No solo escribo acerca de esta mujer cuando se cumplen años de su vida o recibe algún premio. No busco informaciones sobre ella en las mencionadas acciones. ¡No! Lo hago siempre, porque es ella mi poetisa favorita. Les comparto estas valoraciones de Virgilio López Lemus sobre uno de sus poemas "Anoche".
La poesía emotiva convoca a muchos lectores. Carilda Oliver Labra (1922)
la ha sabido escribir con tino y arte. Una cosa es tratar de hacer poesía
volcándonos como si el texto fuese una confesión psicoanalítica, y otra
comprender que el arte de la palabra, que es el poema, requiere cincel
y sabiduría de artista, de poeta consumado. Y esto es lo que resulta ser
Carilda, una artista consumada que sabe ser poeta, porque poeta se es por
vocación inexplicable, pero también por oficio, sin el cual, por buenos poemas
que se logren a veces, se es un aficionado. Métier se le suele llamar
en lenguaje analítico. Consiste en dominar las formas todas, desde la métrica
tradicional hispánica, cuyo desconocimiento es grave pérdida de poetas no muy
responsable con su oficio, hasta el dominio de la palabra expresiva, que
implica conocer su significado, sus connotaciones y su
cualidad vibratoria dentro del texto. Ese ensamblaje
semántico-fonético ofrece al texto su valor de literariedad. Por supuesto, hay otras razones que el
arte poético implica, y que van desde la sabiduría natural, que algunos llaman
talento, hasta la tenacidad de labor y el sentido crítico ante la obra escrita.
Tener lo que Lezama Lima llamaba “cultura para la poesía”, viene siendo otro elemento
constitutivo de la cualidad de poeta. Más una fe enorme en que la poesía
acompaña y salva al ser, al individuo en sus relaciones humanas. Esa fe en que
la poesía tiene función en la vida, que va más allá del adorno del alma,
completa al artista de la palabra y lo convierte con propiedad en poeta, que
puede tener solo un libro publicado o decenas, como también se puede tener
docenas de libros publicados en versos, sin que se sea en verdad un completo
poeta, más allá del donativo de las aficiones. Carilda Oliver Labra acompaña a todo ello, a la ganancia de su vida como mujer poeta, el “genio de enredo” del que hablaba Honorato de Balzac para los narradores. Creó su propio mito o su propia leyenda, hizo de su oficio de poeta un don que requiere cultivo incluso en su propia vivencia cotidiana, en su relación con el prójimo y en la red que teje en su desplazamiento vital. Es por eso que sus poemas tienen vibración, dicen más de lo que dicen, no se quedan en el simple recodo de la expresión emotiva sin interés artístico profundo.
“Anoche”, poema de Carilda, hace crepitar eróticamente a sus palabras. Diríase lapidario: “Anoche me acosté con un hombre y su sombra”. Tras el enunciado, ocurren milagros en las constelaciones, las balas son besos o viceversa, y el símil se desdibuja en afirmación rotunda, exagerada y mentirosa: “Hubo un paro cardiaco”. El amante producía lo inesperado, a ojos vista era hermoso, pero ella dice que “era tétrico”, “suave”, pero “me dio con un martillo en las articulaciones”. Y esto es lo que llamo vibración de las palabras. Más allá de las inusitadas connotaciones, ellas destellan, parecen nuevas como recién estrenadas, resuenan.
El brevísimo texto describe un contacto sexual en que el amor difumina los contornos y hace estallar a los vocablos, hasta decirnos que aquel momento de goce sensorial parecía algo de selva, y por tanto, era un coito salvaje. Dos cuerpos se sacian, se devoran, se aniquilan y resurgen plenos de un gozo no culpable, nada pecaminoso, rico en matices. Y es la mujer quien habla. El hombre solo actuó y ella lo recuerda, joven que nadaba como si él mismo fuese el mar, como una ola, como si él mismo fuese el sexo. La mujer celebra la mutua atracción y el acto como gloria, como corona del encuentro de dos cuerpos que se desean.
