Carilda Oliver Labra acompaña a todo ello, a la ganancia de su vida como mujer poeta, el “genio de enredo” del que hablaba Honorato de Balzac para los narradores. Creó su propio mito o su propia leyenda, hizo de su oficio de poeta un don que requiere cultivo incluso en su propia vivencia cotidiana, en su relación con el prójimo y en la red que teje en su desplazamiento vital. Es por eso que sus poemas tienen vibración, dicen más de lo que dicen, no se quedan en el simple recodo de la expresión emotiva sin interés artístico profundo.
  “Anoche”, poema de Carilda, hace crepitar eróticamente a sus palabras. Diríase lapidario: “Anoche me acosté con un hombre y su sombra”. Tras el enunciado, ocurren milagros en las constelaciones, las balas son besos o viceversa, y el símil se desdibuja en afirmación rotunda, exagerada y mentirosa: “Hubo un paro cardiaco”. El amante producía lo inesperado, a ojos vista era hermoso, pero ella dice que “era tétrico”, “suave”, pero “me dio con un martillo en las articulaciones”. Y esto es lo que llamo vibración de las palabras. Más allá de las inusitadas connotaciones, ellas destellan, parecen nuevas como recién estrenadas, resuenan.
  El brevísimo texto describe un contacto sexual en que el amor difumina los contornos y hace estallar a los vocablos, hasta decirnos que aquel momento de goce sensorial parecía algo de selva, y por tanto, era un coito salvaje. Dos cuerpos se sacian, se devoran, se aniquilan y resurgen plenos de un gozo no culpable, nada pecaminoso, rico en matices. Y es la mujer quien habla. El hombre solo actuó y ella lo recuerda, joven que nadaba como si él mismo fuese el mar, como una ola, como si él mismo fuese el sexo. La mujer celebra la mutua atracción y el acto como gloria, como corona del encuentro de dos cuerpos que se desean.
  No ensombrece este sentido del amor feliz, ese raro néctar del paladar neorromántico, dado a cantar desencuentros y tristezas eróticas, anhelos no cumplidos o solo sobreentendidos. Nada de amado inmóvil a lo Amado Nervo, y el amor feliz no es aquí para nada místico, ni siquiera petrarquista, es carne, como alguna vez escribiera Rubén Darío. La mujer ha gozado de la atracción carnal y no teme confesarlo, o mejor dicho, cantarla sáficamente, sin el pudor que desde las eras antiguas se le atribuía a la dama, que debía bajar los ojos y ser solo pasiva, receptora, sin impulso motor, sin el descaro ofreciente de la serpiente. La pecadora: pero desprejuiciadamente, o sea, sin el enfado de lo pecaminoso, porque este amor es el de la pareja eterna dentro del paraíso. A Carilda no se le queda entre labios la canción, de modo que el amor y el placer se aúnan en su expresión poética de una forma gozosa, sin taras.
  El hombre se le allegaba “envuelto en dios y en sábana” y “nunca pidió permiso”. Ella, la Eva primigenia, lo recibe y siente que “me profanó el maldito”, y hay en la expresión un júbilo irónico, un comentario sin serlo contra los fuertes traumas que hacen del sexo pecado mortal. Es muy claro su mensaje, pues: “todavía su rayo láser me traspasa”. Ese ambiente de expresión lexical de sutil surrealismo, viene como anillo al dedo a la intensión sensorial, en tanto el desplazamiento de lo emotivo ha dejado paso a la furia de los cuerpos: “Hablábamos del cosmos y de iconografía, / pero todo vino abajo / cuando me dio el santo y seña”, y el lector o quien escuche debe imaginar cuál es ese santo y cual la seña.   

