Aunque siempre se dice que no se puede ser
absoluto, no creo exagerado afirmar que en Cuba, todo el mundo sabe quién es
Enrique Molina. Este actor se ha ganado, con sus años de experiencia y su
sabiduría a la hora de encarnar un personaje, lo que cualquier artista desea: el
amor de su público. Él lo tiene y por mucho.
Ha interpretado disímiles roles y ha
demostrado ser lo que aquí llamamos, un camaleón. Da igual si se trata de un
malvado, un campesino, un policía, un héroe… la especialidad de Enrique es su
versatilidad.
Muchos lo conocen por Silvestre Cañizo, de la
novela Tierra Brava. La gente lo señala en la calle por ese nombre y
tengo que confesar que yo misma me sorprendí, durante la entrevista, llamándolo
así más de una vez.
Y aunque Enrique tiene en su haber grandes
personajes, no es de los actores que viven de su pasado, sino que lo vemos
frecuentemente en diversos programas de televisión y en el cine. Recién terminó
el rodaje de Esther en alguna parte, un filme de Gerardo Chijona.
-Me dicen que en el filme de Chijona
interpretó varios personajes, ¿cómo fue eso? ¿Había trabajado antes de esta
manera?
-Arístides Antúnez es el nombre de mi
personaje, pero por momentos, él se hace pasar por otras personas. Él cree que
esta es su manera de vivir, él es lo que se dice un mujeriego, ha tenido 69
parejas en toda su vida. Con algunas de sus conquistas se llama Larry Po; con
otras, Pierre Merimé, doctor San Pedro…
Es la primera vez que interpreto un personaje
como este.
-¿Cuál de esas personalidades de
Arístides Antúnez le costó más trabajo y con cuál se sintió más identificado?
-Son flashazos prácticamente, momentos muy
breves, no exigía una secuencia larga con cada personalidad. Para mí lo más
serio fue compartir el protagónico con un actor que lleva casi 20 años fuera de
Cuba, que tiene 89 años: Reinaldo Miravalles.
-Usted ya había trabajado con
Miravalles en una serie de TV, Los comandos del silencio,
y hace años coincidieron en el filme de Daniel Díaz Torres (Alicia
en el pueblo Maravillas). ¿Cómo fue este reencuentro? ¿Qué
cosas comparten ustedes además de la pasión por la actuación?
-Entre nosotros hay mucha afinidad. Él me
ayudó mucho en mi formación como actor desde que empecé en este mundo, sobre
todo en la televisión, en La
Habana. Él, Miguel Navarro, René de la Cruz, Salvador Wood y otros
ya eran primerísimas figuras cuando yo llegué a esta ciudad. De Miravalles
recibí las primeras orientaciones. Solo de verlos actuar a ellos, ya se podía
aprender.
Después la vida me premió y compartí escenas con
él en varios programas, como la serie inolvidable de la televisión En
silencio ha tenido que ser, luego las aventuras Dos hermanos, en
Camagüey. Trabajar después de tanto tiempo con él es… imagínate, una maravilla,
en primer lugar porque él es un gran actor, tiene 89 años, pocos actores en el
mundo pueden con esa edad hacer un papel protagónico.
-También compartió en el filme de
Chijona con grandes actrices que son rostros emblemáticos del cine cubano
(Daisy Granados y Eslinda Núñez). ¿Cuánto significó eso para usted?
-Ese es otro gran privilegio. Cada una de
ellas (Daisy, Eslinda, Verónica Lynn, Paula Alí) hace más o menos un par de
escenas. Incluso Alicia Bustamante vino de Francia para hacer una solamente.
Elsa Camp participa en una escena en la que no dice ni una palabra…
Un gran elenco siempre hace que los actores
se sientan en confianza. Es una felicidad estar rodeado de todas estas grandes
actrices. Me parece muy bueno el trabajo que hizo Chijona. Puedo decir que esta
película es la más importante que he hecho hasta ahora.
-¿Por qué?
-Por las complejidades del personaje, de la
historia. Tuvimos la suerte de tener un excelentísimo guión, basado en una
novela de Lichi Diego, fallecido el año pasado en México. Todos estamos muy
contentos por lo que hemos hecho, aun cuando la película no se ha editado
todavía. Pero ya ellos saben que tienen en la mano un buen filme.
-¿Qué fue lo que más le interesó de
la historia?
