Por Mercedes CARO NODARSE Fotos: Archivo personal de la autora
El mar cuando quiere, ruge; y está bravo y
choca una y otra vez contra los límites de la ciudad. Por estos días lo he
sentido con más fuerza, empapa los nuevos bancos, las farolas. El viejo espigón
se duele en lo profundo.
No sabría decir claramente cuántas veces
estuve aquí para cruzar la bahía de Cienfuegos. Era apenas una niña cuando mi
padre nos llevaba —a mi hermano y a mí— hasta la fortaleza de Nuestra Señora de
los Ángeles Jagua. ¡Muy esperados los domingos en casa!; tanto, que hasta nos
inventábamos historias de algún asalto de filibusteros, y nosotros, héroe y heroína,
defendiendo a los viajeros…
Lo que sí recuerdo fue el día justo en que
dejé de dar aquellos paseos. Fue al retorno de una de aquellas excursiones, en
la jornada de mi cumpleaños catorce, un 10 agosto. Casi muy cerca del muelle un
pequeñín cayó al agua y su abuelo, desesperado, se lanzó a rescatarlo. Ninguno
de los dos emergió, y yo nunca más pude subirme a una embarcación.
¿Saben? El mar está furioso de verdad. El
señor que está sentado en la otra esquina cree saberlo. “Le usurparon uno de
sus sueños, mi’ja. ¿No lo recuerdas? Fíjate, ¿a quién ves entre las sombras?
Escucha bien, allá por lontananza se siente su motor y ese pito de siempre
anuncia su llegada”.
Cuentan que la fuerte lluvia y las ráfagas de
viento hacían que las olas se encresparan y vinieran a estrellarse contra el
casco blanco de la pequeña embarcación —nacida en 1893, en Filadelfia—; que
quizás por la pericia y tozudez de su patrón, apellidado Orozco, continuaba
imperturbable en busca de su destino: la Bahía de Jagua. Corría el año 1894
cuando por primera vez cortara con el filo de su quilla las aguas que bañan la
costa sureña.
José Llovio, cienfueguero, lo había adquirido
a un precio de 24 mil 100 pesos. Al principio fue de propulsión, con ruedas de
paleta, las cuales se sustituyeron por hélices. Más tarde, le acoplaron un
motor (soviético) 3-D-12 de 300 caballos de fuerza y 12 de cilindros,
dispuestos en forma de V, que giraban a mil 500 revoluciones por minutos,
desarrollando una velocidad de nueve nudos.
La emblemática nave nunca debió ser
abandonada a merced de los depredadores inconscientes, quienes se sirvieron de
sus viejas tablas —las convirtieron en leña—, enterrando tanta historia
atesorada.
Viejos muelles le esperan, taciturnos como pájaros
bajo la lluvia, abusados de los olores del tiempo. Por eso ruge el mar, y está
bravo, choca una y otra vez contra los límites de la ciudad. Ya su salitre no
baña las blancas “pieles” y extraña ver, aunque fuera detrás de los cristales,
al barquito Juraguá, ese que soportó los vientos, con una fe espantosa, cada
día de su casi centenaria existencia.
Pocas veces durante mis lecturas habituales al me complace un trabajo de perfil histórico local, realizado por un periodista, -pues como sabemos, aunque les preparen en la materia, no tienen una formación de profesión al respecto-, y su trabajo "El mar, cuando quiere, ruge...", me llegó muy adentro, lo sentí como si fuese mío. Usted hizo ver que lo tradicional se convierte en parte de las personas. Eso fue el Juraguá una parte de nuestras vidas. La felicito y la convido a seguir haciendo cosas así, pues como yo, muchos cienfuegueros, se lo agradecerán.
ResponderEliminarSaludos merecidos.
Adrián Millán Del Valle.
Historiador
Soy Julio César, nieto de el Mexicano. Este escrito en realidad es maravilloso como lo fue mi barco de ensueño, el Juragua. No puede evitar que las lágrimas salieran, felicitaciones a esta mujer por mantener vivo al Juragua
EliminarMuy agradecida por estas líneas suyas, Adrián. Me complace que le hayan gustado a Ud. también, pues recibí varias comunicaciones al respecto. Sin dudas que el barquito Juraguá lo recuerdan todos los cienfuegueros, dentro y fuera del país. Pienso que tenía esa deuda, como dice mi amiga María Dolores Benet, los cienfuegueros reyoyos somos así, amantes de la historia y de lo nuestro, lo cual nos hace sentir extremadamente orgullosos de vivir en esta suerte de porción territorial. Mis saludos afectuosos.
ResponderEliminarMERCEDES CARO NODARSE Soy un cienfueguero 100%, nací en esta bella ciudad y a 5 metros del mar en el costa sur y recuerdo el Juraguá , el Perla y otros barcos, mi abuelo era un gran pescador y extraño mucho el tráfico que había en el mulle real y cuando el comandante Pinares venía a Cienfuegos, y siendo pequeño nuestros padres nos llevaban por esta linda bahía de Jagua, en estos barcos que hoy nos da nostalgia no ver. me llamo Ramón Barzaga Perez y mi familia es reconocida por lo Boca de Gamos descendiente de pescadores y pelotero cienfueguero como Ramón Perez , Charles Perez y David Perez [el caballero Perez ] Gracias por recordar nuestra infancia.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus líneas, Ramón. Así es, amigo mío, los cienfuegueros reyoyos, dentro y fuera de la isla, amamos nuestra historia y cada pedacito de ella que se nos muestre. Era una deuda que tenía con el barquito Juraguá, reconocido en toda la isla y que tuvo un final muy desagradable. Nos faltó previsión, objetividad a la hora de decidir qué hacer con una joya tan valiosa para la historia naval cubana. Mis saludos.