No ensombrece este sentido del amor feliz, ese raro néctar del paladar neorromántico, dado a cantar desencuentros y tristezas eróticas, anhelos no cumplidos o solo sobreentendidos. Nada de amado inmóvil a lo Amado Nervo, y el amor feliz no es aquí para nada místico, ni siquiera petrarquista, es carne, como alguna vez escribiera Rubén Darío. La mujer ha gozado de la atracción carnal y no teme confesarlo, o mejor dicho, cantarla sáficamente, sin el pudor que desde las eras antiguas se le atribuía a la dama, que debía bajar los ojos y ser solo pasiva, receptora, sin impulso motor, sin el descaro ofreciente de la serpiente. La pecadora: pero desprejuiciadamente, o sea, sin el enfado de lo pecaminoso, porque este amor es el de la pareja eterna dentro del paraíso. A Carilda no se le queda entre labios la canción, de modo que el amor y el placer se aúnan en su expresión poética de una forma gozosa, sin taras.
El hombre se le allegaba “envuelto en dios y en sábana” y “nunca pidió permiso”. Ella, la Eva primigenia, lo recibe y siente que “me profanó el maldito”, y hay en la expresión un júbilo irónico, un comentario sin serlo contra los fuertes traumas que hacen del sexo pecado mortal. Es muy claro su mensaje, pues: “todavía su rayo láser me traspasa”. Ese ambiente de expresión lexical de sutil surrealismo, viene como anillo al dedo a la intensión sensorial, en tanto el desplazamiento de lo emotivo ha dejado paso a la furia de los cuerpos: “Hablábamos del cosmos y de iconografía, / pero todo vino abajo / cuando me dio el santo y seña”, y el lector o quien escuche debe imaginar cuál es ese santo y cual la seña.
No es un poema impúdico por sí mismo, ni se trenza con aires de
pornografía. Es una limpia descripción gozosa, y debo repetir la palabra goce,
pues no siempre la poesía de amor nos habla del disfrute enfático, sobre todo
la fuente neorromántica de Carilda tiene una larga tradición de frustración y
deseo, de aires lúbricos no siempre consumados, de eros y tanatos,
incomprensión y celo, abandono y desdicha.
Entonces llega un final a todas luces milagroso: la mujer siente en su seno el temblor del acto consumado y mira al lecho: “Hoy encontré una mancha en el lecho”, lo que deviene no en placer del recuerdo, sino en reflexión que le ofrece otro tipo de gravedad al texto: “la vida cabe en una gota”. No sé si una mujer, o un hombre, puede decir en versos algo tan intenso, con la precisión con que lo hace el poeta, la poeta. Carilda le ofrece trascendencia a la pasión erótica, ella no queda solo en el instante “de selva”, sino que se proyecta sobre la vida toda. Y no exaltando el fruto, que podría ser un hijo, sino la huella del acto, la mancha delatora, la testimoniante.
Desde la sonrisa del poema, Carilda nos condujo con rapidez a la reflexión más honda. El acto “selvático” ofrece finalidad, continuidad de la vida. ¿Todo coito entre varón y hembra es hijo en ciernes? El sexo en sí se torna, filosofía por medio, para sí. Acto de creación. Crear debe ser un goce que también llena el ámbito espiritual. Lo carnal y lo espiritual se matrimonian como en viejo rito dionisíaco. ¡Evohé!, diría la vacante. El poema es ese grito de alegría, en cuya bacanal entre dos participa el dios, Dionisos. Por eso “la vida cabe en una gota”. Esa gota es un océano para la vida. Creo que no puede detenerse el crítico en ver puro erotismo, solo, en la poesía general de Carilda, quien toca muchos temas, pero es cierto que el del amor se le ha dado con mayores logros. Su poesía no quiere subrayar un erotismo excesivamente pragmático, y aun en el acto que puede ser “de selva”, hay espiritualidad, la que queda como huella de la batalla rendida.
Si un poema no resiste varias lecturas, su simplismo atenta contra la poesía. Por eso Carilda sabe ser sugerente, decir las cosas con cierto matiz impúdico que en verdad es solo eso, matiz, porque el poema resulta una celebración de la vida. ¿Por qué no creerlo así, sin mayores dudas? El Cantar de los Cantares no se lea sino con sentido místico, como unión con Dios. Carilda conoce este asunto de advertir en el extremo carnal la resurrección del espíritu, no es un poema ingenuo en ese sentido, ni tan alegórico como en Cantar salomónico; la cópula sagrada va dirigida a los dioses, y ello ocurre en no pocas religiones pre y poscristianas. De modo que el poema puede imitar ese vuelo del cuerpo en su goce supremo, orgiástico entre dos, orgasmo prolongado hasta la reflexión. Carilda no es una poetisa naif, sabe cuáles son sus materiales de trabajo, y que la poesía, escrita por medio de palabras, también trasciende al estado lexical en una vibración de letras.
