Siempre tuve la impresión de que ellos, los
bailarines, hablan una lengua hasta cierto punto incomprensible por el resto de
los mortales, incapaces de pararse sobre las puntas de los pies, retar a la
gravedad o realizar un assemblé. Comparten
ideas en secreto, mantienen una comunicación clandestina, mas, sí, solo hasta
cierto punto, porque un ballet bien ejecutado seduce al espectador, le
transmite emociones imposibles de traducir mediante palabras.
Hoy compruebo mi instinto: “Cuando yo bailo
me siento en otro mundo, aislado de la gente, libre completamente, con un
lenguaje que entiendo solamente yo. Me siento otra persona e intento dar lo
mejor de mí”, dice David Ricardo García Saiz, un adolescente de 15 años que
alcanzó la mejor nota del país, 96 puntos, en las pruebas de pase de nivel a la Escuela Nacional de Arte, en la
especialidad de Danza. “Eso fue, para mí, lo máximo. Todo mi empeño no fue en
vano. A pesar de los obstáculos, pude mirar hacia adelante.
“Empecé siendo gimnasta, a los cinco años,
pero tuve varias lesiones, por eso me retiré. Me gustaba bastante, sobre todo
la emoción de montar en los aparatos, la barra, las paralelas, los mortales, las
acrobacias que les gustan a los muchachos.
“Luego, en segundo grado, comencé en la Primaria Guerrillero
Heroico, donde participé en el proyecto Al compás de las olas, con Belkidia.
También estuve en los talleres de Danza de la escuela, con la profesora Meibys.
En 4to., llegan haciendo pruebas para entrar en la Escuela de Arte y me
presenté por Música y por Danza. Aprobé las dos, pero debido al rendimiento alcanzado,
gracias a la Gimnástica,
pude entrar en Danza, porque tenía más condiciones.
“Realmente, siempre me ha gustado mover mi
cuerpo (sonríe), bailar. Me sentía con más ganas de bailar que de hacer música”,
expone.
De la cintura para arriba luce tranquilo,
calmado. Las manos adoptan poses maduras, características de quien piensa mucho
antes de expresar. Busca la palabra precisa, exacta, aunque a veces parece
escapársele en un maremágnum de pensamientos. Sin embargo, la parte inferior de
su cuerpo delata al joven inquieto, quizás nervioso por la entrevista, por
verse obligado a hablar sobre sí mismo. La silla rotatoria donde se encuentra
sentado recibe toda la energía cinética contenida.
“Al principio fue un poco duro, la verdad,
porque todas las personas giraban alrededor de: 'él va a terminar homosexual'.
Todos tenían el prejuicio de que los varones en la Danza terminan siendo
homosexuales, se desvían de su masculinidad y ya tienen que ser
obligatoriamente 'femeninos'. Y no, uno puede tener su Danza, mover su cuerpo,
que eso es una cosa normal. El que va a ser homosexual, lo es porque tiene
ganas de estar con una persona de su mismo sexo, pero yo no creo que esa
carrera influya en el tipo de persona que tú eres”, afirma.
“Los mismos compañeros de aula se burlaban: 'tú,
que estás flojito', cosas de muchachos, pero al principio me fue difícil
asimilar eso, porque todos a mi alrededor decían lo mismo, mis amistades en el
barrio, en la escuela. Simplemente, yo no hice caso, miré para adelante, y me
dije: 'no, esto es lo que me gusta a mí', e ignoré los comentarios”.
¿Ahora, ya crecidito, la Danza te hace más popular
entre las muchachitas?
“Más o menos, dice con picardía. Me ha
ayudado bastante a conquistar, cuando uno lo hace constantemente y lo practica
a diario, como que se suelta y le dan ganas de sacar a bailar a las muchachas y
disfrutar ese momento”.
Su logro, no obstante, es compartido. “Mi
familia me apoyó. Desde los primeros tiempos mi mamá y mi papá me acompañaron,
mi hermano, mis abuelos... También se mantuvo mi profesor de Gimnástica,
Rogelio, quien a pesar de que tuve que dejar la carrera, luego me siguió ayudando;
mi profesora María Elena Bereau, desde chiquitico me cogió, me preparó; los
maestros de la escuela, que siempre estuvieron a mi lado para darme, ¿cómo se
dice?, el empujoncito.
