Cuba es mi gloria ¡pero también ha sido
mi martirio!
Es verdad que no he sido otra cosa que
la copia exacta de un Don Quijote.
Máximo Gómez
“Por penoso que sea, debemos
expurgar las causas de la decadencia y desmoronamiento de la revolución,
haciendo caso omiso del temor vulgar de comprometer la vida o perder la última
jornada; porque cualquiera que haya servido en una campaña tan azarosa y tan
especial como la nuestra, sabe perfectamente que las victorias cuestan tanta o
más sangre que las reiteradas derrotas (…)
¿No merecen los capitulados del Zanjón el respeto de sus compatriotas,
siquiera por los sacrificios de todo género a que voluntariamente se prestaron
tantos años?”.
Casi una década de combates
llegaba a su fin por razones mayores: la
indisciplina mermó la moral del ejército; la sucesión de motines,
sublevaciones, abuso de poder y deserciones lo fue fraccionando en grado
extremo hasta convertirlo en una fuerza inconexa, débil. Tampoco en lo civil
encumbró un gobierno duradero, respetable… Muertos los iniciadores del proceso,
sin un relevo consecuente y a la altura, Martínez Campos ahogaba el grito de La Demajagua en una paz sin
independencia.
Horas difíciles se vivieron
entonces, y en mayor medida para el General Máximo Gómez quien, tras capitular
las armas cubanas ante la iniciativa pacifista, formó parte de la Comisión del Centro que
transmitió a Antonio Maceo lo acordado con Martínez Campos. En grata muestra de
respeto compartió personalmente con el Titán lo acontecido y su posición al
respecto. Y sin otro aliciente a su dignidad, abandonaba la Isla rumbo a Jamaica.
A partir de ese momento Gómez
se convirtió en el blanco de ataques de un grupo de cubanos, dentro y fuera del
país, que lo responsabilizó por la rendición ante el mando colonial. La
polémica prendió con mayor fuerza entre los emigrados, precisados de una
explicación a los sucesos dada su distancia de la manigua en los momentos
críticos.
En su “Relato de los últimos
sucesos de Cuba”, Gómez explicaba: “Verdad es que así como en el orden físico
todo cuerpo es susceptible de mejoramiento, lo es también en el orden moral y
pudiera haberse emprendido la regeneración de la revolución. Más, ¿estaba yo en
condiciones para llevar a cabo tan grande obra que requería reformas y medidas
radicales; cuando solo mi nombre era un escollo, por la desconfianza que
infundía a los demócratas republicanos que allí se levantarían, que confundían
mis ideas de orden y disciplina con las de ambición y dictadura? Y además
¿podría mezclarme, yo extranjero, en los asuntos interiores de la desunida
familia cubana?”
De “vil extranjero que había
vendido a Cuba por dinero” lo tildaron, acusándolo de recibir dinero de manos
de Martínez Campos. “No se nos había escuchado, y ya el veredicto era
traición”, explicaría luego Ramón Roa, quien en defensa del Generalísimo alegó:
“El general Gómez, a quienes todos debemos gratitud y respeto, entre otras
cualidades notables, es uno de los que más mal han sido tratados por los difamadores
de oficio. ¡Y Máximo Gómez se está muriendo de hambre!...”
Los argumentos de Gómez no
fueron justamente valorados y devino víctima de una prensa al servicio español
que lo definía como “cabecilla astuto y con ansias de poder”. También se
convirtió en diana de los autonomistas, exponentes de la ideología imperante en
el contexto. Pero lo más doloroso llegó de parte de algunos jefes militares, otra
muestra de la desunión que forzó el descanso de las armas en 1878, ahora en
discursiva presencia.
Prueba de ello fue la
publicación del libro Desde Yara hasta el Zanjón, de Enrique Collazo, su antiguo
ayudante. Quizá fue este el menos mordaz de los ataques al Generalísimo, pues nunca
le negó sus méritos de guerra, aunque expuso una visión bastante parcializada
de los hechos, cuestionando entre líneas el accionar del General del ejército.
