Gracias a una
industria de la cual desconozco su origen, procedencia o trabajadores, y a la
venta de estos productos por los cuentapropistas, buena parte de los padres
pueden adquirir, más barato que caro, algunos juguetes (camiones, trenes, helicópteros,
motociclistas, soldaditos, espadas, tractores, etc.) que sus equivalentes en
tamaño comprados en la shopping, saldrían
a precios astronómicos. Estos son confeccionados con un plástico que no siempre
tiene el acabado ideal, ni la agilidad perfecta, pero ahí están, supliendo un
vacío que el mercado cubano tiene desde siempre.
En uno de estos
sitios de la calle San Carlos le compré a mi hijo un ejemplar de Elpidio y
Palmiche, pobres criaturas casi irreconocibles si las comparamos con el dibujo
original de Padrón; feos, los pobres, Elpido mutó su color de piel y era rosado
y Palmiche en su primer aterrizaje perdió la cola e hizo al jinete extraviar
también el machete. Pero yo me puse contentísima (al menos existía) y mi hijo
muchísimo más.
Es una realidad
bastante lógica y probada que los productos para niños se venden con una
facilidad abismal, por lo que una industria dedicada a confeccionar objetos,
dígase de todo tipo entorno al animado en cuestión: pegatinas, cuquitas,
estampados en ropas, mochilas, zapatos, agendas escolares y lápices, incluso
las envolturas de algunas chucherías (en las shopping también venden galleticas envueltas en Bob Esponja, los
Simpons y demás)…, lograría un éxito y una demanda casi inmediatos.
Ahora, si nos
adentramos en el aspecto de que, además, estaríamos hablando de la defensa de
las creaciones autóctonas del país, de las decenas de ejemplos de animados
existentes en Cuba y que los niños en igual medida agradecerían, todo se vuelve
más serio de lo que parece. No estoy en contra de que mi hijo tenga a Mickey en
su cajón, pero también me gustaría que tuviese al Capitán Plin, a Chuncha, a
Pepe el corneta o María Silvia, a Guaso y Carburo, a Cecilín, a algún personaje
de Vampiros en La Habana, a Yeyín, a la Calabacita…, que
supiera que esos son los muñequitos, como él, nacidos en este suelo.
Solo recuerdo, y con
temor a equivocarme, la aventura, y para bien, de Fernanda, la niña detective.
Ella sí apareció en mochilas y libretas, y aunque fue comercializada en CUC e
inaccesible para muchos, me parece que las compras suplieron la producción. ¿Por
qué no atreverse en ideas como esta que de seguro ofrecerán ganancias
apreciables? ¿Por qué el niño cubano no dispone de una tienda donde pueda
adquirir, a precios más o menos asequibles, los animados nacionales? ¿Por qué los
póster de Elpido Valdés o Rui la
Pestex cuestan 1 CUC? ¿Por qué no se producen más de los que
valen 4 CUP y figuran, entre otros personajes tradicionales, el ratoncito
Pérez?
A mi hijo le
regalaron también un carrito de policía con una pegatina donde se lee: Patrol
Police y otro pequeño camión que refiere: Super Truck; ambos fueron adquiridos
en tiendas nacionales. Tampoco estoy en contra de que aprenda inglés desde la
edad más temprana posible, al contrario, agradecería esa intensión, si creyera
que es ese el fin o el verdadero propósito. ¿Por qué también no hay muñequitos
con letreros en español?
Mientras razono
todas estas cosas, mi hijo juega en la sala con su ejemplar de Elpidio y su
estropeado Palmiche, sin conciencia alguna de todo cuanto pienso. (Por Melissa Cordero Novo, del periódico 5 de Septiembre /Cienfuegos)
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