Por Silvina Friera (Tomado de Página 12)
“No soy alondra, soy lechuza; por las noches estoy feliz”, dice Carilda Oliver Labra, una de las voces más importantes de la poesía hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Ahora que “el almendrón” -un taxi-colectivo- toma la vía Blanca y comienza a salir de La Habana rumbo a Matanzas, llega el recuerdo de la charla telefónica, cuando aceptó la entrevista con Página/12 con la única condición de que no fuera temprano. El paisaje, a medida que se interna en la provincia de Mayabeque, se vuelve más rural: vacas, toros y caballos pastorean tan campantes que producen un sentimiento semejante a la envidia.
Un hurón cruza la ruta y esquiva el almendrón justo a tiempo. “La tierra” es un bello poema de Carilda que viene a la mente: “Cuando vino mi abuela/ trajo un poco de tierra española, /cuando se fue mi madre/ llevó un poco de tierra cubana./ Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:/ la quiero toda/ sobre mi tumba”. Camilo, el chofer, licenciado en matemática que hasta 1994 dio clases en escuelas secundarias, oficia de guía turístico. De pronto señala la fábrica de ron Havana Club, en Santa Cruz del Norte. La pupila levita hechizada por obra y gracia del valle del Yumurí y del puente Bacunayagua. Tiene 110 metros; es el más alto del país y divide la provincia de Mayabeque con Matanzas, “la ciudad de los puentes”, la Atenas de Cuba.
En menos de lo que canta un gallo, pero después de dos horas y media de viaje y 90 kilómetros de recorrido, se llega al barrio Pueblo Nuevo, a la Calzada de Tirry 81, la calle que conduce hacia el mundo de la poeta cubana que ama “el tiempo y sus transfiguraciones cósmicas”.
La casa donde vive Carilda es de 1885. “Todos los vitrales son italianos. Este vitral -señala uno entre el comedor y el patio- es el único que queda entero en Matanzas, pero en un ciclón se rompió un poquito. Yo le pongo un papelito de los que usan los escenógrafos, del mismo color, y no se ve. Pero como ha llovido se ha caído. Todo es antiquísimo. Los canteros son de la fundación de la casa; están semidestruidos porque no los hemos querido tocar. Nos mudamos en 1926. Yo nací en el ’22. O sea que llevo 86 años viviendo acá, porque cumplí 90 en julio. Soy casi tan vieja como la casa.” Hay que ver a Carilda sonreír; sacude despacito los hombros y las mejillas se ruborizan levemente. A sus pies se acomoda un perro salchicha que tiene quince años y anda peinando canas. “Como era muy majadero y se comía los calcetines de Raydel, le puso Stalin. Pero responde al nombre de ‘Papito’”, revela Carilda. “Papito” alza las orejas y mueve la cola, festejando la oportuna aclaración. En el patio, un puñado de gatos de todos los colores y tamaños corretean, saltan por el aire y parecen los reyes del equilibro cuando caminan por los bordes de las macetas. La familia felina se agrandó: dos de las gatas tuvieron cría; ahora son 16. “Siempre tuve gatos, desde niña. Primero tenía uno solo, maravilloso, que cuando me fui a los Estados Unidos a visitar a mi familia, quince días nada más, se negó a comer y se murió. Cuando volví, mi suegra lo había enterrado en un cantero. Ghandi se llamaba. Lloré muchísimo, me puse muy mal.”
La poeta matancera presentará en la próxima Feria del Libro de La Habana Una mujer escribe (Ediciones Matanzas), una antología de su poesía prologada por Raydel H. Fernández, marido de la poeta cincuenta años menor que ella, realizada para celebrar los 90 años de Carilda. Como una maga, abre las manos y aparece el ejemplar de Desaparece el polvo, una miniatura amarilla de tapa dura con edición y prólogo de Antonio Piedra, publicada en España. “Fíjate cómo está; los tenía guardados uno pegadito con el otro. ¡Yo no sé qué ha pasado!”, se queja. La humedad, como siempre, cumplió el papel de alumna ejemplar. La tapa de la encantadora miniatura se descascara. “Este libro está relacionado con problemas personales, ¿comprendes? Estuve vetada, no se me publicó durante mucho tiempo, entre el ’63 y el ’78. En el ’78 me arriesgué a ir al Concurso 26 de Julio. Me dieron un diploma y me citaron al sitio en La Habana donde entregaban el premio. Desde el momento en que voy al premio, es porque veo una situación favorable.”
–¿Qué fue lo que pasó?
