Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

jueves, 6 de octubre de 2016

Hay unos ancianos ojos que no se cansan de llorar (+infografías)

A propósito de los #40añosdelcrimendeBarbados aún #TenemosMemoria


Por Mercedes CARO NODARSE 

@eidita
   
  Cuando paseo por la ciudad y la encuentro, el corazón se me estruja. No puedo imaginarme su dolor, ¡es tan grande…! Entonces pienso ¿cuántos años tenía Eusebito cuando le truncaron la vida? ¡Uno menos que mi hijo! NO, definitivamente no puedo imaginarme su dolor.


  Con solo 25 se quedó sin sueños; dos fuertes sonidos, terribles, macabros se los apagaron. Hace 40 años esperamos porque la justicia triunfe. De nada ha servido el llanto de todo un pueblo por tamaña indignidad.
  Fue un 6 de octubre de 1976. Aida Domínguez Veitía, progenitora de Eusebio Sánchez Domínguez, sobrecargo de la nave, y muchas otras madres cubanas se quedaron sin respuestas. Sus hijos queridos, sus hijos campeones no volvieron. Desaparecieron entre las aguas del mar, aquel nefasto día, junto a otros inocentes pasajeros y la tripulación de la aeronave CU- 455 de Cubana de Aviación.
  Eran 73 personas. El odio del imperio descargó toda su furia en ellos. La CIA dio la orden de hacer estallar en pleno vuelo un avión cubano, y sus secuaces, Freddy Lugo, Hernán Ricardo, dirigidos por los connotados terroristas y asesinos Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, la ejecutaron.  
La aeronave sobrevolaba las aguas de la isla de Barbados, regresaba a Cuba y se llevó con ella al mar las ilusiones de nuestros Campeones Panamericanos de Esgrima y la de otros jóvenes guyaneses, quienes viajaban a Cuba para estudiar Medicina. El luto ensombreció hogares; la indignación y el dolor desbordaron los límites. Fue un hecho sangriento, premeditado con toda la crueldad y la ojeriza, hasta entonces difíciles de concebir en quienes se consideren seres humanos.
  Por eso hoy, a 40 años del crimen de Barbados, el homenaje se multiplica. La injusticia continúa, no solo porque los criminales son aupados por un gobierno que se autoproclama cuna de la democracia, paladín de la libertad y defensor de los derechos humanos; sino porque castiga a quienes en verdad se enfrentan a la ignominia y al terrorismo.


AL ENCUENTRO DE UNA MADRE

  Una foto del hijo recibe al visitante en la sala de su casa. Las flores que lo acompañan son la prueba de su presencia constante en la vida de esta madre cienfueguera, quien espera porque algún día los asesinos de su hijo dejen de pasear libres por calles norteamericanas.
  En el corazón de Aida Domínguez Veitía la dolorosa e imborrable cicatriz se hace más profunda al recordar que ese fatídico miércoles seis de octubre de 1976 ella se ocupaba de los preparativos del cumpleaños de Eusebito. “Él me había dicho por teléfono que ese siete de octubre quería pasarlo con la familia”.
  Pero Eusebio Sánchez Domínguez, sobrecargo del avión DC-8 de la aerolínea Cubana de Aviación que fue saboteado por mentes y manos terroristas, no llegó nunca a casa. “Esos desgraciados me lo arrebataron en plena juventud, dejando huérfana a su pequeña de seis años y viuda a su señora; sin consuelo a mí y a su padre”, afirma Aida.
  Esta madre de 88 años a lo largo de tres décadas y media ha visto su dolor multiplicarse “al ver sueltos a los asesinos de mi Eusebio”. Así lo sostiene con voz trémula esta cubana, una de las tantas que han visto encanecer sus sienes, sin el asomo de una gota de justicia.
  “En 1976 vivíamos en calle Santa Clara, entre Cuartel y Tacón. Aquel día yo había salido temprano porque tenía un trabajo, encomendado por el Partido, en el reparto La Juanita. Allí fue donde primero oí los rumores sobre el atentado a un avión de Cubana.

  “Enseguida me fui para la casa. Acababa de llegar cuando recibí una llamada de la señora de mi hijo, ella me explicó que las noticias de una bomba en un avión cubano eran ciertas, pero que no sabía si era en el que venía Eusebito.  Quedó en llamarme cuando supiera algo”, rememora Aida.
  “A los diez minutos el teléfono volvió a sonar, mi esposo fue quien atendió porque yo no podía ni hablar de tanta incertidumbre. Pero no pude aguantarme, levanté la extensión telefónica que había en el cuarto y escuché cómo ella le confirmaba a Eusebio que nuestro hijo sí venía en el vuelo... “Mira a ver cómo se lo dices a Aida”, escuché que le aconsejaba a mi esposo.
  “La casa llena de vecinos y las agitadas jornadas posteriores no se olvidan.  Son muchos los años y las lágrimas. No es fácil vivir pensando que mi hijo, tan activo, con tantos deseos de vivir, pobrecito, murió quemado, al igual que todos, sin salvación ninguna, sin defensa… porque en un avión, encerrados, qué defensa podían tener… Y que ni siquiera pude enterrarlo…”.
  Los recuerdos desgarradores de esta cienfueguera se conectan con otros: “La hermana de Posada Carriles y su mamá se arreglaban el pelo en la peluquería donde yo trabajaba en aquellos momentos. Cuando ellas se enteraron del crimen jamás volvieron a poner un pie allí…”.
  La indignación le brilla en los ojos cuando habla de estos asesinos: “Ese Posada Carriles y Orlando Bosh son unos degenerados. También ese gobierno es hipócrita, porque decreta una lucha contra el terrorismo y permite que personas de esta calaña caminen libremente por su país, mientras mantiene a unos cinco hombres inocentes entre rejas. Muchachos que están presos por defendernos de terroristas como ellos”.
  Esta madre continúa exigiendo justicia para su hijo, ese que nunca llegó a casa para celebrar su cumpleaños. Eusebio Sánchez Domínguez, junto a todos aquellos que lo acompañaban en la aeronave CU-455, pasaron a la historia por su trágico final, grabado con lágrimas y sangre no solo en el corazón de Aida Domínguez Veitía, también en el de todos los cubanos.
 



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