  No  es un poema impúdico por sí mismo, ni se trenza con aires de pornografía. Es una limpia descripción gozosa, y debo repetir la palabra goce, pues no siempre la poesía de amor nos habla del disfrute enfático, sobre todo la fuente neorromántica de Carilda tiene una larga tradición de frustración y deseo, de aires lúbricos no siempre consumados, de eros y tanatos, incomprensión y celo, abandono y desdicha.    
  Entonces llega un final a todas luces milagroso: la mujer siente en su seno el temblor del acto consumado y mira al lecho: “Hoy encontré una mancha en el lecho”, lo que deviene no en placer del recuerdo, sino en reflexión que le ofrece otro tipo de gravedad al texto: “la vida cabe en una gota”.  No sé si una mujer, o un hombre, puede decir en versos algo tan intenso, con la precisión con que lo hace el poeta, la poeta. Carilda le ofrece trascendencia a la pasión erótica, ella no queda solo en el instante “de selva”, sino que se proyecta sobre la vida toda. Y no exaltando el fruto, que podría ser un hijo, sino la huella del acto, la mancha delatora, la testimoniante.
  Desde la sonrisa del poema, Carilda nos condujo con rapidez a la reflexión más honda. El acto “selvático” ofrece finalidad, continuidad de la vida. ¿Todo coito entre varón y hembra es hijo en ciernes? El sexo en se torna, filosofía por medio, para sí. Acto de creación. Crear debe ser un goce que también llena el ámbito espiritual. Lo carnal y lo espiritual se matrimonian como en viejo rito dionisíaco. ¡Evohé!, diría la vacante. El poema es ese grito de alegría, en cuya bacanal entre dos participa el dios, Dionisos. Por eso “la vida cabe en una gota”. Esa gota es un océano para la vida. Creo que no puede detenerse el crítico en ver puro erotismo, solo, en la poesía general de Carilda, quien toca muchos temas, pero es cierto que el del amor se le ha dado con mayores logros. Su poesía no quiere subrayar un erotismo excesivamente pragmático, y aun en el acto que puede ser “de selva”, hay espiritualidad, la que queda como huella de la batalla rendida.
  Si un poema no resiste varias lecturas, su simplismo atenta contra la poesía. Por eso Carilda sabe ser sugerente, decir las cosas con cierto matiz impúdico que en verdad es solo eso, matiz, porque el poema resulta una celebración de la vida. ¿Por qué no creerlo así, sin mayores dudas? El Cantar de los Cantares no se lea sino con sentido místico, como unión con Dios. Carilda conoce este asunto de advertir en el extremo carnal la resurrección del espíritu, no es un poema ingenuo en ese sentido, ni tan alegórico como en Cantar salomónico; la cópula sagrada va dirigida a los dioses, y ello ocurre en no pocas religiones pre y poscristianas. De modo que el poema puede imitar ese vuelo del cuerpo en su goce supremo, orgiástico entre dos, orgasmo prolongado hasta la reflexión. Carilda no es una poetisa naif, sabe cuáles son sus materiales de trabajo, y que la poesía, escrita por medio de palabras, también trasciende al estado lexical en una vibración de letras.
  Anoche” es un texto revelador con intensión sagrada: el sacro ritmo del amor carnal convertido en idea, en pensamiento. Rebasa con creces el acto animal, la simple fecundación de las especies. No deja de ser un "nocturno", solo que sin los fantasmas de la nocturnidad, sin la culpa del pecado; es un poema a la fecunda realización del ser humano en una de sus manifestaciones esenciales: la sexualidad. Pero una sexualidad que añade peso a la propia esencial de la naturaleza, porque el intelecto actúa y hace trascendente el oscuro recinto, el lecho donde el goce es vida ejercitándose y promesa de vida. “Anoche” es todas las noches de amor, de sexo, de poesía de dos cuerpos enlazados en goce supremo. Una mujer se goza del golpe de martillo en las articulaciones, del viaje erótico, del grito dionisiaco. Sabe lo que dice: no basta con que el sexo sea solo “selva”. (Virgilio López Lemus)


Anoche

Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.

El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.

Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo lasser me traspasa.

Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.

Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.

Me desordeno, amor, me desordeno

Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin querer, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

El Beso

Su eternidad duró tanto
que el polvo devino estrella;
fue el silencio la más bella
palabra que dijo el canto.
Se casaron fiesta y llanto,
tuve lo azul de regreso
cuando -mujer hasta el hueso-
me pareció estar herida
más que nunca por la vida
y... simplemente era un beso.
Su eternidad duró tanto
que el polvo devino estrella;
fue el silencio la más bella
palabra que dijo el canto.
Se casaron fiesta y llanto,
tuve lo azul de regreso
cuando -mujer hasta el hueso-
me pareció estar herida
más que nunca por la vida
y... simplemente era un beso.

Poema

Cuando se acaben estas noches
en las que estoy sola y tú estás conmigo,
cuando se acaben estas cosas
de destino,
cuando se acabe
lo que nos hemos dado para siempre:
no me odies;.
recuérdame inocente
y volveremos juntos al poema.

El mar

Como en un lecho me tendí en el mar.
Hechizada por musgos y por linos
tuve acoso de brazos peregrinos
que me echaban las ondas al pasar.

