Por Mercedes CARO NODARSE
Estos
son tiempos de lealtad. La confianza se gana, el respeto se da, la lealtad se
demuestra, no se puede imprimir. No consigue ser producida en una línea de
montaje, porque su origen está en el corazón, resulta el centro de la
consideración a uno mismo y de la dignidad humana.
Otros
valores como patriotismo, honradez, responsabilidad, no son mercancías
registrables que se empacan. Retoñan en el espíritu, el cual resulta tan
complejo como diverso. Luce absurdo, entonces, enumerarlos fríamente,
precocinar una fórmula o almidonar un concepto para una determinada coyuntura. Claro
que los necesitamos, quizás más que nunca. Nos hacen falta ahora y en el
futuro, aunque su cultivo presupone numerosas intríngulis.
Desde
que el pasado 17 de diciembre dos noticias estremecieran el suelo de la Mayor
de las Antillas (el regreso a la nación de Gerardo, Ramón y Antonio, y el
restablecimiento de las relaciones con el vecino del Norte) una euforia
creciente se apodera de las personas. Todas presuponen que ya el bloqueo no
existe —aunque ni siquiera Barack Obama ha presentado el pedido de levantamiento
del mismo ante el Congreso— y piensan que de la noche a la mañana se acabarán,
así como de golpe y porrazo, las dificultades, estrecheces y sueños
postergados.
Es
claro, llegarán épocas mejores; pero, ¿y la dosis de esfuerzo que cada quién
debe aportar?,¿se acabará la inercia?,¿lo corrupto, lo podrido, lo amañado no
tomará otros ropajes y camuflajes? No olvidemos que dentro de la masa laboriosa
existen parásitos y calculadores, quienes estudian nuevos ardides para
filtrarse por los resquicios más insospechados.
Aún
hay mucho marasmo por las calles cubanas, mucha desidia, demasiada lentitud a
la hora de solucionar las quejas, amén de dificultades y carencias, las cuales
en ocasiones se convierten en justificaciones. Tenemos que ajusticiar a la
inercia, hacerle un atentado en nombre del pueblo, porque al país hay que
reconstruirlo y hacerlo nuevo.
Sí,
es cierto. Comienza una etapa y aunque nos cuesta creerlo, Cuba debe erguirse.
Los pasos han comenzado a darse con la implementación de los Lineamientos de la
Política Económica y Social y el cumplimiento paulatino de los objetivos de la
Primera Conferencia del Partido; pero no basta con eso. La Patria necesita de
todos sus ciudadanos, cada cual en su puesto, cada quien cumpliendo con su
mandato.
Quienes
creemos en la continuidad de la Revolución no podemos vivir en el limbo,
vendados los ojos, engañados por realidades, ajenos a los peligros, olvidadizos
a la ballesta, acríticos ante las definiciones.
Debemos
traer en la sangre, para no pavonearnos con victorias parciales, aquella
doctrina de Fidel, el 8 de enero de 1959, aquel aviso extraordinario, brújula de
estos tiempos. “Estamos en un momento decisivo de nuestra historia (…) La
alegría es inmensa y, sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos
engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil”, dijo el líder cubano
aquel memorable día. Sus palabras parecen reverdecer en los campanazos de la
modernidad y en este soplo del mañana. Encajan en muchas circunstancias, aunque
hayan sido pronunciadas hace 56 años.
Soplemos
la hojarasca y desabriguemos al sol. Contamos con un piélago de ejemplos
positivos en la historia. Hagamos de la contienda de ideas —esa de la que Martí
y su discípulo mayor plantearon—, hechos precisos. Edifiquemos a diario una
cresta descomunal de acontecimientos; intensifiquemos la producción, la
productividad, la eficiencia, la eficacia... solo así eliminamos el bloqueo
interno que tanto nos ha martillado; y abriremos las puertas al país que aspiramos,
ahora con otros vientos y horizontes. Dejémoslo de herencia a nuestros hijos y
nietos.
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