Por Mercedes CARO NODARSE Fotos: CEDEÑO
“Y aquí me quedo, azul grito de anhelo
detenido (…)
quemando sin sonrisas mis huesos y mis
músculos”. (1)
Un manto de silencio y quietud envuelve a los
cementerios; pero suele romperse en algunas fechas, como las celebraciones de
las madres, los padres, los difuntos. Entonces, los familiares recuerdan a sus
seres queridos y acuden al camposanto a adecentar tumbas, arrancar malas
hierbas o sustituir las flores ajadas por otras frescas. Cuba está salpicada
por necrópolis las cuales son, por su importancia y belleza, mucho más que
lugares en los cuales adentrarse, muy de vez en vez, con el fin de enterrar y
homenajear a los muertos
Al hablar de la riqueza del patrimonio
edilicio de Cienfuegos, resulta ineludible la mención de dos importantes obras,
distintivas en el universo de las construcciones funerarias cubanas: los cementerios
“Tomás Acea” y el General de Reina (también le llaman Municipal) ambos, únicos
de su tipo en el país, el primero exclusivo como jardín, inaugurado el 21 de
noviembre de 1926 y declarado Monumento Nacional, el 10 de octubre de 1978, por
sus valores artísticos, arquitectónicos, históricos y ambientales.
El segundo, por la peculiar forma de
enterramiento en el patio principal, en paredes de nichos verticales
(clausurados desde el año1900), en este caso circunscripto por tres hileras,
que marcan un estilo de la época colonial española, semejante al del cementerio
Espada, construido alrededor de 1805, en La Habana, y del cual se conservan muy
pocos vestigios, apenas una pared, al
final de la calle Aramburu.
“Reina” constituye un auténtico museo de arte
funerario. La prodigiosa colección de esculturas atesoradas en la necrópolis (inaugurada
el 21 de junio de 1839), la extraordinaria riqueza artística, con esplendorosas
obras en su mayoría de mármol de Carrara, hierro fundido y pizarra, junto a las
lápidas finamente labradas en bajorrelieve, como si fueran subtitulajes de una
vieja película muda, le valieron el reconocimiento de Monumento Nacional,
otorgado el 30 de enero de 1990.
“¿Qué importa la pena, qué importa la
angustia,
qué importan los muertos?”. (2)
Dispuesto a partir de un rectángulo de unos
124 metros de largo por 82 de ancho, dos cuarteles (Norte y Sur) y un patio
central primigenio de cuatro secciones, rodeado de muros, los cuales contienen
los históricos nichos verticales, recibe a los constructores de la Agrupación
de Restauración y Pintura (ARPI) de la Empresa de Mantenimiento y Construcción
del Poder Popular, con el fin de rescatarlo de sus ruinas, tras años de
progresiva destrucción.
“Hasta el momento hemos logrado la recuperación
del edificio socio-administrativo en casi el 80 por ciento, explica Saturnino
Rivera González, subdirector de Inversiones, de la dirección municipal de
Servicios Comunales. Acometimos junto a la ARPI, la restauración integral, con
la terminación de la cubierta, la reposición de todas las tejas francesas
originales, concluimos los pisos del museo, la recuperación de las instalaciones
hidrosanitarias y eléctricas; aún nos falta la carpintería y la pintura.
“Si hablamos de cifras o plan de año, marchamos
bien, pues en este 2014 se aprobaron 50 mil pesos y ejecutamos 30 mil (…). El
monto financiero está en dependencia del balance territorial, por ende asignan
una cantidad específica, aún insuficiente para este tipo de reconstrucción; por
tal motivo, trabajamos de año en año. Aquí pudiera avanzarse mucho más, pero la
fuerza laboral procedente de la ARPI resulta inestable. (…) Intervienen en la
obra el Fondo Cubano de Bienes Culturales, con algunos artistas, fundidores y
artesanos, porque deseamos lograr similitudes con lo original”, aclaró
Saturnino.
“Respetamos
el tipo de repello inicial, insistimos en las dosificaciones, hubo problemas
con la cal, no sabemos la razón. Preferíamos una madera de mejor calidad para
el acceso principal al cementerio, no fue posible, sabemos que es muy cara,
pero al menos una semidura alargaría la vida útil del techo; mantuvimos la teja
con la pendiente original y buscamos la manera de conservar los colores de las
pinturas. Instamos por una mejor calidad; por ejemplo, no podemos importar el
mármol de Carrara por su encarecimiento y otros materiales; sin embargo,
necesitamos alternativas viables. (…) Brindamos asesoramiento a los
particulares, porque hay regulaciones a cumplir en cuanto a color, forma,
materiales a utilizar; eso sí, ellos deben correr con los gastos, pues son
propiedades privadas, la mayoría en franca destrucción.
“El cronograma inicial, realizado por la ARPI,
establecía la conclusión del edificio socio-administrativo en el 2012, ¡no se
logró hasta ahora!, porque es la única en la provincia. Queremos mantenerla,
pero a nivel de gobierno priorizan otras obras y entonces detienen esta.