–Nada… Mira: ni el mismo Fidel creo que sepa lo que pasó. Él directamente no tuvo que ver nada con eso. Me parece a mí que fue un problema entre escritores, claro que escritores con poder político. ¡Si yo había escrito Canto a Fidel cuando Fidel estaba en la Sierra! Después del triunfo de la Revolución, estaba satisfecha; se me había cumplido un sueño, una aspiración, una necesidad de ver libre a mi país. Entonces la Revolución viene con sus reformas, sus nuevos modos; se van echando abajo muchos prejuicios. Es un nacimiento de una era totalmente nueva. A mí eso no me llama a la poesía y salto sobre eso. Pero estoy tranquila, un tiempo sin escribir o escribiendo cosas que no tenían nada que ver con la Revolución, más bien de mi vida personal, amorosa; toda la poesía erótica que, claro, desde temprano tenía esa línea. Ha pasado el tiempo y se han hecho estudios, reuniones; hemos sido convocados por la misma Revolución, por los líderes, a explicar qué pasó. En ningún momento se me ocurrió irme de mi país porque no me publicaban. Eso jamás me pasó por la mente porque Cuba siempre tiene que estar sobre todo, ¿entiendes?
–¿Por qué se queda usted, Carilda?
–Yo me quedo por amor, chica, porque amo a mi patria. Si luché y expuse mi vida, ¿cómo me iba a ir después? No me podía ir porque lo que yo quería estaba en el gobierno, ¿te das cuenta? Ahora tengo mis disensiones con distintas acciones de la Revolución. Pero no me siento capaz de discutirlas porque yo soy revolucionaria natural. No soy una persona que me rija por determinadas reglas. Yo soy muy libre siempre. He acatado todo lo que veo que ha sido maravilloso porque la Revolución ha dado cambios en la cultura y en todos los sentidos. Con Desaparece el polvo empiezo otra vez a ser reconocida. O sea que no es que ellos entiendan la Revolución, sino que la Revolución me entiende a mí. Parece una locura lo que te estoy diciendo, pero es así. Muchos de los escritores que ahora están dirigiendo estuvieron vetados. ¿Qué quiere decir? Que no hay sólo una toma de conciencia del escritor, sino de la Revolución. Y esos que parecían enemigos nunca lo fueron porque si no hoy no podrían estar en los lugares que están. Y eso, chica, es una cosa sociológica.
–Mientras escribía los poemas eróticos sabía que iba a incomodar, ¿no?
–Eso sí, he ejercido mi libertad, me he sentido mujer. Yo amaba la libertad y escribía también lo que me daba la gana. Claro que me acuerdo de que al principio escondía mis versos porque me daba como pena, pero no porque contuviera nada excesivamente atrevido. Esta es una labor de tanta intimidad con el papel, con la tinta, viene a ser un oficio que parece misterioso y que no se da siempre. Uno sabe cuando llega el verso que sirve y cuando llega el otro que hay que desechar. La poesía es una visita prodigiosa cuando se da porque a veces uno pasa mucho tiempo y no consigue nada. Un verso no siempre es poesía. Y la poesía está en todas partes, no sólo en el verso. Empecé a escribir después de los primeros libros; empecé a tener, sin darme cuenta, un idioma propio, un modo de expresarme.
–¿Recuerda cómo surgió el poema “Me desordeno, amor, me desordeno”?
–Lo escribí muy joven. Neruda me dijo una frase muy bonita que la escribió en una breve carta: “En ‘Me desordeno, amor, me desordeno’ se ve el agua sobre el fuego”. ¿Cómo es Me desordeno…? “Me desordeno, amor, me desordeno/ cuando voy en tu boca demorada”. Fíjate que dice “te toco con la punta de mis senos”. Pero de ahí no pasa porque luego al final dice… (piensa) Espérate, a ver… yo me lo sé de memoria, pero a veces se me olvida. “Y aunque quiero besarte arrodillada…” ¿qué quiere decir el arrodillada? La gente lo interpreta mal; interpreta que estoy arrodillada y mira dónde toca la boca (risas). Y ahí viene todo lo que viene detrás, pero no es así. “Y aunque quiero besarte arrodillada/ cuando voy en tu boca demorada/ me desordeno, amor, me desordeno.” Quiere decir que no está arrodillada con pasión; es con veneración. Pero sin embargo, el sexo se pronuncia. A pesar de que te quiero besar arrodillada, me desordeno cuando te beso. Viene el sexo. Fíjate que es la naturaleza de la mujer, de la muchacha joven, de la que empieza. Es un poema del descubrimiento de la joven, pero no se lo escribo a ningún hombre.
