El pequeño parque, erigido en mi barrio de Punta Cotica, constituye un símbolo de referencia. La escritora cienfueguera Lourdes Díaz Canto, vecina del sitio donde fuera levantado el monumento, le dedicó un himno, cantado por los integrantes del Proyecto comunitario: brigada artística Dionisio Gil (en homenaje al general mambí), y cuyos miembros también residen en la comunidad. (Mercedes Caro Nodarse)
Monumento a Gil, en Punta Cotica. |
La razón de la primicia radica en que el militar quisqueyano
resultó baleado aquí la noche del 28 de diciembre de 1899, más de un año
después del cese de hostilidades de la última Guerra de Independencia
(1895-98), en la cual luchó a favor de los cubanos.
En el humilde barrio de Punta Cotica, al noreste del Centro
Histórico de Cienfuegos, los vecinos tienen como principal punto de referencia
el monumento al internacionalista antillano, conocido como Panteón de Gil.
La obra fue esculpida por el artista cubano José Villalta de
Saavedra, autor, entre otras inscriptas en la historia artística de la Isla, de la primera estatua
al Héroe Nacional, José Martí, erigida en el parque Central capitalino e
inaugurada el 24 de febrero de 1905.
Antes de culminar sus estudios y montar un taller en la
ciudad italiana de Florencia, uno de los principales polos del arte universal,
el joven Villalta tuvo una estancia en Cienfuegos, 250 kilómetros al
sudeste de la capital, donde perfeccionó sus habilidades en el taller del
marmolista y escultor Miguel Valls.
Allí esculpió el monumento al general de brigada del
Ejército Libertador Dionisio Gil de la
Rosa por iniciativa del Círculo de Trabajadores de
Cienfuegos, financiada por suscripción popular.
En una de las cuatro tarjas de mármol que exhibe la base de
esa obra puede leerse “Cuba a Santo Domingo/homenaje de gratitud/al pueblo viril
que nos/legó un hijo ilustre”.
Sin ser funerario, el nombre de Panteón de Gil se lo debe el
obelisco a la intención inicial de colocar también en ese lugar los restos del
brigadier.
La gestión nunca llegó a prosperar pese a la constancia de
haber sido inhumados (por necesidad) en el cementerio Municipal, porque fue
imposible hallar los documentos que indicaran el sitio exacto del sepulcro.
Hasta fines de 2004, cuando Cienfuegos le dedicó una
escultura andante al genial músico popular cubano Benny Moré (1919-1963) en el
céntrico Paseo del Prado, la del general Gil era la única fundida en bronce
entre las efigies que conforman la memoria tridimensional de esta capital
provincial.
EL HECHO ABSURDO DE LA MUERTE
Hijo del general Basilio Gil, quien encabezó una rebelión y
perdió la vida en el asalto al cuartel español de La Vega la noche del 26 de
agosto de 1863, Dionisio también se dedicó a la carrera de las armas en su
país, donde alcanzó el grado de general de brigada.
Algunas fuentes indican que arribó a Cuba e ingresó en el
Ejercito Libertador el 6 de agosto de 1895, incorporado al Primer Cuerpo
encargado de operar en el extremo oriental de la Isla.
De acuerdo con otras citas, que lo ubican peleando en la
batalla de Peralejo, próximo a la ciudad oriental de Bayamo, la llegada a la
más grande de las Antillas debió ocurrir un poco antes, pues aquella acción de
guerra dirigida por el mayor general Antonio Maceo (1845-1896), y que costó la
vida al jefe español Fidel Alonso de Santocildes, aconteció el 13 de julio del
propio año.
El coronel independentista y más tarde cronista de la gesta,
Manuel Piedra Martell, al narrar la forma de batirse del dominicano en Peralejo
escribió: “el general Dionisio Gil, caracoleando en su caballo frente a las
filas enemigas, coqueteaba con la muerte”.
Ciertas referencias históricas ponen a Gil al mando del
Regimiento Hatuey, formado por los llamados indios de Yateras, una unidad
integrada por valientes originarios.
Mientras otras apuntan a su jefatura en el Regimiento de
Infantería Pineda, también en el Oriente cubano, cuna de las luchas por la Independencia.
Coinciden en destacar su participación en los combates de
Sao del Indio, 30 y 31 de agosto de 1895, y su integración a fines de octubre
del propio año a la columna comandada por Maceo, Lugarteniente general del
Ejército Libertador, que entre el 22 de ese mes y el 22 de enero del siguiente
año realizó una de las principales hazañas bélicas del siglo XIX: la Invasión a Occidente.
A partir de entonces, combatió casi exclusivamente en la
provincia de Pinar del Río, extremo occidental, donde las crónicas destacan
entre sus proezas el ataque al poblado de Cabañas, el 13 de marzo de 1896.
Aunque tuvo algún encontronazo con Maceo, quien le rebajó el
mando por problemas de disciplina, el historiador dominicano Fracois Sevez
llegó a firmar que Gil “por su homérico valor llegó a ganarse la admiración y
la confianza del prócer cubano”.
Por razones que la historia deberá esclarecer aún,
finalizada la gesta anticolonialista del pueblo cubano, “Nonín” Gil (como
también le llamaban) decidió radicarse en Cienfuegos, puerto de cara al Caribe
por el cual el 5 de febrero de 1899 España evacuó a su último soldado en
América.
Aún más enrevesada resulta la crónica de las últimas horas
del general Gil.
Consta que tuvo una agria disputa con un inspector sanitario
que se dirigió en mala forma al asiático que regentaba una fonda cerca de la
antigua Plaza de Armas de Cienfuegos.
Esa misma noche del 29 de diciembre de 1899, mientras
dirigía sus pasos a casa de unos amigos, fue interceptado por una pareja de la
policía que intentó detenerlo.
Como los ánimos ya estaban caldeados, el incidente se
dirimió por la vía de las armas y el oficial quisqueyano perdió la vida en
aquella escaramuza, lejos siquiera de ser una mala caricatura de sus acciones
de guerra.
En Cienfuegos abundaron las protestas de los veteranos de la
guerra y muchos hogares colocaron una tela negra en sus ventanas como muestra
de luto.
Sobre la pirámide trunca que le sirve de base a su memoria
mineral, en uniforme de campaña que incluye polainas, tocado con sombrero y los
brazos cruzados al pecho, junto a los rieles del ferrocarril, el general
“Nonín” Gil mira al poniente con sus pupilas de bronce como si buscara una respuesta
al hecho absurdo de la muerte. (Por Francisco González Navarro, de Prensa Latina)
Muy buen reportaje sobre la vida de un compuesblano nuestro, gracias, agradecemos en nombre de los que seguimos la vida de este ciudadano del mundo, Gral. Dionisio Gil de la Rosa.
ResponderEliminarGracias, Ubaldo de Jesús Solís, por su comentario. Le cuento que vivo a a solo una cuadra de donde murió el general mambí dominicano. El pequeño parque se ha remodelado varias veces, pero la desidia humana rompe los bancos y hasta le han cercenado el machete, algo que publicamos en el periódico de la provincia a modo de denuncia. Para muchos el sitio constituye lugar de reunión, para pocos simplemente nada. Pero continuamos laborando para poder rescatar y preservar el sitio. Le vuelvo agradecer por su comentario. Un abrazo
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