ResponderEliminarEl pasado fin de semana un amigo me hizo llegar su artículo “El mar, cuando quiere, ruge…”, donde toca el tema de la motonave Juragua. Mi padre fue durante muchos años el patrón de esa embarcación y tengo tanta información de primera mano en mi memoria que me causó añoranza leer su artículo.
ResponderEliminarDesde fines de la década del 40 o principios del 50 del siglo pasado mi familia trabajó en esa embarcación, mi padre, Patrón de Puerto, Orlando Gregorio Ocaña Gracias y mi tío, Manuel Ocaña Gracias, maquinista. El marinero de la embarcación era Luis Pasanaut, hasta su jubilación y lo sustituyó otro llamado Mingo, no recuerdo nombre y apellidos, que hacia su morada nocturna en el cuarto de guardacabos, situado inmediatamente después de la cabina de mando.
El Juragua tuvo hasta después del triunfo de la Revolución un motor Caterpillar, amarillo, que le permitía desarrollar hasta doce nudos por hora, velocidad solo comparada a la que desarrollaba el remolcador Grannie, cuyo patrón aún vive en el barrio de Reina y lo llaman Pupy. Desconozco la suerte corrida por ese remolcador.
En aquella fecha existían las siguientes embarcaciones en esa línea de Pasaje. Juragua con salidas desde el muelle real a las 7 de la mañana, a las 10 de la mañana, a las 3 de la tarde y en vacaciones había los domingos un último viaje a las 5 y 30 de la tarde.
Otras embarcaciones con línea regular diarias eran el Bremen y el Pura y otras dos embarcaciones de relevo que eran el Nieves y el Santa Bárbara. Ahora usted va a Cienfuegos y quiere dar un paseo y tiene una patana cuadrada que hace creo dos viajes al día.
Eran esas embarcaciones no solo un lazo de comunicaciones, sino también cultural, porque vinculaba al citadino con las playas de Rancho Club y Rancho Luna, podía usted dar una excursión al Faro de Rancho Luna, ir a pescar con la familia a la costa o ir a almorzar a los restaurantes muy baratos que existían en Rancho Club, Pasacaballos o en el mismo Castillo de Jagua llamado el famoso “Aires Libres”.
Demás está decir que el mantenimiento a esos barcos se hacía con la propia tripulación. Cada año se subía el Juragua y los demás barcos a varadero, se usaba uno que había en la calle la Mar o el de Punta Cotica. En esas ocasiones aprendí a hacer la masilla, a masillar y a pintar con patente la embarcación, porque como muchacho al fin nos gustaba ayudar en esas faenas.
Hoy, todavía pudieran estar prestando esas embarcaciones servicio en esa línea si al frente de las mismas hubieran dejado a los tripulantes que siempre los cuidaron. Porque un barco de madera es eterno. Mi padre cuando se jubiló construyó una embarcación que guarda cierta imagen con el Juragua, se llama Pelusa y esta atracada en el Castillo de Jagua en casa de mi familia.
La dueña del Juragua era Adita Trujillo, y el administrador era Héctor García, su función era recoger diariamente la recaudación. El pasaje costaba 20 centavos adultos, no recuerdo cuanto pagaba el infante.
Si le interesa profundizar en el tema, Irán Millán seguro le estará muy agradecido por ello, pues es parte de la historia de la ciudad, puede contactar a Pupi el Patrón del Grannie que en ocasiones hacia las vacaciones de mi padre en el Juragua, y todavía en el Castillo quedan tripulantes de las otras embarcaciones como el Bremen y el Nieves, Alfredo y Ramón Ocaña, tíos míos, que pueden darle información de primera mano sobre el asunto. Le pregunto si tienen en archivos otras fotos del Juragua que pueda hacerme llegar.
Queda de usted cordialmente
Orlando Ocaña Díaz
Estimado Orlando: interesantísimo su comentario. Le aporta, sin dudas, muchos más elementos a este humilde homenaje al tan querido barquito Juraguá. Me complació sobremanera que me escribiera y brindara tanta información. Sepa que ahora los lectores estarán verdaderamente complacidos, pues tienen de primera mano otra parte de la historia de la emblemática nave que tantos y tantos recuerdos nos trae. Un abrazo.
ResponderEliminarTengo mucho que contar de cuando mi papá me llevaba a Rancho Club en el Juraguá, el Pura o el Santa Bárbara. Anécdotas personales. Pero no es este el espacio para hacerlo. Solo quiero decirles que recuerdo, como si fuera ayer, el olor del aceite y diesel caliente del motor del Juraguá, que ahora evoco con nostalgia, durante aquellos maravillosos viajes por la bahía Cienfueguera. Es una lástima que no haya habido voluntad para materializar el proyecto de conservar el Juraguá en el museo. Muchos hubiéramos vuelto a soñar a su lado. Recordar es volver a vivir, dijo alguien.
ResponderEliminarGracias por su comentario, Domingo. Tal y como usted afirma, los cienfuegueros sentimos mucha nostalgia cuando recordamos al Juraguá. Espero que en cualquier momento pueda compartirme sus anécdotas, me gustaría mucho.
ResponderEliminarGracias, que historias mas lindas, recordar es volver a vivir...
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