Por Mercedes CARO NODARSE Fotos: DORADO
Yo tenía clavadas las pupilas en el rostro
cuyos ojos tiernos y húmedos no dejaban de hurgar en el pasado. Sus manos
andaban entre papeles arrugados y amarillos, recortes de periódicos, donde
alguna vez se le mencionaba, las fotos de sus hijos reales y adoptivos, o de
los múltiples encuentros con autoridades locales y nacionales, las décimas
escritas por los hombres y mujeres del poblado donde vive, quienes deseaban resaltar
su desempeño.
Sentada en un sillón frente a mí —en la sala
de su casa marcada con el 26, en la calle Juan González, de Guaos, en Cienfuegos—, va
frotándose los dedos y me observa, indaga acerca del porqué estoy allí. Le
cuesta mucho hablar de sí misma. “¡Pero mira tú las cosas; ahí está todo!”,
acota Zoraida de la Cruz López González, una mujer de imponentes quilates.
Como el viento cuando arrastra los rumores
comenzó a contarme historias. De vez en vez una sonrisa inundaba su boca o una
lágrima curiosa afloraba, mientras la mirada se perdía en lontananza. Con
murmullos casi misteriosos decía: “Lo que soy, lo hecho y lo por hacer es el
resultado de mi labor como trabajadora social voluntaria, dentro de la
Federación de Mujeres Cubanas (FMC), siempre en la búsqueda de prevenir, educar
y ayudar”.