Por Mercedes Caro Nodarse
@eidita
Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el
alba y reverencia el mar que la corteja. Resulta imposible citar a Cienfuegos
sin aludir a esa simbiosis de océano y resol, génesis de sus epítetos y suntuosidad,
especie de sortilegio de esta ribera caribeña.
En sus olas, rayos centelleantes devienen
presagios eternos de la magnificencia de su gente, su complexión, su hálito
vital, y dan fe de la premonición aborigen sobre la prosperidad de la tierra de
Jagua, “...por la clara visión de sus hombres, es Cienfuegos la amada del
sol...”. Y cómo no serlo, si para los aborígenes Jagua era riqueza, mina,
manantial.
Según las tradiciones de los primeros
pobladores, esta fue la deidad que les enseñó las artes de pesca, la caza y la
agricultura. Era también el nombre de un árbol muy abundante en los alrededores
de su bahía de bolsa, con 88
kilómetros cuadrados, que la ubican entre las más
grandes de la Isla. La
demarcación resultó, además, una de las visitadas por Cristóbal Colón.
Por otra parte, el famoso historiador Enrique
Edo agrega cómo en los escritos del bojeo a Cuba por Sebastián de Ocampo se
lee: “...entré por un brazo de mar, en un puerto espacioso y bello, situado en
una comarca que sus nativos llamaron Jagua”.
Exhibir al mundo la perspectiva de una ciudad
hermosa —única de Cuba y de América del siglo XIX, fundada por colonos franceses
bajo la corona española, el 22 de abril de 1819, hace ya 197 años—, convoca a
cerrar filas en torno a la imagen de la conocida internacionalmente como Perla
del Sur: una villa distinguida por sus múltiples valores arquitectónicos e
histórico-culturales y con suficientes méritos, válidos para la inclusión de su
Centro Histórico, el 15 de julio del 2005, como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
La primera versión del singular
desembarcadero data de 1851, cuando se construyó frente a la Aduana el muelle de la Real Hacienda. El
también conocido como Muelle Circular, por su forma redonda, fue concluido
cinco años después, en 1856, obra que estuvo a cargo del ingeniero Manuel
Muñoz, quien se ocupó de la formación del presupuesto del atracadero y el
tinglado.
Para finales del siglo XIX, la
estructura había sufrido un significativo deterioro, por lo cual, en 1952, se
levantó uno de hormigón armado, rectangular, con escalerilla para abordar y
luminarias de hierro fundido, según apunta en su indagación la historiadora,
Mery Berta Pérez, jefa del Departamento de Investigaciones Históricas Aplicadas
de la Oficina
del Conservador de la Ciudad
de Cienfuegos (OCCC).El Muelle Real deviene uno de los más emblemáticos llegados hasta nuestros días, con incontables anécdotas tejidas en su entorno y preferido por muchos escritores y cantautores, quienes regalaron hermosas canciones a este terruño del centro-sur cubano, como Luna Cienfueguera, de José Ramón Muñiz. También marcó la historia patria, pues por allí salió, rumbo al exilio mexicano, el joven revolucionario Julio Antonio Mella, un 18 de enero de 1926, a bordo del vapor Comayagua.
Ahora restaurado como parte de la reanimación de Cienfuegos, el Muelle Real viene a envolvernos con su tenue magia, al añadírsele valores de uso al espacio citadino vinculado a la promoción de artistas locales y de visita en la provincia.
Bajo las nuevas farolas y bancos siempre hay alguien
que se roba un primer beso; sueña con un arca, sutilmente sonora, que vibra sin
vibrar; fabrica una ola para desterrar las nostalgias, los silencios, las
soledades…; atesora las voces de sirenas vistas antaño, de las toninas que
nunca regresaron, de los barcos hundidos en las caletas. Contemplará que la mar
se hará alta después de la tarde. Y esperará taciturno a que la noche venga a
tragarse el azul de la bahía. Mientras, alguien inscribirá en la suela de sus
zapatos, gastados de tanto andarlo, los sudores de su estancia.
Cienfuegos no fuera Cienfuegos sin su mar
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