Cumple hoy, 25 de agosto, 71 años, Luisa Rosario Acea León,extraordinaria
artista cienfueguera, gloria de la cultura cubana de quien me complazco ser
su amiga y pupila, además de una fiel seguidora por su entereza
Son las mariposas irreverentes y gráciles, decenas
de ellas dejan “congelados” a los muchachos del barrio, justo cuando más
caliente se pone el partido de pelota improvisado en medio del campo. Trazando
un vuelo irregular y azaroso, irrumpen en una tranquila calle, para posarse en
un charco, una flor del jardín del vecino, o seguir de largo en busca de su
propio destino. Ellas son como esos
imprescindibles ángeles que le han nacido dentro del pecho de esta gran mujer,
que como la magia de los cuentos de hadas o como esta historia de su vida, les
pinto en el cristal de sus ojos para que puedan conocerla.
“Llegué al mundo por manos de comadrona, un 25
de agosto de 1941, en mi propia casa de la calle San Luis, entre Santa Cruz y
Santa Elena, en la ciudad de Cienfuegos, y la música me llegó a la edad de
cinco años cuando mi madre, optó por regalarme un pianito de patas largas, y
mientras tararea la música remonta sus recuerdos a esa feliz infancia, rodea del
amor y cariño de sus más queridos seres.
Luego, cuando cumplió 7 años aprendió los
misterios del piano, enseñanza que duró ocho años, pues incluía teoría, solfeo,
armonía, historia de la música, pedagogía y repertorio. De entonces a acá nadie
puede hablar de la historia de la cultura cienfueguera si no se le menciona,
porque Luisa Rosario Acea León, es ante todo una promotora innata.
Cumanayagua le abrió el sendero de sonrisa y
luz, pues allí llegó con sólo 16 años, con cartilla, lápiz, papel y su farol para
alfabetizar a los pobladores, para después laborar como maestra en la escuela
Raúl Suárez, ubicada en la casa de Ramón Bermúdez, por la calle Mandinga. “Es en
ese intercambio con los campesinos cubanos cuando se desenfrenó mi pasión por
la guitarra, los instrumentos de música tradicional como las maracas, el güiro
y las claves”.
Luisa Acea León, acompañándome con el acordeón. |
Sin embargo, es el acordeón su más fiel
seguidor. “Es verdad, me acompaña a todas partes. Eulalio Gómez, Lalo, fue
quien me descubrió sus misterios, y me enseñó a tocar la mandolina. Quiero que
sepas que aprendí mucho en Educación, mis años de labor en ese sector me
ayudaron a ser cada vez más organizada, disciplinada.”.
Quiso la casualidad que el 14 de diciembre de
1964, fecha en que conmemoramos el Día del Trabajador de la Cultura, comenzara su
fructífera labor profesional, como especialista de música y artes plásticas, en
el Teatro Guiñol, como animadora, acompañante rítmico, en la confección del
atrezzo y en varias ocasiones como actriz si era necesario.
“Comencé a laborar como instructora de música
y luego de enseñanza general, desde antes de la década de los 60, porque
siempre me gustó formar a los niños y jóvenes. En los años 66-67 trabajé como
profesora en la
Escuela Provincial para Guías de Pioneros, situada en la
carretera de Buena Vista, y colaboré con la formación de los niños del
internado Octavio García, hoy convertida en la de Instructores de Arte, donde
me desempeño ahora como pianista acompañante en las clases de baile.
“Después, junto con Noemí Olascoaga, allá por
los años 70, creé el coro de niños de 1ro. a 4to. grados en la Biblioteca Provincial,
lo cual me valió importantes premios municipales, regionales y provinciales. En
1972 dirigí la
Escuela Elemental de Música Manuel Saumell y en 1977 me traslado
para el Sectorial Provincial de Cultura, para atender las escuelas de Música y
Artes Plásticas, como coordinadora de enseñanza artística”.
Muchas entidades del sector cultural guardan
su impronta. La creación del grupo "Meñique" con los alumnos de preescolar
en la escuela primaria Guerrillero Heroico, este grupo luego se llamó
"Vocecitas de cristal" y luego "Chicuelos del Mar".
Promovió un taller de guitarra, de donde nació "Cuerdas y Voces" y surgen
el dúo Estrellita, Tríos y Trovadores. La incansable labor con los adultos
mayores o con los niños del barrio, como lo fue la Brigada Artística
Dionisio Gil, de Centro Histórico.
Fue instructora voluntaria en el contingente
Juan Marinello y ha recibido innumerables reconocimientos, entre los que
destacan las distinciones
Raúl Gómez García y 23 de agosto, de la
FMC; el Premio Jagua (2000) máxima distinción que otorga el
Sectorial Provincial de Cultura 2000; Premio Provincial de Cultura
Comunitaria (2000), y Premio del Barrio (2001), otorgado por la Dirección Nacional
de los CDR, y más recientemente, el pasado 18 de febrero de 2009, Premio Nacional
Olga Alonso, por la obra de la vida, instituido por el Consejo Nacional de
Casas de Cultura.
"Esta vocación me corre por la sangre,
es una herencia familiar, mi abuela, mi mamá y yo estábamos muy vinculadas a la
cultura. Ahora son mis hijos, Rafael y Arlene, él guitarrista, ella vocalista
del grupo Mano Franca; y mi nieta quien se prepara con el fin de ingresar a la Escuela de Instructores de
Arte, todos ellos, junto a aquellos que me acompañaron a lo largo de mi vida me
hacen muy feliz”.
Lleva en su alma la música y ese sabor
polifacético que la acredita como una gloria de la cultura cienfueguera, sin
embargo, la grandeza de su espíritu resalta cuando la vemos entregada, en
cuerpo y alma a esos niños que sufren alguna discapacidad. “Son niños y niñas que olvidamos
sin querer, que necesitan ser abrazados, amados, ellos quieren cocinar pasiones
y caminar dando algo de comer al viento, algo que susurrar”, dice, mientras
canta con ellos. Raulito,
Keny, Lily, Yaidelín, Dany, Milaidy, Yamina, Vladimir, Mervin, Minelis, Rodney,
Yoandry y Yosdelmis, esperan ansiosos cada martes y viernes. Les renace la vida
y la esperanza cuando la ven llegar, halando el carrito en el que porta el
acordeón o la organeta.
“Cuántas
preguntas acuden a la mente humana cuando nos enfrentamos a estas personas. Sin
embargo, la faena con ellos reconforta muchísimo, aprecio la oportunidad de
intercambio con los padres, brindo apoyo a los que se enfrentan inicialmente al
grupo, sobre todo en los aspectos relacionados con la atención y aprendizaje.
Trato de dar lo mejor de mí. Trabajo duro, pero sin desanimarme. Eso los ayuda
a no pensar, no sufrir, a no perder su identidad”.
Va Luisa abriendo espacios en el mundo para
hacer una vida inédita. Y esboza aquella sonrisa como diciendo "¡soy
feliz, por lo que hago!". Ella está siempre bien humorada, llena de una
gran paciencia, porque “jamás los cambiaría, aún si pudiera, por otros niños
que caminen bien, hablen correctamente y lean. ¿Qué otro niño me conmovería
tanto así?".
No
hay una pizca de banalidad ni de discurso hueco cuando habla, una y otra vez,
ella se levanta, anda, camina en pos de las cumbres más hermosas: hacer de la
cultura el alma y el espíritu de la nación.
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