-La historia es muy emotiva. Esther en
alguna parte trata el tema de la amistad muy en serio. Habla también de la
sinceridad entre los seres humanos. Habla de que, aun cuando un anciano se
siente con la vida gastada, recibe en su vejez una especie de inyección, algo
nuevo que lo motiva a empezar a vivir nuevamente, a descubrir cosas.
-Sabemos que usted viene de una
familia humilde, sin herencias artísticas, que llegó a la actuación a través
del movimiento de aficionados en Santiago de Cuba. En otras ocasiones usted ha
dicho que la principal motivación para entrar en ese mundo era el aumento de
salario, ¿realmente era solo eso o había algo más que le hizo sentir el bichito
del arte?
Molina y Miravalles, en Esther en alguna parte. |
-En ese momento no había otro interés que no
fuera el monetario. Yo trabajaba en una cafetería y ganaba 69 pesos mensuales,
y en el grupo me pagarían 150. Ya yo tenía hijos y me dije: «yo voy para el
escenario ese de lo que no hay manera». Yo no tenía cultura ni conocimientos de
nada.
-¿Y cuándo descubrió que era esa su
vocación?
-Cuando entré a ese mundo. Creo que los
primeros pasos que di en el movimiento de aficionados de la gastronomía me
sirvieron para descubrirme. Tampoco era un grupo que hacía grandes cosas, como
puede lograrlo el Olga Alonso. Pero aquello apareció en el momento en que menos
esperaba.
La primera vez que me presenté a la
convocatoria, me suspendieron y luego me aprobaron, creo que más bien por pena.
Estuve cinco años allí, hasta 1968. Luego se inauguró Tele Rebelde, el canal de
TV de Santiago, trabajé allí menos de dos años, y en el 70 vine para La Habana.
El tiempo que estuve en Tele Rebelde me
aportó muchísimo la vorágine de trabajo, todos los días había programas, cosas
para hacer. Eso me dio un entrenamiento.
Cuando llegué a La Habana, empecé trabajando
en las teleclases, en las dramatizaciones de los cursos de Literatura. Luego
pasé a hacer programas como novelas, aventuras, teatros…
Molina con Eslinda Núñez, en Esther... |
Por esa época se creó la escuela de actuación
del ICRT. Ahí coincidimos muchos de una generación que no había pasado por la ENA o el ISA. Todos teníamos
la meta de ser alguien. Recuerdo a Manuel Porto, Rogelio Blaín, Jorge Villazón,
Susana Pérez, Irela Bravo…
-Usted se encauzó rápidamente en la
pantalla chica y ha recibido varios premios por su actuación en TV, ¿qué
prefiere, cine o TV?
-Yo me siento más cómodo y más seguro en el
cine. El cine tiene sus especificidades, es más lento, es un trabajo más
depurado, más duradero. Lo que se hace en cine queda para toda la vida. La
televisión es más efímera, es una centrifuga que nos da un entrenamiento
fuerte, tanto para directores, intérpretes, guionistas, técnicos. En TV los
actores tienen que evolucionar rápidamente ante una situación determinada.
-¿Y el teatro? Sé que está trabajando
en un filme de Cremata sobre la obra de Contigo pan y cebolla.
-Ya terminamos de filmarla. Yo nunca había
hecho esa obra en teatro. La protagonizamos Alina Rodríguez y yo. Ella sí había
trabajado en esa obra durante mucho tiempo y conocía al dedillo su personaje.
Hace unos días leí una entrevista a Cremata
en la que él hablaba de ese filme y me gustó mucho la opinión positiva que dio
con respecto a mi trabajo. Él aún no ha terminado el trabajo de edición.
-Sabemos de las operaciones que le
hicieron para encarnar el personaje de Martí, que nunca se concretó. Los
cubanos hablamos con mucho fervor de nuestro Apóstol. ¿Cuál es el Martí que
acompaña a Enrique Molina?
Molina con la actriz Alicia Bustamante. |
-Esa etapa para mí fue muy fuerte y muy
romántica, desde mi estudio por Martí hasta las operaciones que me hicieron
para ayudar al trabajo de las maquillistas para que yo me pareciera a él.
Hace poco organizaron una exposición
fotográfica en el teatro Bertolt Brecht, sobre caracterizaciones de personajes,
y entre esas imágenes se incluyó mi trabajo sobre Lenin, Silvestre Cañizo y
Martí. La foto de Martí quedó en un cuadro en la oficina del director del
teatro y cuando yo la vi me impresioné tanto..., no te imaginas cuánto.
