Por Carlos Luque Zayas Bazán
El poeta español Antonio Machado, en Juan de Mairena propone a sus alumnos el
examen y discusión de esta frase:
·
-La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
· -Agamenón:”Conforme”.
· -Porquero: “No me convence”.
La guerra declarada por Obama en su reciente visita a Cuba, la
guerra cultural, de los símbolos, los valores y las ideas, bajo el manto
de una oratoria que se pretendió hipnotizante, su grotesco intento de
superficial cubaneo, su sonrisa hollywoodense, su intento de apropiarse de una
faceta sesgada del pensamiento martiano, etc., sus omisiones sobre el estado de
los valores en su propio país, esos que dijo desear para Cuba, sus promesas de
ayuda y redención, todo ello es el arsenal de la misma guerra pero en una nueva
fase. Porque siempre ha existido. Sólo que ahora se hizo mediante un
espectáculo inaudito de injerencia directa, en la figura y la voz de su mismo
presidente, y con audiencia nacional e internacional.
Si las banderas norteamericanas que algunos cubanos han mostrado
en sus vestimentas significara que sus portadores han creído ingenua y
acríticamente en el propósito del visitante de ayudar sinceramente al pueblo
cubano, o se han tragado la mayoría de las mentiras, omisiones o manipulaciones
(que, por demás, están siendo sagazmente desnudadas por brillantes análisis),
por supuesto que debe aceptarse que esa sería una escaramuza perdida en el
terreno cultural y simbólico. Y a veces en una escaramuza se decide un destino.
Si hoy hubiera una elección de gobernante en Cuba, a la usanza del ejercicio
falaz de los procesos electorales que el visitante propuso como verdaderamente
democráticos, hay una alta probabilidad de que algunas de esas personas votaran
por el candidato obamiano, o incluso por él mismo. Con la multiplicación de
esos símbolos en el imaginario popular, no es otro es el objetivo que se ha
propuesto.
Pero así como la cultura imperialista asimila y banaliza su
contracultura, despojándola mediante la vitrina del consumo acrítico de su
médula subversiva, carnavalizando y mellando su contenido antisistémico, Cuba
desde hace mucho tiempo, quizás mediante un proceso inconsciente en
algunas personas, ha venido deglutiendo, asimilando y desarmando los símbolos
imperiales, si no siempre en todos mediante un estudio consciente, sí, a no
dudarlo, por el ejemplo mismo de la voracidad guerrera y el genocidio que aquel
gobierno muestra en todo el mundo. Y por otro lado porque, al decir de Silvio
Rodríguez, todavía hay muchas razones para seguir creyendo en la Revolución.
Obama puede “parecer” una persona distinta; en efecto, es
visiblemente más inteligente y carismático que todos los presidentes
anteriores, es incluso un presidente mulato en un país salvajemente racista,
que muestra su propio ascenso como ejemplo del manipulador sueño americano
facilitador de oportunidades, pero como recordaba Marx al estudiar el capital,
no es la persona lo que importa, sino la médula de lo que representa. Obama es
esencialmente un imperialista convencido de la excepcionalidad de su país y ha
proclamado, desembozadamente, un derecho natural a doblar el brazo de los que
no obedecen el rumbo de las verdades que imponen. Que el presidente de una
nación se atreva a ese ejercicio de brutal agresividad verbal adornada
con suaves maneras, es una imagen de la desastrosa condición amoral de la
actual civilización capitalista y de la precariedad y orfandad en que vive la
mayor parte de la humanidad. Es un ejemplo de la banalidad del mal.
Las verdades que Obama haya dicho en Cuba, dejan de serlo apenas
salen de su boca. Las verdades son funcionales. Sólo hay un puñado de
imperativos invariables para la humanidad, y por cierto, todos han sido
violados por la historia del vecino. No es ni puede ser la verdad de Agamenón,
la verdad de su porquero.
Pueden ser verdades para los cubanos que una mayor y más efectiva
participación en la conducción del país es una necesidad del socialismo
democrático. Pero sólo si son capaces los cubanos de seguir cambiando, o
mejorando, o perfeccionando el sistema que ya Cuba tiene. Y sólo si lo hace con
verdadera autodeterminación y autogestión. Y ese no es el propósito del
visitante que habló de la pasión martiana por la libertad y la
autodeterminación, y luego ratificó la ayuda externa a un grupo de personas que
ellos mismos saben, y han calificado, no tienen representación social en Cuba y
que sólo se proponen como programa recibir los 20 millones anuales que
ahora ratificó. Ahora mismo el
Departamento de Estado destina 800 000 dólares para “educar” a jóvenes
“líderes” de la sociedad civil cubana. ¿Qué bolá, Obama? ¿No deben ser los mismos jóvenes cubanos
quienes labren su futuro?
Puede ser una verdad para Cuba que eliminar de cuajo la
pequeña y quizás hasta la mediana gestión económica no estatal en 1968,
constituyó, en la perspectiva de los tiempos que vendrían, un error. Sin
embargo, desde mucho antes de estos días, en Cuba se ha querido incorporar a la
economía la gestión no estatal. Y aunque es cierto que algunos han desconfiado
del fomento de la pequeña propiedad privada, en gran medida no ha sido posible
hacerla florecer pacíficamente, entre otras razones, por la dificultad, que hoy
mismo se tiene, de garantizar un mercado mayorista para esas iniciativas. Y por
el duro gravamen que causa el bloqueo.
