Convocados por el embrujo de
la Dama Azul
y piratas de ojos tapados, los habitantes del barrio cienfueguero Castillo de
Jagua celebran cada 12 de marzo el cumpleaños de la Fortaleza Nuestra
Señora de los Ángeles de Jagua, cuya construcción culminara en el año 1745
Por Mercedes Caro Nodarse
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Ilustración de Arí Bayolo de la Teja |
Fuente de riquezas como sugiere su nombre en lengua
aborigen, la bahía de Jagua, al centro sur de Cuba, es responsable
incondicional del influjo que ejerce la ciudad de Cienfuegos sobre quienes
desde adentro la saborean y desde lejos la añoran.
Antes y después de la visita de Cristóbal Colón a la
rada en 1494, sucesivos navegantes frecuentaron sus predios y comprendieron a
primera vista hallarse ante un lugar de privilegios geográficos, bellezas
desconocidas y cualidades que le ganaron entre los entendidos el sobrenombre de
Gran Puerto de las Américas.
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Tomada de Internet |
Recodos
y rincones provistos de una exuberante vegetación costera resultaron albergue
seguro para corsarios, piratas y filibusteros, quienes acudían a su abrigo en
busca del refugio natural que les proporcionaba su contorno en forma de bolsa, con
el propósito de comerciar con los moradores de la comarca o cometer fechorías
de la peor especie.
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Ilustración tomada de Internet |
Tal
vez el primer pirata que frecuentó la bahía de Jagua fue Guillermo Bruces,
quien llegó con sus secuaces a la zona para, según algunos cronistas y leyendas
populares, enterrar cerca de la ribera un caudaloso tesoro. Tomás Baskerville y
su escuadra irrumpieron en Jagua en 1602 con el fin de sacar algún provecho de
su estancia; mientras que en 1604 aparecieron, provenientes de latitudes
diferentes, los tristemente célebres Alberto Girón y Juan Morgan; así como en
1628, el pirata holandés Cornelio Foll, quien robó cuanto estuvo a su alcance,
violencia mediante, como lo hicieran posteriormente Lorenzo y Carlos Graff.
También, durante el siglo XVI, hicieron de las suyas por Cienfuegos, Francis Drake, Jacques de
Sores, y otros temibles “lobos de mar”.
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Foto: Mercedes Caro |
Con vistas a evitar estas peligrosas incursiones, se
trató en 1682 de salvaguardar el puerto de Jagua —proyecto que no se llevó a la
práctica hasta 1742—, por lo cual la Real
Compañía de Comercio
de La Habana
planeó edificar a orillas de la bahía una fortificación, la que fue encargada
al ingeniero militar Joseph Tantete Dubruiller, quien la concluyó completamente
en 1745, erigiéndose sobre una pequeña altura, en la parte
oeste del cañón de entrada de la rada sureña.
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Foto: Mercedes Caro |
Como
dato curioso valdría la pena aclarar que la construcción del castillo ocurrió
muchos años antes de la fundación de Fernandina de Jagua, más tarde Cienfuegos
(22 de abril de 1819), un suceso poco común en la historia de la arquitectura
militar, sobre todo en una período donde las fortificaciones, por lo general,
se construían para la defensa de las poblaciones previamente instauradas.
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Foto: Mercedes Caro |
La
sólida construcción cienfueguera se realizó en piedra, y cuenta con una
estructura cúbica, de dos niveles, un puente levadizo y una garita abovedada.
Todo ello al estilo del prestigioso ingeniero francés Sebastián Le Pestre,
quien instrumentó su propio sistema de fortificaciones conocido como Vauban, el
que establece la armónica relación entre el paisaje, la topografía y las formas
geométricas. El castillo fue dotado con diez cañones de
diverso calibre, pensando, quizás, que bastarían para detener y ahuyentar los
buques piratas. Pero no se contó que éstos disponían de pequeñas embarcaciones,
con las cuales buscaron la manera de realizar sus correrías.