–¿En serio?
–Sí, ese poema lo escribo cuando bajo de un lugar muy lindo aquí, que se llama Monserrat. Ahí se daban unos bailes para despedir a los que se iban a casar. Estaba sola con una tía que me acompañó porque había que subir la loma, coger un carro, todo ese tipo de cosas. La noche caía. La gente estaba bebiendo muy suavemente, sonaba una música linda; vals, que era lo que se bailaba. Y había una muchacha muy joven, mucho más joven que yo, que bailaba con un joven. Primero bailaban más separados, luego más unidos, después estaban completamente pegados. La persona que la acompañaba de chaperona se levantó, la cogió del brazo y le dijo: “Vamos”, porque vio lo que estaba pasando. A poco rato me fui porque nadie se quedaba después de las doce. Me acuerdo de que iba bajando las escaleras de Monserrat diciendo: “Se desordenó la muchacha”. Pero no sé por qué ese verbo, porque nadie lo usaba. “Se desordenó la muchacha” y la madre se dio cuenta. Y llegué aquí y lo escribí.
–Muchos la visitaron en esta casa, como Rafael Alberti y Hemingway…
–Hemingway, realmente, no vino a verme, fíjate. Rafael Alberti vino a verme con su esposa, María Teresa León. Hay una anécdota muy simpática porque cuando se iba, le dije: “Déjeme un recuerdo”. Entonces él me dijo: “Dame tu mano”. Yo le di la mano, sacó una pluma y me dibujó una paloma. Le dije: “Es la de la paz, ¿verdad?”. Y él me dijo: “Hasta que tocó tu mano y se volvió de la guerra”. Es cosa de poetas (risas).
–En el mito que se ha construido en torno de su figura, se dice que Hemingway estuvo enamorado de usted.
–Eso no es verdad… él lo que tuvo es su galantería. Eso fue en los años ’50. Yo tenía treinta y pico de años y ya estaba divorciada. Pero tenía un pelo muy rubio y los ojos más bonitos; lucía bien pero ya eso pasó… No me da pena decirlo porque es verdad que lucía bien. Resulta que Hemingway venía a Cuba en el Ile de France, que era el barco. Del ayuntamiento de Matanzas le pasaron un cable al barco en el que le decían que Matanzas lo declaraba “huésped de honor” y que le querían entregar la llave de la ciudad. Como yo era la poetisa de Matanzas -ya había ganado un premio Al sur de mi garganta-, me dieron una llave grandísima en un estuche de madera. La llave era de acero níquel, era muy burda. Entonces preparé un discursito de una paginita en inglés. El se bajó del barco y llegó en un bote hasta el puerto. Ahí el alcalde le habló. Cuando me tocó a mí, leí las palabritas y le di la llave. Hemingway me dijo, en perfecto español: “No necesitabas esa llavecita para abrir mi corazón”. ¡Qué pícaro Hemingway! (risas). Y nos vimos como a los dos años en El Floridita, en La Habana. Pero tú sabes cómo son los periodistas. Cuando estábamos en El Floridita, aparecieron como tres fotógrafos y empezaron a retratarme. No tengo ninguna foto porque no sé ni qué se hizo con todo eso. Pero la gente enseguida inventó un romance. A mí me han inventado muchos romances.
–Gabriela Mistral la felicitó por cómo terminaba los sonetos. ¿El soneto es su forma preferida?
–El soneto es muy fácil, no es mi predilecto, pero hay cosas que me vienen en sonetos. Me gusta el verso libre, pero comprendo que no soy muy buena en eso, me parece. A Gabriela Mistral la conocí en la casa de Dulce María Loynaz. Ella me invitó cuando Gabriela vino por el centenario de Martí. Me llamó por teléfono porque había salido en el periódico Alerta una décima mía a Martí, que es muy sencilla y que dice: “¡Qué muerto muerto más vivo!/ ¡Qué muerto, Dios, menos muerto!/ ¡Qué dormido tan despierto/ El Martí definitivo!”, es que no me acuerdo más. La vio Gabriela en el periódico y le dijo a Dulce María: “¿De quién es este poema, esta poetisa que dice aquí que yo no la conozco?”. Entonces Dulce le dijo: “Es una niña del campo”. Claro, esto era campo. Y Dulce María era una aristócrata de mucho dinero. ¡Si tú vieras la casa donde yo fui! Tenía 19 sirvientes todos vestidos de negro. Era riquísima, pero ella era sencilla y muy llana. Dulce María me invitó a ir a su casa porque Gabriela le dijo que quería conocerme. Y cuando le llevé Al sur de mi garganta, Gabriela me dijo: “¡Pero cómo tú cierras tan bien los versos, los cierras tan bien!”. Yo estoy escribiendo el soneto y cuando me viene el mejor verso lo pongo al final; entonces empato de abajo p’ arriba.