Además de Matemáticas, Física o Química,
asignaturas que, por sí solas, enloquecen a los adolescentes, David conoce,
debe hacerlo, sobre Técnica de la
Danza, taller de Improvisación, planos distintos, niveles,
diseños espaciales y corporales… “Hay que llevar las dos cosas a la par, no
solo puedes ser bueno en una, sino en las dos; sacar las mejores notas posibles.
“A veces, después de terminar las clases, uno
se tiene que quedar, preparándose, hay que hacer un esfuerzo extra. Terminas la
parte de la Danza
y no llegas a la casa a ver películas en la computadora, a jugar fútbol. Estás
bastante aislado, te tienes que olvidar de la infancia y de que existen cosas
como los deportes: la pelota, el fútbol, cosas que a los muchachos les gustan.
“Una caída, un mal golpe, cualquier cosa
puede perjudicar la carrera: si estás jugando y te caes, te lesionas un pie, te
partes la rodilla, te fracturas un brazo…, ese hueso no va a volver a ser el
mismo”.
El dolor ha pasado a formar parte de su vida:
“Al inicio no me costó trabajo, porque como venía de la Gimnástica y era más
chiquito, el cuerpo era más flexible. Luego fui dejando a un lado la elasticidad
y me centré en otras cosas.
“Luchar contra el dolor significa luchar contra
ti mismo: pedirte más, más, más, más, más... Me relajo, dejo que fluya, respiro
profundamente. Digo: 'tengo que lograrlo, estoy bien, quiero alcanzarlo'”.
¿Cómo te
ves, digamos, en diez años?
“Bueno, quiero ver si cuando termine la ENA, si alcanzo buenos
resultados —luego tengo que pasar el servicio social— puedo llegar a Danza
Nacional o al Ballet Revolución, de Roclan. O, si ya cuando crezca un poco la
compañía de Carlos Acosta está fundada, si puedo entrar ahí.
“Carlos Acosta es una de las figuras que me
ha inspirado a bailar. Cuando iba al teatro a verlo, me emocionaba. También
Yosmel (primer bailarín de Danza Nacional) y Yordi (antes profesor de David,
ahora con ‘Revolución’). Me han inspirado a ser mejor bailarín y a esforzarme
cada día más.
“Lo que más me ha gustado siempre ha sido el
folclor, porque es más movidito, hay que dar el doble, también por los bailes
tradicionales, populares, como el mambo, el chachachá, el pilón, el mozambique,
la salsa, el danzón. Tienen su cadencia, su toque interno, cada cual le da el
enfoque que quiere y se mueve a su forma, hace sus propias creaciones y de vez
en cuando innova un poco.
“Después fui creando otras condiciones, me
fui llevando más por la danza contemporánea. Desde ahí he creado habilidades
con la danza moderna, que también requiere una gran calidad de movimiento,
esfuerzo.
“El ballet clásico sí es al pie de la letra,
todo ya está creado y no puedes cambiar los ejercicios. Es demasiado técnico,
con demasiados gestos, es más como danza-teatro, debes centrarte más en la
técnica de los pasos. Tiene que ser perfecto”.
Lo que no te gusta es la poca libertad para
crear algo nuevo…
“Exacto. En la danza contemporánea puedes
crear más gracias a ti, y elaborar tus propios movimientos. Es otro mundo en el
que te puedes desarrollar.
¿Cómo es el bailarín que quieres ser?
“Reconocido mundialmente. Viajar por varios
países demostrando lo que puedo hacer. Quisiera seguir moviéndome, a pesar del
tiempo y de que el cuerpo no me de la misma capacidad, continuar demostrando
mis ganas de bailar. Tener una compañía de fusión, no solo de ballet, no solo
de folclor, sino una mezcla para que quien quiera entrar se sienta en su propio
estilo: que si le gusta más el ballet, haga ballet; si el folclor, folclor; si
contemporáneo, contemporáneo, que no se sienta reprimido. También agregarle bailes
callejeros, que no sea todo lo estilizado, lo que se estudia en una escuela.
Ese sería mi sueño…". (Taylí SÁNCHEZ, del CINCO de Septiembre)
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