Por
Mercedes Caro Nodarse
“Cuando a
Cienfuegos llegué / y esa ciudad quise
verla / la que la llaman la
Perla…”
(estribillo de la
popular canción de BennyMoré)
Exhibir al mundo la perspectiva de una ciudad
hermosa y protegida por sus habitantes, convoca a cerrar filas en torno a
la imagen que nos une: la de una urbe
que se distingue por sus múltiples valores arquitectónicos e histórico–culturales
y con suficientes méritos como para incluir su Centro Histórico entre las
herencias comunes de la humanidad.
Así, coqueta y seductora asoma a los ojos de
quien la inscribe a diario en la suela de sus zapatos, gastados de tanto
andarla, o de aquel viajero que allende los mares, llega hasta ella para dejar
sobre sus calles los sudores de sus pasos y ardores turísticos.
Armonía parece haber sido quien inspiró la
construcción de esta ciudad de Cienfuegos, desde que un agrimensor aventurero
trazó las calles bajo una vieja majagua hace casi 200 años.
Las cintas larguísimas de fachadas
neoclásicas en su homogeneidad distinguen la antigua Fernandina de Jagua del
resto de nuestras ciudades y le confieren un valor arquitectónico único,
subestimado a veces por su relativa modernidad.
Casas de fachadas estrechas y escondida profundidad de habitaciones y patios forman un conjunto urbano estilísticamente a prueba de eclecticismo. Molduras seudoantiguas, columnas y rejas geométricas, onduladas, sinuosas, vagamente vegetales o de liras insinuadas, parecen sobrevivir ante el influjo industrial de la ciudad cabecera provincial.
Su Centro Histórico, ubicado en la Península
de Majagua, se encuentra conformado por ese mar que lo envuelve por el Norte,
Sur y prácticamente por el Oeste, lo que denota una simbiosis permanente de la imagen
urbana con el agua, creando así un paisaje que identifica a la ciudad.
De manera armoniosa se entrelazan dos siglos
de alto valor constructivo: el pasado, con el patrón neoclásico y el presente,
con el código ecléctico. Altos valores monumentales poseen edificaciones
puntuales como la Santa Iglesia Catedral, el Colegio San Lorenzo, el Palacio
Ferrer, el Casino Español, el Teatro Tomás Terry, la Casa de Gobierno (antiguo
Ayuntamiento), los palacios Blanco y Goitizolo, la Casa de los Leones y otros,
con sus fachadas que trasmiten orden y equilibrio y sus elementos componentes;
los cuales al integrarse lo cualifican, denotando majestuosidad y belleza.
De ahí que desde el 15 de julio del 2005 se
inscribiera en la preciada lista de lugares declarados Patrimonio Cultural de
la Humanidad, reconocimiento de alcance universal que premia el esplendor,
conservación y singular arquitectura de esa zona, que abarca 70 manzanas, entre
ellas, la que sirvió de punto de partida para la fundación de la localidad por colonos
franceses el 22 de abril de 1819, la única ciudad cubana, que instauraron
representantes de la nación gala.
Los signos de una fundación
Era muy temprano en la mañana cuando Don Luis
De Clouet, vestido de gala y rodeado de colonos ataviados con trajes de fiesta
y puestos de rodillas, anunciaba que tomaba posesión de aquellos predios en
nombre de S.M. el Rey de España, para fundar el pueblo de Fernandina de Jagua.
El nombre escogido rendía honores por un lado
al Fernando VII, el rey español, por el otro a Jagua, el nombre dado por los
aborígenes a esta tierra y su bahía.
Hasta entonces había permanecido
prácticamente despoblada, -sólo se conoció la presencia de Fray Bortalomé de
Las Casas quien tuvo su encomienda de indios junto a su amigo Pedro Rentería
hacia 1512. Pero el primero de enero de 1819, un caballero emigrado solicita
que estos terrenos se convirtieran oficialmente en una posesión más de la
colonia española.
El fundador
Con su
rango solicita al Capitán general de la isla, Don José María Cienfuegos y
Jovellanos y al Intendente de Hacienda, don Alejandro Ramírez, la autorización
para fundar una villa junto a la bahía de Jagua.
El 9 de marzo firmó el contrato que daba
fuerza legal a la fundación, pues en 1817 la metrópoli había decretado la “Real
Disposición” para “El fomento de la población blanca en la isla”, ahuyentando
así los temores de que se repitiera una sublevación negra como la de Haití.
De tal suerte se dispuso que los colonos
serían escogidos entre labradores, artesanos, y antiguos vecinos de la
Louisiana, por lo cual la solicitud fue aceptada rápidamente. Concluido el
“papeleo”, desde el puerto habanero de Batabanó partió De Clouet con colonos
recién llegados de Burdeos.
Al llegar a la comarca de Jagua, pretendieron
fundar el pueblo a orillas del río saladito, pero temerosos de los piratas y
corsarios que rondaban las costas, decidieron internarse hasta la península de
Majagua.
Don Agustín de Santa Cruz, quien residía ya
en un ingenio llamado Carolina, supo de las intenciones de de Clouet y les
recomendó el llamado Embarcadero de Castillas. Definido el sitio, Don Félix
Bouyón, alférez de marina, trazó los primeros planos.
El acta
Así daba lectura al documento ante los 46
colonos, para dejar oficialmente recogido el acto, que siguió a la tumba y
limpia de los contornos del sitio donde se plantaron las primeras ocho tiendas
de campaña, alojamiento del fundador y los restantes franceses que había traído
de Burdeos y de la colonia de Guárico, en Santo Domingo.
Todos, decía, estaban en función de
engrandecer y enriquecer la que sería desde entonces su única tierra y patria,
bajo la Fe, el Trabajo y la Unión, el lema que se comprometían a defender.
Persignándose rezó el credo y con un hacha de
mar dio tres cortes a un arbolito de baría, pronunciando los nombres de Jesús,
María y José. Con los fragmentos formó una cruz. Tomó después un par de
palomas, soltó a la hembra y sacrificó al macho, separando el cuerpo las alas,
que colocó en la cruz ya amarrada que quedaría en la puerta de la tienda que
ocupara.
La tradición oral narra que cuando cada
colono tomaba posesión de su casa, realizaba una ceremonia: ponía a quemar tres
montoncitos de leña; en el primero quemaba incienso o café; en el segundo
azúcar y en el tercero ponía a arder un pescado seco. Luego repetían el ritual
de las palomas y con el macho muerto hacían una sopa, primer alimento antes de
ocupar la vivienda.
Las ocho tiendas de campaña se encontraban
alrededor de una majagua que estaba en el centro de una sabana, punto de
intersección del trazado de unas primeras manzanas, hoy conocidas como San
Carlos, Santa Isabel, San Fernando y San Luis.
Tradición presente
Cada amanecer del 22 de abril, cientos de
pobladores de la actual de Cienfuegos, son convocados alrededor de la “Rosa
Náutica” que en el Parque José Martí, recuerda el punto exacto de la fundación.
Durante la “la evocación de la ciudad”,
alrededor del sitio original del moderno trazado, que la convirtió en la única
villa fundada por franceses, se recuerda a quienes 190 años atrás profetizaron
Fe, Trabajo y Unión para una bella ciudad del mar.
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