El 24 de mayo no nació el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) sino el ICR, sin la T; pero al margen de la nominación incluía tanto a la radio como a la televisión. Este organismo que, en 1976 -con rango de ministerio- pasa a ser ICRT, surgió por la necesidad de aunar esfuerzos para lograr que funcionaran las plantas radiales y televisivas, y la vez velar por una política editorial coherente con los momentos que se vivían entonces en Cuba.
No se puede olvidar que ese año, en noviembre, ocurriría la llamada Crisis de Octubre o de los Mísiles, cuando el planeta estuvo a punto de volar. Ya se había decretado el bloqueo comercial a nuestro país lo que impedía comprar cualquier artículo en los Estados Unidos. La radio y la televisión se habían montado con equipos estadounidenses, algunos de segunda mano, que se fueron deteriorando y son muchos los técnicos cubanos que con sus inventivas lograron echar a andar canales y radioemisoras.
Como en otras áreas sociales, hubo una fuerte emigración y los que se quedaron -Isabel Aida Rodríguez y Mirtha Muñiz son dos buenos ejemplos-, ayudaron a formar a la carrera a nuevos técnicos, directores, guionistas que tenían que sustituir a los que decidieron no echar la batalla por la independencia de Cuba de su vecino norteño.
El tiempo y el esfuerzo del estado hicieron que al cabo de unos lustros las radioemisoras se multiplicaran para no tener zonas de silencio, mientras los telecentros fueron naciendo hasta que cada provincia tuvo uno, más otros puntos de transmisión municipales.
En el caso de la TV, el surgimiento del video tape fue una verdadera revolución que permitió buscar otras fórmulas de creación. Llegar a la televisión en colores fue un esfuerzo colosal que implicó importar miles de televisores fabricados en la desaparecida Unión Soviética. Precisamente, desde ese país, el 18 de septiembre de 1980, se realizó la transmisión internacional vía satélite del ascenso al cosmos del cubano Arnaldo Tamayo, primer cosmonauta negro y de América Latina. Fue un hecho extraordinario en la historia de la televisión por la diferencia horaria, el uso del color y la conmoción que generó entre los cubanos.
En la memoria quedan espacios paradigmáticos como San Nicolás del Peladero, Sector 40, Para bailar, Todo el mundo canta y Álbum de Cuba, que con distintos fines fueron populares, y en fecha más reciente las telenovelas o series En silencio ha tenido que ser, Tierra brava, El naranjo del patio, Doble juego, La cara oculta de la luna, Aquí estamos y Bajo el mismo sol; estas últimas con un acercamiento a temas como no había ocurrido anteriormente y que forman parte de la cotidianidad, aunque, por supuesto, al ser llevados a la televisión se convierten en una realidad otra, que es la propuesta ética y estética que recibe el televidente.
En lo infantil no se puede dejar a un lado en este recordar algunos momentos de la TV: los programas Amigo y sus amiguitos, La sombrilla amarilla y Cuando yo sea grande. En series juveniles ahí están, entre muchos más: Los comandos del silencio, De tu sueño a mi sueño, Blanco negro, no y Coco verde.
Los teledramas -Santa Cecilia de La Habana, María Callas, Los aretes que le faltan a la luna, Hazlo por Neruda y la lista es larga-, son muestra de que en la televisión se pueden filmar piezas que no le tienen que envidiar mucho al cine. Ese fenómeno no es sólo cubano; en todo el mundo proliferan telefilmes que, algunos llevados a cine, han sido muy aplaudidos por crítica y público. Sé que al señalar estas propuestas me arriesgo a dejar algunas verdaderamente importantes; que me disculpen sus creadores, pero el espacio siempre conspira contra el periodista.
La polémica colega Soledad Cruz, con conocimiento de otras televisoras, el otro día me argumentaba que en el único lugar del mundo donde se puede aprender por la televisión es en Cuba, por los espacios Universidad para todos y otros que instruyen sobre diversos asuntos vitales para el ser humano. El también polémico y excelente director Orlando Cruzata me dijo “la televisión cubana es culta, pero aburrida”. Y yo creo que por ahí anda el camino.
