Carlos Varela forma parte de lo
más entrañable de, al menos, tres generaciones de cubanos, y de la parte
sensible, por fortuna mayoritaria a pesar de los pesares e invasiones bárbaras
de música apócrifa, de todo un gran pueblo
al que sin cesar rinde tributo en sus conciertos
y al cual registra para el futuro -mediante vívido diagrama del presente- en su
cancionística.
Él, quien ayudó sobremanera a configurar la
voz de una época, integra esa fronda mítica de la música insular que tomó agua
limpia de los manantiales de la canción
cubana y nuestra madre trova, para
añadirle la verdadera poesía urbana; no la falaz con que
suelen beatificar sin causa a otros hipogrifos sonoros meramente mercantiles de
la postmodernidad cubana.
Le transfundió el encanto y los dolores de
-sobre todo- ese período tan rico en tantas cosas y tan duro en tantas otras
que medió para el país entre finales de los '80 -"están tumbando fronteras",
"(…) las estatuas del osito Misha", "ahora que los mapas están
cambiando de color", "entre el quédate o vete"…: graficaba
cismas históricos o circunstancias puntuales el autor de Siete- y esta actualidad mutante pero esperanzadora de hoy, en la
cual "el que está sentado en el
contén" deberá de una vez trabajar con el fin de echar hacia adelante
este tren a cuya caldera le echamos leña entre todos o nos perdemos de los
rieles. Porque cuanto no puede continuar es aquello de: "al vecino le robaron la ropa del patio/ él se robaba el dinero de
la caja donde trabajó/ a ti te roban cuando estás en un mostrador/ a ti te
roban las ganas, te roban las ganas de amor... No me preguntes más por los
condenados a vivir en la prisión/ no me preguntes más por los que robaron y
ahora esconden su mansión./ Si todos se roban, todos se roban".
Varela siempre será Varela, más allá de los
treinta años de arte sobre sus costillas o el siglo que ojalá siga vivo. Volver (como lo hicimos en su concierto
del teatro Tomás Terry)
junto al hombre quien cree que la verdad de la verdad es que nunca es una,
supuso remembrar textos en cuyas letras entran o salen, entre ráfagas de genio,
líneas alusivas a las dechas y endechas de muchos robinsones; a quimeras,
utopías, ardores, pulsiones, fracturas, cambios generacionales del sujeto
social.
Esta persona, quien bien sabe que "sin amor nada es posible", retornó
a reciprocar la ternura entregada por su público, fidelísimo al
correr del tiempo, y estableció momentos mágicos de comunión con espectadores
quienes, de tan atentos, parecían adivinarle las palabras de interacción con la
gente entre un tema y otro. Recordó momentos duros de su vida,
como el abandono de sus músicos en gira al exterior, lo cual lo sumió en
depresión que Silvio Rodríguez le aconsejó combatir con un disco "a guitarra
sol(o)a" y así lo hizo; aquel boxeador mundial retirado del deporte a los
24 años y muerto entre el alcohol; la pérdida de seres queridos, la negativa de
la administración Bush a dejarlo entrar a Estados Unidos junto a otros colegas
en 2004…, pero también felices como su llegada en los '80 a Cienfuegos, gracias
a su colega Lázaro García,
a quien agradeció la presencia en el teatro; la difusión de su obra en
Hollywood gracias al director mexicano Alejandro González Iñarritu,
quien incluso la utilizó y de paso le abrió el camino a otros realizadores como
Tony Scott, u otros pasajes dulces propiciados por la
gracia de vivir. Lo supremo, al fin, a pesar de cuanto arrostremos, carezcamos,
suframos, añoremos, busquemos, perdamos, pues siempre hay una pena en el fondo
de tu era, aunque incluso conozcas La Habana, Nueva York y París: "detrás
de todos estos años/ detrás del miedo y el dolor/ vivimos añorando algo/ algo
que nunca más volvió". El elemento del dolor siempre está presente de una
u otra forma en la poética del "Dylan Cubano".
El creador de Guillermo Tell,
Jalisco Park, Siete, Nubes,
Una palabra, Como los peces, Foto de familia y tanta línea
inmarcesible, acompañado por Aldito López Gavilán
junto a los músicos de su orgánico equipo, compartió sus querencias e
incredulidades, por conducto de canciones imperecederas,
con las cuales deleitó al público cienfueguero durante
más de dos horas.
Estrenó aquí (antes lo hizo en la capital) un tema
dedicado a Cuba, según sus propias palabras, el cual tituló El árbol
de los pájaros dormidos. Sugerente denominación para un
número del cual al menos yo, en virtud de elogios previos escuchados, esperaba
más en términos de letra; aunque sin embargo resulte en realidad menor dentro
de la ejecutoria vareliana.
Treinta años sobre el escenario
para un hombre de casi medio siglo, representa la mayor parte de la vida
entregado al arte, a beneficio del oyente. Son
mucho más que 30 mil leguas de viaje al mundo, no submarino, pero sí
espiritual, interno, personal de millones de cubanos, quienes lo llevan en su
pecho, aun y cuando no estén obligados a compartir o tomar por verdades
absolutas cada uno de los pareceres que, sobre casi todo o por lo menos mucho,
emite el cantautor. Puesto que todos somos libres de entender el universo con
arreglo a nuestras cosmovisiones políticas, ideológicas, morales, religiosas u
ontológicas. Pensar se convierte en vital solo cuando así opera.
No hay comentarios :
Publicar un comentario