Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Cienfuegos fue diferente (+fotos y videos)



 Por Mercedes Caro Nodarse

 Nadie quedó sin estremecer banderas. No hubo quien quedara inmóvil o sin gritar bien fuerte ¡Yo soy Fidel!

  El miércoles 30 de noviembre Cienfuegos fue otro. La noche se disolvió a través de la geografía insular para llegar al sur, en una Caravana nombrada Libertad, como la de aquel martes 6 de enero de 1959, cuando Fidel Castro Ruz vino a la Linda Ciudad del Mar, solo que esta vez lo recibimos convertido en símbolo eterno, para ascender a los cielos y protegernos.

  Aquella vez, a la salida de Santa Clara, el Comandante en Jefe ordenó desviar la ruta, apartándose de la larga y henchida Carretera Central que lo conduciría a La Habana. Resultaba obligatorio un alto en esta región del sur de Cuba. Rendir homenaje a los mártires del 5 de Septiembre de 1957, era una deuda y compromiso de cada luchador sobreviviente de los azares de la contienda. 


  Fue entonces que llegaron los gigantes vestidos de pueblo, a colocar las rodillas en el suelo, a reverenciar cada rincón de la ciudad donde la tiranía batistiana rasgó en pedazos a los revolucionarios más fieles, durante el memorable levantamiento popular.
 
Esta vez todo fue distinto. Poco importó la lobreguez de la noche, ni casi cinco horas de espera. ¡Nada inmutó a los cienfuegueros! Nadie se iba a casa, todos aguardaron tan firmes como el roble para rendirle homenaje al titán de verde olivo.

  Entró anoche Fidel a las 9 y 30 p.m. por la Calzada de Dolores, recorrió el Paseo del Prado y dobló por una de las arterias de la ciudad hasta llegar al Parque Martí, frente a la Asamblea Provincial del Poder Popular. Y una paloma blanca sobrevoló el armón que llevaba las cenizas del líder.

  
  Allí lo imaginamos en la encumbrada rastra donde el guerrillero plantó firmes los pies que volaron sobre la Sierra hasta el llano, para regalar verbos, sustantivos, adjetivos e inequívocos sintagmas de sinceridad. “A Cienfuegos había que venir aunque solo fuera para saludar a este pueblo e inclinarse reverente en tributo a los héroes del 5 de Septiembre”. Solo después fue hasta Punta Gorda para regresar, y estrecharse en un adiós interminable.

  Por eso se justificaban el ensarte de emociones, las casas cubiertas con su imagen, el rojo y negro del 26, las multitudes en las aceras, el ondeo constante de la insignia Patria, los rostros pintados, el olor de las calles esparcido por el viento, y los sollozos, y las lágrimas, y los abrazos, y los gritos: Viva Fidel, Hasta siempre, Comandante. O el retumbar de los versos de Bonifacio Byrne: Si desecha en menudos pedazos / llega a ser mi bandera algún día / nuestros muertos, alzando los brazos / la sabrán defender todavía…

  Otra vez el Himno Nacional en la voz de todos los cienfuegueros: Al combate corred, bayameses / que la Patria os contempla orgullosa / no temáis una muerte gloriosa / que morir por la Patria, es vivir… Que así sea, Fidel vive.

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