Pero la verdad de Obama se limita ahora a crear una clase media
dirigiendo su apoyo sólo a ese sector, a la vez que sigue limitándolo al
estado, para crear un abismo entre los intereses individuales y los intereses
comunes y públicos. En la abrumadora mayoría de los países de hoy, ese ha sido
el camino más directo hacia múltiples desastres sociales y humanitarios.
Quizás el culto Obama haya leído a Bertolt Brecht, aunque me
permito dudar que haya prestado atención a Las venas abiertas de América Latina,
el regalo de Chávez. Aunque quizás sí, nadie sabe. Después del grotesco intento
de congraciarse con el “qué bolá”, y después de tomarse para sí la afirmación
de “sí se puede”, que es la expropiación simbólica y vergonzosa de una frase
cubana de resistencia, cuando fueron 60 años tratando de que no se pudiera, qué
se puede esperar…La tapa de la pócima que Obama destina a todos los gobiernos que
deseen hacer algo distinto por sus pueblos de lo que él considera lo correcto,
ha sido declarar en Argentina, cuando se le preguntó qué hizo el gobierno
norteamericano durante los tiempos de la dictadura en aquel país, que entonces
era mucho más importante combatir el comunismo.
Pero en caso de conocer a Brecht, Obama no hubiera podido salvar
las 5 dificultades para decir la verdad, porque la verdad no es lo que se
propuso decir. El discurso de Obama al pueblo cubano viró de revés las 5
dificultades para decir la verdad, es decir, se propuso vencer las dificultades
que hacen difícil pasar las mentiras como verdades. Y según algunos, lo ha
conseguido. Pero ya numerosos intelectuales y gente simple está desmontando las
falacias.
Glosemos brevemente sólo 3 de las dificultades brechtianas para
decir la verdad.
El valor de escribir la verdad
En el caso de Obama fue el inusitado valor para decir mentiras.
Como ya están siendo bien examinadas, no hay que repetir las
muchas verdades que no tuvo el valor de reconocer. Sólo subrayemos una de ellas
a partir de esta indudable verdad: que un representante de las élites del
sistema norteamericano no puede legítimamente apropiarse de Martí mediante el
halago dirigido a un pueblo, sin que inmediatamente se note la impostación y la
diplomática hipocresía. La verdad que ocultó por omisión es que fue Martí el
primero en estudiar y denunciar las miserias y falsedades del sistema que le
tocó conocer en EEUU desde 1881, apenas cuando entraba aquel país en la
fase de su capitalismo monopolista de estado, la que Lenin sistematizó como la
fase superior del imperialismo, pero que Martí a su modo y sus herramientas,
adelantó, un capitalismo invasivo y, por tanto, advirtió a toda
Latinoamérica del peligro inminente a través de sus magníficas crónicas
norteamericanas, esos bramidos de angustia a que se refiriera el poeta Rubén
Darío. La pasión por la autodeterminación y la libertad de Cuba que legara
Martí, es lo que han tratado de impedir sistemáticamente, y lo que al día
siguiente ratificó el presidente con la reiteración de ayuda a personas que no
son representativas de esa pasión. Pero más que eso, porque si hubiera sido
sólo una batalla de ideas, se aceptaría en buena lid: fue el intento genocida
de ahogar a un pueblo por el hambre y la desesperación. Martí en boca de Obama
fue el chiste de humor negro más macabro imaginar.
Obama (y no importa aquí el personaje simpático para algunos, que
juega dominó con los humoristas, se repite) tuvo, en cambio, el valor de decir
mentiras.
La inteligencia necesaria para descubrir la verdad
Obama tuvo la inteligencia necesaria para encubrir,
trabajosamente, la verdad. Quizás sí la tuvo para comprender que sólo
lograría engañar a quien ya quería ser engañado, o quizás sembraría algunas
ilusiones honestas. Pero el tiempo confirmará que Cuba tiene la masa crítica
suficiente y necesaria de gente pensante e informada para situar sus palabras
en el justo sentido de lo que significan.
El arte de hacer la verdad manejable como arma
Con respecto a esta dificultad B. Brech apunta:
“Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos
bárbaros de sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus auditorios
que éstos olvidan que tales métodos se practican también en sus propios
países.”
Resulta
evidente que las supuestas armas de las verdades obamianas llegaban bien
melladas a muchos de los oídos receptores. Olvidar, ante un auditorio
informado, que los gobiernos de su país, ni el suyo mismo, jamás han sido
ejemplo de lo que decía profesar y desear para los cubanos, se convirtió en un
arma, sí, pero tipo boomerang: a cada momento se tenía delante el espectáculo
de la violación constante de los derechos humanos más esenciales a que somete
el sistema norteamericano a su propio pueblo y a tantos otros del planeta: la
protección de los intereses de los mercaderes de armamentos, es solo un
ejemplo, que tantos crímenes provocan en las escuelas de aquel país. (Tomado
de la Pupìla Insomne)
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