–¿Siempre escribe así?
–No, a veces lo empiezo por arriba o lo hago completo. Y a veces, cuando no encuentro el final, no termino el soneto y lo dejo porque el final es muy importante. Es imposible para mí dejar de escribir. Ahora estoy revisando mi obra porque tengo que dejar lo que pienso que es menos malo. La poesía es muy difícil. Expurgar eso es una labor que estoy haciendo con mucho trabajo por el problema en la vista que tengo. Si vuelvo a escribir, que he dejado hace poco, sé que se avecina otro modo. Cada unos cuantos años me gusta cambiar. No sé por qué…
Nota de la editora del blog: Estos son algunos de mis poemas favoritos escritos por quien es y será por siempre mi poetisa predilecta:
Me desordeno, amor, me desordeno
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin querer, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
El Beso
Su eternidad duró tanto
que el polvo devino estrella;
fue el silencio la más bella
palabra que dijo el canto.
Se casaron fiesta y llanto,
tuve lo azul de regreso
cuando -mujer hasta el hueso-
me pareció estar herida
más que nunca por la vida
y... simplemente era un beso.
Su eternidad duró tanto
que el polvo devino estrella;
fue el silencio la más bella
palabra que dijo el canto.
Se casaron fiesta y llanto,
tuve lo azul de regreso
cuando -mujer hasta el hueso-
me pareció estar herida
más que nunca por la vida
y... simplemente era un beso.
Poema
Cuando se acaben estas noches
en las que estoy sola y tú estás conmigo,
cuando se acaben estas cosas
de destino,
cuando se acabe
lo que nos hemos dado para siempre:
no me odies;.
recuérdame inocente
y volveremos juntos al poema.
El mar
Como en un lecho me tendí en el mar.
Hechizada por musgos y por linos
tuve acoso de brazos peregrinos
que me echaban las ondas al pasar.
Contra mi carne se batió el azar.
El agua -furia, vértigos y vinos-
se entretenía con los bordes finos
de mis caderas, blancas de esperar.
Entonces: grave, pálido, insereno,
llegaste como llega siempre el mar
y tu mirada me rompió este seno.
Ni Dios mismo nos pudo separar:
cuando una ola te volvía ajeno
entrabas en mis piernas con el mar.
Muchacho
Muchacho loco: cuando me miras
con disimulo, de arriba a abajo,
siento que arrancas tiras y tiras
de mi refajo.
Muchacho cuerdo: cuando me tocas
como al descuido la mano, a veces,
siento que creces
y que en la carne te sobran bocas.
Y yo tan seria, tan formalita,
tan buena joven, tan señorita,
para ocultarte también mi sed
te hablo de libros que no leemos,
de cosas tristes, del mar con remos;
te digo: usted...
Adiós
Adiós, locura de mis treinta años,
besado en julio bajo la luna llena
al tiempo de la herida y la azucena.
Adiós, mi venda de taparme daños.
Adiós, mi excusa, mi desorden bello,
mi alarma tierna, mi ignorante fruta:
estrella transitoria que se enluta,
esperanza de todo por mi cuello.
Adiós, muchacho de la cita corta;
adiós, pequeña ayuda de mi aorta,
tristísimo juguete violentado..
Adiós, verde placer, falso delito;
adiós, sin una queja, sin un grito.
Adiós, mi sueño nunca abandonado.
Se me ha perdido un hombre
Se me ha perdido un hombre.
Y lo busco por cifras y guitarras,
por rostros y entrepisos,
en el cielo,
en la tierra,
dentro de mí.
Se me ha perdido un hombre.
Y me he quedado temblando
como quien no come sino polvo,
como quien ya extravió la sombra.
Pero no,
que no,
que no me ayudan a buscarlo.
¿A quién le importa si su mirada
ha derrotado al tiempo?
¿A quién le importa aquella piel
con ganas
de la luz?
¿A quién le importan unos labios transparentes
que no tuvieron hambre,
unas piernas que sólo corrían al amor?
Se me ha perdido un hombre.
