Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

lunes, 5 de octubre de 2020

La semilla teatral que siempre germina en el Escambray cienfueguero

 Por Delvis Toledo De la Cruz*


Era una parada casi obligatoria, pero por desgracia la guarandinga en la que viajaban desde el parque natural El Nicho, continuó la marcha. Se bajaron casi 800 metros después, no obstante —pensarían luego— la larga caminata hasta la entrada de la máscara sonriente y la triste, valió la pena.

Así arribó una tropa de jóvenes al remanso natural intramontano que constituye la sede del grupo Teatro de Los Elementos, perteneciente al municipio de Cumanayagua.

Una larga avenida escoltada por árboles de guayaba y grandes hojas verdes en el centro, les dio la bienvenida, luego de pasar por la garita. Pero fue el hermoso “ranchón” de madera y guano justo en el centro, lo que causó más asombro.

Hasta su interior los llevó José Oriol González, figura clave para entender la esencia del arte teatral que allí se respira, quien, sin haber visto en su vida a los ocho muchachos, les regaló su tiempo para narrarles brevemente muchas de las anécdotas que, asegura, no deben olvidarse.

Allí, entre sillas, mesas, lámparas y diversos objetos con diseños únicos, además de pinturas donadas por notables artistas cubanos, González evocó al año 1991, cuando ofrecieron la primera de sus funciones, en un barrio periférico de Ciudad Habana nombrado El Romerillo.

"Nuestros primeros integrantes fueron descubiertos durante la itinerancia; tomados como ‘discípulos’ durante el viaje por las comunidades. Ellos lograron apropiarse de importantes conceptos antropológicos, una praxis teatral aplicada a la transformación comunitaria, modernas técnicas actorales retomadas de las más valerosas escuelas y tendencias”, les explicaba emocionado.

Pero fue el relato en el remoto pueblo de Cocodrilo, otrora Jacksonville, al sur de la Isla de la Juventud, uno de los que más conmovió a los jóvenes foráneos, porque hacía solo unos meses atrás habían realizado el recorrido hasta Punta Francés por dicho poblado.

Mientras González rememoraba las peripecias de ese segundo trabajo titulado Historias de Jacksonville durante el año 1992, Dianny —una de las mochileras— le manifestó al multipremiado director lo bien que se siente estar rodeada de gente humilde; apartados de la ciudad, en compañía total de la naturaleza y las leyendas de piratas.

A la izquierda, José Oriol González, mientras evocaba algunas anécdotas sobre la historia fundacional del grupo. / Foto: Delvis

Describía Oriol en este sentido, que el aislamiento de Jacksonville, propició a su compañía la creación de un laboratorio comunitario donde se exploraron las posibilidades psicofísicas de los actores y el crecimiento de sus potencialidades, mediante rigurosos entrenamientos al aire libre.

Fue allí, cuando durante esa extraordinaria convivencia, “el poeta cubano Norge Espinosa, entonces alumno, propone nombrar al colectivo Teatro de los Elementos, pues aire, agua, tierra y fuego, permitían transitar hacia el redescubrimiento de rituales ancestrales, esencias del hombre como ser originario”.

Con brillo en sus ojos, los ocho jóvenes lo observaban, pero a todos les surgía una pregunta curiosa: ¿Por qué habían terminado en aquel paraje cumanayagüense luego de tanto nomadismo?

Al parecer, era necesario. Había que establecerse y aunar en ese sitio todo el proceso de formación, investigación y aprendizaje vivido en los andares por las diversas comunidades del país. De ese modo, Ciudad Habana (1991), Jacksonville en la Isla de la Juventud (1992), Barrancas, provincia de Santiago de Cuba (1993), no solo serían bellos recuerdos, sino experiencias vívidas que rezumaban teoría y praxis.

El anfiteatro de piedras, construido a finales de la década del 90, es uno de los referentes de la sede. / Foto: Delvis
 
Así fue como sembró —quien ostenta, entre otros lauros, el Premio Nacional de Cultura Comunitaria—en cada uno de los curiosos visitantes, la importancia de difundir el arte en cada sitio; echar raíces cuando se ha caminado lo suficiente y se anhela que el conocimiento sea transmitido.

Hoy, siete meses después de aquella mágica visita al sitial del Teatro, Oriol ya no funge como director principal, pero se mantiene al tanto de cada una de las actividades.

Así pues, no fue raro verlo junto a los discípulos llevando el movimiento artístico y las flores de su vergel hasta el policlínico Aracelio Rodríguez Castellón de la urbe cumanayagüense, o a los restantes poblados que conforman el Plan Turquino, en tiempos de pandemia, la cual no impedirá que celebren como merecen, el venidero 30 cumpleaños de la compañía.

*Periodista en semanario 5 de Septiembre, Cienfuegos

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