Porque si bien los aniversarios son para celebrarlos, también sirven para mirarse por dentro. Hoy la televisión tiene menos recursos que nunca, pero esta deficiencia no es causa para que se realicen programas que, en vez de demostrar un camino hacia adelante, marquen un paso atrás, y mucho menos en los momentos de cambio que vive el país.
El proceso cubano actualmente acomete una remodelación que permita preservar las conquistas sociales, pero en el plano económico se ajustan muchos resortes. La revolución tecnológica de los últimos lustros permite que un artista haga una película en su casa. Así hay decenas de documentales, cortos de ficción y largos también, que podrían engrosar las disponibilidades de programas. ¿Es tan difícil resolver que la TV pueda comprar los espacios que considere se puedan transmitir?
El objetivo No. 57 de la Primera Conferencia del Partido Comunista de Cuba señala: “Enfrentar los prejuicios y conductas discriminatorias por color de la piel, género, creencias religiosas, orientación sexual, origen territorial y otros que son contrarios a la Constitución y las leyes, atentan contra la unidad nacional y limitan el ejercicio de los derechos de las personas”. Cuando un negro o negra asumen papeles banales, hasta ridículos en la televisión, ¿se está cumpliendo con este objetivo? Tampoco es lógico que cualquier guajiro hable como si la campaña de alfabetización no se hubiera realizado hace 51 años o que los homosexuales sean tratados como seres inferiores o ignorados del paisaje cubano actual, que para bien se ha abierto a la aceptación.
Un desafío para la televisión es el objetivo No. 60: “Desarrollar la crítica artística y literaria, franca y abierta, con énfasis en las insuficiencias y virtudes de la obra cultural, de manera que contribuya a elevar su calidad, preservar nuestra identidad y respetar las tradiciones”. ¿Alguna vez existirá en la pequeña pantalla un programa de crítica televisiva que jerarquice los buenos espacios audiovisuales?
En el objetivo No. 61 se habla de “la erradicación de manifestaciones de chabacanería y mal gusto que atenten contra la dignidad de las personas y la sensibilidad de la población”. ¿Ha logrado la televisión escapar de toda chabacanería y banalidad?
Para los que no hayan leído estos objetivos, les recuerdo el No. 69: “Reflejar a través de los medios audiovisuales, la prensa escrita y digital, con profesionalidad y apego a las características de cada uno, la realidad cubana en toda su diversidad en cuanto a la situación económica, laboral y social, género, color de la piel, creencias religiosas, orientación sexual y origen territorial”. Esto es vital si se quiere trabajar con una patria unida por el bien de todos; al respetar la diversidad se logra unidad.
La televisión es un poderoso medio para influir en las conductas de quienes la consuman. La nuestra hoy tiene la desventaja de competir con un mercado por antenas o DVD que muestra todo, la mayoría bazofias llenas de sexo, vulgaridades y denigración humana, más otros productos de aceptable calidad.
Hoy no basta que la televisión tenga cinco canales más un sexto -el capitalino- que son nacionales. Hay una fuerte competencia con el mercado que hace apagar nuestras señales. Por eso, si bien los cubanos y las cubanas nos podemos dar en el pecho por tener una televisión única en el mundo, también por esa misma razón le exigimos más. Sí, tiene que cambiar y puede. Hay decenas de excelentes creadores que dejan su piel en el set para lograr una oferta digna. Ellos y ellas deben ser el pelotón de vanguardia en esos cambios, porque conocen el medio, lo saben trabajar y quieren hacerlo.
A ellos, a los que ya no están, a quienes sin ser artistas facilitan que la señal llegue todos los días a los hogares cubanos, un felicidades por el medio siglo de vida y una esperanza porque el próximo represente un cambio sustancial en lo ético y lo estético, como se merece y exige un pueblo que tiene instrucción para apreciar lo bueno y lo malo. (Paquita Armas Fonseca / Tomado de El Caimán Barbudo)
Flama y brisa se imbrican en tibia caricia. Nodriza del crepúsculo, la ciudad aguarda el alba y reverencia el mar que la corteja. Simbiosis de océano y resol; génesis de sus epítetos y suntuosidad; especie de sortilegio de esta ribera caribeña... Cienfuegos, la Perla del Sur.
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