“Anoche” es un texto revelador con intensión sagrada: el sacro ritmo del amor carnal convertido en idea, en pensamiento. Rebasa con creces el acto animal, la simple fecundación de las especies. No deja de ser un "nocturno", solo que sin los fantasmas de la nocturnidad, sin la culpa del pecado; es un poema a la fecunda realización del ser humano en una de sus manifestaciones esenciales: la sexualidad. Pero una sexualidad que añade peso a la propia esencial de la naturaleza, porque el intelecto actúa y hace trascendente el oscuro recinto, el lecho donde el goce es vida ejercitándose y promesa de vida. “Anoche” es todas las noches de amor, de sexo, de poesía de dos cuerpos enlazados en goce supremo. Una mujer se goza del golpe de martillo en las articulaciones, del viaje erótico, del grito dionisiaco. Sabe lo que dice: no basta con que el sexo sea solo “selva”. (Virgilio López Lemus)
Entonces llega un final a todas luces milagroso: la mujer siente en su seno el temblor del acto consumado y mira al lecho: “Hoy encontré una mancha en el lecho”, lo que deviene no en placer del recuerdo, sino en reflexión que le ofrece otro tipo de gravedad al texto: “la vida cabe en una gota”. No sé si una mujer, o un hombre, puede decir en versos algo tan intenso, con la precisión con que lo hace el poeta, la poeta. Carilda le ofrece trascendencia a la pasión erótica, ella no queda solo en el instante “de selva”, sino que se proyecta sobre la vida toda. Y no exaltando el fruto, que podría ser un hijo, sino la huella del acto, la mancha delatora, la testimoniante.
Desde la sonrisa del poema, Carilda nos condujo con rapidez a la reflexión más honda. El acto “selvático” ofrece finalidad, continuidad de la vida. ¿Todo coito entre varón y hembra es hijo en ciernes? El sexo en sí se torna, filosofía por medio, para sí. Acto de creación. Crear debe ser un goce que también llena el ámbito espiritual. Lo carnal y lo espiritual se matrimonian como en viejo rito dionisíaco. ¡Evohé!, diría la vacante. El poema es ese grito de alegría, en cuya bacanal entre dos participa el dios, Dionisos. Por eso “la vida cabe en una gota”. Esa gota es un océano para la vida. Creo que no puede detenerse el crítico en ver puro erotismo, solo, en la poesía general de Carilda, quien toca muchos temas, pero es cierto que el del amor se le ha dado con mayores logros. Su poesía no quiere subrayar un erotismo excesivamente pragmático, y aun en el acto que puede ser “de selva”, hay espiritualidad, la que queda como huella de la batalla rendida.
Si un poema no resiste varias lecturas, su simplismo atenta contra la poesía. Por eso Carilda sabe ser sugerente, decir las cosas con cierto matiz impúdico que en verdad es solo eso, matiz, porque el poema resulta una celebración de la vida. ¿Por qué no creerlo así, sin mayores dudas? El Cantar de los Cantares no se lea sino con sentido místico, como unión con Dios. Carilda conoce este asunto de advertir en el extremo carnal la resurrección del espíritu, no es un poema ingenuo en ese sentido, ni tan alegórico como en Cantar salomónico; la cópula sagrada va dirigida a los dioses, y ello ocurre en no pocas religiones pre y poscristianas. De modo que el poema puede imitar ese vuelo del cuerpo en su goce supremo, orgiástico entre dos, orgasmo prolongado hasta la reflexión. Carilda no es una poetisa naif, sabe cuáles son sus materiales de trabajo, y que la poesía, escrita por medio de palabras, también trasciende al estado lexical en una vibración de letras.
