@eidita
Hace aproximadamente un año (4 de agosto de
2015) un video comenzaba a circular por la red de redes, principalmente en el
canal You Tube, con el título Posible
Sirena en Cuba grabada por Google Earth, y cuyo escenario se ubicaba en la Bahía de Cienfuegos, ese
entrante del Mar Caribe, que ha servido de refugio a embarcaciones durante
muchos años. Alguien dio hasta las coordenadas para su localización: latitude: 22° 5'49.66"N
longitude: 80°27'12.50"W.
De acuerdo con las narraciones relacionadas con esos seres mitológicos, la sirena acuática —la más conocida en la actualidad—, tiene la parte superior del cuerpo de una hermosa mujer de piel bronceada y cabellos rubios o verdosos. Según las fábulas, su parte inferior es la de un pez con cola y escamas verdes, plateadas o pardas. La complexión, parecida a la de los seres humanos, con el mismo peso y altura. Sin embargo, son más longevas, pues suelen vivir unos 150 años.
El mito surge gracias a la existencia de mamíferos acuáticos como el manatí americano y la vaca marina del Océano Índico: las mamas de las hembras y los genitales de ambos sexos guardan cierto parecido con sus correspondientes en la especie humana.
Lo demás…bueno, lo demás corrió a cargo de la
imaginación desbocada de marineros y pescadores. ¿En una noche de farras, bajo
el embrujo de una luna llena y al margen de la soledad? Nadie lo sabe a ciencia
cierta.
A partir de la publicación en Internet de la
noticia, recordé que en Cienfuegos, dentro de la hermosa bahía de Jagua, las
sirenas tienen su historia, conocida en el argot popular como La leyenda de las mulatas.
Asegura la gente de mar que el origen de tales
seres portentosos se remonta a la época en que aquellos parajes de Jagua
(Cienfuegos), aún no habitados por los europeos, eran la residencia de una
estirpe feliz y retozona.
Cuentan como la excesiva afición de los siboneyes al baile y al juego de batos (pelota) había relajado completamente sus costumbres: no se ocupaban de labrar la tierra ni de sembrar, por lo tanto, les sobrevino una gran hambruna por la falta del maíz, yuca (mandioca), malanga, boniato y demás viandas.
Cuentan como la excesiva afición de los siboneyes al baile y al juego de batos (pelota) había relajado completamente sus costumbres: no se ocupaban de labrar la tierra ni de sembrar, por lo tanto, les sobrevino una gran hambruna por la falta del maíz, yuca (mandioca), malanga, boniato y demás viandas.
Los principales de la aldea decidieron
consultar a su dios, el Cemí, para poner coto a la vida de baile, embriaguez y
lujuria en la cual se encontraban inmersos. El ídolo se pronunció, y dijo que
la causa de tantos males era la belleza de las mujeres, quienes formaban la
corte del cacique, así como sus seductores cantos y bailes. Entonces,
decidieron matar a las siete hermosas féminas. En el justo momento cuando iban
a ejecutar la sentencia, los encargados de llevarla a la práctica no tuvieron
valor para sacrificarlas. Por ello, las desterraron a uno de los cayos que existen
dentro de la rada cienfueguera.
Tomaron pues a las
mujeres y se embarcaron en una piragua (bote) a cumplir su misión, pero en medio del trayecto se
dieron cuenta que faltaba Aycayía, la más bella de todas.
Pensaron regresar en su busca, pero, ya
navegando con rumbo sur, Caorao, el dios de las tempestades, desató su furia
toda. La frágil embarcación zozobró y las bailarinas perecieron ahogadas junto
al resto de los ocupantes, excepto un behique (hechicero), que pudo llegar
hasta el cayo.
Según la tradición oral, el dios de las
aguas, compadecido de las agraciadas náufragas, las transformó en mujeres
marinas, conocidas por estos lares como las “Mulatas”, alegres y traviesas, quienes habitan desde
entonces en la bahía. Se dice, lo atestiguan algunos pescadores, que durante
los días de encrespadas olas ellas aparecen para asustar a los tripulantes de
las débiles embarcaciones que se atreven a surcar las aguas de Jagua.
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