Contra mi carne se batió el azar.
El agua -furia, vértigos y vinos-
se entretenía con los bordes finos
de mis caderas, blancas de esperar.

Entonces: grave, pálido, insereno,
llegaste como llega siempre el mar
y tu mirada me rompió este seno.

Ni Dios mismo nos pudo separar:
cuando una ola te volvía ajeno
entrabas en mis piernas con el mar.

Muchacho

Muchacho loco: cuando me miras
con disimulo, de arriba a abajo,
siento que arrancas tiras y tiras
de mi refajo.

Muchacho cuerdo: cuando me tocas
como al descuido la mano, a veces,
siento que creces
y que en la carne te sobran bocas.

Y yo tan seria, tan formalita,
tan buena joven, tan señorita,
para ocultarte también mi sed

te hablo de libros que no leemos,
de cosas tristes, del mar con remos;
te digo: usted...

Adiós

Adiós, locura de mis treinta años,
besado en julio bajo la luna llena
al tiempo de la herida y la azucena.
Adiós, mi venda de taparme daños.

Adiós, mi excusa, mi desorden bello,
mi alarma tierna, mi ignorante fruta:
estrella transitoria que se enluta,
esperanza de todo por mi cuello.

Adiós, muchacho de la cita corta;
adiós, pequeña ayuda de mi aorta,
tristísimo juguete violentado..

Adiós, verde placer, falso delito;
adiós, sin una queja, sin un grito.
Adiós, mi sueño nunca abandonado.

Se me ha perdido un hombre

Se me ha perdido un hombre.

Y lo busco por cifras y guitarras,
por rostros y entrepisos,
en el cielo,
en la tierra,
dentro de mí.

Se me ha perdido un hombre.

Y me he quedado temblando
como quien no come sino polvo,
como quien ya extravió la sombra.

Pero no,
que no,
que no me ayudan a buscarlo.
¿A quién le importa si su mirada
ha derrotado al tiempo?
¿A quién le importa aquella piel
con ganas
de la luz?
¿A quién le importan unos labios transparentes
que no tuvieron hambre,
unas piernas que sólo corrían al amor?

Se me ha perdido un hombre.

Y todos ríen,
se entretienen,
sudan,
mastican,
se desenvainan por las noches;
despreciativos,
inefables,
maromeros,
unánimes,
como si sólo se hubiese caído un alfiler
o la hoja más seca
del árbol del bien y del mal,
como si la muerte no hubiera entrado
a destiempo
en nuestra casa.

Y yo pensando que era demasiado joven,
que reunía láminas y piedras,
pedacitos de mundo,
hierros,
cosas del mar.

Yo pensando en la grandeza de criatura,
en cómo miraba Venus al atardecer,
en cómo cayó en la trampa.

Yo pensando
en dónde está la mitad del cuerpo mío,
en quién va a cantar ahora para quitarme
el miedo,
en las veces que no nos besamos
y en las que nos besamos,
en sus ojos coléricos frente a la injusticia,
en ese silencio con que me responde,
en la herida que nunca le cosí,
en sus manos.

Se me ha perdido un hombre.

¡Ayúdenme a buscarlo!
Pronto...
Siento frío.
Aquí no hay lámparas ni claves,
no tengo redes
ni computadoras.
No tengo flechas ni radares.

¿Dónde está?
¿Intenta ser mi sombra el desvalido?
¿Se me ha vuelto invisible entre gusanos?

Callados por la tarde, gravemente

Callados, por la tarde, gravemente,
sin elegir el sitio de la tierra,
tú y yo nos besaremos como en guerra
hasta quedarnos fríos frente a frente.

Yo, cada vez más tumba que se ahonda,
tú, cada vez más carne renovada,
acaso llames y jamás responda
cuando te vuelvas en mi cuerpo nada.

He de tragar entonces, con locura,
en tu vaso de tórrida hermosura
la sangre poderosa que se queja;

y daré media vuelta hacia lo inerte,
perdida en esa luz que te refleja,
tan hambrienta de ti como la muerte.

Cuando te desnudas

Cuando te desnudas como la suerte
destinada,
como el milagro increíble de las minas,
estremecidos vamos
a ser toda la tierra.

Cuando te desnudas
como animal celeste, trascendido,
y yo soy ese pan que vas buscando,
esa rabia de augusta promoción,
y convergiendo raramente andamos
en lo mismo...

Cuando te desnudas,
di: ¿qué dioses especiales nos empujan
haciendo señas
de la vida?