“Anoche” es un texto revelador con intensión sagrada: el sacro ritmo del amor carnal convertido en idea, en pensamiento. Rebasa con creces el acto animal, la simple fecundación de las especies. No deja de ser un "nocturno", solo que sin los fantasmas de la nocturnidad, sin la culpa del pecado; es un poema a la fecunda realización del ser humano en una de sus manifestaciones esenciales: la sexualidad. Pero una sexualidad que añade peso a la propia esencial de la naturaleza, porque el intelecto actúa y hace trascendente el oscuro recinto, el lecho donde el goce es vida ejercitándose y promesa de vida. “Anoche” es todas las noches de amor, de sexo, de poesía de dos cuerpos enlazados en goce supremo. Una mujer se goza del golpe de martillo en las articulaciones, del viaje erótico, del grito dionisiaco. Sabe lo que dice: no basta con que el sexo sea solo “selva”. (Virgilio López Lemus)
Anoche
Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.
El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.
Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo lasser me traspasa.
Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.
Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.
Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.
El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.
Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo lasser me traspasa.
Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.
Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.
Me desordeno, amor, me desordeno
Me desordeno, amor, me
desordeno
cuando voy en tu boca,
demorada;
y casi sin querer, casi por
nada,
te toco con la punta de mi
seno.
Te toco con la punta de mi
seno
y con mi soledad
desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me
desordeno.
Y mi suerte de fruta
respetada
arde en tu mano lúbrica y
turbada
como una mal promesa de
veneno;
y aunque quiero besarte
arrodillada,
cuando voy en tu boca,
demorada,
me desordeno, amor, me
desordeno.
El Beso
Su eternidad duró tanto
que el polvo devino
estrella;
fue el silencio la más bella
palabra que dijo el canto.
Se casaron fiesta y llanto,
tuve lo azul de regreso
cuando -mujer hasta el
hueso-
me pareció estar herida
más que nunca por la vida
y... simplemente era un
beso.
Su eternidad duró tanto
que el polvo devino
estrella;
fue el silencio la más bella
palabra que dijo el canto.
Se casaron fiesta y llanto,
tuve lo azul de regreso
cuando -mujer hasta el
hueso-
me pareció estar herida
más que nunca por la vida
y... simplemente era un
beso.
Poema
Cuando se acaben estas
noches
en las que estoy sola y tú
estás conmigo,
cuando se acaben estas cosas
de destino,
cuando se acabe
lo que nos hemos dado para
siempre:
no me odies;.
recuérdame inocente
y volveremos juntos al
poema.
El mar
Como en un lecho me tendí en
el mar.
Hechizada por musgos y por
linos
tuve acoso de brazos
peregrinos
que me echaban las ondas al
pasar.
Contra mi carne se batió el
azar.
El agua -furia, vértigos y
vinos-
se entretenía con los bordes
finos
de mis caderas, blancas de
esperar.
Entonces: grave, pálido,
insereno,
llegaste como llega siempre
el mar
y tu mirada me rompió este
seno.
Ni Dios mismo nos pudo
separar:
cuando una ola te volvía
ajeno
entrabas en mis piernas con
el mar.
Muchacho
Muchacho loco: cuando me
miras
con disimulo, de arriba a
abajo,
siento que arrancas tiras y
tiras
de mi refajo.
Muchacho cuerdo: cuando me
tocas
como al descuido la mano, a
veces,
siento que creces
y que en la carne te sobran
bocas.
Y yo tan seria, tan
formalita,
tan buena joven, tan
señorita,
para ocultarte también mi
sed
te hablo de libros que no
leemos,
de cosas tristes, del mar
con remos;
te digo: usted...
Adiós
Adiós, locura de mis treinta
años,
besado en julio bajo la luna
llena
al tiempo de la herida y la
azucena.
Adiós, mi venda de taparme
daños.
Adiós, mi excusa, mi desorden
bello,
mi alarma tierna, mi
ignorante fruta:
estrella transitoria que se
enluta,
esperanza de todo por mi
cuello.
Adiós, muchacho de la cita
corta;
adiós, pequeña ayuda de mi
aorta,
tristísimo juguete
violentado..
Adiós, verde placer, falso
delito;
adiós, sin una queja, sin un
grito.
Adiós, mi sueño nunca
abandonado.
Se me ha perdido un hombre
Se me ha perdido un hombre.
Y lo busco por cifras y
guitarras,
por rostros y entrepisos,
en el cielo,
en la tierra,
dentro de mí.
Se me ha perdido un hombre.
Y me he quedado temblando
como quien no come sino
polvo,
como quien ya extravió la
sombra.
Pero no,
que no,
que no me ayudan a buscarlo.
