Por Camile ROLDÁN SOTO
La fuerza de Viengsay Valdés se siente en
cada momento. El toque seco en el hombro avisa su llegada a la hora exacta. La
mirada directa establece el contacto. Una figura maciza, definida, revela la
fortaleza física de quien ha entrenado su cuerpo prácticamente toda la vida.
Camina y es fácil notar que anda a su propio paso, por su ruta escogida, como
agarrada de un hilo que la sujeta al cielo.
El ballet le ha dado esa seguridad y control
de sí misma. No en un día, ni un par de meses, sino “a lo largo de la carrera”,
aclara. Han sido años de desarrollo, de disciplina incesante, después de haber
decidido lo que quería hacer en la vida.
“Esta carrera, cuando la escoges, es para
hacerla bien”, asegura.
La primera bailarina del Ballet Nacional de
Cuba incluso recuerda el momento exacto cuando cobró conciencia de ello. Tenía
12 años y llevaba tres entrenando en la Escuela Especializada en Ballet Alejo
Carpentier, en La Habana, Cuba. Allí, aunque sea difícil imaginarlo, estaba
lejos de ser la estrella.