“Estamos obligados a conservar el esplendor
de su neoclasicismo, los monumentos distinguidos por su acabado, a tal magnitud
que los especialistas sostienen figuran entre los más sobresalientes del orbe, al
lado de los cementerios italianos de la época, algunas de cuyas obras fueron
replicadas en este”, expuso Adolfo.
“La mayoría de las bóvedas son particulares,
muchas con serios problemas; citamos a los dueños y no se presentan aquí.
¡Mira, aquél ángel cayó de su pedestal en el último ciclón y perdió las alas!
Ya no sabemos cómo reclamar la presencia de su propietario; por tal razón no
podemos hacer nada; lo mismo ocurre con otras, mutiladas, sin tapas, llenas de
agua; otros sí se preocupan y sellan dos capacidades, echan una placa
intermedia; pero los más, no se molestan en venir.
“De ahí que todos los factores implicados en
la restauración decidieran construir nuevas tapas y sustituir las dañadas. (…) ¡Desconocemos quiénes son los dueños de
algunos pabellones! Es posible que las personas no sepan de la existencia de
las mismas, pues estas se heredan dentro de las familias. Quizá han emigrado y
no dejaron documentos, o no tienen entre sus rituales las visitas al
cementerio”, expone.
En el segundo patio observamos la misma
situación, tumbas sin tapas, con agua y suciedades; áreas colapsadas por la
humedad y acumulación del líquido —¡¡¡no tendrán solución por el momento!!!—, “dejarán
de utilizarse definitivamente al convertirse en lagunas, debido a la
penetración del mar. (…) Quienes tienen una propiedad hacen aquí sus entierros;
ocurren unos ocho al mes. (…) cuando llueva dos o tres veces más, ni el
chapeador podrá entrar a esta zona.
“Todas las bóvedas que hacen agua serán
selladas. Al pie de la capilla hay una perteneciente a la Iglesia Católica; los
trabajadores nos volcamos a extraerle el agua, sacábamos por un lado y penetraba
por otro, así ocurre con muchas más”, comenta Mayra.
Y es esa propia capilla la que no verá el fin
de la restauración este año por recursos financieros; el sitio que guardó los
restos del Padre Antonio Loreto Sánchez y Romero, primer cura de almas de la
Perla del Sur, y quien bendijera la tierra para la construcción del cementerio.
“¿quién puede (…) clavar a los muertos
contra el muro,
cortar las cabezas a los ángeles,
barrer lo que fue, (…) con un golpe de luz?” (1)
A diferencia de muchos, “Reina”, no alberga a
tantos personajes famosos. En los nichos encontramos fechas mortuorias remontadas a la
década del 1830. Yacen también, en fosas comunes, valiosas figuras de las
gestas libertarias de 1868 y 1895. Incluso, especulan —aunque no está
confirmado—, el enterramiento de un ayudante de cámara de Napoleón Bonaparte.
Como si no fueran bastantes sus méritos artísticos y urbanísticos, en el
segundo patio del viejo camposanto, una tumba anónima hospeda los restos de un
joven general nacido en Brooklyn, Henry Reeve, El Inglesito.
Carmen Rosa Pérez Ortiz y Odalis Maceiras
Díaz, museólogas del Grupo de Trabajo Cementerios, de la Oficina del
Conservador de la Ciudad, comentan: “el
nicho más antiguo del cual tenemos evidencia data de 1843 y guarda los restos
de Andrés Dorticós Casó, uno de los fundadores de la ciudad. La tumba más
antigua es la de Agustín de Santa Cruz y Castillo (1841); aquí reposan también
los de la familia Bouyón y la de los Sarría; entre los patriotas está José
Manuel Cepero Abreu, quien fuera comandante del Ejército Libertador.
“Los documentos antiguos del cementerio están
en mal estado. El Grupo trata de conservarlos y los guardamos en el ‘Tomás Acea’,
hasta la culminación de la restauración. La información está digitalizada y
puesta al servicio de los investigadores”.
Cual historia shakesperiana de amor y muerte,
con trasfondo real, el fallecimiento a los ocho meses de embarazo por eclampsia
urémica de María Josefa Álvarez Mijares y Miró (ocurrido el 16 de julio de
1907, a la edad de 24 años) incentivó la imaginación del pueblo. Alrededor de
ella se entretejen variadas anécdotas. Según algunos entendidos la madre de la
joven encomendó a un artesano (dicen a un escultor italiano), erigiera la
figura de una doncella, no muerta sino envuelta en un eterno sueño. Por otro
lado, están quienes aseguran fuera su esposo, Vicente González, encargado de
mandarla a hacer en Italia, sin saberse a ciencia cierta el nombre del autor.
Ciertas o no, siempre encontrará entre sus
manos flores, dejadas allí por algún obrero del cementerio, vecinos del barrio,
personas llenas de fe, pues comentan su enorme capacidad como intercesora ante
los pedidos realizados.
Queda, entonces, escuchar el verbo de quienes
claman por la resurrección del Cementerio General de Reina, voz que trasciende
las fronteras perlasureñas, por encima del mundanal ruido de la vida en el
barrio homónimo, para instalarse en el corazón de cada cubano y visitante
foráneo.
Notas: Fragmentos del Poema último (1) y Habría que estar muerto (2), de Mirta Aguirre.
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