Última Elegía

Yo podría decir que estoy de primavera
bajo un aire oloroso a luz definitiva,
y podría tapar la mirada bisiesta
que se me está cayendo afuera de la vida;
y ser de flor, de lluvia, de mariposa buena,
semejante a este cielo cuidado por la brisa,
a la ignorancia simple con que quiere una abuela,
o a la salud del alba, que es casi campesina...

Pero me estoy llorando el corazón que llevo
frente al hombre que tiene un poco de mi frío.
Ya no puedo dormir con párpados violentos:
él me espera despierto en la calle del vino.

Quizás debo acordarme de este color que tengo
y debo ser más tibia que un rincón de olvido.
Le diré blandamente con mi voz de febrero:
Enséñame una llama que se apague distinto.

Y estaremos las noches que le falten al tiempo
en el lugar humilde donde se acaba un trino;
él, con la frente inútil que le puso el invierno,
y yo, como un adiós sujeto en el vacío.

Es una carta donde digo: amado

Es una carta donde digo: amado,
y después otras cosas en que exploto.
es una carta simple, con un loto
y la letra del ángel dominado.

Una carta donde digo: usado
por este corazón que juega roto.
Es una carta azul donde te boto
y más tarde te encuentro enamorado.

Es una carta, sí, con que te entrego
esta ilusión (palabra mentecata).
Es una carta donde digo: luego;
pero entonces adjuro en la postdata,
y firmo de inmediato con el fuego
porque es mucha la vida que me mata.

Declaración de amor

Make love, no war

Pregunto si llevo corazón
cuando despierto el peligro entre sus muslos,
si me equivoco
cuando preparo la única trinchera
en su garganta.

Yo sé que la guerra es probable;
sobre todo hoy
porque ha nacido un geranio.

Por favor, no apuntéis al cielo
con vuestras armas:
se asustan los gorriones,
es primavera,
llueve,
y está el campo pensativo.
Por favor,
derretiréis la luna que da sobre los pobres.

No tengo miedo,
no soy cobarde,
haría todo por mi patria;
pero no habléis tanto de cohetes atómicos,
que sucede una cosa terrible:
lo he besado poco.

Desnudo y para siempre

Errática,
sin vino,
profesional del fósforo,
cuando tú
haciendo un remolino de ilusiones,
con ese estruendo del laurel,
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.

Un poco demasiada,
como mirándome los pies,
cuando tú,
domingo rápido,
parada del vidrio,
hincaste el baño con tu gesto de animal profundo.

El agua,
ay,
quedó colgando entre mis ojos y tu carne
como una telaraña, desnudándote más.
Entendida por el demonio,
bárbara,
tuve un acceso de locura,
un punto apenas de explosión atómica,
un apogeo del clavel preciso
y creí.

(Creer es desear tu sexo y darle de comer a una paloma)

Se fue cayendo
la mañana.
El vicio de la estrella
saliendo así de entre tus párpados
era la luz
que yo he llamado lágrimas;
relámpago que empieza aquí y después de verle
no morimos.
(Vete,
dolor que lo menciona:
al innombrable se le pone tumba,
en paz quedamos
y luego va una por el mundo como quien nunca tuvo
cosas inmortales).

Estaba, sí, después del beso,
pidiéndole perdón a las paredes;
estaba como pariéndome otra vez,
como de niña bajo el vientre,
como palideciendo mucho,
como casi,
como empezando a ser
cuando
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.

Todo el naufragio se paró de pronto,
todo en octubre se hizo pan,
misericordia el tiempo.
Otoño, estatua germinal del cuarto,
lúgubre hermosura de los huesos;
sin usarme,
sin yo misma,
naciendo a los temblores importantes,
a la pequeña abertura de la dicha
si llueve y canto;
más tú que nada,
médula del presagio,
sólo un negocio del asombro,
sólo un trémulo palacio donde goteaban
noes ineluctables,
sólo la música que escuchó el verdugo,
azucenado nervio,
estaba
cuando
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.

Que yo era una mentira de la luna

No vuelvas, no, porque la noche es una
hechicera cordial que te ha perdido;
verás que ya no soy milagro ardido:
que yo era una mentira de la luna.

No vuelvas, no, porque será importuna
tu palabra de amor contra mi oído;
verás que no es de besos mi vestido:
que yo era una mentira de la luna.

Quédate como el sueño, desadido.
No vuelvas, no, porque tal vez alguna
maldición se descuelgue del olvido

y te toque en un ímpetu de tuna.
Verás, amor, verás que no he vivido:
que yo era una mentira de la luna.