Y todos ríen,
se entretienen,
sudan,
mastican,
se desenvainan por las noches;
despreciativos,
inefables,
maromeros,
unánimes,
como si sólo se hubiese caído un alfiler
o la hoja más seca
del árbol del bien y del mal,
como si la muerte no hubiera entrado
a destiempo
en nuestra casa.
Y yo pensando que era demasiado joven,
que reunía láminas y piedras,
pedacitos de mundo,
hierros,
cosas del mar.
Yo pensando en la grandeza de criatura,
en cómo miraba Venus al atardecer,
en cómo cayó en la trampa.
Yo pensando
en dónde está la mitad del cuerpo mío,
en quién va a cantar ahora para quitarme
el miedo,
en las veces que no nos besamos
y en las que nos besamos,
en sus ojos coléricos frente a la injusticia,
en ese silencio con que me responde,
en la herida que nunca le cosí,
en sus manos.
Se me ha perdido un hombre.
¡Ayúdenme a buscarlo!
Pronto...
Siento frío.
Aquí no hay lámparas ni claves,
no tengo redes
ni computadoras.
No tengo flechas ni radares.
¿Dónde está?
¿Intenta ser mi sombra el desvalido?
¿Se me ha vuelto invisible entre gusanos?
Y lo busco por cifras y guitarras,
por rostros y entrepisos,
en el cielo,
en la tierra,
dentro de mí.
Se me ha perdido un hombre.
Y me he quedado temblando
como quien no come sino polvo,
como quien ya extravió la sombra.
Pero no,
que no,
que no me ayudan a buscarlo.
¿A quién le importa si su mirada
ha derrotado al tiempo?
¿A quién le importa aquella piel
con ganas
de la luz?
¿A quién le importan unos labios transparentes
que no tuvieron hambre,
unas piernas que sólo corrían al amor?
Se me ha perdido un hombre.
Y todos ríen,
se entretienen,
sudan,
mastican,
se desenvainan por las noches;
despreciativos,
inefables,
maromeros,
unánimes,
como si sólo se hubiese caído un alfiler
o la hoja más seca
del árbol del bien y del mal,
como si la muerte no hubiera entrado
a destiempo
en nuestra casa.
Y yo pensando que era demasiado joven,
que reunía láminas y piedras,
pedacitos de mundo,
hierros,
cosas del mar.
Yo pensando en la grandeza de criatura,
en cómo miraba Venus al atardecer,
en cómo cayó en la trampa.
Yo pensando
en dónde está la mitad del cuerpo mío,
en quién va a cantar ahora para quitarme
el miedo,
en las veces que no nos besamos
y en las que nos besamos,
en sus ojos coléricos frente a la injusticia,
en ese silencio con que me responde,
en la herida que nunca le cosí,
en sus manos.
Se me ha perdido un hombre.
¡Ayúdenme a buscarlo!
Pronto...
Siento frío.
Aquí no hay lámparas ni claves,
no tengo redes
ni computadoras.
No tengo flechas ni radares.
¿Dónde está?
¿Intenta ser mi sombra el desvalido?
¿Se me ha vuelto invisible entre gusanos?
Callados por la tarde, gravemente
Callados, por la tarde, gravemente,
sin elegir el sitio de la tierra,
tú y yo nos besaremos como en guerra
hasta quedarnos fríos frente a frente.
Yo, cada vez más tumba que se ahonda,
tú, cada vez más carne renovada,
acaso llames y jamás responda
cuando te vuelvas en mi cuerpo nada.
He de tragar entonces, con locura,
en tu vaso de tórrida hermosura
la sangre poderosa que se queja;
y daré media vuelta hacia lo inerte,
perdida en esa luz que te refleja,
tan hambrienta de ti como la muerte.
Cuando te desnudas
Cuando te desnudas como la suerte
destinada,
como el milagro increíble de las minas,
estremecidos vamos
a ser toda la tierra.
Cuando te desnudas
como animal celeste, trascendido,
y yo soy ese pan que vas buscando,
esa rabia de augusta promoción,
y convergiendo raramente andamos
en lo mismo...
Cuando te desnudas,
di: ¿qué dioses especiales nos empujan
haciendo señas
de la vida?
Última Elegía
Yo podría decir que estoy de primavera
bajo un aire oloroso a luz definitiva,
y podría tapar la mirada bisiesta
que se me está cayendo afuera de la vida;
y ser de flor, de lluvia, de mariposa buena,
semejante a este cielo cuidado por la brisa,
a la ignorancia simple con que quiere una abuela,
o a la salud del alba, que es casi campesina...
Pero me estoy llorando el corazón que llevo
frente al hombre que tiene un poco de mi frío.
