Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

jueves, 8 de septiembre de 2016

La luz de San Telmo “ilumina” a Jagua



Por Mercedes Caro Nodarse
@eidita
 “Silencio general. El viento calla. La naturaleza no respira. Parece muerta. A lo largo del mástil empiezan a centellear débilmente los fuegos de San Telmo; la vela cae en pesados pliegues”.

Viaje al centro de la Tierra, Julio Verne (1828 -1905)

  Son pocos los residentes de los barrios El Perché y el Castillo de Jagua —poblados de pescadores situados en una de las riberas de la bahía de Cienfuegos—, que no hayan escuchado alguna vez la historia de la luz o fuego de San Telmo, porque a pesar de no ser precisamente originaria de tales lugares, ha echado raíces allí, entre las personas apegadas al mar y al salitre, como si fuera una tradición propia de la zona. Por eso la han convertido en otra de las leyendas de la Perla del Sur.
Los pescadores se alistan para "su encuentro" con la luz...
  Los habitantes del lugar, en su mayoría pescadores, la han transmitido de generación en generación, por cuanto representa en momentos de peligro, y al enfrentar los misterios que encierra la gran masa de agua en días de tormenta.
  Cuentan los más viejos que la llamada “luz de San Telmo” es un resplandor brillante que se instala en lo más alto de los mástiles de los barcos durante las jornadas de mal tiempo. “Mira, es como una especie de esfera amarilla con fulgores rosados y azules que permanece entre los palos de las embarcaciones, y a su vez, es capaz de provocar descargas eléctricas”, narran, mientras cruzan los dedos, para conjurar a la mala suerte o como signo de protección.

MITO Y REALIDAD 
  A lo largo de la Historia, innumerables marinos afirmaron ser testigos de la aparición de lenguas de fuego incandescente, que "bailaban" sobre los mástiles y extremos de la arboladura de los navíos durante ciertas tormentas.
  Estas bolas luminosas fueron bautizadas como “el fuego de San Telmo”, porque, al verlas, los hombres de mar invocaban a este santo patrono de los marineros en busca de protección ante hundimientos, naufragios, accidentes o cualquier otro tipo de desgracias.
  Aunque el fuego no resulta peligroso en sí mismo, a pesar de su espectacularidad, muchas veces funciona como el aviso de la caída inminente de un rayo sobre las embarcaciones, por lo que tradicionalmente ha sido considerado de mal agüero por los navegantes.
  Y es que probablemente este sea uno de los fenómenos naturales eléctricos menos conocidos y con el cual resulta más difícil encontrarse. Aunque su nombre induce a confusión, no es ninguna clase de fuego (más bien un plasma), ni tampoco es una forma de rayo. El fuego de San Telmo tiene su origen en la electricidad estática de la atmósfera y podríamos definirlo como una descarga luminiscente o resplandor luminoso, semejante a pequeñas chispas que saltan de los objetos metálicos y punzantes durante una tormenta intensa. Los objetos puntiagudos y los buenos conductores de la electricidad empiezan a desprender pequeñas llamaradas, entre azuladas y violetas, producidas por la ionización del aire dentro del campo eléctrico que originan estas tormentas.
Vista parcial de la Bahía y el Castillo de Jagua.
  Charles Darwin observó este efecto una noche en que estaba anclado en el Río de la Plata, mientras quedaba asombrado por el “fuego que no ardía”. Así lo describe en carta escrita en 1832 a John Stevens Henslow (religioso anglicano, botánico y geólogo inglés):Estamos sobrepasando el río de La Plata, y aprovecho esta ocasión para empezar a escribirle una carta (…) En este preciso momento estamos anclados en la desembocadura del río, y qué extraño panorama. Todo está en llamas, en el cielo brillan los relámpagos, en el agua partículas luminosas, e incluso los mismos mástiles están coronados con una llama azul”. 
  Mucho antes, el cronista Antonio Pigafetta (c. 1480- c. 1534), narró que los fuegos de San Telmo también fueron observados durante el viaje de Fernando de Magallanes (1480 - 1521): “Cuando Magallanes (1480 - 1521) navegó hacia el sur desde las Islas Canarias en su histórico viaje de descubrimiento, su flota de cinco naves encontró tormentas que persistieron durante semanas. La moral se hundió, hasta que un día varias bolas luminosas y sibilantes aparecieron cerca del mástil mayor de la nave capitana, Trinidad. Tan fuerte era la creencia de los marineros, que dieron gracias a esa luz divina, pues los convenció de que Dios había bendecido a Magallanes y lo cuidaba”.
  El naturalista y explorador alemán Alejandro de Humboldt (1769 -1859), durante uno de sus viajes también lo apreció: “Al observar la apariencia de los mástiles, el extremo del gallardo mástil principal, y hasta tres pies por debajo, estaba perfectamente cubierto de un frío resplandor fosforescente, que rodeaba completamente su circunferencia, se veía como animado por un movimiento revoloteante o serpenteante, como se ejemplifica experimentalmente al aplicar fósforo común sobre una superficie. Los mástiles delantero y de mesana tenían una apariencia similar. Esta curiosa iluminación continuó sin disminuir su intensidad durante ocho o diez minutos, cuando comenzó a palidecer y disminuir en tamaño gradualmente, hasta desaparecer, después de una duración de no menos de media hora”.
Barrio de pescadores en el Castillo de Jagua.
 Fue San Telmo un predicador dominico nombrado Pedro González Telmo a quien los fieles suelen representar con una vela encendida y un barco pequeño en la mano. Por los favores recibidos, los marineros y pescadores empezaron a encomendarse al santo cuando se iban al mar, especialmente en tiempos de tormentas. En medio del peligro rogaban: "Dios mío, por las oraciones de Fray Telmo, ¡sálvame!", y así se libraban de aquellos riesgos. Murió el 14 de abril de 1240 con 55 años, y desde entonces empezó una interminable serie de prodigios conseguidos por su intercesión: salvarse de naufragios que parecían irremediables, la calma instantánea de tempestades y la conversión de pecadores, entre otros.
  Entonces, si viene a Cienfuegos y escucha en algún bar frecuentado por marineros y pescadores la historia, no se asombre, pues aquí, en la bahía de Jagua, también ilumina la luz de San Telmo.

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