Por Yuris Nórido / Cubasí
El protagonista de Tierras de fuego cree que la serie gusta
porque defiende una idea de unidad y amor a la tierra. "Somos una gran familia, de eso habla esta telenovela. Ese cariño es más
fuerte que las desavenencias” —dice en entrevista con Cubasí.
Kristell Almazán se ve por la televisión cubana,
estudia sus escenas en la telenovela de turno, y a veces se gusta y a veces no
tanto. "Eso siempre pasa, uno suele ser muy crítico con uno mismo. Hay momentos
en que me siento satisfecho con mi actuación, en otras me digo: debí haberlo
hecho de otra manera. Pero ya no hay caso, supongo que lo más importante es que
me esforcé y trabajé en serio".
Kristell es un actor joven, ya había
protagonizado un serial de aventuras (Los tres Villalobos) y había formado
parte del elenco de algunas teleseries y teleplays. Pero Tierras de fuego (Cubavisión; lunes, miércoles y viernes, 9:00
p.m.) es su debut como personaje principal de una telenovela. “Imagínate la
responsabilidad que asumí. Estoy en la mira de todo el mundo, no dejo de
sentirme un poco presionado, nervioso”.
Si
se siente nervioso lo disimula bastante bien, porque en su apartamento en el
centro de La Habana nos recibe con una naturalidad y una seguridad que preludian
un buen diálogo. No posa de galán seductor ni de actor emcumbrado. Sentado
cómodamente en su butaca (“¿puedo poner los pies sobre la mesita?”), Kristell
Almazán parece un hombre común y corriente, amable y conversador.
—¿Tienes que ver algo con tu personaje?
¿Has vivido alguna vez en el campo?
—La
verdad es que desde el punto de vista vivencial tengo que ver muy poco, para no
decir que nada. Yo crecí en Camagüey, en la ciudad misma. Delante de mi casa lo
que había era calle, nunca vi ni una mata. Lo más cercano al campo que yo
conocí en mi infancia fueron los carretones halados por caballos. Mi contacto
más directo con el campo eran mis viajes a las presas cercanas a la ciudad,
nada más. Así que mi personaje y yo hemos tenido caminos muy distintos.
—¿Significa entonces que no te pareces
en nada a Ignacio?
—No
he dicho eso. Puntos de contacto sí tengo con él. Todos los personajes que uno
intepreta tienen algo que ver con uno, aunque hay quién dice lo contrario. Para
hacer un personaje tienes que acercarlo a tu experiencia personal, o buscar
afinidades... Siempre las hay. Con Ignacio comparto esa sensación de
desarraigo, eso que siente la persona que se va de su lugar "natural". Yo lo he
sentido algunas veces en mi vida.
—¿Tratas de que tu personaje se parezca
a ti?
—Más
bien trato de parecerme a mi personaje. Pero el personaje termina pareciéndose
a mí, porque yo soy el que lo intepreta. El personaje primero es una idea, yo
soy una persona concreta, con características definidas, con maneras. Hay que
buscar el equilibrio. Es un proceso que se las trae...
—¿Cómo llegaste a la telenovela?
—A
través del director, Miguel Sosa. Yo estimo mucho a Miguel Sosa. Como todo el
mundo, es un hombre con virtudes y defectos, pero establecimos una buena
comunicación. Yo estaba en el extranjero y él me contactó y me propuso trabajar
en la telenovela, nos comunicábamos por correo electrónico. Cuando regresé la
cosa fue tomando cuerpo.
—¿Sabías que ibas a ser el
protagonista?
—Al
principio no. Ese es un asunto del que prefiero no hablar mucho...
—¿Por qué? ¿Hubo problemas, conflictos?
—Yo
solo te digo que la decisión de un reparto debe venir del director, él siempre
debe tener la voz cantante. Francamente, no me queda claro si yo estaba
preparado para el papel. Yo me lancé, de atrevido. Pensé que iba a comer pan de
piquitos. Pero me di cuenta de que nada es tan sencillo. Hacer un personaje
importante tiene sus demandas. El arte requiere de mucho sacrificio.
—Por lo que veo, no te resultó fácil
asumir el rol.
—Va
más allá de la capacidad, son circunstancias. En algunos momentos experimenté
un choque. Te metes dentro del personaje, empiezas a sentir sus conflictos.
Viví momentos extremos, que me cargaron mucho. No te lo voy a negar: fue
difícil.
—¿Y estás satisfecho con los resultados?
—Ya
te digo: más o menos. A veces me veo bien, a veces no me gusto. Pero ya no es
para estar evaluando, ¿para qué?