Ya no puedo dormir con párpados violentos:
él me espera despierto en la calle del vino.
Quizás debo acordarme de este color que tengo
y debo ser más tibia que un rincón de olvido.
Le diré blandamente con mi voz de febrero:
Enséñame una llama que se apague distinto.
Y estaremos las noches que le falten al tiempo
en el lugar humilde donde se acaba un trino;
él, con la frente inútil que le puso el invierno,
y yo, como un adiós sujeto en el vacío.
Es una carta donde digo: amado
Es una carta donde digo: amado,
y después otras cosas en que exploto.
es una carta simple, con un loto
y la letra del ángel dominado.
Una carta donde digo: usado
por este corazón que juega roto.
Es una carta azul donde te boto
y más tarde te encuentro enamorado.
Es una carta, sí, con que te entrego
esta ilusión (palabra mentecata).
Es una carta donde digo: luego;
pero entonces adjuro en la postdata,
y firmo de inmediato con el fuego
porque es mucha la vida que me mata.
Declaración de amor
Make love, no war
Pregunto si llevo corazón
cuando despierto el peligro entre sus muslos,
si me equivoco
cuando preparo la única trinchera
en su garganta.
Yo sé que la guerra es probable;
sobre todo hoy
porque ha nacido un geranio.
Por favor, no apuntéis al cielo
con vuestras armas:
se asustan los gorriones,
es primavera,
llueve,
y está el campo pensativo.
Por favor,
derretiréis la luna que da sobre los pobres.
No tengo miedo,
no soy cobarde,
haría todo por mi patria;
pero no habléis tanto de cohetes atómicos,
que sucede una cosa terrible:
lo he besado poco.
Make love, no war
Pregunto si llevo corazón
cuando despierto el peligro entre sus muslos,
si me equivoco
cuando preparo la única trinchera
en su garganta.
Yo sé que la guerra es probable;
sobre todo hoy
porque ha nacido un geranio.
Por favor, no apuntéis al cielo
con vuestras armas:
se asustan los gorriones,
es primavera,
llueve,
y está el campo pensativo.
Por favor,
derretiréis la luna que da sobre los pobres.
No tengo miedo,
no soy cobarde,
haría todo por mi patria;
pero no habléis tanto de cohetes atómicos,
que sucede una cosa terrible:
lo he besado poco.
Desnudo y para siempre
Errática,
sin vino,
profesional del fósforo,
cuando tú
haciendo un remolino de ilusiones,
con ese estruendo del laurel,
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.
Un poco demasiada,
como mirándome los pies,
cuando tú,
domingo rápido,
parada del vidrio,
hincaste el baño con tu gesto de animal profundo.
El agua,
ay,
quedó colgando entre mis ojos y tu carne
como una telaraña, desnudándote más.
Entendida por el demonio,
bárbara,
tuve un acceso de locura,
un punto apenas de explosión atómica,
un apogeo del clavel preciso
y creí.
(Creer es desear tu sexo y darle de comer a una paloma)
Se fue cayendo
la mañana.
El vicio de la estrella
saliendo así de entre tus párpados
era la luz
que yo he llamado lágrimas;
relámpago que empieza aquí y después de verle
no morimos.
(Vete,
dolor que lo menciona:
al innombrable se le pone tumba,
en paz quedamos
y luego va una por el mundo como quien nunca tuvo
cosas inmortales).
Estaba, sí, después del beso,
pidiéndole perdón a las paredes;
estaba como pariéndome otra vez,
como de niña bajo el vientre,
como palideciendo mucho,
como casi,
como empezando a ser
cuando
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.
Todo el naufragio se paró de pronto,
todo en octubre se hizo pan,
misericordia el tiempo.
Otoño, estatua germinal del cuarto,
lúgubre hermosura de los huesos;
sin usarme,
sin yo misma,
naciendo a los temblores importantes,
a la pequeña abertura de la dicha
si llueve y canto;
más tú que nada,
médula del presagio,
sólo un negocio del asombro,
sólo un trémulo palacio donde goteaban
noes ineluctables,
sólo la música que escuchó el verdugo,
azucenado nervio,
estaba
cuando
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.
Que yo era una mentira de la luna
No vuelvas, no, porque la noche es una
hechicera cordial que te ha perdido;
verás que ya no soy milagro ardido:
que yo era una mentira de la luna.
No vuelvas, no, porque será importuna
tu palabra de amor contra mi oído;
verás que no es de besos mi vestido:
que yo era una mentira de la luna.
Quédate como el sueño, desadido.
