Fotos: Mercedes Caro Nodarse
A Eduardo Puebla Peñate no le importan las críticas. Sabe que
su visión del mundo es una cuestión personal, y a nadie le atañe cuestionarla.
No vive de las artes plásticas, sino para ella. Su obra es tan irreverente como
sus palabras, a tal punto que a muchos ojos puede parecer incluso “subversivo”.
Quizás sea esa la clave de su éxito, traducido en la aceptación y
reconocimiento de la crítica y el público. ¡Qué más puede pedir!
En sus piezas de cartapesta (una especie de
papier maché) se advierten los más diversos personajes y situaciones de la Cuba
actual en armónica interacción con los protagonistas de la literatura clásica.
Como si su intención fuera crear un mundo mágico y real, donde predomina la
identidad nacional, lección bien aprendida de Mateo Torriente, su
primer mentor.
“Tuve el
privilegio de formar parte de unas las primeras aulas experimentales de Mateo
con niños, porque Mateo trabajaba solo con adultos. Aunque no le gustaba
enseñar a muchachos, luego decidió atendernos. Dos veces a la semana íbamos
allá con él, en Punta Gorda.
Nos daba dibujo, pintura, y modelado en distintos materiales. Aprendí el dibujo
a lápiz, la pintura con tempera, acuarela, y pastel, aparte del modelado”.
Cada minuto con aquel artista abstracto,
considerado para orgullo nuestro como el más cubano de los escultores del país,
fue una lección de arte y vida.
“Mateo era una persona maravillosa.
Tenía mucha cultura, era lo que se llama
un maestro, un pedagogo, una persona exquisita, una gente poco común. Muy
cuidadoso y estricto en el dibujo. Muy observador, incluso, atendía las
individualidades. Veía las
potencialidades de cada uno y le ponía una serie de problemas a resolver.
“Yo creo que en el contexto en que Mateo se
desarrolló se cometió mucha injusticia con su persona. Él fue objeto de muchas
críticas, en ocasiones por los mismos compañeros, los mismos artistas, algunos
de los cuales Mateo apreciaba mucho”.
Y como buen discípulo, también Puebla Peñate
ha sido objeto de duras críticas, al extremo de que sus piezas han sido
retiradas de exposiciones.
“Yo tuve obras aquí que me las sacaron de los
salones, porque dicen que tenían problemas ideológicos. Una vez vino José Villa
Soberón (Premio Nacional de Artes Plásticas 2008), al que le debo tanto, y
en este caso mi obra estaba cuestionada, y la fue a ver. Después me convocaron
y me elogiaron. Incluso me dijeron que yo había hecho un hermoso barroco con la
copia de lo real maravilloso en una bota. ¿Qué no puede el arte?, me decían.
“De
ahí para acá, ha habido otra forma de verme las obras. Porque el problema es
que a veces uno pone el dedo en la llaga y te malinterpretan. El gran ajiaco en
cazuela abierta, toma las ideas de Fernando Ortiz. Yo
recreaba esa obra también con paisajes, y hacía una mezcla. Y eso fue lo que
cuestioné, incluso la pérdida de valores y la carencia de cosas que teníamos en
otros tiempos y que han caído en desuso”.
El gran ajiaco en cazuela abierta o La Bota (2007). |
Cada una de sus piezas desempolva una
historia y sus personajes tientan al espectador. Cual fórmula química, ahí está
su propósito principal, provocar una reacción.
“Me baso en la literatura, en la historia, en
todos los géneros a los que pueda sacarle provecho. El arte es provocativo,
lacerante, y a veces hiere, pero lo hace en busca de una reacción del público
frente a la obra, pues esta consta de dos vertientes: una parte la pone el
artista, y la otra el público”.
Podría parecer poco común el uso del papel
maché para la escultura en los artistas consagrados, incluso a ojos ingenuos
infantil, pero solo esa técnica le permite la versatilidad en su proceso
creativo.
“Trabajo mucho el papel. Claro, en este caso
no es papier maché propiamente, es cartapesta, porque es con tira, fragmentos
de tira que voy pegando. No hago pulpa. Hasta en eso trato de negar el
material. El papel está muy vilipendiado, para estas cosas de obras se presta
poco, porque generalmente se ha usado mucho en ambientaciones, escenografías,
títeres… Por ello, cuando lo utilizo, busco su proyección como medio de
expresión artística.
