Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.

jueves, 17 de diciembre de 2015

El Quijote de la independencia cubana



Cuba es mi gloria ¡pero también ha sido mi martirio!
Es verdad que no he sido otra cosa que 
la copia exacta de un Don Quijote.

Máximo Gómez

“Se fijó el 28 de febrero para efectuar la capitulación, reseñaba Ramón Roa desde el Camagüey, en el inicio de un 1878 anunciado tormentoso para la causa independentista en Cuba. Sospechar cobardía en hombres que durante largos años, vencidos unas veces, vencedores otras, había adquirido familiaridad con el peligro, parece fuera de razón (…)
  “Por penoso que sea, debemos expurgar las causas de la decadencia y desmoronamiento de la revolución, haciendo caso omiso del temor vulgar de comprometer la vida o perder la última jornada; porque cualquiera que haya servido en una campaña tan azarosa y tan especial como la nuestra, sabe perfectamente que las victorias cuestan tanta o más sangre que las reiteradas derrotas (…)  ¿No merecen los capitulados del Zanjón el respeto de sus compatriotas, siquiera por los sacrificios de todo género a que voluntariamente se prestaron tantos años?”.

  Casi una década de combates llegaba a su fin por razones mayores: la  indisciplina mermó la moral del ejército; la sucesión de motines, sublevaciones, abuso de poder y deserciones lo fue fraccionando en grado extremo hasta convertirlo en una fuerza inconexa, débil. Tampoco en lo civil encumbró un gobierno duradero, respetable… Muertos los iniciadores del proceso, sin un relevo consecuente y a la altura, Martínez Campos ahogaba el grito de La Demajagua en una paz sin independencia.
  Horas difíciles se vivieron entonces, y en mayor medida para el General Máximo Gómez quien, tras capitular las armas cubanas ante la iniciativa pacifista, formó parte de la Comisión del Centro que transmitió a Antonio Maceo lo acordado con Martínez Campos. En grata muestra de respeto compartió personalmente con el Titán lo acontecido y su posición al respecto. Y sin otro aliciente a su dignidad, abandonaba la Isla rumbo a Jamaica.
  A partir de ese momento Gómez se convirtió en el blanco de ataques de un grupo de cubanos, dentro y fuera del país, que lo responsabilizó por la rendición ante el mando colonial.  La polémica prendió con mayor fuerza entre los emigrados, precisados de una explicación a los sucesos dada su distancia de la manigua en los momentos críticos.
  En su “Relato de los últimos sucesos de Cuba”, Gómez explicaba: “Verdad es que así como en el orden físico todo cuerpo es susceptible de mejoramiento, lo es también en el orden moral y pudiera haberse emprendido la regeneración de la revolución. Más, ¿estaba yo en condiciones para llevar a cabo tan grande obra que requería reformas y medidas radicales; cuando solo mi nombre era un escollo, por la desconfianza que infundía a los demócratas republicanos que allí se levantarían, que confundían mis ideas de orden y disciplina con las de ambición y dictadura? Y además ¿podría mezclarme, yo extranjero, en los asuntos interiores de la desunida familia cubana?”
  De “vil extranjero que había vendido a Cuba por dinero” lo tildaron, acusándolo de recibir dinero de manos de Martínez Campos. “No se nos había escuchado, y ya el veredicto era traición”, explicaría luego Ramón Roa, quien en defensa del Generalísimo alegó: “El general Gómez, a quienes todos debemos gratitud y respeto, entre otras cualidades notables, es uno de los que más mal han sido tratados por los difamadores de oficio. ¡Y Máximo Gómez se está muriendo de hambre!...”
  Los argumentos de Gómez no fueron justamente valorados y devino víctima de una prensa al servicio español que lo definía como “cabecilla astuto y con ansias de poder”. También se convirtió en diana de los autonomistas, exponentes de la ideología imperante en el contexto.  Pero lo más doloroso llegó de parte de algunos jefes militares, otra muestra de la desunión que forzó el descanso de las armas en 1878, ahora en discursiva presencia.  