¿A quién le importa si su
mirada
ha derrotado al tiempo?
¿A quién le importa aquella
piel
con ganas
de la luz?
¿A quién le importan unos
labios transparentes
que no tuvieron hambre,
unas piernas que sólo
corrían al amor?
Se me ha perdido un hombre.
Y todos ríen,
se entretienen,
sudan,
mastican,
se desenvainan por las
noches;
despreciativos,
inefables,
maromeros,
unánimes,
como si sólo se hubiese
caído un alfiler
o la hoja más seca
del árbol del bien y del
mal,
como si la muerte no hubiera
entrado
a destiempo
en nuestra casa.
Y yo pensando que era
demasiado joven,
que reunía láminas y
piedras,
pedacitos de mundo,
hierros,
cosas del mar.
Yo pensando en la grandeza
de criatura,
en cómo miraba Venus al
atardecer,
en cómo cayó en la trampa.
Yo pensando
en dónde está la mitad del
cuerpo mío,
en quién va a cantar ahora
para quitarme
el miedo,
en las veces que no nos besamos
y en las que nos besamos,
en sus ojos coléricos frente
a la injusticia,
en ese silencio con que me
responde,
en la herida que nunca le
cosí,
en sus manos.
Se me ha perdido un hombre.
¡Ayúdenme a buscarlo!
Pronto...
Siento frío.
Aquí no hay lámparas ni
claves,
no tengo redes
ni computadoras.
No tengo flechas ni radares.
¿Dónde está?
¿Intenta ser mi sombra el
desvalido?
¿Se me ha vuelto invisible
entre gusanos?
Callados por la tarde, gravemente
Callados, por la tarde,
gravemente,
sin elegir el sitio de la
tierra,
tú y yo nos besaremos como
en guerra
hasta quedarnos fríos frente
a frente.
Yo, cada vez más tumba que
se ahonda,
tú, cada vez más carne
renovada,
acaso llames y jamás
responda
cuando te vuelvas en mi
cuerpo nada.
He de tragar entonces, con
locura,
en tu vaso de tórrida
hermosura
la sangre poderosa que se
queja;
y daré media vuelta hacia lo
inerte,
perdida en esa luz que te
refleja,
tan hambrienta de ti como la
muerte.
Cuando te desnudas
Cuando te desnudas como la
suerte
destinada,
como el milagro increíble de
las minas,
estremecidos vamos
a ser toda la tierra.
Cuando te desnudas
como animal celeste,
trascendido,
y yo soy ese pan que vas
buscando,
esa rabia de augusta
promoción,
y convergiendo raramente
andamos
en lo mismo...
Cuando te desnudas,
di: ¿qué dioses especiales
nos empujan
haciendo señas
de la vida?
Última Elegía
Yo podría decir que estoy de
primavera
bajo un aire oloroso a luz
definitiva,
y podría tapar la mirada
bisiesta
que se me está cayendo
afuera de la vida;
y ser de flor, de lluvia, de
mariposa buena,
semejante a este cielo
cuidado por la brisa,
a la ignorancia simple con
que quiere una abuela,
o a la salud del alba, que
es casi campesina...
Pero me estoy llorando el
corazón que llevo
frente al hombre que tiene
un poco de mi frío.
Ya no puedo dormir con
párpados violentos:
él me espera despierto en la
calle del vino.
Quizás debo acordarme de
este color que tengo
y debo ser más tibia que un
rincón de olvido.
Le diré blandamente con mi
voz de febrero:
Enséñame una llama que se
apague distinto.
Y estaremos las noches que
le falten al tiempo
en el lugar humilde donde se
acaba un trino;
él, con la frente inútil que
le puso el invierno,
y yo, como un adiós sujeto
en el vacío.
Es una carta donde digo: amado
Es una carta donde digo:
amado,
y después otras cosas en que
exploto.
es una carta simple, con un
loto
y la letra del ángel
dominado.
Una carta donde digo: usado
por este corazón que juega
roto.
Es una carta azul donde te
boto
y más tarde te encuentro
enamorado.
Es una carta, sí, con que te
entrego
esta ilusión (palabra
mentecata).
Es una carta donde digo:
luego;
pero entonces adjuro en la
postdata,
y firmo de inmediato con el
fuego
porque es mucha la vida que
me mata.