—¿Y cómo te ha acogido el público? ¿Qué
te dicen en la calle cuando te reconocen?
—Habría
que ver, pero mi experiencia es muy positiva. Todo el que me para en la calle
me habla bien, parece que les gusto. Algunos incluso bromean conmigo: “¿Con
cuál de las dos te vas a quedar?”.
—¿Les dices?
—Claro
que no, que sigan viendo la telenovela. Claro, es una telenovela, la gente más
o menos sabe por dónde irán los tiros.
—Voy a ser ahora “abogado del diablo”.
Algunos dicen que los campesinos (los guajiros) de la telenovela no se parecen
a los de verdad...
—Bueno,
yo no soy campesino, no podría tener la última palabra en ese debate. Yo nunca
he trabajado la tierra, no he arado con bueyes. Para decir eso con absoluto
convencimiento tendría que haber sentido alguna vez ese amor por la tierra, esa
comunión con el aire limpio, con los sonidos del campo... Yo, francamente, no
tengo una idea definitiva de cómo son los campesinos cubanos. No obstante, a mí
me parece que la telenovela está bien balanceada, como corresponde a un
producto como ese. Ni muy acá ni muy allá, esta es una propuesta de ficción,
que sigue determinadas pautas. De todas formas, ese debate me parece bastante
superficial. En este país ya hay un “hibridaje” bastante consolidado. Vas por
la calle y es difícil decir quién es habanero y quién es del campo. Las modas,
las maneras de vestirse y comportarse ya son bastante uniformes. Hay quién dice:
los guajiros no viven tan bien como los de la telenovela. Yo les digo: algunos
no, pero otros viven mejor que nuestros personajes y mucha gente de la
ciudad... y en medio del monte.
—Según los estudios de teleaudiencia,
la telenovela gusta, ¿a qué lo atribuyes?
—Primero
a que es una telenovela típica. Pero hay algo más: aquí hablamos de una idea de
unidad que la gente necesita. Somos una gran familia, de eso habla la
telenovela. Ese cariño es mucho más fuerte que las desavenencias puntuales. Los
hermanos se fajan, pero siguen queriéndose. Hay una familiaridad que incluso
pudiera parecer excesiva, pero es la nuestra. La gente se siente identificada.
—Hay quien ha afirmado que con esta
novela se quiere dar un mensaje: “guajiro, regresa a tu tierra”.
—La
gente siempre está buscando mensajes implícitos, la quinta pata del gato. La
telenovela está dirigida al gran público. Siempre habrá un “espectador crítico”
que buscará —y encontrará— muchos “mensajes”. Bueno, de eso se trata también el
arte. Pero yo creo que el centro de esta propuesta está fundamentalmente en la
preservación de eso que llamamos “cubana”, en la fuerza de la familia, en el
cariño a la tierra...
—¿Hablaste con campesinos a la hora de
preparar el personaje?
—La
verdad es que no. Pero hablé con gente capaz y que me quiere. Me dieron pautas
que aproveché. Me interesaba recrear un personaje verosímil, que no fuera una
caricatura...
—¿Y has hablado con campesinos después
de grabar la telenovela?
—Sí,
y lucen satisfechos con mi trabajo.
—Después de estar tanto tiempo
trabajando en un proyecto como este, ¿qué crees que necesita la telenovela
cubana para consolidarse?
—Oh,
esa pregunta es demasiado grande para mí. Yo supongo que haya muchas personas
más calificadas que yo para dar una respuesta. Yo tengo una idea, pero no estoy
seguro de cuán acertada sea. Yo pienso que hay serios problemas de producción,
que tienen que ver directamente con el delicado asunto de la inversión y las
“ganancias”. Creo que hay que asumir la telenovela como lo que es, como un
producto. Y para eso hay que crear espacios alternativos de producción,
esquemas un poco más abiertos. También es necesario potenciar espacios de
confrontación con los públicos, asumir que cada telenovela es una obra que
tiene que “vender”. Hacer telenovelas es toda una industria, hay un dinero que
se está invirtiendo, hay que asegurarse de que se invierta bien porque le está
costando al país. La burocracia y la inmovilidad de algunas estructuras hacen
mucho daño... Pero te repito: ¿quién soy yo para dar consejos?
—Una última pregunta, la de rigor:
¿cuáles son tus planes futuros?
—Yo
ahora me estoy tomando un tiempo. Es un tiempo de reconocimiento, de reflexión.
Más adelante quisiera hacer teatro, pero tengo que estudiar muy bien el
panorama. Te lo confieso: me da un poco de miedo, es un mundo que me atrae,
pero también me atemoriza. Vamos a ver si algún director de teatro quiere
contratarme.
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