Eduardo Puebla Peñate, artista de Cienfuegos. |
Contemplamos el desfile de los sin rostro y sus imprecisos rasgos. Resulta más: la cotidianidad convertida en arte con las manos. Una humanidad doliente y afiebrada hecha de realidad, la cual no deja de luchar para que florezcan sus mejores ramajes, sin máscaras ni dobleces; donde los colores y las sombras, son la expresión de sus sentimientos; no un disfraz de la hipocresía. Cada obra suya penetra en la sensibilidad del espectador, quien atónico, inseguro, no sabe qué ve, pero lo siente. Entonces, Eduardo Puebla Peñate, artista cienfueguero de la plástica, descifra el mensaje, y es como si la luz penetrara suave en medio de las imágenes.
Suele levantarse el cinturón con los antebrazos, tres, seis, diez veces en un instante. Con pasos cortos y apurados anda siempre el artista, inquieto, ansioso… De profesor de Historia, Ciencias Sociales y Derecho, pasó a metodólogo de Artes Plásticas; o no, la pintura vino primero, “desde niño llevaba muy dentro esta afición, enriquecida por Hilda Echemendía Martínez y Mateo Torriente”.
Un día decidió dejar de lado las caricaturas
y pinturas para dedicarse por entero a la tridimensión. “El modelaje, talla en madera, escultura me
cautivaron, pero finalmente me decidí por el papel, porque funciona como medio
de expresión artística, con extraordinaria flexibilidad a los cambios surgidos
en el proceso de creación, permite mucha libertad y manipulación, además de ser
más económico. Son inagotables las posibilidades brindadas, constituye un
material muy humilde, tanto como a las personas a quien va destinado el
producto artístico”, acota.
Tiene mucho de Quijote el pequeño caballero,
lo desgarbado y la triste figura. “Me ha marcado el personaje, porque soy un
poco como él, tal vez por mi niñez, muy dura y solitaria, al quedar huérfano y
pasar mucho tiempo en internados”. Puebla resultó ganador, en 1963, de un
premio en la modalidad de dibujo, convocado por la India, y nueve años después,
en 1972, obtuvo otro, nacional, en la feria de arte popular. Sucediéronse
después varios reconocimientos importantes.
Érase una vez y otra vez. |
“Amo el arte comprometido, polémico.
Reconozco que soy incomprendido, quizá por aquello de ir a la raíz de las
cosas, y por lo escabroso de los argumentos. No quiero hacer una obra bonita,
sino profunda. Mis creaciones van a la indagación del hombre y sus necesidades
más pedestres. No están destinadas a una élite; me interesa más saber el sentir
de la gente común. Son de y para el pueblo; por eso existe una identificación
con ellas, la sienten como propias. Los temas surgen en las bodegas, placitas,
en las esquinas, en los sitos donde se reúnen las personas a conversar,
desinhibidas”.
La primera de sus obras enmarcadas en el conceptualismo
fue Contraviento (1995), nominada entre las diez finalistas al Premio de la UNESCO.
Luego llegaron otras erótico-sexuales: Adán y Eva, Un turista en baja,
Golosinas (mención en el Salón 5 de Septiembre), considerada, ésta última, como
un hito.
Sobre el mismo asunto, creó para el salón
Hecho a Mano, A pesar de… (1999 / primer premio). Con De lo real maravilloso
(2006), galardonada en el Salón del Mar, comienza la saga con su discípulo
Gustavo Mena de quien dice “es mi hijo artístico”. Érase una vez y otra vez
(2006) (primer premio / Hecho a mano) y El gran ajiaco en cazuela abierta
(2007), forman parte de la trilogía de ambos, con una gran riqueza conceptual y
costumbrismo; ésta última muy controversial, incluso vetada por algunos jurados
locales.
“Ha habido muchos cuestionamientos acerca de ‘La
bota’, como le dicen popularmente. Eminentemente costumbrista, irónica,
relacionada con la vida cotidiana del cubano, lleva implícita una crítica a lacras
de la sociedad, la doble moral, pérdida de valores, el arribismo; el
oportunista, aquel vendedor ilegal, los falsos religiosos, el maceta y sus
miserias humanas..., una bota que aplasta y redime. Símbolo de trabajo, con
tradición mambisa, lucha de liberación; un yunque potente, que demuestra cómo
aunque a la Revolución le aquejen algunos males se mantiene firme, resiste los
embates de los derroteros y los vence”, acota.
Al respecto, Miguel Barnet refirió: “Puebla ha
logrado con ella una hermosa y barroca cornucopia de lo real maravilloso
americano, en una bota. ¡Qué no puede el arte!”. De igual forma, la doctora canadiense
en Antropología, Cristiane Paponet Cantat, la interpreta como un grito visceral
salido a través del artista, violento y fuerte.
Otra de sus producciones, Las alucinaciones
de Don Sancho en la ínsula de Barataria, participó en la Bienal de La Habana,
desarrollada el pasado 4 de diciembre, donde
acudió junto a Gustavo Mena.
Puebla no se siente artista. “Uno continúa
siendo un aficionado, por eso me considero un aprendiz. Charles Chaplin, lo
decía. La vida no da para más. El creador siempre está inconforme, busca una y
otra vez para volver a quedar insatisfecho. Ese proceso interno no lo puede
explicar el artista. El acto creativo constituye un proceso de sufrimiento, tal
como expusiera Dostoievski.
“Participo en los salones, pero no son mi
prioridad, no los concibo como un espacio para medir fuerzas, cual circo de
gladiadores, sino como un terreno para expresar el talento artístico con
decoro, sea cual fuere la técnica empleada. No trabajo para un premio. Si
viene, estimula, reconforta. Quizá el no llegar, es lo que te hace grande”,
comenta.
Eso sí, prefiere socializar en una relación
obra-público, por eso se le ve siempre en los alrededores de la Galería cuando
las tiene expuestas. “Escucho lo expresado, cómo se sienten, mirarles a la cara
y apreciar la incertidumbre, el asombro, tratando de adivinar el mensaje, verlos
reír, aplaudir o simplemente irse con una mueca entre los labios”.
Ya nada puede detenerlo. Sus reflexiones como
creador llevan el aderezo del lector voraz, cargado de una gran sapiensa
personal a la hora de ejercer el pensamiento con hondura. De ahí el merecido
triunfo.
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