Declaración de amor
Make love, no war
Pregunto si llevo corazón
cuando despierto el peligro
entre sus muslos,
si me equivoco
cuando preparo la única
trinchera
en su garganta.
Yo sé que la guerra es
probable;
sobre todo hoy
porque ha nacido un geranio.
Por favor, no apuntéis al
cielo
con vuestras armas:
se asustan los gorriones,
es primavera,
llueve,
y está el campo pensativo.
Por favor,
derretiréis la luna que da
sobre los pobres.
No tengo miedo,
no soy cobarde,
haría todo por mi patria;
pero no habléis tanto de
cohetes atómicos,
que sucede una cosa terrible:
lo he besado poco.
Desnudo y para siempre
Errática,
sin vino,
profesional del fósforo,
cuando tú
haciendo un remolino de
ilusiones,
con ese estruendo del
laurel,
desnudo y para siempre
entraste bajo el agua.
Un poco demasiada,
como mirándome los pies,
cuando tú,
domingo rápido,
parada del vidrio,
hincaste el baño con tu
gesto de animal profundo.
El agua,
ay,
quedó colgando entre mis
ojos y tu carne
como una telaraña,
desnudándote más.
Entendida por el demonio,
bárbara,
tuve un acceso de locura,
un punto apenas de explosión
atómica,
un apogeo del clavel preciso
y creí.
(Creer es desear tu sexo y
darle de comer a una paloma)
Se fue cayendo
la mañana.
El vicio de la estrella
saliendo así de entre tus
párpados
era la luz
que yo he llamado lágrimas;
relámpago que empieza aquí y
después de verle
no morimos.
(Vete,
dolor que lo menciona:
al innombrable se le pone
tumba,
en paz quedamos
y luego va una por el mundo
como quien nunca tuvo
cosas inmortales).
Estaba, sí, después del
beso,
pidiéndole perdón a las
paredes;
estaba como pariéndome otra
vez,
como de niña bajo el
vientre,
como palideciendo mucho,
como casi,
como empezando a ser
cuando
desnudo y para siempre
entraste bajo el agua.
Todo el naufragio se paró de
pronto,
todo en octubre se hizo pan,
misericordia el tiempo.
Otoño, estatua germinal del
cuarto,
lúgubre hermosura de los
huesos;
sin usarme,
sin yo misma,
naciendo a los temblores
importantes,
a la pequeña abertura de la
dicha
si llueve y canto;
más tú que nada,
médula del presagio,
sólo un negocio del asombro,
sólo un trémulo palacio
donde goteaban
noes ineluctables,
sólo la música que escuchó
el verdugo,
azucenado nervio,
estaba
cuando
desnudo y para siempre
entraste bajo el agua.
Que yo era una mentira de la luna
No vuelvas, no, porque la
noche es una
hechicera cordial que te ha
perdido;
verás que ya no soy milagro
ardido:
que yo era una mentira de la
luna.
No vuelvas, no, porque será
importuna
tu palabra de amor contra mi
oído;
verás que no es de besos mi
vestido:
que yo era una mentira de la
luna.
Quédate como el sueño,
desadido.
No vuelvas, no, porque tal
vez alguna
maldición se descuelgue del
olvido
y te toque en un ímpetu de
tuna.
Verás, amor, verás que no he
vivido:
que yo era una mentira de la
luna.
Para el novio
Eres joven. Recuerdas, a
ratos, cuando llueve,
la tristeza sin ruido de un
crepúsculo breve.
Te sale la sonrisa de algún
jasmín abierto.
Parecerás hermoso después de
que hayas muerto.
A veces por la tarde mirando
tu retrato
te quiero como a un libro,
te quiero como a un gato.
Haces la primavera debajo de
la espuma.
Tienes el alma fácil. Se te
olvida la pluma.
Me regalaste ayer un pomo y
dos bombones.
Ya el cielo no es de Dios:
lo quitas y lo pones.
Vienes de una esperanza, de
un árbol que se apoya.
Y te gustan los lápices, la
leche, la cebolla...
Mi espejo, mi mañana, mi
muchacho con nubes:
estás aquí hasta siempre;
desde la tierra subes.
Te quiero. Son las seis. Te
querré todavía.
me tomarás la mano subiendo
en el tranvía.
Iremos noche a noche solos
por la Calzada:
tú con zapatos sucios, yo
con la blusa usada.
