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Cripta donde reposan los restos de José Martí. |
Cierra el viento los ojos en el preciso instante del silencio, y se levantan luces con sabor a horizontes. Corre el agua pura, ondea la bandera que soportó los toques de a degüello, cristalizan los ojos en los minutos de siempre… Luego, se va deteniendo, insoslayable, la frente de aureolas, la frente de la Revolución, la que vio esclavos ahorcados y sufrió callada con la piel entre grilletes, la frente prodigiosa, la única, la eterna.
Entonces uno siente que no le cabe en el pecho tanto sol y tanta grandeza, uno siente ese despertar, esas reverencias; uno siente a la Patria corriéndole por las venas y desbordando, en torrente inclaudicable, sobre los espacios sagrados. Y uno siente un desplome que le impide caminar. Hay que detenerse en firme y apretar los puños, mirar al cielo, arrodillarse, hay que llorar; porque el Cementerio de Santa Ifigenia se te levanta en medio del tiempo, y te retumba toda la piel. Sí. Lo hace. Y bien fuerte.