Yo me quedé con el trauma de no haber podido
interpretar a Martí, pero también guardo lo que para mí es más valioso. Todo el
tiempo que dediqué a estudiarlo como ser humano me dejó mucha riqueza de
espíritu. Mi misión era encontrar a ese Martí que fuera capaz de complacer al
que tienen los cubanos en sus cabezas. Ese trabajo es para mí una reliquia, yo
cambié mi vida por completo y para bien, mi sensibilidad, todo.
-Si después de todos estos años
tuviera la oportunidad de concretar ese papel, ¿estaría dispuesto aún a
hacerlo?
-Por la parte física es imposible porque ya
yo tengo 68 años, no puedo interpretarlo. Pero anímicamente sí me siento en
condiciones. A mí me dolió mucho que ese trabajo no llegara a su fin por las
dificultades de inversión en el Período Especial. Eran 15 películas sobre
Martí, era algo serio.
Yo empecé a prepararme en el 85 u 86, estuve
siete meses en el hospital, luego estuve trabajando con Llilian Llerena que
estaba al frente del proyecto, hasta que dijeron que ya no se podía hacer. Ese
dolor se convirtió en encabronamiento cuando vi un trabajo que hizo una
venezolana sobre Martí y que fue trasmitido por la Televisión Cubana.
Aquello no tenía que ver con el Martí que nosotros llevamos dentro. Para mí ese
fue un proceso muy duro…
-Sin embargo, usted ha hecho otros
personajes que han quedado para siempre en la memoria popular. Silvestre Cañizo
lo inmortalizó, lo que usted hizo para representarlo ¿era parte del guión o fue
iniciativa suya? ¿Cuáles son los límites entre lo que dice el panfleto, lo que
dice el director y lo que el actor siente?
-Cuando la directora me lo propuso y yo vi en
el guión la escena de la golpiza, aún sin grabar, yo empecé a organizarme y a
investigar cómo debía ser esa paliza para que el personaje quedara deforme.
Busqué un ortopédico para que me ayudara, yo quería que, desde esa escena, el
personaje se convirtiera en alguien desagradable físicamente.
La iniciativa que más me costó con respecto a
Silvestre Cañizo fue la del ojo porque no había maquillaje que hiciera parecer
real esa imagen. Se me ocurrió decirle a la maquillista que usara mastic, lo
que emplean para pegar en televisión barbas y bigotes. Eso funcionó de maravillas, el ojo golpeado
parecía de verdad. Pero imagínate ese producto en el párpado cada día de
filmación, para quitarlo había que untarme un algodón empapado en alcohol. Eso
me costó 2 años con un estafilococo dorado en el ojo, y para curarme fue Dios y
ayuda. Fue una idea loca para buscar una solución, pero yo quería que el
personaje fuera feo, y lo logramos.
-Y recordando estas experiencias
dolorosas, ¿cuál es la respuesta si alguien le pregunta por qué se ha
sacrificado tanto en personajes como Martí, Silvestre Cañizo…?
-Porque soy un romántico a mi trabajo. Mira
como tengo el pelo ahora mismo, estoy teñido de negro, y si llegas la semana
pasada, me hubieras visto rubio. Hacemos sacrificios, nos cambiamos físicamente
para que las cosas queden como deben ser.
-¿Qué personajes lo han marcado más?
¿De cuáles no se puede despegar?
-Hay varios. Cada uno ha significado mucho en
su momento. No puedo olvidar el Matías de En silencio ha tenido que ser.
Lenin también implicó mucho para mí, mucho esfuerzo, entrenamiento, era una
gran responsabilidad en aquel momento interpretar a Lenin en el 60 aniversario
de la Revolución
de Octubre. Silvestre Cañizo, como tú decías, me ha cambiado el nombre, todo el
mundo en Cuba me conoce por él.
-¿Hay algún papel que desee hacer y
nunca le hayan propuesto?
-No, yo soy de los que se enamoran de sus
personajes en el momento en que le anuncian que deben interpretarlo.
-¿Y cuál no le gustaría hacer nunca?
-No me gustaría hacer un personaje con el
que no pase nada, que no tenga química con los espectadores. No haría uno así. (Tomado de CubaSí)
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