Por Emma
Sofía MORALES
Imagen recurrente aquella, rodeada del humo
de un cigarro con aroma a tabaco rubio y la mirada sabe Dios dónde, como
buscando respuestas a una eterna maraña filosófica la de este hombre parsimonioso
y de escasas palabras.
Gabriel Toledo Toledo terminó sus días este
18 de agosto tras siete décadas de paso por la vida y haber sido reconocido por
sus colegas de la prensa como un camarógrafo fundacional.
Quien lo vio activo en sus últimos tiempos con
una moderna cámara al hombro al acecho de la noticia, tal vez no lo imaginó con
aquel artefacto primitivo y obsoleto ya, con que comenzara a gatear por el
mundo de la imagen: una camarita para películas de 16 milímetros, ahora propia
de un museo, con la cual filmara acontecimientos gigantes.
Prueba
de fuego, literalmente hablando, y tal vez la de mayor aspereza, resultó su
ejercicio como corresponsal de guerra cuando Angola ardía en uno de sus más
tórridas circunstancias. Mientras en pleno combate las armas escupían
metralla, filmaba imágenes para la
posteridad y se preguntaba si habría otra oportunidad para salir con vida,
Rina, la esposa, disimulaba la angustia y Yumara crecía en su vientre.
Solo quienes lo conocimos de cerca y a fuerza
de preguntas provocadoras amparadas tras la familiaridad y el afecto de tantos
años de lidiar juntos con el oficio del periodismo fuimos capaces de saber lo
que escondía el hombre, casi un artífice de la modestia enmascarada en
apariencia enigmática.
Por eso no estoy en capacidad de detallar su
paso por la lucha contra bandidos, cuando
apenas se le escapaba la niñez, de las jornadas de vigilia en cada trillo del
Escambray; el anecdotario que acumuló como trabajador de la televisión, el
racimo de condecoraciones que ganó silenciosamente en su andar por esa
existencia abundante de aconteceres, su magisterio en el tratamiento de la
imagen, el talento para armar versos en décima para rendirle honores a su
origen campesino... cuánto más, no sabría añadir.
Seguro no se avergonzaría o me perdonaría si
faltara a su deseo, si hago público que cuando restaban poco minutos para que
el oxígeno no diera remedio a sus maltrechos pulmones y presintiera en final,
pidió a Rina que lo levantara, lo sentara frente a las puertas abiertas del
balcón y pidiera al cielo que se terminaran las guerras y la maldad del mundo.
Toledo merece otra mirada; una mirada desde
lo objetivo y no solo una crónica (esta crónica) de alguien a quien se le
escurrió el oficio para escribir desde lo afectivo a riesgo de ser
incomprendida y tachada de olvidadiza.
Pero no
me queda de otra Toledo, aquí va mi crónica, desde el sentimiento todo, y
lamentando no ser poeta para evocarte en imágenes.
No hay comentarios :
Publicar un comentario