No vuelvas, no, porque tal vez alguna
maldición se descuelgue del olvido
y te toque en un ímpetu de tuna.
Verás, amor, verás que no he vivido:
que yo era una mentira de la luna.
Para el novio
Eres joven. Recuerdas, a ratos, cuando llueve,
la tristeza sin ruido de un crepúsculo breve.
Te sale la sonrisa de algún jasmín abierto.
Parecerás hermoso después de que hayas muerto.
A veces por la tarde mirando tu retrato
te quiero como a un libro, te quiero como a un gato.
Haces la primavera debajo de la espuma.
Tienes el alma fácil. Se te olvida la pluma.
Me regalaste ayer un pomo y dos bombones.
Ya el cielo no es de Dios: lo quitas y lo pones.
Vienes de una esperanza, de un árbol que se apoya.
Y te gustan los lápices, la leche, la cebolla...
Mi espejo, mi mañana, mi muchacho con nubes:
estás aquí hasta siempre; desde la tierra subes.
Te quiero. Son las seis. Te querré todavía.
me tomarás la mano subiendo en el tranvía.
Iremos noche a noche solos por la Calzada:
tú con zapatos sucios, yo con la blusa usada.
Y cuando pasen años y allá en la Biblioteca
se me arrepienta el cutis como a cualquier muñeca
que daba viajecitos absurdos al Juzgado
y que tenía un sueño azul recién pintado;
ah, sí... cuando ya no use siquiera cinturón,
y te duela la frente o te duela el riñón:
tú serás abogado con muy pocos asuntos
y yo la misma novia hasta morirnos juntos.
Que mueras primero, amor
Que mueras primero, amor,
para no verte la frente
como una herida creciente,
como un cadáver de flor.
Pero, ay, amor no te mueras,
prefiero morirme yo:
¿cómo sabrán cuando mueras
si ya estoy muerta o si no?
Discurso de Eva
Hoy te saludo brutalmente:
como un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja loca
de corazones,
con el reguero de pólvora que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos los sueños
o en esa telaraña donde cuelgan
los huérfanos de padre?
Te extraño,
¿sabes?
como a mí misma
o a los milagros que no pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé de qué alegría,
de qué cosa imprudente.
¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada,
por decirte "mi vida"
y que los truenos nos humillen
y las naranjas palidezcan en tu mano.
Tengo unas ganas de mirarte al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, parece de llama.
De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como la bruja clara donde pienso.
De verdad que no te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que soy.
Te quiero, no te quiero.
Sortearemos estas palabras
y una que triunfe será la mentirosa.
Amor...
(¿Qué digo? estoy equivocada,
aquí quise poner que ya te odio.)
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin compromiso con el futuro?
¿Cómo es posible que seas austral
y paranoico
y renuncies a mí?
Estarás leyendo los periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida.
Estarás con tus problemas de acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto desplomado;
yo que te apruebo la melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a matarme a salivazos,
héroe?
¿Cuándo vas a molerme otra vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llamarme pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo,
el tiempo,
y ya no se me aparecen ni los duendes,
y ya no entiendo los paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta...
Si te demoras,
si se te hace un nudo y no me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame, imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.
Ayer soñe que mientras nos besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.
éste es un amor
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos para ampararlo.
Por eso, cuando nos mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.
Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas que se salvan
atados por una flor incomparable.
Y a la mañana siguiente cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en la cama.
Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme otra vez una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para siempre.
ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la manzana.
Elegía en abril
Andaba yo volando por el suelo,
sin zapatos,
sin mi traje de nube de las nubes;
sola para tus manos,
patética,
inviolada,
pobre,
sola para tus manos,
sola,
y me empinaba hasta rozarte el ángel.
Andaba yo
-noche sobre la noche-
distraída en tu voz de inconfundibles dalias;
andaba yo como entre acoso de belleza,
clásica,
lírica,
absoluta,
y en las paredes profanadas por otros sin el sueño rebotaban lejanías, pedazos de palabras,
besos
que guardaré mañana.
Mi boca dio en la tuya
como un ave de paso.
Pensé en abril
y en que las noches de amor son breves como fósforos negros.
¿De qué serán los versos sino de aquella sombra
que hicimos sobre el lecho?
Su enredadera me arroja en la inocencia
y otra vez soy la misma
que demoraba su salud de novia.
Me he preguntado hoy si tú entendías la media luz,
si hallaste el todo,
si te faltaba piel, no quiero, entraña, como a mí.