  Prueba de ello fue la publicación del libro Desde Yara hasta el Zanjón, de Enrique Collazo, su antiguo ayudante. Quizá fue este el menos mordaz de los ataques al Generalísimo, pues nunca le negó sus méritos de guerra, aunque expuso una visión bastante parcializada de los hechos, cuestionando entre líneas el accionar del General del ejército.
  Gómez respondió a su contraparte, reconociéndole como mayor aval su regreso a la manigua después de un largo tiempo fuera de Cuba. Por eso muestra su desacuerdo con varios aspectos compendiados en sus páginas, pues “todo pueblo, no importa su categoría, sin darse cuenta establece lo que llamamos alta política, cuyos secretos y manejos no los poseen sino aquellos que la forman. Los demás juzgamos por las apariencias y estas por lo común son engañosas. Collazo, como es natural, ha escogido este percance”, aseguró.
  También desde la distancia lo atacaría el coronel Manuel Sanguily, en el inicio de una polémica que persistiría hasta las últimas horas de vida del Generalísimo. Las enconadas diferencias entre ambos jefes traerían, en un futuro no muy lejano, un desenlace fatal para la causa independentista.
  En medio de los preparativos para la Guerra Necesaria organizada por Martí, Sanguily embiste contra Máximo Gómez en lo referente al Pacto del Zanjón: “(…) aunque hubiera él creído imposible seguir luchando, aunque hubiera creído necesario terminar de cualquier modo y en cualquier forma aquella situación angustiosa, le quedaba el recurso de permanecer retraído y callado hasta el fin”.
  Ante tales acusaciones levantaron su voz a favor del dominicano figuras de la talla de Antonio Maceo y José Martí. Mas no por ello el genio militar de Palo Seco y las Guásimas depuso las armas ante su adversario: “Y cuando todo eso ha acontecido y por un cúmulo de circunstancias más o menos adversas todas ellas y que el Coronel Sanguily no le era posible juzgar desde Nueva York, se aproximan las horas luctuosas para la Patria ¿piensa él que yo pude haber hecho mucho o por lo menos haberlo intentado?
  “Agradezco mucho la opinión de cubano tan digno y tan sin tacha, que demasiado me honra, pues en ella está inscripta (…) el tácito convencimiento de que yo pudiera poseer condiciones de un hombre capaz de haber podido dominar aquella situación. Y en realidad solo me faltaba una, la necesaria: la de sanguinario. Y así y todo, ¿con quién podía fusilar a quién? (…) No puedo creer que haya cubano de buen sentido que pueda imaginar semejante cosa”
  Sin desestimar criterios contrarios que puedan enriquecer una comprensión cabal de los hechos, sobra mencionar que la sola resistencia de Máximo Gómez a lo propuesto por Martínez Campos no bastaría para mantener en pie a la revolución. Siquiera lo consiguió la enérgica Protesta de Baraguá protagonizada por Maceo, entonces un jefe militar con muchos más seguidores que el dominicano.
  A pesar de su prestigio como estratega militar, todavía no era Gómez el ídolo de la insurgencia dentro y fuera de la Isla como acontecería años después, en una guerra donde resultó tan necesario como las armas mismas. Al momento del Zanjón, incluso antes, los focos de poder en el campo insurrecto no acatarían las órdenes del general Gómez, como tampoco lo hicieron ante el prestigio de Maceo.
  “Siento que mi insuficiencia no me permita aclarar como deseo los hechos y hacer ver que lo sucedido es solo hijo de las circunstancias que atravesábamos y que a todos y a ninguno le toca la responsabilidad; réstame solo decir que tengo la conciencia de haber hecho cuanto he podido por ayudar a conseguir la redención de la patria; porque mis sueños de gloria eran tan grandes, como grande y hermosa me forjé en mi imaginación la revolución de Cuba; mas he sido un extranjero desgraciado (…)”, recogía Gómez en sus memorias.
  Sin embargo, privado de justificables decepciones o amargados derrotismos volvió a la carga: “(…) es preciso, cubanos, que cuando la Revolución despierte nos encuentre unidos.  Por mi parte (…) aún no soy todavía un soldado fatigado y, como le he ofrecido siempre, donde se encuentren los hombres consecuentes del 68, allí estará también su antiguo compañero de las armas y el infortunio”.(Por Darilys Reyes Sánchez, del 5 de Septiembre)

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