Gómez respondió a su
contraparte, reconociéndole como mayor aval su regreso a la manigua después de
un largo tiempo fuera de Cuba. Por eso muestra su desacuerdo con varios
aspectos compendiados en sus páginas, pues “todo pueblo, no importa su
categoría, sin darse cuenta establece lo que llamamos alta política, cuyos
secretos y manejos no los poseen sino aquellos que la forman. Los demás
juzgamos por las apariencias y estas por lo común son engañosas. Collazo, como
es natural, ha escogido este percance”, aseguró.
También desde la distancia
lo atacaría el coronel Manuel Sanguily, en el inicio de una polémica que
persistiría hasta las últimas horas de vida del Generalísimo. Las enconadas
diferencias entre ambos jefes traerían, en un futuro no muy lejano, un
desenlace fatal para la causa independentista.
En medio de los preparativos
para la Guerra Necesaria
organizada por Martí, Sanguily embiste contra Máximo Gómez en lo referente al
Pacto del Zanjón: “(…) aunque hubiera él creído imposible seguir luchando,
aunque hubiera creído necesario terminar de cualquier modo y en cualquier forma
aquella situación angustiosa, le quedaba el recurso de permanecer retraído y
callado hasta el fin”.
Ante tales acusaciones
levantaron su voz a favor del dominicano figuras de la talla de Antonio Maceo y
José Martí. Mas no por ello el genio militar de Palo Seco y las Guásimas depuso
las armas ante su adversario: “Y cuando todo eso ha acontecido y por un cúmulo
de circunstancias más o menos adversas todas ellas y que el Coronel Sanguily no
le era posible juzgar desde Nueva York, se aproximan las horas luctuosas para la Patria ¿piensa él que yo
pude haber hecho mucho o por lo menos haberlo intentado?
“Agradezco mucho la opinión
de cubano tan digno y tan sin tacha, que demasiado me honra, pues en ella está
inscripta (…) el tácito convencimiento de que yo pudiera poseer condiciones de
un hombre capaz de haber podido dominar aquella situación. Y en realidad solo
me faltaba una, la necesaria: la de sanguinario. Y así y todo, ¿con quién podía
fusilar a quién? (…) No puedo creer que haya cubano de buen sentido que pueda
imaginar semejante cosa”
Sin desestimar criterios
contrarios que puedan enriquecer una comprensión cabal de los hechos, sobra
mencionar que la sola resistencia de Máximo Gómez a lo propuesto por Martínez
Campos no bastaría para mantener en pie a la revolución. Siquiera lo consiguió
la enérgica Protesta de Baraguá protagonizada por Maceo, entonces un jefe
militar con muchos más seguidores que el dominicano.
A pesar de su prestigio como
estratega militar, todavía no era Gómez el ídolo de la insurgencia dentro y
fuera de la Isla
como acontecería años después, en una guerra donde resultó tan necesario como las
armas mismas. Al momento del Zanjón, incluso antes, los focos de poder en el
campo insurrecto no acatarían las órdenes del general Gómez, como tampoco lo
hicieron ante el prestigio de Maceo.
“Siento que mi insuficiencia
no me permita aclarar como deseo los hechos y hacer ver que lo sucedido es solo
hijo de las circunstancias que atravesábamos y que a todos y a ninguno le toca
la responsabilidad; réstame solo decir que tengo la conciencia de haber hecho
cuanto he podido por ayudar a conseguir la redención de la patria; porque mis
sueños de gloria eran tan grandes, como grande y hermosa me forjé en mi
imaginación la revolución de Cuba; mas he sido un extranjero desgraciado (…)”,
recogía Gómez en sus memorias.
Sin embargo, privado de
justificables decepciones o amargados derrotismos volvió a la carga: “(…) es
preciso, cubanos, que cuando la
Revolución despierte nos encuentre unidos. Por mi parte (…)
aún no soy todavía un soldado fatigado y, como le he ofrecido siempre, donde se
encuentren los hombres consecuentes del 68, allí estará también su antiguo
compañero de las armas y el infortunio”.(Por Darilys Reyes Sánchez, del 5 de Septiembre)
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