Me he preguntado si asumes la ternura de memoria,
si odias tu trabajo, los relojes, mi ómnibus,
el alba fiera, insobornable...
!Ay, tantas cosas!...
(!Qué trastorno hace aquí si te recuerdo,
qué venas tengo nuevas si me ayudas
a duplicar el alba
otra vez en mi frente!)
Y las preguntas pasan inalterables, con verano,
ayer, ahora, siempre,
siempre, ahora, ayer
y quedo muda sobreseyendo un pájaro,
la fiebre, el mar,
la arena que debe estar contigo,
todas las soledades,
el desayuno triste como acuerdo impronunciado.
!Ay, qué palabra diré para ignorarte,
en cuál silencio no hablaré tu nombre
que ya supe!
Mira, te quejas y el amor instala
la agonía,
el tiempo,
la casa extraña donde empecé tu carne
hecha de estalactitas y misterios.
Mira, te quejas,
y yo me acojo a un zumo de azucenas porfiadas,
a niños que desean intervenir mi vientre.
Mira, te quejas,
y estoy yo sola con tu voz
-nelumbio, amarillez, cauto cristal-
viviendo el alarido de la noche muerta
que resucito en el poema.
Yo me pregunto hoy cómo aplacar el cisne,
lo inefable en tu tedio,
la marca de mi alma,
esto que no es morirme aunque me muero.
Y sigo oscura, oscura, oscura,
por gusto derramada,
como esos sauces que nos dicen llantos
que no oímos,
como esas olas que se acaban tan cerca y no miramos, como esos cánceres horribles que ni duelen,
como esa luz que aunque es la luz porque es la luz
nos deja ciegos...
Yo me pregunto,
llama que no se dijo,
cerrada puerta,
óxido,
hueso maldito,
sed;
yo me pregunto cómo saberte a toda la sorpresa,
a vino,
a adolescencia,
a naufragio por fin,
a vértigo,
a imposible;
cómo salir de pronto a condenar tu sangre,
a dividirte en truenos,
a ser otra metida en tus gavetas de estudiante.
Pregunto,
y me socorren todos los incendios del mundo
y vuelvo sola,
y sola vuelvo
y vuelo sola.
No sé qué tengo.
Digo que es jueves
y me asesina un miércoles.
Llega el frío.
Paseo entre callados árboles
sin otro aviso
que el que me traen las horas que nos vieron.
Te mando ahora a que lo
olvides todo
Te mando ahora a que lo olvides todo:
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinándose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;
aquel muslo obediente pero fiero,
que venía de sierpes milenarias;
aquel muslo de carne y de me muero
convocado en las tardes solitarias;
aquel gesto de echarme en la locura;
aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extraño,
aquel nombre pequeño bajo el nombre,
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme daño.
En vez de lágrima
Hugo Ania Mercier: yo te quería.
A tu cuerpo de hombre agonizante
que irradiaba dolor como un diamante,
a tu paso que insiste todavía,
a tu lengua -clavel de la ironía-
que aún esconde callada sed punzante;
a tu mano, nerviosa, azul, de amante
cuya noche del tiempo siempre es mía;
a tu verso que llora aunque me cante,
a tu pila de huesos, insultantes,
a tu alma cayéndose de fría
que compuso la muerte en un instante:
¿qué les puedo decir, cicatrizante
de esa augusta verdad que te envolvía?
II
Entre libros te guardo casi seco,
mi animal luminoso, mi demente,
y tu voz que está viva sigue ausente,
mi juguete sin cuerda, mi tareco.
En la paz misteriosa de unos nichos
sin querer ya zafarme de tu frente,
alelada de amor pero impotente,
te he dejado otra vez entre los bichos.
Ah, mi niño de trapo, lis siniestro,
no te puedo rezar ni el padrenuestro.
Ah, ternura que el diablo siempre arranca,
si tenías la luz que maravilla:
¿por qué huiste de nuevo a la semilla,
por qué mataste esa paloma blanca?
III
Nos veremos -dijiste- y tu recado
de poeta infeliz, tonto profundo,
me condena a buscar en otro mundo
ese sueño de ayer que no ha pasado.
¿Fue una cita final o fue un aroma
que me sigue cuidando las entrañas?
¿Fue este poco de fe con que me bañas;
fue, mi hermano de todo, alguna broma?
Ya no tienes la fístula terrible,
ya no tienes soriasis ni enfisema
ni neurosis ni polio ni agonía.
Ya eres lejos, memoria, no, imposible.
estás sano en la gloria del poema.
Hugo Ania Mercier: yo te quería.
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