Y cuando pasen años y allá
en la Biblioteca
se me arrepienta el cutis
como a cualquier muñeca
que daba viajecitos absurdos
al Juzgado
y que tenía un sueño azul
recién pintado;
ah, sí... cuando ya no use
siquiera cinturón,
y te duela la frente o te
duela el riñón:
tú serás abogado con muy
pocos asuntos
y yo la misma novia hasta
morirnos juntos.
Que mueras primero, amor
Que mueras primero, amor,
para no verte la frente
como una herida creciente,
como un cadáver de flor.
Pero, ay, amor no te mueras,
prefiero morirme yo:
¿cómo sabrán cuando mueras
si ya estoy muerta o si no?
Discurso de Eva
Hoy te saludo brutalmente:
como un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja
loca
de corazones,
con el reguero de pólvora
que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos
los sueños
o en esa telaraña donde
cuelgan
los huérfanos de padre?
Te extraño,
¿sabes?
como a mí misma
o a los milagros que no
pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé
de qué alegría,
de qué cosa imprudente.
¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a
nada,
por decirte "mi
vida"
y que los truenos nos
humillen
y las naranjas palidezcan en
tu mano.
Tengo unas ganas de mirarte
al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, parece de
llama.
De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como la bruja clara donde
pienso.
De verdad que no te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que
soy.
Te quiero, no te quiero.
Sortearemos estas palabras
y una que triunfe será la
mentirosa.
Amor...
(¿Qué digo? estoy
equivocada,
aquí quise poner que ya te
odio.)
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin
compromiso con el futuro?
¿Cómo es posible que seas
austral
y paranoico
y renuncies a mí?
Estarás leyendo los
periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida.
Estarás con tus problemas de
acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una
aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto
desplomado;
yo que te apruebo la
melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a matarme a
salivazos,
héroe?
¿Cuándo vas a molerme otra
vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llamarme
pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo,
el tiempo,
y ya no se me aparecen ni
los duendes,
y ya no entiendo los
paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta...
Si te demoras,
si se te hace un nudo y no
me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame,
imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.
Ayer soñe que mientras nos
besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos
soltamos la esperanza.
éste es un amor
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos
para ampararlo.
Por eso, cuando nos
mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre
a quien dejaste sola.
Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas
que se salvan
atados por una flor
incomparable.
Y a la mañana siguiente
cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en
la cama.
Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme otra vez una llave
turca.
Pondremos el tocadiscos para
siempre.
ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la
manzana.
Elegía en abril
Andaba yo volando por el
suelo,
sin zapatos,
sin mi traje de nube de las
nubes;
sola para tus manos,
patética,
inviolada,
pobre,
sola para tus manos,
sola,
y me empinaba hasta rozarte
el ángel.
Andaba yo
-noche sobre la noche-
distraída en tu voz de
inconfundibles dalias;
andaba yo como entre acoso
de belleza,
clásica,
lírica,
absoluta,
y en las paredes profanadas
por otros sin el sueño rebotaban lejanías, pedazos de palabras,
besos
que guardaré mañana.
Mi boca dio en la tuya
como un ave de paso.
Pensé en abril
y en que las noches de amor
son breves como fósforos negros.
¿De qué serán los versos
sino de aquella sombra
que hicimos sobre el lecho?
Su enredadera me arroja en
la inocencia
y otra vez soy la misma
que demoraba su salud de
novia.
Me he preguntado hoy si tú
entendías la media luz,
si hallaste el todo,
si te faltaba piel, no
quiero, entraña, como a mí.
Me he preguntado si asumes
la ternura de memoria,
si odias tu trabajo, los
relojes, mi ómnibus,
el alba fiera,
insobornable...
!Ay, tantas cosas!...
(!Qué trastorno hace aquí si
te recuerdo,
qué venas tengo nuevas si me
ayudas
a duplicar el alba
otra vez en mi frente!)
Y las preguntas pasan
inalterables, con verano,
ayer, ahora, siempre,
siempre, ahora, ayer
y quedo muda sobreseyendo un
pájaro,
la fiebre, el mar,
la arena que debe estar
contigo,
todas las soledades,
el desayuno triste como
acuerdo impronunciado.
