Hace unos cuantos años, cuando iba de paseo por el Vedado con mi amiga Claribel Terré, nos encontramos, por esas cosas divinas de la vida, con el poeta Fayad Jamís y nos invitó a un té en su apartamento. Allí se nos unió ese grande de la canción cubana César Portillo de la Luz.
El encuentro con ambos quedó guardado para siempre en el recuerdo de la entonces muy joven correctora de prensa del peridódico Cinco de Septiembre, de Cienfuegos. Hoy, al paso del tiempo, lo recuerdo con orgullo; y aprovecho la oportunidad de que el Cubadisco 2012 rinde homeaje a todos los grandes de la guitarra en Cuba, para tomar prestado el texto que Cubadebate publica a propósito de la ocasión.
Portillo de la Luz digo: César Portillo de la Luz. Pienso en él a propósito del protagonismo que, tanto la guitarra como los demás instrumentos de cuerda pulsada que se utilizan en la interpretación de nuestra música popular, han asumido en la presente edición de Cubadisco. Pienso en la guitarra trovadora -como él mismo la llama en su Canción para ese día–. Me detengo en su discurso acompañante concebido para la canción que aparece aquí a manera de ilustración.El encuentro con ambos quedó guardado para siempre en el recuerdo de la entonces muy joven correctora de prensa del peridódico Cinco de Septiembre, de Cienfuegos. Hoy, al paso del tiempo, lo recuerdo con orgullo; y aprovecho la oportunidad de que el Cubadisco 2012 rinde homeaje a todos los grandes de la guitarra en Cuba, para tomar prestado el texto que Cubadebate publica a propósito de la ocasión.
La guitarra de Portillo no se caracteriza por el desglose tradicional de los acordes, los arpegios o el adorno punteado que tan profusamente penetró en nuestra rutina acompañante a partir del auge de los tríos mexicanos encabezados por Los Panchos Y hago una excepción al recordar dos muestras más que originales, legendarias ambas: los Hermanos Rigual y el Trío Taicuba. A partir de modelos insólitos declarados por el propio autor de Contigo en la distancia en una conversación alrededor del tema: los guitarristas -respectivamente– del Quinteto de Benny Goodman, y del Trío de Nat King Cole. Ambos -cada cual a su manera– se habían caracterizado por conferir a la guitarra una independencia que la liberaba del puro papel rítmico relegado a un segundo plano.
En el caso de Portillo de la Luz, su empleo de respuestas y diferentes efectos que en nada pueden considerarse como elementos superfluos, actúa como soporte para el canto, mientras va desplazándose por todo el diapasón de la guitarra, alternando los motivos más sutiles con momentos donde predomina una atmósfera fundamentalmente rítmica. A todo esto, dicho así, hay que añadirle un detalle esencial y es el dominio de la digitación utilizando el dedo pulgar para “rayar” o desglosar los acordes, en diálogo ameno con la parte vocal.
Cada una de las propuestas en la guitarra de César Portillo de la Luz se diferencia de cualquier otra suya o ajena. Ya se trate de la canción libre o aquélla expresada en el aire rítmico conocido como “slow” en la jerga de la música popular, ya se trate de sus incursiones en el son, el cha cha chá o cualquier otra variante de cuantas han conseguido delinear el contorno finísimo de su catálogo, todas garantizan al oído fino esa gratificante noción de estilo que, con tanta frecuencia, se desvanece o cae al vacío total, motivada por el conformismo que las fórmulas de mercado se esmeran en imponer.
Esa guitarra de Portillo, de César Portillo de la Luz, es obra de la entrega de toda una vida. Digna del más acucioso análisis, de la más severa valoración, esta veta magnífica de nuestro paisaje musical bien merece encabezar, hoy domingo, los gestos de homenaje que, con motivo de arribar a sus noventa años, irá recibiendo desde esta columna.
Almendares, 20 de mayo de 2012
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