Para el novio

Eres joven. Recuerdas, a ratos, cuando llueve,
la tristeza sin ruido de un crepúsculo breve.
Te sale la sonrisa de algún jasmín abierto.
Parecerás hermoso después de que hayas muerto.
A veces por la tarde mirando tu retrato
te quiero como a un libro, te quiero como a un gato.
Haces la primavera debajo de la espuma.
Tienes el alma fácil. Se te olvida la pluma.
Me regalaste ayer un pomo y dos bombones.
Ya el cielo no es de Dios: lo quitas y lo pones.
Vienes de una esperanza, de un árbol que se apoya.
Y te gustan los lápices, la leche, la cebolla...
Mi espejo, mi mañana, mi muchacho con nubes:
estás aquí hasta siempre; desde la tierra subes.
Te quiero. Son las seis. Te querré todavía.
me tomarás la mano subiendo en el tranvía.
Iremos noche a noche solos por la Calzada:
tú con zapatos sucios, yo con la blusa usada.
Y cuando pasen años y allá en la Biblioteca
se me arrepienta el cutis como a cualquier muñeca
que daba viajecitos absurdos al Juzgado
y que tenía un sueño azul recién pintado;
ah, sí... cuando ya no use siquiera cinturón,
y te duela la frente o te duela el riñón:
tú serás abogado con muy pocos asuntos
y yo la misma novia hasta morirnos juntos.

Que mueras primero, amor

Que mueras primero, amor,
para no verte la frente
como una herida creciente,
como un cadáver de flor.

Pero, ay, amor no te mueras,
prefiero morirme yo:
¿cómo sabrán cuando mueras
si ya estoy muerta o si no?

Discurso de Eva

Hoy te saludo brutalmente:
como un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja loca
de corazones,
con el reguero de pólvora que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos los sueños
o en esa telaraña donde cuelgan
los huérfanos de padre?

Te extraño,
¿sabes?
como a mí misma
o a los milagros que no pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé de qué alegría,
de qué cosa imprudente.

¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada,
por decirte "mi vida"
y que los truenos nos humillen
y las naranjas palidezcan en tu mano.
Tengo unas ganas de mirarte al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, parece de llama.

De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como la bruja clara donde pienso.
De verdad que no te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que soy.
Te quiero, no te quiero.
Sortearemos estas palabras
y una que triunfe será la mentirosa.

Amor...
(¿Qué digo? estoy equivocada,
aquí quise poner que ya te odio.)
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin compromiso con el futuro?
¿Cómo es posible que seas austral
y paranoico
y renuncies a mí?

Estarás leyendo los periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida.
Estarás con tus problemas de acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto desplomado;
yo que te apruebo la melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a matarme a salivazos,
héroe?
¿Cuándo vas a molerme otra vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llamarme pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo,
el tiempo,
y ya no se me aparecen ni los duendes,
y ya no entiendo los paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta...
Si te demoras,
si se te hace un nudo y no me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame, imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.

Ayer soñe que mientras nos besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.
éste es un amor
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos para ampararlo.
Por eso, cuando nos mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.
Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas que se salvan
atados por una flor incomparable.
Y a la mañana siguiente cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en la cama.

Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme otra vez una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para siempre.
ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la manzana.

Elegía en abril

Andaba yo volando por el suelo,
sin zapatos,
sin mi traje de nube de las nubes;
sola para tus manos,
patética,
inviolada,
pobre,
sola para tus manos,
sola,
y me empinaba hasta rozarte el ángel.
Andaba yo
-noche sobre la noche-
distraída en tu voz de inconfundibles dalias;
andaba yo como entre acoso de belleza,
clásica,
lírica,
absoluta,
y en las paredes profanadas por otros sin el sueño rebotaban lejanías, pedazos de palabras,
besos
que guardaré mañana.
Mi boca dio en la tuya
como un ave de paso.
Pensé en abril
y en que las noches de amor son breves como fósforos negros.
¿De qué serán los versos sino de aquella sombra
que hicimos sobre el lecho?
Su enredadera me arroja en la inocencia
y otra vez soy la misma
que demoraba su salud de novia.
Me he preguntado hoy si tú entendías la media luz,
si hallaste el todo,
si te faltaba piel, no quiero, entraña, como a mí.
Me he preguntado si asumes la ternura de memoria,
si odias tu trabajo, los relojes, mi ómnibus,
el alba fiera, insobornable...
!Ay, tantas cosas!...
(!Qué trastorno hace aquí si te recuerdo,
qué venas tengo nuevas si me ayudas
a duplicar el alba
otra vez en mi frente!)
Y las preguntas pasan inalterables, con verano,
ayer, ahora, siempre,
siempre, ahora, ayer
y quedo muda sobreseyendo un pájaro,
la fiebre, el mar,
la arena que debe estar contigo,
todas las soledades,
el desayuno triste como acuerdo impronunciado.
!Ay, qué palabra diré para ignorarte,
en cuál silencio no hablaré tu nombre
que ya supe!
Mira, te quejas y el amor instala
la agonía,
el tiempo,
la casa extraña donde empecé tu carne
hecha de estalactitas y misterios.
Mira, te quejas,
y yo me acojo a un zumo de azucenas porfiadas,
a niños que desean intervenir mi vientre.
Mira, te quejas,
y estoy yo sola con tu voz
-nelumbio, amarillez, cauto cristal-
viviendo el alarido de la noche muerta
que resucito en el poema.