!Ay, qué palabra diré para
ignorarte,
en cuál silencio no hablaré
tu nombre
que ya supe!
Mira, te quejas y el amor
instala
la agonía,
el tiempo,
la casa extraña donde empecé
tu carne
hecha de estalactitas y
misterios.
Mira, te quejas,
y yo me acojo a un zumo de
azucenas porfiadas,
a niños que desean
intervenir mi vientre.
Mira, te quejas,
y estoy yo sola con tu voz
-nelumbio, amarillez, cauto
cristal-
viviendo el alarido de la
noche muerta
que resucito en el poema.
Yo me pregunto hoy cómo
aplacar el cisne,
lo inefable en tu tedio,
la marca de mi alma,
esto que no es morirme
aunque me muero.
Y sigo oscura, oscura,
oscura,
por gusto derramada,
como esos sauces que nos
dicen llantos
que no oímos,
como esas olas que se acaban
tan cerca y no miramos, como esos cánceres horribles que ni duelen,
como esa luz que aunque es
la luz porque es la luz
nos deja ciegos...
Yo me pregunto,
llama que no se dijo,
cerrada puerta,
óxido,
hueso maldito,
sed;
yo me pregunto cómo saberte
a toda la sorpresa,
a vino,
a adolescencia,
a naufragio por fin,
a vértigo,
a imposible;
cómo salir de pronto a
condenar tu sangre,
a dividirte en truenos,
a ser otra metida en tus
gavetas de estudiante.
Pregunto,
y me socorren todos los
incendios del mundo
y vuelvo sola,
y sola vuelvo
y vuelo sola.
No sé qué tengo.
Digo que es jueves
y me asesina un miércoles.
Llega el frío.
Paseo entre callados árboles
sin otro aviso
que el que me traen las
horas que nos vieron.
Te mando ahora a que lo olvides todo
Te mando ahora a que lo
olvides todo:
aquel seno de nata y de
ternura,
aquel seno empinándose de un
modo
que te pudo servir de tierra
dura;
aquel muslo obediente pero
fiero,
que venía de sierpes
milenarias;
aquel muslo de carne y de me
muero
convocado en las tardes
solitarias;
aquel gesto de echarme en la
locura;
aquel viaje al amor, de mi
cintura;
aquel gusto en la piel a
lirio extraño,
aquel nombre pequeño bajo el
nombre,
aquel pecado de volverte un
hombre
en el vicio feliz de hacerme
daño.
En vez de lágrima
Hugo Ania Mercier: yo te
quería.
A tu cuerpo de hombre
agonizante
que irradiaba dolor como un
diamante,
a tu paso que insiste
todavía,
a tu lengua -clavel de la
ironía-
que aún esconde callada sed
punzante;
a tu mano, nerviosa, azul,
de amante
cuya noche del tiempo
siempre es mía;
a tu verso que llora aunque
me cante,
a tu pila de huesos,
insultantes,
a tu alma cayéndose de fría
que compuso la muerte en un
instante:
¿qué les puedo decir,
cicatrizante
de esa augusta verdad que te
envolvía?
II
Entre libros te guardo casi
seco,
mi animal luminoso, mi
demente,
y tu voz que está viva sigue
ausente,
mi juguete sin cuerda, mi
tareco.
En la paz misteriosa de unos
nichos
sin querer ya zafarme de tu
frente,
alelada de amor pero
impotente,
te he dejado otra vez entre
los bichos.
Ah, mi niño de trapo, lis
siniestro,
no te puedo rezar ni el
padrenuestro.
Ah, ternura que el diablo
siempre arranca,
si tenías la luz que
maravilla:
¿por qué huiste de nuevo a
la semilla,
por qué mataste esa paloma
blanca?
III
Nos veremos -dijiste- y tu
recado
de poeta infeliz, tonto
profundo,
me condena a buscar en otro
mundo
ese sueño de ayer que no ha
pasado.
¿Fue una cita final o fue un
aroma
que me sigue cuidando las
entrañas?
¿Fue este poco de fe con que
me bañas;
fue, mi hermano de todo,
alguna broma?
Ya no tienes la fístula
terrible,
ya no tienes soriasis ni
enfisema
ni neurosis ni polio ni
agonía.
Ya eres lejos, memoria, no,
imposible.
estás sano en la gloria del
poema.
Hugo Ania Mercier: yo te
quería.
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