“Yo tengo que sentirme motivado cuando estoy
trabajando. Necesito deleite, sino no me someto. Tengo que sentir que la cosa
me apasiona, divierte, que me satisface
lo que hago. Y en este caso, el papel me aporta eso, cambiar las ideas en el
transcurso de su elaboración. Si yo lo hiciera con otro material, por ejemplo
la madera, me es más difícil, porque tendría que ajustarme al tamaño de la
pieza”.
Agarrado de la realidad, esa que muchas veces
obliga a los artistas a hacer sopa (arte comercial para sobrevivir), Puebla
Peñate se resiste a excluir de sus obras un discurso provocante.
“Hacer arte, no hacer comercio, es sufrir, es
martirizarse porque, desgraciadamente, terminas inconforme con lo que haces, no
te sientes satisfecho. A veces, el material no te es suficiente, las ideas… Y
eso te golpea. A veces la crítica tampoco te favorece, tú eres un poco hiriente
y eres incomprendido. Entonces tratan de excluirte.
“El fin último de toda obra de arte es que se
socialice, se conozca en otros contextos y salga de un estrecho marco. Y no hay
otra forma que el comercio. Pero el buen artista vende lo que hace, no hace lo
que vende. Cuando hablo de mercantilización, te hablo de obras seriadas,
repetidas, de mal gusto, que a veces, por un facilismo… se vende. Y también eso
pasa por el turismo que viene aquí es de
paso, y esos extranjeros lo que se llevan son suvenires, cosas de poca monta…
Dicha realidad mal acostumbra al artista. No es malo comerciar, sino
enajenarte, prostituirte”.
Sobre el desarrollo de la plástica en Cienfuegos,
ese mundo al que ha dedicado gran parte de su vida, tiene su propia visión,
sobre todo porque defiende la irreverencia del artista comprometido y el arte
incomprendido.
“Hay algunas personas, con cierto respeto en
el ejercicio de la crítica que se han referido a eso, y en gran medida no están
equivocados. La gente medio que se acomoda y no quiere meterse en camisas de
once varas. A veces, incluso, temen a que sean mal vistos. Y por otra parte, se
habla también de una vanguardia, pero aquí se confunde con una élite de gente,
no son todos los que están, ni están todos los que son. Así, se tiene por
buenos a unos que están mal legitimados. Y por eso uno siente que la plástica
acá se ha quedado estancada, que utiliza discursos que ya están gastados”.
La pieza El amor en los tiempos del cólera,
el SIDA y la homofobia perturbó al público y la crítica cuando fue presentada
hace apenas unos meses. Por primera vez Sancho y el Quijote se daban la
espalda.
“Esa obra forma parte de una secuencia, un
proyecto de todo lo que acontece en el ámbito local, nacional, internacional:
el cólera, la homofobia, el SIDA… Me apropio de todas estas cosas y las recreo
con un sentido crítico, además tomo las obras de la literatura clásica. En este
caso, por ejemplo, traigo a Don
Quijote al contexto cubano. Aquí, Sancho se separa del Quijote, le da la
espalda. Ahí se rompe la armonía, se ve que la sociedad se ha fragmentado un
poco, los valores han decaído, el amor de las personas, el afecto… Toda esta
situación se ve reflejada en la obra.
“Yo la ironizo un poco, medio parecido a
aquello que hizo Giovanni
Boccacio por allá por los tiempos de la peste en Europa. Antes de que la
gente muriera, él las alegraba. Más o menos esa es la tónica
“No estoy diciendo que se vayan a morir las
personas aquí en Cuba, pero sí es una forma de ironizar. Te repito es una de
las cosas que he venido trabajando. En otras obras anteriores trabajé más o
menos esa misma tendencia. Dejar testimonio de todo lo que va aconteciendo como
una memoria viva”.
Especialista en historia, profesor y
licenciado en Derecho, a Puebla
Peñate le gusta sugerir con su arte y hacer reflexionar sin importar si es
bonita la obra o no.
“No soy artista, soy una gente que crea. Yo
hago búsquedas, toco situaciones, no es que quiera hacer una obra de arte como
tal. Sencillamente trato de llamar la atención sobre problemas que están
sucediendo y una de las formas que tengo es a través del modelado, de la forma…
Ese es mi arte, no puedo definir en qué parte me encuentro inmerso en la
problemática de la plástica.
“Yo soy un perrito callejero, a mí no me
interesa por dónde va para mi quehacer, al no ser por cultura. Claro, como yo
fui pedagogo, me satisface enseñar a las personas a pensar, a reflexionar. Yo
pienso como Charles
Chaplin: el hombre es un aficionado de por vida. Y la vida no te da para
aprender, malamente, la parte que te toca”. (Glenda BOZA IBARRA y Roberto
ALFONSO LARA)
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