Tal vez así
transcurrieron muchas de las noches de José Martí durante su estancia en los
Estados Unidos; noches frías en las que solo una buena copa podía traer calor
al cuerpo.
Hay quienes
erróneamente atribuyen a “Pepe” el vicio por la Ginebra, bebida alcohólica
holandesa obtenida a base de un 30 por ciento de cebada y cereales, pero él era
un amante moderado de los vinos.
“El vino —decía—es
vida líquida, y sangre de la tierra, que trae espíritu al hombre”.
VINICULTOR
“Solo alguien
dedicado a este oficio puede describirlo con total exactitud”, comenta Nelson
Ayo Li, vinicultor cienfueguero con más de tres décadas de experiencia.
“No sé si en
algún momento de su agitada vida —continúa—pudo visitar algún viñedo, o conocer
de cerca el proceso de producción, pero sus escritos sobre el tema denotan un
apasionado y profundo conocimiento de la cultura vinícula y su sensibilidad
para detectar olores y sabores en aquellos de mejor calidad”.
En varios de
sus escritos se refirió el Héroe Nacional a las plantaciones de uvas. Sobre el
tema escribió: “El verso hierve en la mente, como en la cuba el mosto. Mas ni el vino mejora, luego de
hecho por añadirle alcoholes y taninos; ni se aquilata el verso luego de
nacido, por engalanarlo con aditamentos y aderezos”.
Durante el
siglo XIX eran los vinos europeos los más famosos, aunque Martí deseaba y sabía
que al otro lado del Atlántico existían condiciones para hacerles competencia.
“Para vid
buena, espíritu caliente y sol brillante (…) Y no hay miedo en emprender en
América este cultivo. Su uso está ya bastante generalizado en nuestros países
para que no esté asegurado el consumo de cuantos vinos produzcamos, apenas
comencemos a prepararlos bien. Hay que educar la uva y aprender a hacer vinos
corteses y ligeros”.
CATADOR
Aunque algunos
estudiosos refieren que su vino preferido era el Mariani, gustaba también de
una buena copa de Tokay o el Chianti ,
este último acompañaba las diversas y baratas recetas italianas que solía
encontrar en un restaurante de New York.
Sin embargo,
el preferido del Apóstol, aquel creado por el químico de Córcega, en Francia,
Ángelo Mariani, resultaba muy popular entre los artistas e intelectuales de la
época.
Realizado con
vino de Burdeos y extracto de hojas de coca, se le atribuían propiedades
terapéuticas; algunos historiadores afirman que la consumieron hasta los
mismísimos Papas Pío X y León XIII.
La mezcla
producía un efecto estimulador en el sistema nervioso central y prevenía el
catarro. Nada mejor para Martí, quien no descansaba y seguramente andaba tarde,
y poco abrigado, durante las frías noches en Estados Unidos.
Al margen de
su preferencia, caracterizó los vinos europeos y hasta los que comenzaban a
producirse en América.
“(…) Y es
allí, junto a la puerta, (…), se destapa el espumoso de Borgoña o el célebre
Johannisberg. Francia hace muy buenos negocios con esos vinos en la América
Central. Los californianos empiezan a abrirse paso en el mercado con el
Catawoba y los vinos tintos”.
De varias
regiones de España, Francia e Italia, saboreó los mejores vinos, los cuales
también describió. “El vino de Navarra pesa y el de Burdeos chispea, y el de
París aturde, como pócima”.
Asimismo reconoció
los perjuicios que traen las bebidas alcohólicas cuando no se toman con medida.
“(…) porque
los más sensatos estaban temerosos de que el vinillo rojo de Tarento o el
blanco de Geracio, que enciende la sangre de los sicilianos y pone sus manos
cerca de puñales que llevan al cinto, sacase al aire los puñales, o a los
labios voces inoportunas e irreverentes…”
No obstante,
los vinos preferidos por el Apóstol eran los franceses. “(…) aún ‘cortados’,
‘azucarados’, ‘procedidos’ y ‘lastrados’ —dijo—, triunfan en las mesas de todas
las naciones sobre sus desdeñados y menos bien preparados rivales. No está todo
en producir, sino en saber presentar”.
MARTÍ, EL VINO
Y NUESTRA AMÉRICA
Sobre el cultivo
del vino, Martí fue capaz de avizorar su desarrollo en el continente. “Nuestra
América, apenas lo quiera, producirá buenos vinos. (…) Chile y Perú dan vinos
ya no malos; de la frontera del Norte, van a México unos vinillos suaves y
rojizos que auguran una excelente industria. Guatemala se enorgullece con razón
de sus uvas de Salamá, que parecen ciruelas de las famosas de Fontainebleau.
Montevideo tiene comarcas enteras plantadas de cepas. En Buenos Aires, allá en
los confines de Bolivia, cunde la afición al cultivo de la vid”.
Como quien
podía ver el futuro o conocía tanto al hombre y el mundo, constituyen esas
naciones las más exitosas en la vinicultura.
“Ya se espera
con gozo —anotó— la obra importante de esos diez y siete mil arados de acero
que rompen ahora las fértiles tierras uruguayas. La vid crece allí de manera, y
da tan ricas uvas, que, con poca labor de vinería, van a obtenerse sólidos y
gratos y vinos”.
Y SI SALE
AGRIO, ¡ES NUESTRO VINO!
Del vino
cubano no habló mucho. Al menos no del hecho con uvas, aunque advirtió otros
como el mezclado con naranja o el piña de Ratón que servían a los visitantes en
Camagüey, o el de plátano, que aunque agrio era nuestro vino.
Martí devino amante
fiel de esa bebida. Prisionero del “culto pagado a las generosas uvas”
“Hay en la vid
—reseñó—algo del espíritu del hombre. Los alcoholes abominables agobian y
embrutecen. El vino, sano y discreto, repara las fuerzas perdidas”. (Por Glenda Boza Ibarra, del 5 de Septiembre)
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