Yo me pregunto hoy cómo aplacar el cisne,
lo inefable en tu tedio,
la marca de mi alma,
esto que no es morirme aunque me muero.
Y sigo oscura, oscura, oscura,
por gusto derramada,
como esos sauces que nos dicen llantos
que no oímos,
como esas olas que se acaban tan cerca y no miramos, como esos cánceres horribles que ni duelen,
como esa luz que aunque es la luz porque es la luz
nos deja ciegos...

Yo me pregunto,
llama que no se dijo,
cerrada puerta,
óxido,
hueso maldito,
sed;
yo me pregunto cómo saberte a toda la sorpresa,
a vino,
a adolescencia,
a naufragio por fin,
a vértigo,
a imposible;
cómo salir de pronto a condenar tu sangre,
a dividirte en truenos,
a ser otra metida en tus gavetas de estudiante.
Pregunto,
y me socorren todos los incendios del mundo
y vuelvo sola,
y sola vuelvo
y vuelo sola.
No sé qué tengo.
Digo que es jueves
y me asesina un miércoles.
Llega el frío.
Paseo entre callados árboles
sin otro aviso
que el que me traen las horas que nos vieron.

Te mando ahora a que lo olvides todo

Te mando ahora a que lo olvides todo:
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinándose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;

aquel muslo obediente pero fiero,
que venía de sierpes milenarias;
aquel muslo de carne y de me muero
convocado en las tardes solitarias;

aquel gesto de echarme en la locura;
aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extraño,

aquel nombre pequeño bajo el nombre,
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme daño.

En vez de lágrima

Hugo Ania Mercier: yo te quería.
A tu cuerpo de hombre agonizante
que irradiaba dolor como un diamante,
a tu paso que insiste todavía,

a tu lengua -clavel de la ironía-
que aún esconde callada sed punzante;
a tu mano, nerviosa, azul, de amante
cuya noche del tiempo siempre es mía;

a tu verso que llora aunque me cante,
a tu pila de huesos, insultantes,
a tu alma cayéndose de fría

que compuso la muerte en un instante:
¿qué les puedo decir, cicatrizante
de esa augusta verdad que te envolvía?

II
Entre libros te guardo casi seco,
mi animal luminoso, mi demente,
y tu voz que está viva sigue ausente,
mi juguete sin cuerda, mi tareco.

En la paz misteriosa de unos nichos
sin querer ya zafarme de tu frente,
alelada de amor pero impotente,
te he dejado otra vez entre los bichos.

Ah, mi niño de trapo, lis siniestro,
no te puedo rezar ni el padrenuestro.
Ah, ternura que el diablo siempre arranca,

si tenías la luz que maravilla:
¿por qué huiste de nuevo a la semilla,
por qué mataste esa paloma blanca?

III
Nos veremos -dijiste- y tu recado
de poeta infeliz, tonto profundo,
me condena a buscar en otro mundo
ese sueño de ayer que no ha pasado.

¿Fue una cita final o fue un aroma
que me sigue cuidando las entrañas?
¿Fue este poco de fe con que me bañas;
fue, mi hermano de todo, alguna broma?

Ya no tienes la fístula terrible,
ya no tienes soriasis ni enfisema
ni neurosis ni polio ni agonía.

Ya eres lejos, memoria, no, imposible.
estás sano en la gloria del poema.
Hugo Ania Mercier: yo te quería.



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