UN FANTASMA AZUL
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Ilustración de tomada de Internet |
La Leyenda de la
Dama Azul, transmitida de generación en generación, cuenta
que en los primeros años de construida la fortaleza, y a altas horas de la
noche, cuando la guarnición estaba descansando y los centinelas dormitaban,
rendidos por la vigilia; cuando en el vecino caserío de marineros y pescadores
todo era silencio; cuando reinaba la quietud y la soledad más solemnes,
turbadas únicamente por el monótono ritmo de las olas, y la luna en lo alto del
firmamento brillaba esplendente, envolviendo con su luz tenue la superficie
tersa del mar y la abrupta de la tierra, entonces un ave rara, desconocida,
venida de ignotas regiones, de gran tamaño y blanco plumaje, hendía veloz el
espacio y dirigiéndose al Castillo describía sobre él grandes espirales, a la
vez que lanzaba agudos graznidos.
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Foto: Mercedes Caro |
Como si respondiera a un
llamamiento de la misteriosa ave, salía de la capilla del castillo,
desprendiéndose de sus paredes y filtrándose a través de ellas, un fantasma de
mujer, alta, elegante, vestida de brocado azul, guarnecido de brillantes,
perlas y esmeraldas y cubierta toda ella de la cabeza a los pies por un velo
sutil, transparente que el cual flotaba en el aire, y después de pasear por
sobre los muros y almenas desaparecía, súbitamente, como si se disolviera en el
espacio.
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Foto: Mercedes Caro |
Tal visión se repetía varias
noches y producía verdadero temor entre los soldados que guarnecían la
fortaleza. Aquellos curtidos hombres no se atrevían a enfrentarse con la
misteriosa aparición y por temor a ella, se resistieron a cubrir las guardias nocturnas.
Un joven Alférez, nombrado
Gonzalo, recién llegado, arrogante y decidido, quien no creía en fantasmas y
apariciones de ultratumba, se rió de buena gana del pánico de los soldados y
para probarles de lo infundado de aquella historia, se dispuso una noche a
sustituir al centinela.
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Foto: Mercedes Caro |
Hermosa era aquella noche,
brillaban las estrellas en el firmamento y palidecía la luz por la intensa
luna. El mar en calma susurraba dulcemente la eterna canción de las olas. De la
tierra dormida ni el más breve ruido surgía. El ambiente era de paz y de
recogimiento. El alférez pensaba en su mujer ausente, allá en lejanas
tierras...
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Foto: Roberto Garaicoa |
De pronto oyó un penetrante
graznido y gran batir de alas, en el preciso momento el reloj del castillo daba
la primera campanada de las 12. Levantó el joven la cabeza y vio la extraña ave
de blanco plumaje, describiendo grandes círculos sobre la fortaleza, y cómo de
las paredes de la capilla venía hacia él, la misteriosa aparición que los
soldados llamaban la Dama
Azul, por el color del rico traje que vestía.
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Foto: Roberto Garaicoa |
El alférez dominó sus
nervios y fue decidido al encuentro del fantasma. Lo que pasó después entre la Dama Azul y el alférez no ha podido saberse; pero a la mañana siguiente,
los soldados hallaron al joven tendido en el suelo, sin conocimiento, y a su
lado una calavera, un rico manto azul y su espada partida en dos pedazos.
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Foto: Mercedes Caro |
Don Gonzalo se recobró
de su letargo, pero pérdida la razón tuvo que ser recluido en un manicomio. Todavía hoy es creencia que la
Dama Azul hace de tarde en tarde sus apariciones, paseando
impávida sobre los muros del Castillo de Jagua.
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Foto: Roberto Garaicoa |
Dicen
que el fantasma de marras no es otra que Doña Leonor de Cárdenas —esposa
del primer Comandante del Castillo de Jagua, Don Juan Castilla Cabeza de Vaca—,
quien fuera enterrada en la capilla; y el ave, pues el propio Don Juan, que viene
en su busca en las noches cuando la luna es más brillante.(Fotos de Mercedes Caro y Roberto Garaicoa / Cubadebate)
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Tomada de Internet |
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Foto: Mercedes Caro |
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Foto: Mercedes Caro |
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Foto: Mercedes Caro |
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Foto: Roberto Garaicoa |
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Foto: Roberto Garaicoa |
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Foto: Roberto Garaicoa |
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Foto: Roberto Garaicoa |
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